Pedro Sanchez acaba de declarar que por haber exhumado a Franco, pasará a la Historia. Al tiempo, (que como dicen los italianos es "galantuomo", y pone a todo y a todos en su sitio, de buenas maneras) Es posible, pero está aún por ver mientras continua la guerra de memorias. Por ahora van ellos ganando, de quién va ganar al final es tan incierto en cambio apostar (o lo parece) como del desenlace final de la guerra entre Ucrania y Rusia, que me diga de Rusia -Estado y pueblo unidos- contra la OTAN. Pero bueno, la guerra es la guerra -y en la guerra como en la guerra-, y la memoria es la memoria. Quiero decir que mientras la sangre no llegue (otra vez) al río, con su pan (un decir) se lo coman.
Hay no obstante algo en esa guerra de memorias que me cuestiona - o interpela como aquí le dicen- y es el tema de las fosas. Aqui ya escribí y lo rubrico, de mi extrañeza e incomprensión ante la consternación y desolacion (grande) en los defensores y representantes y herederos y portavoces de la memoria de los vencidos, de no ver a los suyos enterrados como dios/manda o como es debido, ellos (lo suyos quiero decir) que tanto se cebaron con las sepulturas ajenas, hasta bailar (exhumándolos) con los muertos sin la menor piedad, en la imagen al menos tan macabra que para los restos dejaron, con razón o sin ella (por lo que fuera) Un paso adelante (sin dos atrás) el que doy ahora en el camino de la empatía sin que ello empañe (en lo más minimo) mi memoria.
Y es que puestos a pensar, una cierta comparación me parece posible entre su desazón, la suya, con la mía que es de no saber dónde situar bien -como lo hice siempre- en un lugar, hasta el fin de los siglos los restos de los mios, una vez que mi fe/judía -o judeo/cristiana (Nietzsche díxit)- en la resurección de los muertos, se me fue como las hojas secas o tantas otras cosas (...) Y ahí se me ocurre de pronto encontrar la raíz oculta del desazón y rebeldia de aquellos que el paso del tiempo no consigue apagar (se diría) Recoge Antonio Machado en sus escritos para La Hora de España -publicación para consumo de los soldados del frente del Quinto Regimiento (Partido Comunista)- los textos más crudos (y de un tufo filonazi de tirar para atrás, dicho sea de pasada) -que las tropas aquellas de un sorbo se bebian-, del "Sein und Zeit" de Martin Heidegger (un respeto), precisamente sobre la Muerte y sobre la Nada (en aleman Nichts, que suena más fuerte y estridente todavía)
Y hace ya muchos años, en un escrito de una de mis publicaciones confidenciales aquí -que a fe mia no sé donde vino a parar- sobre Ignacio de Loyola y su libro de Exercicios, -en el marco de la hora/vasca (léase del desafío y agresión de la ETA) que entonces vivíamos en Bélgica (sobre todo en la zona flamenca)-, se me ocurrió algo a modo de hipótesis que me parece aún más plausible y creíble hoy en visión retrospectiva, y es que el vasco (o "vizcaino" -de Güipuzcoa- como entonces se decía), fundador de la Compañia de Jesus, soldado (valeroso y fiel) al servicio de Carlos V y prisionero de los franceses en Navarra -caballo y campo de batalla entonces entre el Imperio español y la monarquia francesa- vertió todas aquellas reflexiones tan macabras para algunos y tan pueriles hoy en cambio para otros muchos, en su meditación célebre sobre las penas del infierno y en su apartado no menos célebre de"aplicacion de los sentidos", como en un ensayo de exorcismo (profano) o de conjuro de la imagen -de la Nada- tan aterradora y sobrecogedora y desalentadora (y heladora, glacial) que le habia puesto bien delante de los ojos la realidad (atroz) de los horrores de la guerra, de la guerra me refiero: no la cantada o vista de lejos -como deploraba Francisco Umbral en los laínes falangistas- sino la bien vivida (en propia carne) y observada de lo más cerca (...) En clave todo ello del bagaje cultural católico/romano que era el de la España (barroca) de entonces, y el del propio Ignacio de Loyola, y en el marco (nota bene) de guerra de religión que fue el de la época aquella (...)
Y puesto y aplicado todo ello en clave (y a distancia) de la memoria de los vencidos de la guerra civil (del 36), se me ocurre de pronto que tras la (terca) reivindicación de la apertura o reapertura de las fosas -entre dosis no pequeñas, no se olvide, de revanchismo partidista (y guerra civilista)- es fácil ubicar y reconocer un mismo empeño o tentativa de conjurar o de exorcizar por medios cualesquiera, como sea, ese espectro de la Nada (aterradora) atroz que dejaron en ellos como en los otros -en vencidos como en vencedores (en venecedores de entonces, me explico, y vencidos o perdedores de ahora) -como la mosca de la guerra (de la polio) o como la legion de ciegos, desfigurados, mutilados, desgraciados (de por vida) y de tantas otras lacras y cosas-, las secuelas lúgubres y macabras de la guerra.
Pero ese fantasma amedrentador no lo conseguirán conjurar a base de exhumaciones, sino de un equilibrio sensato y terapeútico entre el Olvido y la Memoria. De lugares de Olvido al lado de lugares de Memoria (...). (Y paz donde hubo guerra y aquí no paso nada. A buen entendedor pocas palabras sobran)
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