sábado, diciembre 19, 2015
CRÓNICA DE MI NUEVA PRESENTACION (EDITORIAL) EN MADRID
Se celebró ayer en Madrid con toda normalidad –en, el centro cultural alternativo OHKA- el acto de presentación de mis últimas novedades editoriales, que desembocó en una charla animada con,los jóvenes asistentes – o menos jóvenes algunos, pero más (o mucho mas) que yo desde luego- que me asaltaron a preguntas.
Llevo muchos años fuera de España y como les dije a ellos, a pesar de que llevo ya más de ocho volviendo repetidamente –varias veces al año- no me siento plenamente seguro sino más bien con la sensación de tener que andarme con pies de plomo a veces, en situaciones como la que se me presentaba ayer –de entrada- de abordaje de un grupo de (jóvenes) compatriotas de los que han vivido aquí (en España y en Madrid) todo el tiempo que yo estuve ausente y de los que a todas luces me separaba –de entrada- una barrera generacional tan innegable como imprevisible o difícil de calcular (me refiero en términos de distancia)
Todo salió a las mil maravillas. En un ambiente de gran comprensión y cordialidad mutua, y de interés reciproco igualmente. A pesar de las inevitables discrepancias. En el tema del habla catalana, por ejemplo, algo de lo que ya me percaté en mi intervención anterior en el mismo centro hace unos meses (como aquí ya dejé constancia) El fenómeno identitario (sic) -al que vi a particularmente receptivos a algunos de mis interlocutores de ayer- es en España un fenómeno (esencialmente) de importación como tantas otras cosas.
La reivindicación de los pueblos (sic) que en el resto de Europa se compagina mal que bien con la exaltación de la nación (y los nacionalismos) da en hueso en cambio en España y entre españoles. Por culpa de los nacionalismos disgregadores –gallego, vasco o catalán-, léase de la guerra civil interminable (del 36) de la que el separatismo catalán (y el vasco también en menor medida el gallego) fue un factor innegable de combustión, y ochenta (y tantos) años después lo sigue siendo. Y ahí me pareció percibir que mis interlocutores discrepantes me daban la razón (o un poco)
Verdad de este lado de los Pirineos, error del otro lado, escribió Pascal, y me parece particularmente oportuno en relación con el encuentro de ayer y los intervinientes en el mismo en los que me creí notar cierto afrancesamiento (perfectamente legitimo nota bene), léase proclividad a lo francés que comparto como aquí todos ya saben.
En Francia, en los medios de la llamada “extrema derecha” (para entendernos) reina de antiguo por obra y gracia de la herencia ideológica e intelectual maurrasiana –y de la Acción Francesa- y también de la experiencia de la Colaboración durante la Segunda Guerra Mundial –y del protagonismo en el seno de la misma de ciertos movimientos autonomistas (en Bretaña por ejemplo, en el País Vasco francés)-, una tolerancia relativa hacia el fenómeno autonómico (propio a los franceses) Maurras como lo señalo en mi libro “Cataluña en guerra” tuvo una etapa de muy joven en los inicios de su trayectoria política de la que se distanciaría rápidamente y que le marcó sin duda alguna, y fue su paso por el movimiento provenzal que tanto influyo en la incubación del nacionalismo catalán contemporáneo, y sin duda que fue la lengua francesa –que él esgrimía y practicaba con un genio literario innegable (que le llevó a la Academia francesa de la Lengua)- o que le curó (por así decir) de aquellos sarampiones juveniles autonómicos separatistas o filo separatistas (franceses)
No es óbice que ello explica sin duda esa actitud de apertura (relativa) a la que hice más arriba alusión presente en la práctica totalidad de las diferentes corrientes en las que se aglutina hoy–o diversifica- el nacionalismo francés el Frente Nacional incluido, como lo ilustra la presencia en la candidatura de Marion Le Pen en las pasadas elecciones regionales francesas, para la presidencia de la región PACA (Provenza-Alpes, Costa Azul) del representante de un movimiento identitario (léase autonomista) de la región de Niza. Poco importa. Spain is different. España no es Grecia, ni es Francia tampoco.
Y el fenómeno nacionalista entre nosotros –léase autonómico o separatista- no tiene parangón fuera de España léase por cima de los Pirineos (porque en Portugal es inexistente) lo que explica e ilustra a la vez el hito semántico que enfrenta la traducción del término –de nacionalismo- de este lado y del otro de los Pirineos. Nacionalista en francés es un término que hace referencia al nacionalismo francés, en España ya sabemos todos en cambio lo que decir quiere. Algo análogo –aunque de una raigambre o raíz o clave de explicación radicalmente diferentes- ocurre con el termino de pueblo (o pueblos) Como lo señaló agudamente José Antonio Primo de Rivera en su escrito tardío –del verano (abrasador) del 36 en la cárcel de Alicante- “Germanos y bereberes”
En España el termino (y vocablo) de pueblo cobró una acepción semántica radicalmente nueva -y sin parangón posible- en las demás lenguas occidentales por culpa del liberalismo español y de la tradición de raíz decimonónica de izquierda española en la que aquél se vería fraguado o acuñado, y en el marco también de un movimiento histórico del mayor calado que José Antonio denunciaba –sistemáticamente- en el escrito mencionado y llamó “rebelión bereber”, de la intelectualidad española y en la que cabía –conforme al análisis joseantoniano- atribuir un papel fundacional a una figura como la de Larra, paradigma de liberalismo español, de intelectual de izquierdas decimonónico.
Otro de los puntos que alimentaron el debate y el dialogo con mis interlocutores de ayer lo fue lo que convengo en llamar en escritos recientes, la rendición pactada de Franco a las potencias aliadas, que en mis escritos fecho en el 45 -coincidente con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial- y que algunos de los asientes al acto de ayer situaban ya en el decreto de Unificación y en los sucesos de Salamanca (de abril del 37, durante la guerra civil) en el marco el proceso de reforzamiento de la autoridad de Franco que se prosiguió inexorablemente desde entonces. Un ejemplo -uno más- de las grietas en la memoria histórica que fatalmente compartimos –y soportamos- los que de una menara u otra nos sentimos herederos de los ideales el Alzamiento del 36 (y de legado de algunos de sus principales protagonistas)
En cambio –¡oh divina sorpresa!-, en lo que sentí una afinidad completa con mis interlocutores lo fue en el capítulo de memoria histórica relativo a las guerras de Flandes, y en su posicionamiento -categórico y tan rotundo como el mío- en relación con la Leyenda Negra anti-española. Los españoles no tenían piedad –le oí ayer a uno de ellos (en un juicio en extremo certero y clarividente)- porque eran conscientes que los demás no loa tendría con ellos tampoco. Punto.
Unos jóvenes –de cuerpo y alma (o de espíritu al menos alguno de ellos)- los del encuentro de ayer que a todas luces no se escandalizaban, de la violencia que acompaña invariablemente los capítulos más importantes y decisivos de nuestra historia española, y que por via de consecuencia no se escandalizaban a todas luces –antes al contrario (…)- del pasado de violencia (gestual) de que esto escribe.
De mi gesto de Fátima en concreto, que a petición de ellos evoqué y relaté en todo detalle, en mi intervención de ayer. Y del que me sentí -una vez más- completamente comprendido, y absuelto. Por lo que les testimonio desde aquí mi más sincero y sentido agradecimiento. Que lo sepan
Llevo muchos años fuera de España y como les dije a ellos, a pesar de que llevo ya más de ocho volviendo repetidamente –varias veces al año- no me siento plenamente seguro sino más bien con la sensación de tener que andarme con pies de plomo a veces, en situaciones como la que se me presentaba ayer –de entrada- de abordaje de un grupo de (jóvenes) compatriotas de los que han vivido aquí (en España y en Madrid) todo el tiempo que yo estuve ausente y de los que a todas luces me separaba –de entrada- una barrera generacional tan innegable como imprevisible o difícil de calcular (me refiero en términos de distancia)
Todo salió a las mil maravillas. En un ambiente de gran comprensión y cordialidad mutua, y de interés reciproco igualmente. A pesar de las inevitables discrepancias. En el tema del habla catalana, por ejemplo, algo de lo que ya me percaté en mi intervención anterior en el mismo centro hace unos meses (como aquí ya dejé constancia) El fenómeno identitario (sic) -al que vi a particularmente receptivos a algunos de mis interlocutores de ayer- es en España un fenómeno (esencialmente) de importación como tantas otras cosas.
La reivindicación de los pueblos (sic) que en el resto de Europa se compagina mal que bien con la exaltación de la nación (y los nacionalismos) da en hueso en cambio en España y entre españoles. Por culpa de los nacionalismos disgregadores –gallego, vasco o catalán-, léase de la guerra civil interminable (del 36) de la que el separatismo catalán (y el vasco también en menor medida el gallego) fue un factor innegable de combustión, y ochenta (y tantos) años después lo sigue siendo. Y ahí me pareció percibir que mis interlocutores discrepantes me daban la razón (o un poco)
Verdad de este lado de los Pirineos, error del otro lado, escribió Pascal, y me parece particularmente oportuno en relación con el encuentro de ayer y los intervinientes en el mismo en los que me creí notar cierto afrancesamiento (perfectamente legitimo nota bene), léase proclividad a lo francés que comparto como aquí todos ya saben.
En Francia, en los medios de la llamada “extrema derecha” (para entendernos) reina de antiguo por obra y gracia de la herencia ideológica e intelectual maurrasiana –y de la Acción Francesa- y también de la experiencia de la Colaboración durante la Segunda Guerra Mundial –y del protagonismo en el seno de la misma de ciertos movimientos autonomistas (en Bretaña por ejemplo, en el País Vasco francés)-, una tolerancia relativa hacia el fenómeno autonómico (propio a los franceses) Maurras como lo señalo en mi libro “Cataluña en guerra” tuvo una etapa de muy joven en los inicios de su trayectoria política de la que se distanciaría rápidamente y que le marcó sin duda alguna, y fue su paso por el movimiento provenzal que tanto influyo en la incubación del nacionalismo catalán contemporáneo, y sin duda que fue la lengua francesa –que él esgrimía y practicaba con un genio literario innegable (que le llevó a la Academia francesa de la Lengua)- o que le curó (por así decir) de aquellos sarampiones juveniles autonómicos separatistas o filo separatistas (franceses)
No es óbice que ello explica sin duda esa actitud de apertura (relativa) a la que hice más arriba alusión presente en la práctica totalidad de las diferentes corrientes en las que se aglutina hoy–o diversifica- el nacionalismo francés el Frente Nacional incluido, como lo ilustra la presencia en la candidatura de Marion Le Pen en las pasadas elecciones regionales francesas, para la presidencia de la región PACA (Provenza-Alpes, Costa Azul) del representante de un movimiento identitario (léase autonomista) de la región de Niza. Poco importa. Spain is different. España no es Grecia, ni es Francia tampoco.
Y el fenómeno nacionalista entre nosotros –léase autonómico o separatista- no tiene parangón fuera de España léase por cima de los Pirineos (porque en Portugal es inexistente) lo que explica e ilustra a la vez el hito semántico que enfrenta la traducción del término –de nacionalismo- de este lado y del otro de los Pirineos. Nacionalista en francés es un término que hace referencia al nacionalismo francés, en España ya sabemos todos en cambio lo que decir quiere. Algo análogo –aunque de una raigambre o raíz o clave de explicación radicalmente diferentes- ocurre con el termino de pueblo (o pueblos) Como lo señaló agudamente José Antonio Primo de Rivera en su escrito tardío –del verano (abrasador) del 36 en la cárcel de Alicante- “Germanos y bereberes”
En España el termino (y vocablo) de pueblo cobró una acepción semántica radicalmente nueva -y sin parangón posible- en las demás lenguas occidentales por culpa del liberalismo español y de la tradición de raíz decimonónica de izquierda española en la que aquél se vería fraguado o acuñado, y en el marco también de un movimiento histórico del mayor calado que José Antonio denunciaba –sistemáticamente- en el escrito mencionado y llamó “rebelión bereber”, de la intelectualidad española y en la que cabía –conforme al análisis joseantoniano- atribuir un papel fundacional a una figura como la de Larra, paradigma de liberalismo español, de intelectual de izquierdas decimonónico.
Otro de los puntos que alimentaron el debate y el dialogo con mis interlocutores de ayer lo fue lo que convengo en llamar en escritos recientes, la rendición pactada de Franco a las potencias aliadas, que en mis escritos fecho en el 45 -coincidente con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial- y que algunos de los asientes al acto de ayer situaban ya en el decreto de Unificación y en los sucesos de Salamanca (de abril del 37, durante la guerra civil) en el marco el proceso de reforzamiento de la autoridad de Franco que se prosiguió inexorablemente desde entonces. Un ejemplo -uno más- de las grietas en la memoria histórica que fatalmente compartimos –y soportamos- los que de una menara u otra nos sentimos herederos de los ideales el Alzamiento del 36 (y de legado de algunos de sus principales protagonistas)
En cambio –¡oh divina sorpresa!-, en lo que sentí una afinidad completa con mis interlocutores lo fue en el capítulo de memoria histórica relativo a las guerras de Flandes, y en su posicionamiento -categórico y tan rotundo como el mío- en relación con la Leyenda Negra anti-española. Los españoles no tenían piedad –le oí ayer a uno de ellos (en un juicio en extremo certero y clarividente)- porque eran conscientes que los demás no loa tendría con ellos tampoco. Punto.
Unos jóvenes –de cuerpo y alma (o de espíritu al menos alguno de ellos)- los del encuentro de ayer que a todas luces no se escandalizaban, de la violencia que acompaña invariablemente los capítulos más importantes y decisivos de nuestra historia española, y que por via de consecuencia no se escandalizaban a todas luces –antes al contrario (…)- del pasado de violencia (gestual) de que esto escribe.
De mi gesto de Fátima en concreto, que a petición de ellos evoqué y relaté en todo detalle, en mi intervención de ayer. Y del que me sentí -una vez más- completamente comprendido, y absuelto. Por lo que les testimonio desde aquí mi más sincero y sentido agradecimiento. Que lo sepan
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