En esta biografía apasionante -lo que no cabía esperar menos de su autor-, crítica y ecuánime y objetiva a la vez, que acabo de terminar de leerme, se viene a decir que lo que en el fondo movió siempre al general De Gaulle a lo largo de su (larga) trayectoria fue la convicción intima e inquebrantable -e insensata a primera vista- de venir a encarnar a Francia, su propio país, en su propia persona. “La France c'est moi” Como en una oscilación perpetua entre la grandeza (“grandeur”) y la nada (“le néant”) o el vacío. Mutatis mutandis -y que se piense de mí lo que se quiera-, un sentimiento irresistible me embargó los años de la era felipista interminable que viví -desde el 87- en Bélgica, que me llevaba a exclamar para mis adentros ”¡España soy yo!” ante lo que me parecía una descarada e insolente usurpación de imagen -de España y de los españoles- por parte de Felipe González en sus años de gobierno. Un protagonismo y un estrellato casero y a la vez internacional -penoso e insoportable a fe mía por demás- que Felipe González parece querer recuperar ahora como sea, para él o sus ahijados políticos, sin vacilar siquiera ante el jaque al Rey, escondido y bien visible por detrás del bloqueo -y del chantaje- "marca PSOE" al que atónitos asistimos los españolesFelipe González, con sus declaraciones beligerante de las últimas horas a una emisora colombiana -su país de adopción-, habrá dado (sin quererlo) la señal de alarma que la situación es mas grave de lo que nos creíamos. No es sólo la clase política ni la coyuntura sino España entera la protagonista (por pasiva)de la crisis a la que asistimos. No es un bloqueo trivial ni una crisis como otra cualquiera -como la de los belgas hace unos años- sino que se ve acompañada por el contrario de síntomas inequívocos, inquietantes y alarmantes que la frágil paz aparente que conocimos entre tormentas y bonanzas -hasta hoy- los españoles al salir de la transición amenaza con saltar en pedazos antes tal vez de lo que muchos se imaginan. El partido más votado (sic) y el candidato mas vetado (sic), dice ahora el veterano político socialista refiriéndose al jefe de gobierno en funciones. No es justo ni ecuánime ni objetivo lo que Felipe González dice ahora, en contradicción flagrante por cierto con lo que declaraba aún no hace mucho.
El partido más votado y el mas vetado también, como lo viene a ser su candidato. Nada nuevo bajo el sol por lo demás. Tan vetado como lo fue el PP de los tiempos (infelices) de la era interminable que presidió desde el gobierno de la Nación Felipe González Márquez (¿de los Márquez de Triana o de los del Albaicín de Granada?, y no sigo por esa vía que me pierdo) Y fue el que consiguió imponer él durante años contra la derecha, léase la derechona como la llamo (adulón) Umbral haciéndole a la izquierda no poco el juego. Hasta que se distancio (a tiempo) de ellos, con aquello precisamente de “¡yo he venido aquí a hablar de mi libro!”, y es que ese libro -detalle olvidado- llevaba el titulo tan poco trivial de “La Década Roja”, una palabra -esa de rojo o de roja- que estaba formalmente proscrita (doy fe de ello) en la política española y en su actualidad periodística de entonces desde que el PSOE llegó al poder en el 82 (estando yo ya preso en la cárcel portuguesa)
Un boicot y un bloqueo -contra la derecha (o la derechona)- que consiguieron imponer durante años hasta que esa parte de la sociedad española -la España de derechas, para entendernos- que tenían amordazada y de pies y manos atados desde el 23-F y su desenlace empezó a reaccionar y a sacudirse el miedo y los complejos, al socaire del los nuevos vientos que traerían la caída del Muro, el final de la URSS y el derrumbe del sistema comunista, en Rusia y en los países (europeos) de al antigua cortina de hiero. Y ahora vuelta y dale, con un bloqueo del tipo izquierdas contra derechas que no se ve ya en ninguna aparte, en la Europa de la UE por lo menos. El PSOE es una reliquia de guerra civil,- lo dije y lo mantengo-, que tiene que renovarse -léase romper con su pasado guerra civilista- o morir ya de una vez y dejarnos en paz “in saecula” al conjunto de los españoles. Llegué a Bélgica en el 87, a falta entonces todavía -¡ay dolor!- de nueve años de era felipista (interminable)
Y a fe mia que ese monopolio de imagen -de la imagen de España y de los españoles- de la que disfrutaron durante todos esos años Felipe González Márquez y tras él todos sus partidarios (y correligionarios), me olía a mí a usurpación como suena. De la propia imagen y de la propia identidad (mucho más grave),individual como colectiva. Y confieso que esa experiencia tan dura e ingrata, de una expatriación que tenia tanto de exilio político con todas su inconvenientes y sin ninguna de las ventajas de los exiliados políticos, en la que mi identidad personal y colectiva (de español en un país hispano o ex hispano como lo fue o lo es Bélgica) se veía a la vez puesta a prueba y en entredicho, reforzaría en mí ese sentimiento (lacerante) que arrastro de antiguo de haber venido haciendo patria en solitario en el extranjero -por cima de los Pirineos- sinque se me reconociera, hasta el punto que acabé por sorprenderme a mi mismo imitando (no a sabiendas) aquello que llegó a proferir el General De Gaulle -del que acabo de terminar de leerme una biografía (crítica y ecuánime) apasionante, de Dominique Venner, anti-gaullista si los hubo-, de “La France c'est moi”
“España soy yo”, me decía yo a menudo por mi parte -para mis adentros- los años de la era felipista en Bélgica, viendo al carismático o mas bien “mediático” Felipe González Márquez en primera plana de los medios belgas cada dos por tres, ocupando el espacio publico y monopolizando la imagen de español/arquetípico como así se tendía a presentarle en los medios y en la opinión publica de estos países bajos españoles (sic) -Pays Bas Espagnols- como así fueron llamados antes de dar nacimiento al estado belga independiente. Y ese reflejo irreprimible se acentuaría en mí tras oírme decir en alguna ocasión -¿inocentemente?- “¿sabe usted que ese hombre y usted se parecen?", por parte de interlocutores (belgas) a los que antes había hecho partícipes de mis ataques hacia el que parecía entonces un político (socialista) incombustible.
Y a fe mía que lo mismo que escribió Umbral, que no se reconocía en aquellos hermanos de leche -de la misma ama de cría- que tuvo en su infancia infeliz y desvalida de hijo de padre (oficialmente desconocido) no me reconocía yo tampoco en ese jefe de gobierno español (y socialista) de aires tan “flamencos” y desafiantes -y de labios tan carnosos-, rechazando en lo mas intimo de mí aquellos falsos/parecidos, y me entraban al contrario unas ganas irresistibles de encerrarme a solas y de poner a mirarme en lo mas hondo del espejo “para saber de donde vengo”, como decía el protagonista -en búsqueda de su propia identidad- de una novela escrita en francés de autor oriundo (Michel del Castillo) sobre la guerra civil española. Felipe González era el hijo de un antiguo socialista andaluz líder de la casa del Pueblo -por lo que leí en una ocasión en un reportaje publicado en la prensa española- de su barrio o arrabal sevillano al estallar la guerra civil. Y de una madre, mujer piadosa y de su casa como tantas madres españolas. De la que debió debió heredar él ese tufo -progre, a agua bendita (de la después del concilio)- que presidiría los inicios de su trayectoria. En la posguerra tenían una vaquería donde crecería su hijo. Al olor de las vacas y de los establos.
Y a mucha honra, me curo en salud de inmediato que no se me pueda acusar de clasista, o de elitista y de otras lindezas por el estilo. Lo que le permitió a su progenitor sin duda el darle estudios con ayuda también (nota bene) de la santa/madre iglesia -y uno de sus antenas o tentáculos de apostolado en entre la clase obrera- que le costearía la ampliación de sus estudios universitarios precisamente en Bélgica como ya lo recordé en reciente entrada. No se me negara no obstante que les sacó buen rendimiento, tanto a sus orígenes -léase a su (modesta) extracción social- como a sus ideas. Leí ayer de él -cosa que ignoraba- que esta en posesión de la nacionalidad colombiana (un respeto) lo que apunta a los buenos amistades y contactos que debe tener del otro lado del charco, a imagen del mejicano (de origen libanés) Slim, que pasa por ser su amigo.
Unos tantos y otros tan poco. Y es que no puedo evitar -como lo acabo de hacer en reciente entrada- el compararme cuarenta año después -y al cabo de mi larga expatriación- con algunos sociatas (en ciernes) con los que me crucé antes de dar inicios incluso e mi “jornada europea” (hace ya casi treinta años) En particular con el cabecilla mayor de todos ellos, al que también conocí antes de los diluvios -léase antes de mi gesto de Fátima- como ya lo tengo recordado recientemente aquí y de lo que el propio interesado se hizo (amplio) eco en la presa española cuando me detuvieron en aquel santuario portugués (el 12 de mayo del 82) con ocasión de la visita allí del papa Juan Pablo II. Unos tantos y otros tan poco, digo.
Y a fe mía que tan larga expatriación de la que les hago a ellos -sin complejos- en parte responsables, no es en modo alguno ajen de esa libertad interior de la que me siento asistido a la hora de recoger el guante del desafió -como estoy haciendo en las últimas entradas de este blog- de ese nuevo chantaje que le están echando a la sociedad española y a su sistema político. Doblado de un jaque al rey -como parecen insinuarlo las horas que corren las declaraciones de una de sus representantes- (*), que huele a plante insurreccional y a guerra civil interminable, por supuesto
(*) Escribí estas últimas lineas bajo la impresión -distorsionante- de la presentación que hace en sus titulares de hoy el diario Libertad Digital de las declaraciones de Margarita Robles sobre la investidura. Lo de Felipe Gonzlaez me suena a chantaje, es cierto, lo de la juez socialista no me atrevo a afirmarlo en cambio
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