viernes, septiembre 16, 2016

POESÍA LATINOCHÉ Y GUERRA DE RAZAS

Eduardo Carranza (Januario Eduardo Carranza), un gran poeta colombiano -y mestizo-, hispanista (y joseantoniano) ferviente que renegó a las claras de la rebelión mestiza anti-española que vino a camuflar la (llamada) Emancipación Americana. Padrino literario nota bene de un (muy) joven Gabriel García Márquez. Cantó a España y a Castilla con torrencialidad americana y con la misma pasión arrebatada que si hubiera nacido en la Península. Un ejemplo prototípico de ese patriotismo de estirpe (José Antonio díxit) que le redimía a él con creces del drama -individual como colectivo- que consciente o no arrastraba, léase el conflicto irresuelto de sus orígenes (los suyos como los de grandes sectores de población de la América ex-hispana)
América, la América hispana o ex-hispana me refiero, es para muchos un tema, para mi en cambio un problema -como decía Ortega (o decía Umbral que decía aquél) de Miguel de Unamuno. Y como habrán tenido ocasión de comprobarlo repetidas veces lo que aquí me leen. Algo que asumo, plenamente consciente no obstante que no es asunto baladí y a sabiendas de las ampollas que puedo levantar entre algunos -muchos, pocos- de este lado como del otro del charco (léase del Atlántico) Viví años y medio en la América ex hispana -concretamente en Argentina- hace la friolera de treinta y cinco años y durante mi estancia allí o ya al fin de la misma tuve ocasión de visitar otros países (luso) hispanos, el Brasil -que ya conocía de antes-, Chile, Uruguay, y ya de vuelta hacia Europa, Ecuador, Colombia, y Méjico.

No puse el pie en cambio en América Central, ni en Cuba tampoco por razones más que obvias en este último caso. Ni tampoco en el Perú que llegó a ser uno de los dos grandes virreinatos del imperio español de América, y no se me escapó hasta hoy que los países que quedaron fuera de mi itinerario entonces, por su particular idiosincrasia cultural, léase por lo articular y complejo a la vez del peculiar legado que les dejo la presencia hispana, me habrían enseñado no poco y tal vez me hubieran movido de mucho antes a levantar de nuevo -como me lo vengo planteando cada vez con más frecuencia tantos años después de aquella experiencia mía (un tanto traumática) americana- los puentes que entonces quedaron irreversiblemente rotos (en mí) prácticamente hasta ahora. Y todo ello me venía a la mente, echando un vistazo hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid -que habré venido asiduamente visitando los días pasados desde mi llegada a la capital de España por una breves vacaciones a comienzos de la semana pasada- a la obra de dos autores emblemáticos por múltiples razones de las letras en la América (ex hispana) de lengua española.

Uno de ellos, hispanista de corazón y de trayectoria, el colombiano (de nación) Eduardo Carranza -nacido Januario Eduardo Carranza- que fue uno de los nombres mas representativos en ese sector (sin duda minoritario) de la intelectualidad de los países de la antigua América española que gravitaron en la órbita del régimen de Franco en la posguerra y de ese instrumento tan dinámico e influyente de la política cultural del mismo que fue el instituto de Cultura Hispánica Eduardo Carranza estuvo de representante cultural de su país en España en la segunda mitad de la década de los cincuenta y la deuda gratitud que a todas luces arrastraba de su estancia -con toda su familia- entre españoles se vería saldada con creces por su discurso de ingreso a principios de la década de los sesenta en la academia colombiana de la lengua, “Poesía del heroísmo y de la esperanza”, que era un canto exaltado a España a su pasado en América, a su cultura y su patrimonio histórico, y cultural y literario, y a algunos de las figuras mas emblemáticas -y comprometidas- de nuestra historia en el siglo XX como lo fue José Antonio Primo de Rivera. Y por paradójico que parezca ese hispanismo tan exaltado -e ideológicamente beligerante- a la vez del poeta colombiano n o lo indispuso en modo alguno con grandes nombres de poesía americana de lengua española, algunos de ellos autenticas vacas sagradas intocables como fue el caso de Pablo Neruda que le favoreció siempre con su amistad antes y después de su expriencia española.

La poesía de Eduardo Carranza, de gran originalidad, se reviste de una gran pureza lingüística y gramatical y a la vez, de un toque americano -y representativo en particular del area del Caribe- innegable e inconfundible, como lo ilustra su célebre poema “El sol de los venados”, con el telón de fondo de los rojos atardeceres  de su infancia en su comarca natal colombiana. El otro autor hispano -o ex-hispano- al que habré hincado el diente en mi incursión por los catálogos y los fondos de la Biblioteca Nacional en Madrid lo habrá sido el cubano Gastón Baquero, refugiado (político) en España tras la entrada de Fidel Castro en la Habana (enero del 59), en Madrid, donde fallecería tras su largo exilio español, en la década de los ochenta, y del que el Che Guevara llegó a decir -y reconociendo asi su innegable prestigio dentro y fuera de Cuba-, como lo leí, viviendo ya en Bélgica, en la necrología que le dedicó el diario francés- Le Monde que había preferido a los rigores de la Revolución, la molicie (sic)de las playas del fascismo en alusión a España y a su régimen de entonces.

De Gastón Baquero leí hace ya mucho un trozosuyo (de principios de los cincuenta)  de poesía lírica – prototípica y emblemática en extremo de su prosa y de su lirismo torrenciales, a fuer de exuberantes-, y era una larga parrafada de un texto necrológico que llegué a aprenderme de corrido, que aquél dedicaba a un cantautor cubano -allí les llaman trovadores-, Manuel Corona, nativo de Santiago de Cuba, de raza negra. Donde se evocaba el Santiago de Cuba parrandero, lleno de sandunga (sic), de ron, de nostalgia y de ajonjolí, y el ocaso de los trovadores de aquella localidad tan arquetípica de la geografía cubana.

"Y ahora se van -escribía (florido y torrencial) Gaston Baquero de lo que recuerdo-; el último en unirse a los que moran en la región del sueño interminable lo habrá sido Corona, bohemio impenitente de los de alma desgarrada" Lo que da ya el tono de la prosa y de la obra y de la personalidad de este mulato genial. Mulato , sí, Gastón Baquero, y no menos mestizo el colombiano Eduardo Carranza, a imagen y semejanza del gran referente de uno y otro, a saber el nicaragüense Rubén Darío al que Umbral -Valle Inclán interpuesto- llama negro (sic) en esa obra suya, que tuve ocasión de consultar hoy también de “Los alucinados” Lo que le habría reprendido acerbamente el también colombiano Álvaro Mutis-que fue también amigo de Carranza.

"No llames negro a Rubén", le habría recriminado aquél ¿Detalle trivial? Todo menos evidente, que sea puramente anecdótico ese lazo de parentesco literario y racial a la vez entre ilustres hispanistas y exponentes no menos ilustres de las letras en lengua española del otro lado del Atlántico, y de este también si se me apura. A ese respecto, leí también no recuerdo dónde una semblanza de Umbral dedicada a Gastón Baquero, en la que le evocaba en compañía del canario Vicente Marrero -director un tiempo de la revista "Punta Europa" (del Opus Dei) en la que Umbral colaboró-, en una ambiente reciproco de tanta sintonía y afinidad psicológica y armonía y de tanta química entre ambos, entre el cubano y el canario, que llevaban a Umbral a evocar un no se qué de racial, de étnico (o étnico/cultural) que acaso les unía

¿Mulatos o mestizos los mejores guardianes de la pureza del castellano en América, y de cultivadores de los mas excelsos -con una personalidad y un a musicalidad propia indiscutible)- de la poesía americana en lengua española?

Esa fue la intuición que me traje hoy de mi incursión literaria o geográfica literaria -a modo de itinerario interior por aguas y tierras del Caribe, que fue un mar español y sin duda en gran parte lo sigue siendo, diga lo que diga, piense lo que piense el papa (ítalo) argentino. ¿Signos de esperanza en el área de lo latinoché (Umbral dixit) más alla de la guerra de razas? ¡Vivir para ver fantasmas míos!

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