¡En el otoño de mi vida
que me hace volver mas en mí
te veo un encanto de otoño
cada vez que vuelvo a tí, Madrid!
Paseándome cual marciano
entre sonrisas curiosas
-¿qué hace, qué busca, quién es?-
por tus barrios, por tus calles
en esta primavera otoñal
que me tocó en suerte esta vez,
me gustaste como nunca antes
y me decidí de pronto a asumir
tu pasado, todo en bloque,
tu historia, como tu folclore
lo auténtico y lo que no lo fue,
falso y autentico a la vez
de un pasado en claroscuro,
como lo es la Verdad (del Ser)
Tus zarzuelas y habaneras
-"Tarde de Otoño" (en Madrid)
o "los Cosacos de Kazan"-
del Atlántico y de un Norte
que siempre se miraron en tí
y esa "copla" del Sur irredenta
("te llaman la bien pagá")
que te tiró siempre tanto
y se redime ahora en mí,
sin pensarlo (a la ligera)
-ese cante jondo, ligero,
que nos entró siempre mejor-
en mi memoria y en mis labios,
de un pronto, de un canturrear
sin quererlo, y sin pensar
mezclándome con la gente
como siempre me gustó
en la calle o en un metro
que no es un metro cuaquiera
el de Madrid ¿Mejor? No sé
El mejor para mí, eso sí
¿Porque me siento en él también
o porque no le vi crecer?
Dispuesto a asumir de pronto
tu folclore y tu (infra) historia
de victorias y de derrotas.
De una victoria que mamé
y una derrota (que eso fue)
que no asumí y que negué
y por eso sin duda me fui
dando a mi Madrid la espalda,
el mío, donde nací y crecí
Ese barrio de Argüelles
-zona de Cristo Rey y Moncloa (...)-
por donde entró la Victoria
a pie por la calle Princesa
cuando se abrió al fin la cuña
-la Universitaria y el Clinico-
entre la Casa de Campo,
y el Cerro aquél del Pimiento
("Campo de las Calaveras")
y el barrio de Chamberí (...)
Por donde entró la derrota
-por la Universitaria otra vez-,
digamos donde se hizo ver
-travestida, disfrazada-
unos veinte años después
de llegar y que no vi,
no quise, y que no asumí
Y de ahí la gran secuela
de una antigua aprension:
esa pulsión obsesiva
-¡el colmo del hazmereír!-
de hacer olvidar un pasado
más antiguo y primordial
de triunfo, de victoria,
borrando de un gran plumazo
-cambiándole el nombre
y así su propia entidad -
el barrio por donde aquella entró
¡El corazón de Madrid!
Que olvidando así la victoria
se olvidase la rendición
que siguió (condicional)
y no se pudiera asumir
nunca ni redimir, ni enjugar.
Ni reencender nunca más
una Fe en la Victoria total
Ir de apátrida, de paria
internacional por la vida,
por la calle, por el mundo
cuarenta años ya son muchos
Y de repente como de golpe
al ritmo de mis regresos
o a una señal del destino
empiezan a aparecerse
todos aquellos, aquellas
que la expatricion me vedó
de tratar, conocer (a fondo)
De uno en uno en cuentagotas
primero, de tres en tres, de a seis
que acabarán legion tal vez
pronto o tarde, lo estoy viendo
Viejos amigos, algunas,
algunos, yemas de amistad
que la ausencia frustró (abrasó o congeló)
como una helada o un nublado
como un viento feo, solano
o un cataclismo sísmico
Deconocidos, jóvenes
-mas que yo-, otras, otros
en cambio que empiezan ahora a asomar
por detrás de los cristales
o a mostrarse en el espejo
como esa joven -¿"erasmo"?-
que lleva como quien dice
todo el mundo aquel que perdí
en el semblante, en el rostro
condensado o en hibernacion
¡Qué lindo el invernadero!
Que ilumina mi mente de pronto
y que irradia luz (y calor)
derramándola en mis versos