“El accidente" (1936), autorretrato del pintor falangista Alfonso Ponce de León, exponente pictórico de realismo mágico. Un autorretrato profético en la medida que su autor seria asesinado en las sacas de la cárcel Modelo madrileña, pocos meses después apenas de terminar ese cuadro. El realismo mágico no se inventó del otro lado del charco sino que lo practicó ya la Falange Literaria con treinta años de adelanto, como lo dejó sentado Umbral en “La Leyenda del César Visionario” que despide realismo mágico a chorros, en el episodio del ladrón roba gallina sobre todo, botón de muestra de realismo mágico y profético si los haya. Alegoría profética en clave histórica –con la vista hacia atrás- a fe mía, del nacimiento de la superstición joseantoniana
Noviembre (en su segunda mitad) tiempo de conmemorar, de recordar el pasado, el que que pasó y el que no pasa (ni a tiros ni aunque lo ahorquen) Con actos y ceremonias, y misas (y otros festejos) Misas a José Antonio, un capítulo especial de las conmemoraciones del 20 de noviembre. Y no es porque a Franco no se le digan también sino porque por el carácter martirial de la figura del fundador de la Falange los actos litúrgicos en su honor se llevan la palma sobre todo el resto, y también porque el culto de martirologio que se le profesó desde el principio era más propicio a la liturgia (eclesiástica me refiero) que el culto a la personalidad que en el régimen anterior se instituiría en favor del Jefe del Estado.
Cuando yo milité en el FES en los años del tardofranqusimo –hasta finales del setenta-, a medida que se iba enrareciendo el ambiente en las facultades y la indignación de entonces –de signo marxista o ya un poco pos/marxista ya también- se iba apoderando de los espíritus en la Universitaria madrileña, nos fuimos viendo paulatinamente reducidos los joseantonianos/puros –por muy de izquierdas que nos sintiéramos- a manifestar nuestro falangismoismo/puro a las puertas de la iglesia, al final de la misa por supuesto que es cuando empezaban propiamente los festejos.
Misas de campaña entre los gudaris vascos separatistas durante la guerra civil del 36. ¿Cualquier parecido con la realidad (de las misas por José Antonio de hoy) pura coincidencia? No, en la medida que era la misma misa/católica –sacrificio de propiciación de un dios (judío) ofendido y agraviado (por los pecados de los hombres) Sí, en la medida en que entre unas y otras había pasado ya mil diluvios, el concilio vaticano segundo entre otrosRecuerdo una todavía fija en mi retina en la iglesia (de cuyo nombre no me acuerdo ni quiero acordarme en Ferraz esquina a Marqués de Urquijo) cercana a la actual sede del PSOE en la que como un ritual ya establecido y programado de una parte y otra (se diría), y tras el canto del cara al sol de rigor en el atrio del templo a la salida, y de habernos desgañitado un rato con nuestros eslóganes subversivos a fuer de joseantonianos –o así era al menos lo que nosotros nos creíamos-, acabó cargando la policía armada (de aquellos tiempos), pero yo para aquel entonces, a punto de dejar la organización, no tenia ya ni el espíritu ni la mente en aquello y dejé correr un rato a los que querían que les corriera la policía armada de entonces. Nadie me reprochó nada después porque debían tal vez darse cuenta que yo andaba en otra cosa, en busca de otros rumbos quiero decir, como poco después lo pondría claramente de manifiesto.
¿Aquello eran misas? Si se quiere, sí, unas misas de una liturgia o paraliturgia especial, a saber las misas/por/joseantonio, con su ritual propio e intransferible. Y hoy cuarenta años después de aquello, a tantos años ya del concilio y no pocos después también de la muerte del papa Wotjyla que trajo una restauración in negable en las formas litúrgicas (“ma non troppo) la liturgia joseantoniana sigue en vigor –o en vías de extinción como se quiera- como si no hubiera pasado el tiempo, como si las iglesias no estuvieran ya vacías por todas partes, en comparación sobre todo con lo que era la práctica religiosa en la España de entonces.
Superstición joseantoniana. Verba volant exempla trahunt. Las palabras vuelan, reza el adagio clásico. Quiere decirse que una vez escritas o pronunciadas ya no hay quien las pare, por mucho que se quiera quitárseles hierro. La fórmula (y su diágnostico) se la debo –aquí ya algunos deben saberlo- a Francisco Umbral que la emplea por su cuenta y riesgo en su obra La Leyenda del César Visionario, en el episodio sobre el ladrón roba gallinas –el Falso José Antonio que hacia el final de la guerra civil se hizo pasar –con éxito- por el Ausente, en la zona nacional, en su retaguardia. En la novela y sin duda en la realidad también de los hechos, o en “la realidad mágica” de los hechos (…)
Y confieso que la primera vez que lo leí me dejó no poco escandalizado, pero a la fuerza ahorcan como dice el refrán, y al final acabé haciéndola mía. Es obvio que el culto a la personalidad que siguen profesando algunos –muchos, pocos, la verdad que no lo sabría decir- a la figura y a la memoria del fundador de la Falange, tiene no poco de supersticioso, y la cosa es tan obvia y evidente que no merece la pena tan siquiera el tatar de demostrarlo. Pero no sería ni justo ni honesto echarles toda la culpa a ellos. Porque como reza la biblia, que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Instantánea de la llegada de los restos de José Antonio al Escorial, el 30 de noviembre de 1939. El culto al Ausente, o en otros términos la superstición joseantoniana –tolerada por Franco e impulsada y escenificada por los falangistas del régimen (Ridruejo a la cabeza de todos ellos)- se vería revestida en sus inicios de una liturgia o paraliturgia inconfundible y sirva la foto de simple botón de muestra apenas, con el paso de los años no obstante, el culto de martirologio subsistiría pero el acompañamiento litúrgico o paralitúrgico –y coreográfico por supuesto- acabaría ajustándose a los cánones, antes de desaparecer o hacer mutis por el foro, como/dios/manda. Subsistirían no obstante a modo de rescoldos unos acompañamientos en materia ritual propios e intransferibles. A saber las misas por José Antonio. Que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Porque ni la iglesia ni el catolicismo se vieron libres de la acusación –de superstición- en el curso de su historia. Ni el cristianismo -o judeo/cristianismo primitivo- tampocoLa acusación de superstición es vieja tanto en la historia del cristianismo primitivo como en la historia del catolicismo y de la iglesia católica (y romana) Lutero acuso abiertamente de superstición a la Iglesia de Roma e hizo blanco de sus críticas y de su ataques, a la misa, a la institución (sic) o al sacrificio/de/la/misa en lo que veía residuos del paganismo y superstición y abominación en definitiva. Y el tiempo se diría que vino a darle la razón porque cuatro siglos después en ese punto concreto de la misa, de la eucaristía, la iglesia católica vino grosso modo a asumir sin escrúpulos ni complejos los postulados del célebre reformador alemán, al que había condenado cuatro siglos antes, con todo lo que aquella condena traería consigo (…)
No voy a entrar ahora en discusiones en ese punto que me dan una pereza enorme y que hoy ya –en el sestado actual de las mentalidades- no me aparece que lleven ya a parte alguna. Simplemente dejar constancia que en ese punto concreto, el obispo Lefebvre -arzobispo que me diga- llevaba razón, desde el punto de vista de la historia de la iglesia (y de los dogmas) quiero decir, aunque también a él el tiempo que todo lo disuelve se la acabaría quitando. Así lo veo desde luego con la perspectiva del tiempo ya transcurrido de toda aquella movida –en la que me vi tan directamente envuelto- de tradicionalismo católico o del lefevrismo como le llamaron los medios en España y la mayoría de los españoles, con deje de ironía y de desprecio por leves que fueran y si acaso más hirientes entonces- precisamente por eso.
Y puestos a rizar el rizo cabría decir también que si la liturgia o paraliturgia joseantoniana sobrevive aún, lo es en la medida que vino a ofrecer en algunos un alternativa –en el plano de las creencias y de las ceremonias- a un catolicismo tradicional, en sus formas litúrgicas tradicionales quiero decir que a partir del concilio vaticano segundo estaban ya como quien dice tocadas del ala (…) Para el domingo esta anunciada una misa por el alma de José Antonio en el Valle de los Caídos.
Por su alma y su cuerpo/glorioso, hay que presumir, que conforme al dogma de la resurrección de los muertos que la iglesia no derogó en el concilio o por lo menos no de forma abierta, el cuerpo de José Antonio vendría a resucitar al final de los tiempos –y de la historia- ...a pesar del estado lamentable –atrozmente mutilado- en el que sus verdugos –anarquistas, los que con él más se ensañaron desde luego (un dato histórico hoy ya irrebatible)- lo dejarían al final a todas luces, de lo que da idea que no se hiciese autopsia alguna de su cadáver. Pero sin duda por aquello de que la fe mueve montañas a sus devotos incondicionales no parece que les pese mucho esa versión moderna joseantoniana del dogma de la resurrección de los muertos.
Dionisio Ridruejo. Fundador de la superstición joseantoniana. En parte por desconocimiento de las verdaderas circunstancias (atroces) de la muerte de José Antonio en Alicante (y de sus últimos meses de vida preso), de las que Franco estaba mucho más al tanto que él y que los demás falangistas del régimen. La superstición joseantoniana no obstante ayudó (poderosamente) a ganar la guerra bajo la dirección del mando supremo de la España nacional entonces. Esa es la (gran) “traición” que algunos joseantonianos siguen sin perdonar al anterior jefe del estado. El haber ganado la guerra como fuera. El haber superpuesto los intereses de la marcha de la guerra a la revolución/pendiente. De una guerra que no se terminaría el primero de Abril sino que se continuaría –sin paz firmada ni armisticio- hasta nuestros díasPorque el concilio engatusó a muchos de buen a fe –en España desde luego a la inmensa mayoría- con el señuelo de querer liberar o descargar a los creyentes del peso del costal de dogmas y de creencias que en nuestra época contemporánea venían a abrumarles y ahogarles y a asfixiarles más que otra cosa. Y tal vez muchos lo vieron –y lo vivieron- así, pero el freno brusco) no tardo en producirse cuando desde las alturas –o entre bastidores- de la institución milenaria se dieron cuenta palpable que estaban perdiendo lisa y llanamente el control –léase el poder omnímodo- sobre la conciencia de los fieles.
Y vino como digo el frenazo y la marcha atrás, en materia de moral individual sobre todo, en todo lo relacionado con la moral y las buenas costumbres y de preferencia, en todo lo relacionado con el sexo tabú intocable en el cristianismo des los orígenes, y botón de muestra inmarcesible del sello judío o judío cristiano del catolicismo occidental (y romano) Y fue primero con Pablo VI –el papa filo marxista en la imagen que dio de él- que acabó condenando al infierno –léase al infierno de la culpa- a legiones de (jóvenes) conyugues en el mundo entero por culpa de la píldora anticonceptiva, y luego ya de forma arrolladora con el papa Wojtyla en todo lo relacionado con la sexualidad y digo, pero en particular en el tema del aborto, buque insignia (acorazado) de su larguísimo pontificado.
Y así ahora algunos por lo que se ve –muchos, pocos- se sienten obligados por razón de fidelidad a sus convicciones político/religiosa a creer en la vuelta del nuevo/cristo José Antonio en gloria y majestad, léase al triunfo de su revolución/pendiente, lo que vendría a ser la versión joseantoniana del dogma de la resurrección de los muertos. Sin excluir por supuesto su resurrección en alma y cuerpo en virtud de un dogma mayor, mucho más antiguo que el culto al Ausente (de la guerra y en la posguerra) Para un viaje así querido Sancho, no necesitábamos alforjas (ni concilios)
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