Jaime Gil Biedma (a la derecha en la foto) junto con José Manuel Caballero Bonald (a la izquierda) y el premio Adonais (1952), Claudio Rodríguez, tres nombres emblemáticos de la llamada generación de los cincuenta, catalanes o afincados en Cataluña en su mayoría, de los que el denominador común lo era no obstante el legado que arrastraban –por la vía de la herencia biológica o ideológica, o simplemente de prestado (como en el caso de Gil de Biedma)- de una memoria de vencidos (de la guerra civil del 36) Los catalanes de la generación de los cincuenta acabarían convertidos en “gauche divine” una década más tarde (al calor del mayo francés del 68) Puño en alto y catalanizados lingüísticamente todos ellos (faltaría) Memoria histórica obliga. Uno de los capítulos sin duda más decisivos de la guerra civil (del 36) interminable, la Guerra de los Ochenta y Tantos Años (como yo la llamo) Sin él no se explica nada en absoluto de lo que hoy está pasando en CataluñaJaime Gil de Biedma murió del Sida. Algo vox populi que me resistía a transcribir (por pudor) en este blog hasta que buceando en la red me doy cuenta que el rumor, que me diga lo sabido de todos se vería consignado por escrito, en la necrológica, por ejemplo, que le dedicó un diario tan afín a él (y a los suyos), el País, en el 96 en el momento de su muerte.
Jaime Gil de Biedma fue un poeta de la (llamada) generación de los cincuenta, a los que el escritor y poeta –en lengua catalana- José María de Sagarra, de una generación anterior (la que hizo la guerra, en el bando nacional en su caso, nota bene) acabaría bautizando casi veinte años mas tarde en la resaca del mayo francés del 68 –y de su versión española- gauche divine que traducido del francés quiere decir izquierda divina (o más bien divinizada)
Y no cabe mejor botón de muestra, se me antoja, de la contradicción (in terminis) que encierra esa imagen iconográfica de Gil de Biedma, de poeta/maldito –léase prohibido, censurado, condenado a la muerte/civil (o literaria) , puesto en cuarentena-, y la realidad de su trayectoria en vida y post mortem, de miembro por propio derecho de una nomenclatura, léase de la casta cultural que acabo segregando el régimen de Franco en la posguerra, tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en el 45 y la rendición de aquel a los aliados (por mediación vaticana) que se seguiría.
La (llamada) generación de los cincuenta se vio compuesta en su mayoría de nombres catalanes, quiero decir de autores afincados en Cataluña y sin duda allí nacidos pero no forzosamente catalanes de estirpe todos ellos, y de un común denominador en cambio que era el legado que arrastraban todos ellos -y digo bien todos- de la memoria de los vencidos de la guerra civil, ya fuera por la vía de la herencia biológica o ideológica, o simplemente de prestado, como le ocurrió a Umbral por culpa de la experiencia traumática de su niñez sin escolarizar y la cohabitación forzosa en aquella tesitura tan dramática de su vida -tirado en la calle con once años todo el santo día(…)- con las minorías sociológicas (léase quinquis y gitanos)