Joaquín García Morato, jefe de la Escuadrilla Azul (y falangista) De una actuación decisiva -junto con la Legión Cóndor- en la batalla del Jarama donde arrebataron el dominio del aire a la aviación rojo/republicana que ya no volverían a recuperarlo en el transcurso de la guerra. La ofensiva de los nacionales en el Jarama desembocó en una batalla de desgaste -especie de repetición general de la batalla del Ebro- , que se saldó por una victoria psicológica del bando nacional en el emblemático Cerro Pingarrón, posición avanzada de las tropas nacionales por detrás de las lineas enemigas -del bando rojo- desplegadas a lo largo del río Jarama, que cambió en la fase final de la batalla varias veces de manos hasta quedar en poder de los nacionales, lo que selló el final de los combates y el verdadero desenlace de la batallaLa batalla del Jarama es a no dudar una asignatura pendiente -no la única, es cierto- de la historia de la guerra civil española. Y en el esclarecimiento (urgente) que se merece con vistas a forjarnos de la misma un juicio definitivo, corresponde sin duda un papel importante si no decisivo a un curioso museo sobre aquella contienda tan emblemática de nuestra guerra civil sin parangones en la España actual (en materia de museos o de centros de estudios sobre nuestra guerra civil), abierto en la localidad madrileña -al sur de la provincia entre Chinchón y Arganda del Rey- de Morata de Tajuña, objetivo de la ofensiva nacional en aquel sector del frente y escenario importante del desarrollo de la batalla aquella, que el autor de estas líneas habré tenido ocasión de visitar hoy jueves, en el marco de mi actual visita a Madrid donde efectúo una breve estancia desde principios de esta semana. En la historiografía dominante sobre la guerra civil española la batalla del Jarama se ve presentado como una batalla inútil e incomprensible que acabó en tablas, al cabo de pérdidas cuantiosas (léase cuantiosísimas) de uno y otro bando.
Como tal, la imagen dominante y aun hoy en vigor y a modo de corolario es la de una derrota estruendosa de los nacionales en su ofensiva en aquel sector que no alcanzó su objetivo último, a saber el corte de la carretera de Madrid-Valencia en el marco de una maniobra de envolvimiento por parte de las tropas nacionales del Madrid rojo republicano semi/cercado desde el mes de noviembre del año anterior de resultas de la cuña abierta por la columna del Ejército del Sur -tras la toma de Talavera y la liberación del Alcázar- en el frente de la Ciudad Universitaria madrileña que alcanzó su punto culminante en la toma de Hospital Clínico, en poder de los nacionales partir de entonces hasta el final de la guerra.
En realidad, la batalla del Jarama fue una especie de repetición general de la batalla decisiva y de mayor envergadura de la guerra civil, a saber la batalla del Ebro, con la que los rojos trataron sin duda de poner en práctica las lecciones cruciales de la batalla del Jarama sin incurrir en los errores entonces cometidos por uno y otro bando. Una ofensiva a través de la linea de frente trazada de antemano por una cuenca fluvial fluvial -la del Ebro en vez y en lugar de la del Jarama- convertida al cabo de los escarceos iniciales -cruce del Ebro por los rojos y el aguante de la ofensiva por parte de los nacionales tras la sorpresa inicial a en sentido inverso y la formación en una bolsa análoga a la que llego a diseñarse por momentos en el Jarama un año antes-, en una batalla de desgaste que se saldo al final con el paso del Ebro en sentido inverso por la avanzadilla de los rojos que lo habían cruzado unos meses antes, y con una victoria psicológica de los nacionales como la había sido en el Jarama el desenlace final de los combates en torno al cerro Pingarrón que en la fase final de la batalla aquella en el espacio de cuatro días cambió un montón de veces de manos, hasta que los nacionales gracias, sobre todo a la aportación decisiva de las tropas marroquíes y de algunas actuaciones heroicas individuales de oficiales (y aviadores) del bando nacional acabaron quedando por encima y en poder del mítico cerro, lo que marcó el principio del fin de la batalla y sellaría su desenlace, a penas dos días mas tarde.
Y confirman esa impresión de victoria psicológica -del bando nacional- en el Jarama, las bajas de los rojos considerablemente mas cuantiosas -de una diferencia del orden de los diez mil efectivos- de los cuales un altisima proporción lo fue de integrantes de las Brigadas Internacionales, lo que venía a poner clamorosamente al descubierto el papel de carne de cañón -reconocido hoy en el consenso unánime de la historiografía española y extranjera- que se les reservó en zona roja sin duda conforme a consignas bien precisas del Quinto Regimiento comunista y del propio Stalin. Otros indicios infalibles lo fueron el empeño en los combates - decisivos a la hora de frenar el avance nacional- de fuerzas considerables de artillería y de carros de combate de fabricación soviética -a cargo de “consejeros” de esa procedencia- y la intervención de la Legión Cóndor y de la Escuadrilla Azul de García Morato, que pusieron fin nota bene al dominio aéreo de los rojos -indiscutible el primer año del conflicto- que no recuperarían ya nunca más en el transcurso de la guerra.
Y en esa perspectiva, seguir manteniendo que la batalla del Jarama quedo en tablas (sic), sin más, no deja de ser un tópico manido en extremo de guerra de propaganda, e ilustración flagrante del choque de memorias antagonistas sobre la guerra civil española
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