sábado, julio 23, 2016

FORTUNATA Y JACINTA ¿MARXISTAS/FEMINISTAS?

En esta obra de Francisco Umbral (de diciembre de 1980) se trazaba una línea divisoria de clara impronta guerra civilista entre un Madrid castizo -léase, el que así le parecía a Umbral-, de barrios bajos a los que dedica la mayor parte del libro, y los que Umbral (despectivamente) llamaba Madriles de derechas (sic), a saber, gran parte del casco urbano de la capital de España que en su libro a Umbral ni mención le merecen siquiera. Curiosamente, las preferencias reales del célebre escritor iban hacia esos Madriles de derechas -Argüelles (lato sensu), el barrio de Salamanca- donde vivió (feliz) en los inicios de su etapa madrileña (a principios de los sesenta) Y como lo ilustra la portada de ese libro, uno de esos crepúsculos de la plaza del Callao (en uno de los puntos más altos, nota bene, de la capital) que a Umbral -en una intuición genial, es cierto- le parecían alegorías de los claroscuros crepusculares de nuestra historia española. Y la novela Fortunata y Jacinta (de Galdós) que la Carmena reivindica ahora hasta querer darles el nombre de un calle -usurpando así el puesto de un nombre ilustre de nuestra historia contemporánea- viene a querer simbolizar para ella y los suyos ese Madrid castizo, en clave de guerra civil igualmente (y de marxismo/feminismo)
No leí nunca Fortunata y Jacinta y aun hoy creo que me sintiera incapaz de lanzarme en el empeño. He leído muy poco de Galdós, y puestos a pensar, el interés creciente que fui experimentando en los últimos diez años hacia la figura y la obra de Francisco Umbral debieron influir no poco en lo que fue sin duda en mi un desinterés y una apatía igualmente creciente hacia la figura y la obra del escritor canario, madrileño de adopción como Umbral, que este motejaba despectivamente de Don Benito el garbancero. Umbral -como todo el mundo sabe- tenia sus filias y fobias en materia literaria y entre las primeras no hacia secreto ninguno de situar en primerísima fila -entre los autores que mas aborrecía-, a Galdós y junto con él otro autor madrileño de adopción y madrileñista en la ambientación de algunas de sus novelas mas difundidas, como lo fue Pío Baroja.

Galdós y Baroja, según Umbral, escribían a tanto la página -o a tanto el renglón incluso (como si fueran garbanzos es cierto)-, lo que explicaría las obras tan prolíficas de uno y otro, y unos títulos tan larguísimos -mil doscientas diez y seis páginas (sic) el que nos ocupa- y la impresión o idea (de folletinesco) que nos forjamos muchos de ambos, en particular de Galdós y de su obra, de antes de leer las criticas de Umbral incluso,que no venían mas que a ratificar una impresión de indiferencia en mí, como lo ilustra mi desconocimiento supino del conjunto de la obra galdosiana (lo reconozco), si se exceptúa alguno que otro de sus episodios nacionales, entre las decenas -unos cuarenta- que escribió de ellos.

Con lo que esos dos novelistas del Madrid castizo (decimonónico) tan emblemáticos para algunos, vendrían a ilustrar, esa lacra que denunciaba el francés Maurras en una de sus obras mas densas y profundas ("El Futuro de la Inteligencia" "L'Avenir de l'Intelligence") -que recordaba en mi última entrada- de una clase (o casta) intelectual adulterada y carente de la autentica independencia de la que habían hecho gala filósofos, sabios y hombres de letras en las épocas de mayor esplendor del Antiguo Régimen -de antes de la Revolución Francesa,- y que el escritor francés citado veía sometida o reducida a un estatuto o situación de sometimiento o subalternaje a sueldo de una oligarquía (sic) que venia a representar los poderes del dinero y el poder político hegemónico en el sistema democrático. Y también poderes del tipo cultural, cabria apostillar -actualizando- el análisis maurrasiano.
Tal y como parecen confirmarlo ciertos datos de la biografía galdosiana, tales como su entrada en política a finales del siglo antepasado en los tiempos que inmediatamente precedieron al Desastre del 98. ¿Algo mas que influencia umbraliana en la alergia que experimenté de antiguo hacia la figura de Galdós y de su obra? Sin duda que esa desconfianza instintiva tenia no poco que ver con el entusiasmo (guerracivilista) tan bobalicón del que la izquierda español dio siempre muestras hacia el autor de los Episodios Nacionales. ¿Por qué le leían y le reverenciaban tanto, un autor decimonónico que no dejaba de ser un escritor burgués, que en sus opciones políticas nunca fue más lejos hacia la izquierda que hasta el liberalismo (cortesano) de un Sagasta? Y que vivió siempre en barrio burgués -en la calle Hilarión Eslava- en la otra punta de ese Madrid/castizo que tanto idealizaba. Y la explicación a mi juicio se sitúa en el plano de la memoria.

Galdós era un poco como la memoria viviente -en el plano literario- del siglo diez y nueve español, de la (por tantos conceptos funesta) guerra de Independencia contra los franceses por la que aquel dio (prácticamente) inicio y de las crisis políticas y guerras civiles interminables -entre tormentas y  bonanzas- que se le seguirían. Una memoria que se vio innegablemente blanco y objeto de un pacto de amnesia -comparable mutatis mutandis al que presidió décadas mas tarde le Transición- que fue el que sellaron los integrantes del bando de los vencedores del Primero de Abril, en relación con la memoria de todo un siglo -al que tanto carlistas como falangistas por no decir el conjunto de la fuerzas integrantes del bando nacional (incluso los alfonsinos) acusaban de habernos llevado a la guerra civil-, y que se vería arrumbado en el trasto de los cuartos viejos, léase del olvido colectivo, como enterrado bajo un epitafio de lo más pesado y lapidario, uno de los clisés -mantras se diría hora en las redes sociales- símbolo en suma de decadencia- a saber lo del liberalismo/decimonónico, que más prodigó el régimen de Franco y su aparato de propaganda.

Y si había algún símbolo inmarcesible -léase perpetuado (en sus escritos de Umbral quiero decir)- de aquel liberalismo decimonónico tan denostado lo era mejor que ningún otro, mejor que Baroja incluso -en lo que este tenia de vasco y de vasquizante y por ende un tanto atípico entre madrileños-, el autor de Fortunata y Jacinta y de los Episodios Nacionales, retrato y crónica respectivamente del Madrid y de la España del siglo XIX, con sus glorias y sus miserias. Y si esa novela de Pérez Galdós se merece ahora para la actual alcaldesa y su equipo un puesto en el callejero madrileño -en sustitución nota bene de Eduardo Aunós, brillante político del régimen anterior y de la Dictadura de Primo de Rivera-, lo es sin duda por ese ingrediente -que ya tenemos aquí analizado- de marxismo/feminismo del que da muestras la izquierda española radical o anti-sistema de nuestros días y que vienen a querer encarnar ciertas alcaldías regentadas por mujeres desde las elecciones municipales del pasado año, como las de Madrid, de Barcelona, que les hace ver en las heroínas de esa novela galdosiana, figuras arquetípicos de la causa de la emancipación/feminista con décadas (o un siglo incluso) de adelanto.

Marxismo y feminismo y madrileñismo castizo, los ingredientes del cóctel explosivo que vienen manejando las corrientes de izquierda radical representadas en la lista Ahora Madrid que regenta hoy por hoy la alcaldía de la capital de España. Lo primero siento que me ataña poco, o en otros términos que no me preocupa en demasía -como sin duda tampoco a muchos de mis lectores- lo segundo por ser madrileño de nacimiento, me pilla mucho mas cerca en cambio. Madrileño de nacimiento , sí, y sin duda de esos Madriles de derechas -en donde nací y crecí- que denostaba Umbral en una de sus obras de tema madrileño o madrileñista -Teoría de Madrid- en la que dedicaba a aquellos unas pocas lineas y ni eso a penas, al lado de los capítulos tan profusamente ilustrados que reservaba al Madrid de barrios bajos que Umbral tenia sin duda idealizado en su mente, por razón de su lugar de nacimiento -en la Inclusa madrileña- en el barrio de Embajadores zona de Lavapiés, pero al que preferiría siempre tras el inicio de su carrera madrileña -a principios de los sesenta- los otros Madriles (de derechas) en un botón de muestra flagrante y elocuente en extremo de esas incongruencias que tanto surcarían la trayectoria de Francisco Umbral, su vida como su obra, y tanto las caracterizan.

Madrileño de nacimiento, sí, el autor de estas líneas, del barrio de Arguelles,-que dejé de serlo por culpa de los cambios administrativos que nos infligió a muchos madrileños el acalde socialista Barranco (natural de un pueblo de Jaén) heredero en la alcaldía madrileña del Viejo Profesor -que no era de Soria sino de Embajadores nota bene-, al que esos barrios bajos tan castizos y convertidos hoy en auténticos fetiches para la izquierda española guerra civilista no me eran del todo extraños. Y si no lo son, se lo debería en gran parte a mis años -tres contados- de militancia en el FES, un grupo falangista de joseantonianos puros -léase anti-franquista- que se vería integrado en gran parte por jóvenes (y menos jóvenes) madrileños procedentes de esos barrios bajos, de Sol y de Atocha para abajo incluso, e incluso del otro lado del río Manzanares o, en la otra punta de la geografía madrileña, del otro lado del arroyo Abroñigal, un linea divisoria que tenia mucho de linea roja (en el sentido literal incluso -léase ideológico- de la palabra rojo)

He estado pasando en revista -rostro por rostro- al hilo de la a de este articulo, la foto de los participantes en un albergue del FES al que asistí en unas fechas tan emblemáticas como lo fueron aquellas –a saber en pleno mayo del 68- que publiqué en mi libro “Guerra del 36 e Indignación Callejera” y de los veintitantos rostros que aparecen en la foto una tercera parte de ellos, me consta que venían de esa zona (baja, o de extrarradio ) de Madrid, y buena parte de los restantes, oriundos de otras regiones españoles venidos a la capital. Madrileño de nacimiento como yo, y de mi clase social -léase de esos Madriles de derechas que Umbral tanto denostaba- cuento ahora en esa foto a parte de mí unos dos o tres a lo sumo. ¿Un dato puramente trivial o anecdótico?

Todo lo contrario, sintomático en cambio de un fenómeno complejo que vendría a ser una de las grandes secuelas de la derrota española en el 45, a saber la infiltración -por perfusión,  a modo de invasión silenciosa (...)- de la que se verían objeto los sectores más emblemáticos del Régimen como la Organización Sindical o el Frente de Juventudes (por no hablar de la iglesia española)- en un reflejo del cambio de táctica subversiva tras el fracaso del maquis a finales de los cuarenta del comunismo soviético en relación con el régimen de Franco. Y en simultaneo -en una relación o nexo de causa a efecto a fe mía que no lo sabría asegurar-, la afluencia en aluvión de hijos de los vencidos del 36 en el Frente de Juventudes, la obra predilecta del régimen (en palabras del propio Franco) que hacia notar Umbral en “Madrid 1940” una de sus novelas sobra la guerra civil. El Frente de Juventudes -y le cito de memoria- se acabaría llenando después de la guerra de hijos de rojos escarmentados (sic), que entraban en la organización en busca (sic) de ventajas materiales, de alimentos y de buenos escarpines.

La realidad no era sin duda tan esquemática y simplista como Umbral la pintaba, porque si es cierto que los hijos de rojos abundarían en las filas del Frente de Juventudes (y de la OJE) no se verían menos contagiados -a modo de (justa) contrapartida- de un mitomanía de la revolución pendiente (sic) que no venía a ser en definitiva más que una variante de lo que convine en llamar el síndrome de la cárcel de Alicante que dejaron como legado a los partidarios y herederos ideológicos del fundador de la Falange, su muerte en Alicante y sus últimas semanas preso. ¿Hijos de rojos los antiguos amigos y camaradas del FES (de mis culpas y pecados)?

Así lo pienso hoy (y no me lo tomen a mal) de algunos de ellos -los mas prominentes y veteranos entonces de entre todos-, sin acrimonia. Y sin duda que esa linea divisoria heredada de la guerra civil que atraviesa los diferentes barrios de la capital de España sin dejarse ni uno, influyó no poco en nuestro alejamiento recíproco. Y lo que explicará también sin duda a los lectores de este blog la alergia que experimenté siempre hacia ese fetiche de un Madrid (pretendidamente) castizo, de barrios bajos (y de bajos fondos) que la izquierda española guerra civilista -como lo acaban de demostrar de nuevo ahora- tiene tan idealizado

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