“Gilles” (1939) del escritor fascista Drieu La Rochelle, fue la gran novela en lengua francesa sobre la guerra civil española. Los franceses escarmentaron en cabeza ajena con nuestra guerra civil, por eso no la hubo en Francia ni antes de la Segunda Guerra Mundial ni al final de la misma. El pasado que no pasa –simbolizado en las figuras antagonistas del general De Gaulle y del Mariscal Pétain- sigue no obstante dividiendo a los franceses, y por ende al Frente Nacional por dentro también a lo que parece. Pero mientras que la postura de un Jean Marie Le Pen es conciliadora en el fondo, la de los mentores de la "desdiabolización" del FN, pasa obligatoriamente por la execración de la figura del Mariscal, sin reservas ni maticesLas cosas claras y el chocolate espeso, reza un viejo dicho español. Y los españoles nos vimos tal vez presos hasta hoy de una imagen de nosotros mismos que hacía de nosotros un pueblo sin dobleces, fieles a la palabra dada, y refractarios –de nacimiento- a todo tipo de lenguaje mendaz o falaz o simplemente equivoco, o tramposo o fraudulento. La verdad estaba de este lado de los Pirineos, del otro en cabio, la hipocresía entre sonrisas melifluas y el leguaje florido de las medias verdades. Así nos educaron y a fe mía que así pensó grosso modo hasta hoy el autor de estas líneas en sus largos años de transito por países de francofonía. Los franceses tenían de antiguo un problema con la verdad.
Los españoles en cambio estábamos llamados a proclamarla y a difundirla –y a defenderla sin compromisos ni componendas-, como así nos lo enseñaba nuestra historia, o al menos la versión mas edificante de la misma que mamamos (tantos) como quien dice. Y de repente, golpe de efecto. Y es que viene ahora a caérsenos la venda de los ojos de esa evaluación comparativa tan halagüeña para nosotros y tan tacaña y tan roñosa para ellos, y es por el desenlace tan espectacular y tan deslumbrante del psicodrama al que hemos venido asistiendo entre la presidenta del Frente Nacional y su propio padre. Tragedia griega a lo “Racine” y en versión de nuestro tiempo, la ruptura que acaba de consumarse entre padre e hija a la vista de todos y en primera plana de los medios. Con la madre como con la Patria, con razón o sin ella, reza un viejo proverbio en lengua española que oí por primera vez de labios de un español criado en Argentina.
Y el patriarca del nacionalismo francés –fundador del Frente Nacional- viene a hora en cierto modo a contradecirlo en cambio, erigiéndose como una reencarnación (en masculino) de aquella Antígona heroica de la Grecia antigua que puso la Verdad (con mayúsculas) por encima de los lazos de familia, tan poco transparentes a veces, como los de la iglesia (lo mismo me da que me da lo mismo) Que use a partir de ahora el nombre de su concubino (sic) o de su delfín (Philippot), porque el mío no tiene derecho ninguno a llevarlo ella en lo sucesivo. Punto. Sin trampa ni cartón. Reality show en directo a través de la red y de los medios, de un viejo político que prefiere a todas luces hundirse con su verdad –y sus verdades- a cuestas aunque arrastre tras suyo el partido que fundó y que guió durante más de cuarenta años.
Des diabolización -léase desnazficacación o defascistización-, la panacea o receta mágica que la hija del fundador creía haber encontrado para auparse al poder, léase para acceder al gobierno de la república francesa. Dicen que son el centro y no se dan cuenta que el centro soy yo, escribía sardónico Manuel Azaña de Gil Robles y de sus partidarios, y la historia (funesta) de la II Republica le dio en cierto modo la razón. Algo así viene a traducir la trampa o el azuelo que parece haber mordido Marine Le Pen, la joven heredera metida en política que habrá acabado (con el paso del tiempo) confundiendo al diablo –nazi o fascista- con su propio padre. Porque las palabras de Jean Marie Le Pen sonaban más verídicas y ms proféticas que nunca hace poco ya enfrascado en la polémica que habrá llegado ahora a su desenlace, cuando declaraba que para el frente republicano anti-FN, este último no será nunca republicano lo bastante, por mucho que lo pretenda.
Y en el análisis o diagnóstico de Jean Marie le Pen esa estrategia electoralista de la des diabolización, a saber, de querer presentarse como un partido igual que los demás, estaba fatalmente abocada al fracaso, aunque el fundador del partido tal vez sólo ahora haya caído cabalmente en la cuenta que esa estrategia iba dirigido precisamente contra él y contra lo que él representaba y sigue representando en la política francesa y también, en su historia contemporánea. Cuando el que esto escribe le entrevistó no obstante –brevemente- en la sede del Frente Nacional (en Nanterre) hace ahora tres años, la sintonía parecía total entre la hija y el padre y también entre éste y el equipo de que se su hija se veía rodeada ya entonces.
Hablo de sintonía en el sentido químico del término, porque estaba ya claro para entonces, que las posiciones de la hija –y de sus delfines- iban distanciándose progresivamente de las del viejo patriarca. El pasado que no pasa: la línea divisoria, en Francia como en España aunque entre ellos no revista la misma agudeza ni el mismo carácter abrupto e infranqueable (e irreconciliable) que cobra en España por culpa de la guerra civil (del 36) interminable. En Francia no hubo guerra civil, y si es cierto que la Depuración al final de la Segunda Guerra Mundial tuvo todo de un ajuste de cuentas colectivo, no es menos cierto que se llevó a cabo (mayormente) con la ley en la mano. Dura lex sed lex.
Y si no hubo guerra civil ni antes ni después del estallido de la Segunda Guerra Mundial del otro lado de los Pirineos, fue porque los franceses escarmentaron en cabeza ajena con la guerra civil española como ya lo tengo declarado y archidemostrado en este y otro sitios (digitales) y como se desprende de un breve vistazo por somero que sea a la literatura (tan profusa) en lengua francesa sobre la guerra civil del 36. Los dos principales nombres de la literatura francesa sobre la guerra civil española vista desde el bando rojo/republicano, los de Malraux y Aragon, no dejan de traslucir un neto distanciamiento de la tragedia fratricida que vivíamos los españoles.
“L’Espoir” es una novela de aventuras (aeronáuticas) o de hazañas bélicas más que otra cosa, que su autor nota bene enterró prácticamente en el olvido tras la Segunda Guerra Mundial, y los poemas cortos o los textos no menos breves de Aragon sobre el tema de nuestra guerra civil no dejan de dar la impresión de hechos como de encargo, mientras que la auténtica novela de la guerra civil española en lengua francesa, “Gilles”, fue obra de un autor “maldito” -léase fascista o nazi fascista- Drieu la Rochelle, con el telón de fondo en su última parte, de las primeros meses de la guerra en las Baleares y de la defensa del Alcázar.
Sin ninguna duda, las figuras antagonistas del General De Gaulle y del Mariscal Pétain continua a dividir a los franceses, pero mientras para Jean Marie le Pen su petainismo se pretende conciliador, en una versión que se vio hasta hoy perpetuada en Francia –como tantas veces lo oí de mis propios oídos entre sus defensores- bajo la fórmula de “la espada y el escudo” (“du glaive et du bouclier”) que serían las funciones distintas y complementarias en definitiva que habrían venido a cumplir ambas figuras en un periodo tan crítico de la historia de Francia (el de la ocupación alemana), para los mentores y secuaces tan fanáticos en cambio de la línea de des diabolización perseguida sin pausa sin descanso –como una obsesión- por Marine le Pen, la figura del Mariscal Pétain no se merece más que la execración más lapidaria y la condena más rotunda y definitiva.
Y por ahí es por donde algunos vemos claro, porque es obvio que para la memoria histórica que arrastramos muchos españoles, el Mariscal Pétain es una figura digna de la mayor veneración y respeto, el amigo francés de la España nacional que impidió sin duda del propio peso de su influencia y de sus prestigio la intervención francesa in extremis (a favor de los rojos) como la estuvieron incansablemente buscando los sucesivos gobiernos en zona roja durante la guerra civil, y como estuvieron a punto de conseguirlo, bajo el gobierno de Negrín, tras el desplome del frente en Cataluña –a principios del tercer año de guerra- cuando la voluntad resuelta y tenaz contra la que los chocaron en Francia los intervencionistas de una y otra vertiente de los Pirineos, llevaba a no dudar el nombre del Mariscal Pétain.
Quien no es agradecido, no es bien nacido. De ahí nuestra apuesta (a ojos cerrados) por el padre contra la hija en un asunto interno entre franceses, que nos atañe a los españoles mucho más de lo que parece
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