Denuncié el santuario belga de la ETA –y el tabú que le rodeaba en los medios y en la clase política española- cuando me detuvieron en mayo del 2000 delante del palacio real de Bruselas, en presencia de setenta periodistas españoles (setenta) -en lo alto muchos de ellos de una tribuna en forma de andamio- que esperaban al rey Juan Carlos. Del llamado sector patriota que representa hoy Alerta Digital, me figuro que también alguno de ellos. Ninguno me tomó en serio (sólo algunos extranjeros, portugueses o belgas), al contrario, se me echaron encima como perros rabiosos algunos de ellos. El santuario belga (sic) de la ETA fue una realidad, no lo fue menos el que ese refugio se los ofreciera en la práctica –más que las instancias políticas, administrativas o judiciales belgas-, la propia comunidad española emigrante que dio muestras siempre –por lo menos hasta los atentados del 11 de marzo- de un tancredismo flagrante y escandaloso (lo menos que se puede decir) en el tema, sobre todo su componente (particularmente guerra civilista) de origen asturiano, nunca, digo bien nunca se alzó la menor voz o grito de protesta en su seno o en sus órganos más o menos representativos. Como si no fuera con ellos el tema del terrorismo de la ETA. Que nos dejen tranquilos (sic) unos y otros, le leí yo (estupefacto) en unas declaraciones a una asturiana de Bélgica, que volvía a su tierra de vacaciones, en plena escalada terrorista (antes del 11 de marzo) Alerta Digital, antes de incriminar a un país entero -con el que tantas cosas nos unen- y mancillar su imagen, podría empezar por ellosBélgica. Impensable el seísmo político francés ¿por qué? Un amplio reportaje en la edición de hoy del muy correcto –y conservador- diario “La Libre Belgique” trata de ahondar en el tema pasando un revista una serie de causas o de factores potenciales de explicación de la normalidad belga frente a la anomalía francesa o al revés si se prefiere, de la anomalía belga –como también se podría hablar de anomalía española- de cara a ese fenómeno generalizado en toda Europa del auge de movimientos, corrientes o formaciones de signo populista o de extrema derecha (para entendernos) que se habrá ilustrado o confirmado poro el seísmo político que habrá desatado en la política francesa la crecida espectacular del Frente Nacional francés en la primera vuelta de las elecciones regionales (generales) francesas del domingo pasado.
El (llamado) cordón sanitario (del conjunto de la clase política hacia formaciones emergentes de ese signo o parecido), la obstrucción sindical -del sindicato socialista hegemónico y mayoriario (FGTB)- a base de un tipo de mensaje en las antípodas del discurso ideológico característico de aquellos –y de prácticas de persecución y de censura de antiguo incluso-, la división y rivalidad intestina reinante de antiguo en esa familia política (incorrecta), la falta de líderes creíbles enn sus filas y otro factor que me parece de una importancia esencial como lo ilustra la glosa reveladora que se le dedica en el reportaje mencionado, a saber el veto tenaz de los medios. Belgium (like Spain) is different
Llevo casi treinta años residiendo en Bélgica y nunca hasta hoy me fue dado el contemplar el menor indicio de cambio o de ruptura de ese boicot periodistico tan tenaz que se remonta sin duda al desenlace de la Segunda Guerra Mundial y de la inmediata posguerra –con el desenlace de la llamada cuestión monárquica (question royal) y la abdicación del monarca Leopoldo II acusado de delito de colaboración por la izquierda belga (en cuarto creciente entonces)- comparable sin duda al de otros países vecinos como Francia, con la diferencia que en el caso francés ese boicot salto en pedazos con la irrupción del Frente Nacional –durante la presidencia Mitterrand- en la primera mitad de la década de los ochenta.
Lubna Azabal, estrella del cine belga francófono y del marroquí, de padre bereber y de madre (emigrante) española. A la que conocí antes del despegue de su carrera cinematográfica, de camarera –correcta y amable y encantadora- en un bar de jóvenes de Bruselas. Su nombre artístico lleva a pensar que se trate de su apellido materno, el mismo de una emigrante asturiana en Bélgica que me dio en una ocasión una lección –como una bofetada en pleno rostro- de fidelidad (sic) a las propias raíces. ¿Madre e hija? Muy posible. ¿Mestizaje el de los belgas (sic) –con la inmigración musulmana- como lo pretende Alerta Digital? Que empiecen barriendo por casaEn Bélgica no, en Bélgica, Leon Degrelle muerto hace ya veintiún años en su exilio español, sigue condenado a muerte (ad vitam aeternam) y todos los que osan levantar la voz o la cabeza (en política) defendiendo posiciones incorrectas –más o menos próximas de las del Frente Nacional en Francia- se ven invariablemente llamados al orden –léase obligdoos a achantarse y a cerrar el pico- por cuenta de líder rexista y de su memoria execrada y maldita entre los belgas. Y también por la cuenta que les tiene. Es así, siempre fue así desde que aquí resido, y todos las recordaciones periódicas –de pascuas a ramos- en los medios o en la esfera editorial de la figura de aquél acaban siempre por traducirse en una gesticulación (ritual) más o menos protocolaria -léase en tributo de pleitesía a lo histórica y políticamente correcta-, que no viene más que a echar tierra sobre su figura y estiércol sobre su memoria. Y el reportaje aludido justifica esa censura tan intolerante y tan poco liberal con una frase de Saint-Just, el constitucional exaltado compañero de Robespierre que justificaba así el Terror revolucionario. “Para los enemigos de la libertad no hay libertad que valga” (pas de liberté pour les ennemis de la liberté)
El otro factor de explicación de la anomalía belga –que habré puesto deliberadamente aparte- en el reportaje belga al que hago alusión, lo es lo que el propio diario belga califica de problema de identidad de los belgas. Los belgas –a un lado y otro de la frontera lingüística- muestran poca fe en su destino colectivo, ni siquiera el interior de las propias fronteras lingüísticas por lo menos en lo que a los francófonos respecta. Y eso explique tal vez la importancia de sucedáneos como la pasión que despierta entre belgas francófonos la selección nacional belga de fútbol (los diablos rojos) y eso explica también lo mucho que les perdonen sus seguidores sus muchos fracasos y lo que les entusiasme –hasta extremos de delirio colectivo- sus éxitos escasos al mismo tiempo. Y explica también el escaso éxito que tuvieron hasta hoy las sucesivas formaciones nacionalistas que trataron de emerger en la órbita del Frente Nacional francés los años que aquí llevo residiendo.
Hay que comprenderles a los belgas. Tratar de analizar su presente y de otear su futuro lo que nos conduce fatalmente a tener que ahondar en su pasado. Bélgica –de antes de llamarse así- fue española, una verdad histórica sentenciada y condenada al olvido entre los belgas y rodeada de mil tabúes. Y esa realidad histórica insoslayable nos plantea un reto mayúsculo a los españoles en esta era de globalización de la que somos contemporáneos. No estoy de acuerdo con la óptica ”belga” de algunos en España que se resiente de no poco de oportunismo y de una cerrazón se diría que congénita –digamos que nos viene más bien de antiguo, de nuestra historia no tan reciente y no tan remota-, que nos lleva a no mirar de puertas afuera o a no mirar más que del otro lado del charco y nunca por cima de los Pirineos, como se habrá puesto clamorosamente de manifiesto en el tratamiento tan distinto que se habrán merecido las elecciones del pasado domingo en Francia y en Venezuela.
El semanario ‘-“patriota” –así es como se definen creo- Alerta Digital trae ahora en su portal un artículo reciente sobre Bélgica que deja la imagen de este país por los suelos, en la apreciación de sus lectores. No es un análisis justo. ¿Bélgica nido de yihadistas después de haber sido refugio de etarras, en la imagen que intenta dar el autor del artículo? Lo de refugio de etarras me suena un tanto a capcioso, a anacrónico sobre todo. Fue el autor de estas líneas el que lo denunció delante del palacio real de Bruselas cuando me detuvieron en el 2000 con ocasión de la visita del entonces monarca reinante Juan Carlos, en presencia de no menos de setenta periodistas españoles que oyeron -perfectamente audibles- los gritos que proferí en el momento de mi detención, y que no les merecieron más que un eco burlesco y despreciativo, los que se hicieron eco (los pocos) y el silencio –más ominoso- en la mayoría de ellos. Silencio (espeso de goma oscura) en los medios españoles a derecha como a izquierda –y sin duda también en el sector del cuadrante ideológico que Alerta Digital hoy representa (Fuerza Nueva, Época…)- frente al santuario de ETA en Bélgica todos aquellos años hasta el 11-M.
Y silencio del anterior monarca también, durante la visita aquella sin motivos o explicaciones suficientes, que pareció venir a Bélgica precisamente entonces a enterrar el contencioso de las extradiciones –de la negaztiva a acceder a las mismas por las instancias judiciales belgas que me diga- las mismas que se hacía sentir desde cuatro años atrás entre los dos países y al que se hace alusión en forma no poco demagógica en el artículo al que aquí aludo. Pagué caro por aquello, tres meses y medio de cárcel en condiciones muy duras, y un proceso –y una condena menor (con la espada de Damocles de una condena mucho mayor que me habría acabado expulsando del país)- que arrastré durante varios años, y que me dan el derecho y la fuerza moral ahora de no rasgarme las vestiduras ni de tomarme en serio esas denuncias a toro pasado, que vienen fatalmente a echar estiércol a la imagen de un país –y al conjunto de a sociedad que lo compone- con el que nos une muchas más cosas de las que nos separan.
¿Piscinas reservadas a las mujeres musulmanas, en Bélgica zona flamenca? En la zona francófona no las vi, ni el tiempo –varios años que permanecí en zona flamenca tampoco. Y no creo que sean panacea exclusiva de Bélgica ni que se extiendan mucho más allá de los guetos de inmigración musulmana (colindantes nota bene con los barrios de emigración española)–como el de Molenbeek - que existen en Bélgica como en otros (varios) países europeos. ¿Mestizaje de los belgas con la población de origen inmigrante? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, y pienso en particular en la comunidad española inmigrante –y sus descendientes provenientes de la corriente emigratoria de los sesenta (y ya antes incuso, de los cincuenta)- que no se ve inmune o ajena a ese fenómeno ni mucho menos.
Y sirva de botón de muestra elocuente y revelador el caso de una emigrante asturiana que conocí hace ya bastante en Bruselas transitando (yo entonces) –¡ay dolor!- por los circuitos de reinserción social y profesional que se me impusieron en un momento dado por razón de mi circunstancia personal (e intransferible) Estaba divorciada de un marroquí y tenía hijos de ese primer matrimonio de los que conocí, dos, de nombres musulmanes (el chico como la chica) No fue óbice para que me soltase una lección de memoria y de fidelidad a las raíces (a las suyas) de esas de dejar los dedos marcados, sólo porque le hice participe de mi voluntad de residir en Bélgica y de integrarme en la sociedad belga.
Y cuál sería mi sorpresa cuando a vine a saber algún tiempo después del nombre artístico de una joven estrella ascendente del cine belga, una chica que conocí de camarera –nada que decir, que conste, correcta y simpática y amable y encantadora- en un bar de jóvenes en el barrio de Ixelles –aglomeración de Bruselas- donde resido, de padre marroquí y de madre española según reza la reseña a su nombre en la red, que me hizo pensar que aquel fuera su apellido materno, el mismo –rara causalidad- de la asturiana emigrante y guerra civilista) aquella tan amante de dar lecciones de moral (y de fidelidad a las raíces), y que por vía de consecuencia se tratase ni más ni menos que de su propia hija. El que esté libre de pecado, ya digo. Del pecado de mestizaje, me explico.
Y en lo que al 11-M tampoco me parecen ni justas ni ecuánimes las apreciaciones del artículo de Alerta Digital. Más bien despiden un tufo un tanto farisaico como lo confirma la alusión (beligerante) en el artículo al abrazo (sic) de las Azores. No fueron los gobernantes belgas (de entonces) los que dieron muestras de insolidaridad con España y con la sociedad española, sino los medios belgas (unánimes, es cierto) haciéndose no menos eco de lo que vomitaban los medios españoles en su abrumador mayoría en aquellos momentos, incluso los situados en el cuadrante extrema derecha (para entendernos) que se sumaron a la histeria generalizada –en contra de José María Aznar- con las palabras y el (mal) ejemplo de papa polaco (San Karol Wojtyla) de preciosa coartada.
Al contrario, el primer ministro belga de entonces, Louis Michel –padre de Charles Michel, el actual premier-, acompañado de una de sus ministros fue de los raros gobernantes extranjeros que estuvieron presentes en cabeza de la multitudinaria manifestación de duelo y de repulsa que recorrió el centro de Madrid a seguir a los atentados de Atocha. Y es de justicia el recordarlo. ¿Oportunismo de un descastado el mío, fruto de la expatriación y del extrañamiento? “La voz de la sangre –más bien- que nos liga a los destinos de Europa” (dixit José Antonio Primo de Rivera)
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