Acompañando al maestro Rodrigo (en la foto), el padre Federico Sopeña, responsable de la iglesia de la Ciudad Universitaria (Complutense madrileña) a finales de la década de los cincuenta, que popularizó unas misas vespertinas que frecuentaba mis propios padres. El padre Sopeña ofició también por entonces la primera comunión del autor de estas líneas. Para mí solo y para mi familia (...) Y a la época pre-conciliar de la iglesia de la Ciudad Universitaria que aquel encarnó sucedería una década más tarde la de Jesús Aguirre, y otra décadas más tarde -al final del ciclo-, tendría lugar en aquel mismo lugar una conferencia de Louis Althusser, figura emblemática de marxismo intelectual y uno de los principales ideólogos del mayo francés el 68, defensor nota bene de la dictadura del proletariado. La Iglesia española, al contrario que las distintas instancias u organismos del régimen anterior, no necesitaban de infiltración alguna desde fuera en la medida que la des falangistización (o des franquistizacion) y el desmarcarse del régimen era algo que se veía pilotado de mano firme desde el Vaticano, y desde la Nunciatura a partir de la terminación de la Segunda Guerra Mundial en el 45. Y Jesús Aguirre, futuro duque (consorte) de Alba, figura emblemática de cura vasco y joven lumbrera de la iglesia del posconcilio, no era desde luego más infiltrado de lo que lo podían ser por aquellos años (mediados los sesenta) doña Rogelia y el (futuro) marido de Doña RogeliaLa Iglesia y el Estado. Esa fue la glosa (sardónica, brasilera) que le mereció delante mío a un militante brasileño de la TFP -católicos integristas investidos de la misión de fundar una TFP española (léase la Sociedad Cultural Covadonga)-, tal como yo se la oí a principios de la década de los setenta, la noticia del enlace matrimonial de Jesús Aguirre, antiguo cura (jesuita), aún entonces muy joven, con la duquesa de Alba que se había quedado viuda.
El padre Jesús Aguirre, no era un cura cualquiera, sino una de las (jóvenes) lumbreras de la iglesia española del posconcilio que había traducido a Karl Rahner al español, quien se había visto investido de la tarea de convertir al catolicismo, léase de bautizar o de levantar el velo de sospecha que rodeaba en la posguerra la filosofía existencialista tal y como la expuso Martin Heidegger, un filósofo alemán de extracción católico romana, educado en el catolicismo pre conciliar más estricto en su infancia y en su juventud –hijo de un sacristán de un pueblecito católico de la Selva Negra, y educado en un seminario bajo el pontificado de Pio X, el papa anti-modernista-, que acabaría rompiendo amarras con la disciplina eclesiástica y la obediencia canónica y abrazando la causa del III Reich (aunque por poco tiempo), tras el acenso al poder del nacional socialismo.