martes, noviembre 11, 2014

LÁPIDA AL ALMIRANTE CARRERO, MI APLAUSO

Monumento al almirante Carrero Blanco en la localidad santanderina –y marítima- de Santoña, su tierra natal, que falangistas locales han prometido defender “a tiros” si es preciso por las amenazas que hace pesar sobre él la ley de la Memoria histórica. En el presunto anti falangismo encarnizado–en la imagen por lo menos que de él siempre se dio y un tanto anti-atípico habida cuenta de su historial y trayectoria-, de Carrero Blanco, de una familia de acendradas convicciones católicas y supervivientes sin duda de la persecución religiosa en zona roja, influyó sin duda un factor de orden geográfico digno de ser tenido en cuenta y fue la participación del cuerpo italiano (fascista) de intervención en la campaña del Norte y en la liberación de Santander. El padre Luis, santanderino, que fue mi profesor en los Escolapios madrileños de San Fernando nos evocaba a veces –con el sarampión progre que arrastraba del concilio recién finalizado entonces- el escándalo que les producía a él y a los suyos aquellos voluntarios fascistas italianos –mineros rojos anarquistas del Sur de Italia alistados de fuerza por el régimen muchos de ellos en realidad- a los que se veían obligados de dar alojamiento que “se burlaban de la fe religiosa de los suyos” Como sea de esa faceta de la biografía del Almirante Carrero, no parece que muchos falangistas se lo sigan teniendo hoy en cuenta (…)
El almirante Carrero Blanco fue el chivo expiatorio principal de la transición, y el atentado que le costó la vida vino a ser algo así como la crónica de una muerte anunciada, como en su juicio contra sus autores se pondría de manifiesto. Coincidió con la visita unas horas antes a España del secretario de estado USA Kissinger y de su entrevista con aquel, lo que ofrecio pasto hasta hoy a especulaciones de todo tipo y procedencia sobre implicaciones del más alto nivel (internacional) en el magnicidio.

No está probado, lo que si se probo en cambio fue la mano de la ETA, y como no se probó más que eso, todas las especulaciones que siguen rondando en muchos espíritus no pasan de ser materia prima de inspiración de autores de novela ngra, y me viene a la mente la obra –descomunal- del norteamericano James Ellroy sobre la que revolotean como negros fantasmas poderes ocultos, como la CIA, los sicarios del FBI, la secta de los mormones, o las diferentes mafias operando en territorio de los Estados Unidos, la mafia irlandesa, la mafia judía y sobre todo la mafio ítalo/americana, en unas formas de ficción literaria o narrativa que se estrechan la mano con una especie de historia secreta o underground de lo que pudo (tal vez) ser.

Quiere decir que las dudas como negros nubarrones siguen fatalmente gravitando en el espíritu de muchos cada vez que se evoca el tema de aquel atentado, y lo seguirá por los tiempos a venir sin duda alguna. Una cosa es cierta, con la muerte de Carrero Blanco se frustro cierta forma de transición, lo que se siguió fue la única transición que se hizo posible con su asesinato, o si se prefiere la única que hicieron posible sus asesinos y los mentores de sus asesinos donde quieran que se” encontrasen dentro de España o en el extranjero. Recuerdo las declaraciones del que fue ministro de Cultura del PSOE al semanario de lengua española de Bélgica por vuelta del 2002 en las que reconocía que la transición solo había sido posible gracias a la desaparición –en la forma aquella- de Carrero Blanco lo que no dejaba de parecerle un anomalía (sic) Carrero Blanco tenía muchos enemigos como lo reconoció uno sus rivales más directos, el general Gutiérrez Mellado en las declaraciones que hizo ante el tribunal que juzgó de su asesinato.
Encuentro Kissinger Carrero Blanco pocas horas antes del atentado que costaría la vida al entonces jefe del gobierno español. Siempre se especuló sobre la (sospechosa) contigüidad cronológica de aquellos dos eventos. Nunca pudo probarse nada. Pero aquella inquietante coincidencia no dejó de poner en realce hasta hoy la importancia del programa nuclear español –con vistas a la fabricación del arma atómica- del que Carrero Blanco fue el gran artífices y propulsor con el apoyo de Franco, y que figuró entre los temas tratado en aquel encuentro de alto nivel, en vísperas de su muerte. Al final, la firma del tratado de No Proliferación Nuclear por Felipe González –como no podía ser menos- puso fin a esos sueños (legítimos) de hegemonía. Otros países (“emergentes”) a lo que se ve podrían permitirse esos sueños hasta nuestros días. España renuncio a la bomba nuclear, pero los Estados Unidos no se comprometieron  en contrapartida ni entonces ni después a la defensa de Ceuta y Melilla. Y a esa carencia clamorosa en nuestros dispositivos de defensa geoestratégica querría venir a poner remedio –a modo de remedo más que otra cosa- la llamada alianza de culturas, con Zapatero ¡A otro perro con ese hueso!
Fue siempre algo así como el coco para los falangistas del régimen, por su actitud claramente pro/aliada –algo muy extendido los marinos, sus compañeros de cuerpo- durante la Segunda Guerra Mundial, que invita a una exploración tal vez de su pasado y de sus orígenes Carrero Blanco venia de una familia de acendrado catolicismo. Como vendría a corrobarlo el que fue Vicario de Pastoral (horresco referens) del cardenal Tarancón, padre Martin Patiño en unas declaraciones tras su muerte en las que evocaba un encuentro con aquél –los últimos tiempos antes de su asesinato- en las que se pondrían abruptamente de manifiesto las divergencias entre unos y otros, léase entre Iglesia y Estado, y en las que aquel le vino a decir: “el padre nuestro que me enseñó mi madre de niño, eso no lo van a cambiar ustedes”

Y el que esto escribe oyó de la propia boca de Eugenio Vegas Latapié evocar de sus tiempos de representante del Conde de Barcelona una reunión con aquél en una de las casa que tenía el Opus Dei en Mingorrubio, en las cercanías madrileñas. Y en unas memorias aparecidas hace unos años del que fue presidente del Senado en la transición José Miguel Ortí Bordás -qué quiso serlo y al final no lo fue que me diga (¡qué lapsus!)-, que había sido desde los inicios de su carrera hombre de confianza de José Antonio Girón, hacía mención de una reunión a tres, en un reservado de un hotel madrileño –y en una fecha indefinida sin duda aún en la década de los cincuenta a la que asistió el propio Ortí Bordas con Girón y con una tercera persona que por lo quue se deduce más tarde al hilo del relato no era otro que un íntimo de Girón, Luis González Vicén, y en la que Girón, delante de Ortí Bordás le propuso a su amigo el perpetrar un atentado contra Carrero, y en las dichas memorias se hace constar también que Luis González Vicén –médico de profesión- acabaría yendo a visitar regularmente a Carrero durante su longevo mandato de vice presidente del gobierno (…)

El atentado contra Carrero –doy fe de ello- produjo un profunda conmoción en la sociedad española, a y partir de entonces se puede decir que ya nada fue como antes, la sensación (honda) de paz social que había reinado en amplios sectores de la sociedad española hasta entonces–salvedad hecha de algunos sectores o estamentos minoritario como el de los universitarios- prácticamente desde los tiempos del final de la guerra civil, se vería truncada en muchos y una psicosis de inseguridad y de amenazas inminentes en particular del peligro del desencadenamiento de una nueva guerra civil se apoderaría desde entonces de muchos españoles, y ese es un dato de psicología colectiva que no hay que perder de vista a la hora de juzgar retrospectivamente los acontecimientos de entonces, las actuaciones de algunos de sus principales protagonistas –durante la transición sobre todo- y también de muchas conductas individuales (como la del que esto escribe)

Carrero fue una víctima del terrorismo de la ETA, la de mayor relieve sin duda de todo el historial sangriento de la banda terrorista por la relevancia social y política de la víctima, y como tal tiene todo el derecho del mundo a una lápida en la capital madrileña, lo mismo que tiene un monumento erigido en su honor en la localidad santanderina de Santoña, su tierra natal. Carrero Blanco era la bestia negra de los estudiantes de mi generación. Pero cuando se produjo su asesinato yo ya había más o menos consumado el enroque psicológico que me apartó de aquellos y que me llevaría a emprender una singladura o trayectoria grosso modo en solitario y no poco atípica –todos aquí me lo reconocerán- durante cuarenta años.
Emigrantes españoles en Bélgica. El ministerio ahora les subvenciona y les apoya porque dicen que se están quedando solos en casa (…) Es humano y es comprensible. En materia de pensiones no se quejan desde luego, por lo que sea (…) En los años sesenta y setenta no obstante se iban a comer el mundo y en particular España desde Bélgica. Y cuando mataron al almirante Carrero, entre la emigración española aquí –mayormente de origen asturiano- se brindó con sidra (“El gaitero” o la que fuese) Y no sólo (...) Algo que ya hoy cuando el partido socialista belga francófono que fue el gran valedor (y padrino) de todos o casi todos ellos deja el poder con todos los visos de ir a hacerlo por un buen rato después de haber estado ejerciéndolo (y disfrutándolo) prácticamente sin interrupción desde el final de la segunda guerra mundial en el 45, creo que se pueda decir, sin reparos y sin complejos y fuerte lo bastante para que se nos oiga, en España como en Bélgica
Fue un militar de actuación heroica y destacada en la guerra civil –entre otros destinos en el crucero Canarias hasta finalizar la guerra, donde curiosamente debió coincidir con un destacado falangista Felipe Ximénez de Sandoval, que evoco en presencia mía en los pasillos de la sede de Fuerza Nueva (calle Lagasca) –a principios de la década de los setenta sus vivencias de la guerra civil, en el Canarias precisamente Le pillo el nublado del mayo del 68 que arrostró con mucha mano izquierda demasiado para el gusto de algunos Blas Piñar entre ellos, lo que sin duda evitó tragedias colectivas como la de la Escuela Politécnica de Atenas unos años más tarde (semanas antes apenas de su asesinato) Carrero desde luego se volvería de nuevo a la tumba si viviera hoy a la vista de la situación en Cataluña.

En política internacional Carrero pasaría además a la historia como el gran artífice y propulsor del programa nuclear español –con ayuda y colaboración francesa (el General De Gaulle)- que se vería (definitivamente) frustrado por su muerte. Fue además el artífice principal (o uno de ellos) de la operación Príncipe de España y todo ello justifica que se merezca un puesto en la memoria colectiva y en la historia de España contemporánea.

Un gesto así además haría soplar vientos de reconciliación entre sectores que se sintieron (cargados de razones) traicionados o dejados de un lado de una manera u otra por el anterior monarca. Lo que un papa hace otro lo deshace, era un adagio que sonaba mucho en mis tiempos del seminario de Ecône. ¿Y por qué un monarca no podría deshacer los entuertos o enderezar los yerros de su predecesor?

Carrero y su circunstancia, mayormente histórica, del tiempo que le tocó vivir. Fue agente (vaticano) de los aliados, lo dije y lo mantengo. Pero tan grande no fue su culpa. Por eso le asesinaron. Mi aplauso como digo a la lápida en memoria del almirante Carrero Blanco.

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