domingo, diciembre 13, 2015

EX-TENIENTE SEGURA, INTRUSO Y PERJURO

Instantánea de la jornada de reflexión (sic) tras la matanza de Atocha. ¿Recaída ahora de algunos en aquel síndrome del 11 de marzo, tras el ataque a las dependencias de la embajada española en Kabul? El ex teniente Segura, enemigo mortal de nuestros cuerpos amados, y un intruso como lo fue dentro del estamento castrense, así parece anunciarlo con su actitud de ahora. No dirás falsos testimonios ni mentirás, se pone a cacarear ahora (con las palabras del catecismo) No traicionarás a tu patria, ni a tu país ni a los tuyos ni a tus compañeros de armas –aunque te dejes la vida en el empeño-, lo que el juró repetidas veces para poder llegar a teniente. Además de intruso, perjuro
Síndrome del once de marzo. Nueva recaída (grave) tras el ataque a la embajada español en Kabul la que algunos están ahora sufriendo. Espectáculo vergonzoso otra vez el de algunos, de falta de solidaridad rayana en la alta traición. El ex teniente Segura expulsado del ejército –lo que él mismo se ganó a pulso- parece haber encontrado su vía (de perdición) en la política o en el periodismo político y este trágico y luctuosos suceso le está ofreciendo un (nuevo) punto de arranque y una carta de visita.

Primer artículo del nuevo cogido de (des) honor de estos vende patrias, no dirás falsos testimonios ni mentirás. En el decálogo judeocristiano ocupa el número cinco en la lista de mandamientos, en este nuevo código real/democrático –léase por cuenta de la democracia real- ocupa en cabio, el número uno desde los atentados del Once de Marzo.

La casi totalidad de los medios y un amplios sector de la clase política–de de la izquierda hasta la extrema derecha “patriota” (Fuerza Nueva, Blas Piñar)- acusaron unánimemente en aquellas circunstancias al entonces presidente el gobierno de mentir (sic) a la opinión “Los españoles se merecen un gobierno que no les mienta”, fue el eslogan (de triste recordación) que nos martillearon día y noche en vísperas de las elecciones )y en la jornada de reflexión incluso)

Y qué les importaba que el código de honor castrense y las propias ordenanzas de Carlos III les desmintiesen punto por punto, lo mismo que las lecciones de la historia más o menos reciente. En todas las situaciones de conflicto –algo del más elemental sentido común- se imponen fatalmente restricciones en las derechos más elementales ( el del libertad de expresión el primero de ellos por supuesto)

Sucedió durante la Segunda Guerra Mundial en ambos bandos, y por supuesto entre las dos grandes potencias democráticas contendientes, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Los medios sometidos al control del alto mando en aquellos dos países anglosajones “mentían” mucho más que lo pudo hacer José María Aznar el 11 de marzo, léase ocultaban sistemáticamente la verdad –no decían la verdad, en claro y en crudo- por imperativos últimos de fuerza mayor, en aras de la buena marcha de la guerra, y con vistas a evitar a toda costa la desmoralización colectiva. Y es sin duda lo que se impone aunque no se esté propiamente en estado de guerra, sino confrontados a una acción –en toda regla- de guerra no declarada, como fue la matanza de Atocha.

¿Peras al olmo el pedir que la izquierda española guerra civilista y sus corifeos entren aunque solo sea un poco por la vereda de ese tipo de argumentos? ¿Van a lanzarse acaso ahora también por esa vía de la guerra asimétrica, léase de la guerra civil interminable como lo hizo entonces de un solo hombre el partido socialista? Está por ver, pero no pienso que esta vez les saliera la jugada. ¿Estamos ante fallos imperdonables en el cumplimiento de los deberes mínimamente exigibles a un presidente del gobierno como lo pretende este ex militar sedicente?

No lo creo. Lo que estamos a todas luces es ante un nuevo ataque del terrorismo islamista que se aprendió bien la lección del 11 de marzo y que amenazaba ya y enseñaba la patita otra vez tras los atentados de París, insinuando que si los franceses no quieren nuevos atentados tendrían que cambiar de política –léase en Siria- como hicieron (sic) los españoles (en Irak) tras el 11 de marzo.

Allí, en aquella trágica efemérides, es cierto, encontró su camino/español (de guerra santa) el islamismo radical fundamentalista y todo hace pensar que el ataque a nuestra embajada en Kabul sea nuevamente una operación calculada de intromisión en nuestro proceso electoral –y en suma en nuestros asuntos internos- como lo fueren los atentados del 11 de marzo, que no vinieron más después de todo –en una escala mucho más sangrienta- que a imitar lo que venía haciendo la banda ETA en la política española y en sus sucesivas citas electorales desde hacía décadas, y como lo siguieron haciendo aun durante la presidencia de Zapatero, con el atentado por ejemplo en vísperas de las elecciones generales que le dieron al dirigente socialista su segundo mandato presidencial, que costo la vida a un concejal socialista en el país vasco y sirvió de pretexto para que los directamente afectados –el máximo dirigente del Partido Socialista Vasco entonces y la familia de la victima dieran de nuevo muestra de ese reflejo guerra civilista que mueve de antiguo a la izquierda española- disparasen y destapasen injusta y escandalosamente permitiéndose reproches e incriminaciones y acusaciones contra sus adversarios directos los populares, en vez de hacerlo contra el entorno próximo o lejano de la banda terrorista.

¿Qué hacemos, qué hacía España en Afganistán? Personalmente no lo tuve nunca muy claro como no lo creo que lo tuvieran una inmensa mayora de españoles. Como no lo tenían muchos integrantes del cuerpo expedicionario francés presente en Kabul y tal y como lo reveló hace ya algún tiempo la polémica desatada por la reacción de una capellán militar de aquel colectivo que acabó insurgiéndose en los medios tras verse obligado a consentir en un sinfín de concesiones en materia de régimen alimenticio de vestimentas –el veo islámico por ejemplo impuesto al personal femenino francés allí destinado-, que saltó a la primera pagina de los periódicos, en la que aquel capellán se vio puesto en la picota –y por cierto en su sitio también, por sus superiores jerárquicos- como alguien que vivía en otro planeta, que se había equivocado de noche (como dicen los belgas), pero que de todo lo cual la pregunta surgía imparable como tras el atentado de ahora contra la embajada, que me diga contra una dependencia de la embajada española.

¿Qué estaban haciendo los franceses allí, si aquello era tierra de islam –e inhóspita e incomprensible como hacía tres mil años, como de los tiempos de Alejandro Magno- y el islamismo radical tenía ya de entrada –en el plano ideológico y de las mentalidades- prácticamente la partida ganada? El ex - teniente por el que ahora viene el escándalo –porque hay que decir que la reacción de los principales partidos habrá sido de gran prudencia y cautela (más que las de los medios)- viene a probar una vez más lo que es, lo que ha acabado siendo o lo que siempre fue. Un extraño a la institución castrense, y por eso la ataca, desde dentro cuando estaba dentro de ella y de fuera, incansable desde que le echaron fuera, gobierno y PP interpuestos. Porque está claro que el blanco último, antes y ahora, de sus invectivas lo es una institución a sus ojos corrompida y que chapotea (según él) en la corrupción a costa de la sangre y de las vidas de sus miembros.

¡Flor de insidia y de infamia la acusación de este ex teniente! No pertenezco al estamento castrense, en cambio me siento irrevocablemente ligad a él, por razón de mis orígenes como aquí todos ya saben. Y los ataques al ejército como tal, como institución, me duelan en lo más íntimo. Y en una tesitura o situaciones anímicas que me lleva a irresistiblemente a evocar la parábola del rey Salomón. Como me ocurre ahora con este ex teniente tan insidioso y tan sedicente. Francisco Umbral hablo de coloso triste, refiriéndose al estamento castrense. De gran mudo se habla en los países democráticos.

El drama (colectivo) del ejército español a m juicio es de un género un tanto diferente, el de un ejército que gano (gloriosamente) una guerra hace setenta años y que desde entonces asiste impávido maniatado a una sucesión de guerras asimétricas interminables que lo tiene a él –para qué cerrarse los ojos- de objetivo último y supremo, y que no son más que la prolongación de guerra aquella que ganaron los militares, y acabaron echando a perder los políticos o el vértice de poder de una institución –léase Franco en persona- rendido a poderes de fuera, de una victoria en suma que acabó convertida en derrota tras el desenlace de la segunda guerra mundial en el 45.

Ese es el problema número uno, el drama íntimo del ejército español, agarrotado por el pasado que no pasa más que cualquier otro estamento o institución de la sociedad española, y que como tal se vería terriblemente inadaptado a la hora de encontrar su vida su puesto en el mundo erizado de conflictos de la posguerra mundial, y su papel en los mismos, como sucede en Afganistán y en menor medida en el Líbano, y como sucedió en Libia. El ex teniente que denuncia ahora –a base de enredos y de infundios- la situación de indefensión de los policías españoles destinados en Kabul, es un intruso en el universo de nuestros estamentos armados. Y si no estaba claro cuando estaba dentro de la institución habrá quedado más claro que la luz tras verse expulso de ella

Un intruso, o si se prefiere, y hasta prueba de lo contrario, heredero o legatario de una memoria de vencidos, que sigue sin perdonar al ejército de la guerra civil su victoria en el 39. Un intruso él como el antiguo jefe de la JUJEM, que habrán acabado donde tenían que acabar en un partido de indignados guerra civilistas, enemigos jurados del ejército español y de todo lo que representa. Dios los cría y ellos se juntan

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