Marine
Le Pen. Literalmente obsesionada –tras la ruptura con su padre- por la “des-diabolizacion”,
léase por la imposición desde lo alto de patentes y credenciales y garantías una detrás de otra
de antifascismo y de pasado en la Resistencia. Abocada
al fracaso, a la desmoralización y a la derrota. Una estrategia ideada por su
compañero Louis Alliot, de ascendencia judía (y comunista), que la identifica
con la eliminación del antisemitismo. “Si quitas eso, se va también el resto”
(que impide a la gente votar por ellos) La experiencia de los años recientes y
el triste espectáculo de la implosión del Frente Nacional muestra a las claras no
obstante que cediendo –léase (auto) culpabilizándose- en el primer punto,
acabaron cediendo (despacito y buen letra) en todo el resto (….)
Caigo
sobre una Historia del Régimen de Vichy, que en la biblioteca que frecuento –y
de lo que caigo en la cuenta (¡oh sorpresa!) sólo ahora- tienen en su catálogo
general asociado a mi nombre y no porque tenga yo (directamente) algo que ver
con ella, ni como autor ni como editor ni como simple traductor, sino como
donante –¡en serio!-, algo de lo que no guardo el menor recuerdo (aunque sea cierto) y que no deja de llamarme la
atención porque no creo sea aquí ni en un establecimiento del género la regla
–el hacer figurar el donante, ni siquiera el vendedor o suministrador (vía la
distribución), en la referencia que se reserva en sus catálogos a una obra
cualquiera (…) Dentro y fuera de Bélgica, y apuesto que tampoco en España
aunque llevo tantos años fuera (….) Lo que da no obstante idea de lo delicado y
melindroso –de lo de cogérselo, o (en jerga castiza) cogérsela con papel de
fumar-, no yo y mi nombre personal e intransferible (que esa es otra) sino este tema (el régimen de Vichy) en todos
los países del área francófona, y no solo en Francia sino también (y no sólo)
en Bélgica. Y decido dedicar esta entrada a ese asunto y a ese tema porque creo
que lo merece y porque además –porque con él -santo/dios!-, me dan ganas –¿y
qué?- de darle (con furor) a la tecla. Y por tener algo también que decir tal vez no tanto en el
plano de la historia (o de la historiografía) pero sí en el terreno de la
memoria.
Familia
de Monseñor Lefebvre (en la foto) Su padre, monárquico maurrasiano adoleció de
las mismas ambigüedades y titubeos (que heredó su hijo)–entre Resistencia y
Colaboración- de Maurras y de la Acción Francesa. Lo que le valió la muerte en
deportación en Alemania durante la guerra. Y esa misma indefinición fue lo que
hizo posible en suma el seminario de Ecône, y lo que proyectaba una barrera
tenue y casi invisible allí dentro entre los seminaristas, sobre todo (la gran
mayoría) los de nacionalidad francesa Que cruzaba o se superponía a otra mucho
más explícita entre duros y blandos, partidarios y adversarios de la ruptura
con Roma, en lo que tome partido (por los primeros) –al contrario de en la fisura
anterior en la que me abstuve- sin el menor escrúpulo de conciencia. Lo que
hace de mí un testigo (de cargo) en la implosión del Frente Nacional, victima
de esa escisión fundamental en el plano de la Memoria (entre Colaboración y Resistencia)
Aquí –y fuera también de este blog- evoco a menudo mis años del
seminario de Ecône, así sin más como si se hubieran acabado en el momento que
dejé aquel lugar a finales de los ochenta, como queriendo –subliminalmente aunque
sólo sea, y sin caer de ello en la cuenta- correr un tupido velo (de pudor) que
fueron precisamente aquellos los de mi ministerio/sacerdotal (tradicionalista)
que discurrió sobre todo en Francia en un medio o sector, los tradicionalistas (en
argot francés, “tradi”) desde que me fui de Ecône hasta casi cinco años después cuando me
detuvieron en Fátima a donde me dirigí en línea recta, por tren –y dijeran después
los medios lo que quisieran- desde la casa (prieuré) de la FSSPX, en las cercanías
(banlieue) de la capital francesa. Fui cura, sí, cura tradicionalista o lefebvrista
como nos etiquetaron los medios españoles de la Transición (de izquierdas)
y como nos motejaron a sus ancas –hasta hoy- todos los católicos españoles que
nos miraban u observaban –y escrutaban- cuidadosamente (y con recelo) del otro
lado de la barrera (de la obediencia canónica) Y lo fui, no se olvide, antes,
varios años antes, de convertirme en el cura papicida (que atentó contra el
Papa Juan Pablo II en Fatima) Y de esa época de mi vida contaron poco los medios
–tan locuaces ellos- y no dije yo tan poco ni pío, lo confieso, presa de un
pudor invencible, de respeto humano, de no querer robar o quitar esperanzas a
nadie (o qué sé yo), como un eco o secuela del temor invencible y reverencial a
todo lo que de cerca o de lejos atañe a la santa/madre (Iglesia): de un miedo -aun
mayor en un católico bautizado y educado y crecido y criado en medio católico
como lo fui yo- a las penas o censuras canónicas.
Y no porque tuviera que
ocultar o de arrepentirme de nada, sino porque me hacia falta sin duda tiempo
de hacer el balance de aquel ministerio, de aquella época. Como así me siento
capaz ahora. Fue el mío un ministerio sacerdotal –un tanto atípico es cierto-
movido del celo de la cura espiritual o de la salvación (eterna), en un estado
de espíritu comparable al de los médicos y sanitarios –sean negacionistas o no
lo sean- que se ven empeñados en la actualidad en la lucha contra la pandemia
(o la psicosis de pandemia), como el célebre y discutido doctor Raoult –de
Marsella- que hizo de ello, del derecho (absoluto) a curar y a ofrecer a sus
pacientes un tratamiento (urgente) - su principal prioridad y su criterio o
norma de conducta, sin prestar la misma atención a las pautas de conducta o los
protocolos (de actuación) de las instancias rectoras en materia sanitaria, ni a
los intereses de la alta industria farmacéutica (Big Pharma) ni tampoco en
materia de investigación científica (Augusta Señora) , léase (olímpicamente)
indiferente a los budas o mandarines o pontífices que orientan, controlan y regulan
aquella. Comparable también (“pari passu”) a los psicólogos, que en la época secularizada
que nos toca vivir viene a remplazar a los confesores, que tenían también –doy
fe de ello- no poco de psicólogos, siempre en la linde entre la psicología, la
cura de almas y la medicina. Pero no eso sólo, porque en mi ministerio sacerdotal
me movía también un pathos ideológico sin lugar a dudas, léase una pasión política.
Y que fue lo uno con lo otro bien junto y bien revuelto –lo político y lo religioso-
lo que me llevó a mi gesto de Fatima. De signo “integriste” todo ello, que se podría
y debería traducir al español en las coordenadas de tiempo y de lugar- de un
forma bastante polémica tanto d un punto de vista histórico como político e ideológico
algo de lo que creo haber dejado harto constancia en estas entradas el autor de
estas líneas. E “integriste” en francés se puede y se debe traducir en español
por integrista y tradicionalista y también –horresco referens!- por nazi y
fascista o nazi/fascista. Y no entro en discusión ninguna.
Que piensen los que
aquí me leen –españoles o franceses- lo que quieran. Y es a la hora de intentar
–en una afán un pathos análogo al de los joseantonianos puros en España- trazar
una línea de demarcación o divisoria neta y perenne entre la doctrina católica
–por muy tradicionalista o integrista que se vea vertida en la prédica o en la
difusión de la doctrina- y el fascismo o la ideología nacionalsocialista. Hablo
de lo que sé, de lo que viví, y de lo que recuerdo por un indefectible deber de
Memoria (con mayúsculas) y de lo que vivía y se sentía –en lo que recuerdo aún-
entre mis compañeros seminaristas, en los franceses la gran mayoría y también
en los casos mas o menos minoritarios –la excepción que confirma la regla- como
en el caso de los seminaristas italianos, o del autor de estas línea. O de los
belgas que también los había, como en un signo precursor de mi venida por estas
tierras. Y soy formal y categórico en lo que afirmo. Había entre los franceses
–que no entre italianos (“negros”, “nerii” todos ellos, fascistas o neofascistas
o filo/fascistas)- una barrera tenue y mas o menos invisible –de decantación- entre
la Memoria de
la Colaboración
y de la Resistencia. De
una Colaboración –católica y anticomunista- por un lado-, y por el otro, de una
Resistencia “de derechas”. Con
excepciones como veremos luego que confirman esa regla, de los italianos, los
suizos y también los belgas (…) Con un neto predominio no de los “resistentes”
sino de lo “colaboracionistas”
Y confieso que el autor de estas líneas no la
veía-esa linde de demarcación- de manera tan nítida como la veo ahora. Y era por
culpa de la división –en paralelo- que acabo por extenderse e imponerse allí
dentro -de la que me siento uno de los principales responsables (que no
culpables) en visón retrospectiva-, entre “duros” y “blandos” (mous) (léase
liberales por los segundos y anti-liberales los primeros), a la hora de
enfrentar la autoridad del Vaticano y del papa
de Roma y de desafiar más o menos abiertamente las amenazas –que se
verían cumplidas- de sanciones canónicas. Porque aunque suene a paradójico –y repito
que sólo ahora caigo en la cuenta- en aquella división intestina –que animó y a
la vez amargó (por partes iguales) mis años de estancia allí- las filas de los
duros e intransigentes partidarios de la ruptura con Roma coincidían groso modo
más con los resistentes (de derechas) que con los colaboracionistas (cripto/nazis
o cripto/fascistas) y la memoria que prevalecía allí en las clases y en los comentarios
–aún tras el cruce del Rubicón, de la desobediencia y de la revuelta- eran los
de una Resistencia (Résistance) de derechas. Con las excepciones y salvedades
(ya digo) que confirman la regla. Como
lo era la mía –único español los primeros años d estar allí-, y la de los seminaristas
italianos, y también –¡oh sorpresa!- la de los profesores y seminaristas, inclusive
el director del Seminario, de la orden de canónigos (chanoines) del Gran San Bernardo
–la de los perros y sus barriletes en la nieve, de la imagen tan divulgados y
conocida entre españoles- - de nacionalidad suiza.
De un país que se destacó
como España en la Segunda Guerra
Mundial por su actitud de neutralidad oficiosa como la no-beligerancia española
(….) Y que sin duda sólo por ello –solo ahora también caigo de ello cabalmente
en la cuenta- era el único país de Europa en aquellos años, en aquellos tiempos (azarosos)
de pos/concilio y de mayo del 68 –años setenta y ochenta- que podía dar acogida
(y refugio) a un centro de formación de aquellas características (…) Como
ilustra lo que aquí adelanto –de la actitud de los profesores y seminaristas de
nacionalidad suiza- un invitado de honor del director suizo del Seminario –el canónigo
(chanoine) René Berthod-, no otro que Bernard Faÿ del que hablé en este blog y
que evoco en uno de mis libros, especialista en masonería –y responsable de
Asuntos Masónicos en grado de ministro- del régimen de Vichy refugiado en Suiza
largos años de posguerra y que en determinados periodos de mi estancia allí
vino (a titulo benévolo) a impartirnos un curso en la materia (…)
E ilustra también
lo que digo el que los referentes principales de la corriente blanda –en
nuestro diferendo con Roma- lo fueran figuras como el Abbé de Nantes –que ya
evoqué no hace mucho en este blog-, u otro incluso –que tuve en mis años de
estancia allí como una especie de coco (“bête noire”- el fundador y líder de la Ciudad Católica
rebautizado Office (para abreviar un titulo largo y complicado y difícil dedescifrar
y de traducir) cuando yo allí llegué. Y era Jean Ousset, comprometido con la Colaboración –por sus
(notorios) lazos con la Acción Francesa
y con Charles Maurras- aunque no fuera en la posguerra victima de represión
(judicial) alguna. Y los “duros” en cambio, de los que más cerca (por regla
general) me sentí allí, los más intransigentes a la hora de enfrentar o de pensar
tan siquiera en la ruptura con Roma, eran como digo los tributarios –mayormente
por los lazos familiares- de la
Resistencia francesa, “gaullista”, de derechas. Y sus referentes
–en el seno de la corriente del tradicionalismo francés- lo eran figuras o bien
anodinas en el plano histórico o político/ideológico
o en su momento mal definidas -en esa criba (Resistencia “versus” Colaboración)-,
como el padre Agustín (Maria) –ultra de los ultra/integristas, benedictino
reformador de la estricta observancia - o como el padre Noël Barbara (con
acento final) –de origen maltés o judío/maltes, según las malas lenguas- o como
Jean Madiran (seudónimo literario de Jean Arfel, de ascendencia judía también
acusado y atacado por su pretendido pasado colaboracionista al final de la
guerra, que salió a flote al precio de
distancias o despedidas (como se diría en España) “a la francesa” (….) Y en
unos y otro de los recién nombrados se descubriría como digo –al gran destape
(y como un denominador común) - la ascendencia judía, o judeo/francesa (…)
Una tensión
interna en régimen de equilibrio inestable –entre Resistencia (de derechas) y Colaboración-
que Monseñor Lefebvre consiguió mantener –ante la extrañeza e incomprensión e
irritación de muchos de sus seguidores desde el principio hasta el final. Sin
duda porque no podía ser de otra manera (en un alto eclesiástico como él): como
a imagen y semejanza de las contradicciones
(ideológicas) que encarnaba el propio arzobispo francés, enlazadas en línea recta
a su vez, de ciertos puntos de vista,
con la actitud equivoca mal definida –por o contra la Alemania nazi- que fue durante
la Segunda Guerra
Mundial, la de Maurras y la
Acción Francesa: y fueron por parte las del padre de aquel en suma,
maurrasiano de militancia y de convicciones que alojó en los pabellones de la firma
(textil) de la que era titular y propietario –en Tourcoing en el Norte de
Francia junto a la frontera franco/belga- a tropas inglesas en los primeros meses
de la guerra, y acabó sus días, en deportación en Alemania y muerto allí de
forma violenta lo que valió a su hijo figurar de miembro de una de las masonerías
(blancas), de resistentes (de derechas) “Compagnons de la Liberation”- más
poderosas e influyentes en Francia en la posguerra.
Bad Reichenhall
en las inmediaciones de Berlín. 8 de mayo de 1945. Momento fatídico que va a
llevar al paredón de fusilamiento –a manos nota bene de republicano/españoles
de la Nueve- a
doce jóvenes franceses de las Waffen SS (División Carlomagno). Cuando el Mariscal
Leclercq (gaullista) les increpa por vestir un uniforme extranjero, a lo que le
responden que es lo que él lleva puesto. Un crimen de guerra de la Resistencia, como
otros que desmienten y contradicen ese cuento de buenos y malos –de la Segunda Guerra Mundial- que
Marine Le Pen lleva bien dentro en la cabeza, que habrá llevado a la implosión
del Frente Nacional, y que funda e inspira –como una obsesión- “la des-diabolizacion”
del FN, su principal estrategia ahora
Y Marine Le Pen –y tantos y
tantos a su ancas ahora, en Francia como en España- que diga o piense lo que
quiera. A propósito, qué decir del Frente Nacional y de sus miembros y
adherentes en toda esta historia. Lo mismo o para el caso o mismo que con Monseñor
Lefebvre, el caso –emblemático en extremo, de ambigüedad y de indefinición- de
Jean Marie Le Pen, hijo de un notorio partidario de la Colaboración (petainista)
en su región (la Bretaña)
que su hijo consiguió rescatarlo –lo que sin duda le honra- en la Memoria oficial (de “la Liberation) gracias a
su muerte victima de un accidente , y fue de la bomba que hundió su barco de
pesca –y a él también- que no era mas que una mina alemana, lo que su hijo Jean
Marie Le Pen consiguió –como lo denunciaron hace tiempo allí (con su aquiescencia)
la gran prensa y biografías de gran difusión por cuenta suya- hacer pasar por un
acto de resistencia.
Y confirma lo que aquí quiero decir el mismo título de Frente
Nacional, nombre de una de las formaciones (tardías) de la Resistencia (mayo de
1941), criatura del partido comunista francés que hace pensar a cómo se rebautizó
–idénticamente- el maquis (comunista) español en la incursión (fallida) del
Valle de Arán sólo un poco más tarde. Y esos meandros y vericuetos –de Historia
y de Memoria (de Francia y de las corriente francesas de derechas, en la Segunda Guerra
Mundial como en la guerra de Argelia)-, explican (con creces) y no otra cosa la
implosión a la que absortos) asistimos del Frente Nacional por culpa del desgarro
intestino que habrán protagonizado padre e hija, aquel aferrándose en su fidelidad
a la memoria de la Colaboración
y del Mariscal Pétain, y está literalmente obsesionada con “la des-diabolización”
–neologismo de dificil traducción (y transcripción)-, léase la presentación –una
tras otra- de patentes y credenciales de antifascismo y de pasado en la Resistencia. Eso
es lo que hay, que como aquí decimos, la Historia es la que es. Y Marine Le Pen –insisto y
repito-, que piense o que diga lo que quiera