jueves, septiembre 10, 2015

¡EUROPA AY DOLOR!

España-Alemania, en el estadio olimpico de Berlín (a abarrotar) en homenaje a la División Azul el 12 de abril del 42 en visperas del lazamiento de la nueva ofensiva alemana en el frente del Este en dirección de Stalingrado y en la apoteosis de la alianza y de la amistad hispano alemanas. No cabía un alma en el estadio con un gran número de entradas reservadas a los combatientes y heridos de la División Azul (Division 250) La División Azul fue la encarnación de un ideal europeo, de un Nuevo Orden y de una Nueva Europa que debían surgir de los escombros y de las ruinas de la guerra, tras la victoria. « Europa esa gran p... », escribió torpemente un escritor falangista en la posguerra. Con lo que venía a renegar del sueño heroico de sus camaradas de la División Azul por el que tantos de ellos pagaron con sus vidas. Somos europeos y nos lo seguimos sintiendo al cien por cien, por españoles -dijese lo que dijese Unamuno- como se lo sentían aquellos divisionarios. Y ahora más que nunca viendo a Alemania invadida (de nuevo)
Amamos a España porque nos duele (o « porque no nos gusta »), lo que siempre oímos y muchas veces repetimos (asintiendo) sin saber muy bien lo que decir queríamos. Y a fe mía que me dolió siempre. Los años que viví en España donde nací y crecí y vivi de (muy) joven y los años (ya tan largos) que llevo fuera. Y ahora de repente, con la crisis de los refugiados me doy cuenta o llego más bien a la conclusión y al convencimiento que ese amor no era exclusivo, no se detenia o no se enfriaba o extinguía pasados los Pirineos.

« Si hubiéramos sabido que el amor era eso », tituló Umbral una de sus novelas más tempranas (o lo que fueran), y ahora ya advertidos, captamos al vuelo que hay algo de amor (patrio) –profundo, carnal, etrañable- en esos sentimientos desconcertantes que nos acometen, esas tragantadas de angustia que nos embargan y ahogan ante las noticias en aluvión que nos vienen llegando del aflujo –en forma de un tsunami furioso más que en simple aluvion o en andanadas- de refugiados sirios, irakíes -libios nota bene- y de otros paises del Oriente (mas o menos) próximo por las fronteras del Este de Europa siguiendo grosso modo las rutas de invasión que siguieron turcos y mongoles en un pasado más o menos remoto, y en lo que tiene algo del empuje de los bárbaros por los limes del Imperio.

Enternecida por la foto del niño en la playa turca, la canciller alemana abría los brazos de par en par días pasados al aflujo torrencial e imparable de inmigrantes que viene desparramándose desde hace varias semanas dentro de las fronteras de Alemania. En Hungria, la principal puerta de entrada en la UE para todos esos miles y miles de refugiados, la situación se encuentra fuera de control, como lo prueban las avalanchas de los últimos dias, controles y barreras policiales y estaciones de tren tomados al asalto por una marea creciente de refugiados, frente a unas fuerzas del orden completamente desbordadas, a tal punto que el ejército húngaro se encuentra desde hace dos días en plena maniobras en el sur del pais en las zonas cercanas a los principales puntos de acceso a la corriente inmigratoria.

La crisis de los refugiados viene a destapar las grietas entre los diferentes países miembros al interior de la UE, y pone a la misma organzación en serio peligro de derrumbe. Los ministros de exteriores de los países de la línea del frente por decirlo así, los más directamente afectados, Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia –con aval a distancia de los Estados Bálticos- habran tenido una reunión de emergencia a principios de esta semana para abordar la crisis de los refugiados.

Y está claro que el estado de espiritu que en ella habra dominado se encuentra a años luz del optimismo insensato que siguen difundiendo los medios de la prensa global, y que despide de lejos el reciente discurso del comisario (luxemburgués) Juncker, parejo a la culpabilización colectiva que saben infundir y explotar con tanto tino, como lo prueba un sondeo reciente en Francia que da cuenta de un (ligero) vuelco en la opinion publica francesa –hasta ahora opuesta mayoritariamente al aluvion inmigratorio- en el tema en ascuas, de resultas de la foto lacrimógena, foto o montaje o lo que sea. Dinamarca, de todos los paises escandianvos, se habrá singularizado hasta ahora por su actitud de firmeza frente al aluvión de refugiados.

En España, todo lleva a pensar que las espadas siguen en alto en la materia. A tenor de la acogida más que mitigada que habrá tenido en la clase política la propuesta de cuotas de la comisión/europea para cada país miembro –que nos echa un buen muerto encima (léase catorce mil inmigrantes en los próximos dos años)- y la (relativa) atonía que se nota en los medios de la izquierda –tanto en su variante tradicional como en la indignada- que se diría que dudan a la hora de proponer y de poner en práctica medidas concretas de apoyo y acogida a los refugiados.

El gran albadonazo lo habrán sido no obstante las declaraciones del ex primer ministro francés Nicolás Sarkozy que le publica hoy con gran realce el diario Liberation en su edición de hoy. Consciente sin duda que muchos le apuntan con el dedo entre los (principales) responsables de la actual situación y a riesgo de verse malinterpretado como si viniese a tirar por la calle de en medio o estuviese optando por la huída hacia adelante, el ex–jefe del gobierno francés aboga rersueltamente por una intervención en toda regla contra el Ejército islámico, por aire y tierra (y mar), y sin pronuciarse claramente en relacion con la actitud a tomar hacia los refugiados, no hace hace menos un llamamiento a la defensa y preservacion de la tradicion (sic) y de la identidad francesas.

Nicolas Sarkozy (no se olvide) –al que Jean Marie Le Pen reprochaba el ser un francés de la primera generación- es hijo de inmigrante, de un miembro de la nobleza austro/húngara refugiado en Francia (por lo que fuera) tras la Segunda Guerra Mundial, como su nombre (de clara raigambre magiar) lo confirma y sin duda no habrá podido permanecer impasible ante la situación catastrófica que afronta su pais de origen las horas que corren.

Los llamamientos de Sarkozy a una intervención militar contra el Estado Islámico vienen a juntarse ahora a otros signos e indicios coincidentes de las últimas semanas –como las recientes declaraciones de nuestro ministro de exteriores sobre Siria a las que aquí ya me referí, sintomáticamente silenciadas por un sector de la prensa española (incluido el País)- que apuntan todos a una progresiva normalización de la situación en la esfera internacional de Bachar el Assad y de su regimen, léase a su progresiva reintegración en lo que se da en llamar la comunidad internacional, tras el apestamiento prolongado del que se habrán visto blanco y víctimas –como lo fue en su tiempo el régimen de Franco- desde el estallido de las primaveras árabes.

En el plano de la cooperación militar incluso. Y es en la medida –como lo hace observar el diario Le Monde en su edición de ayer tarde- que una intervención de los países occidentales contra el Estado Islámico en suelo sirio arrastraría fatalmente consigo una colaboración recíproca creciente con el régimen de Bachar y sus fuerzas armadas.

Pero el grito de alarma más fuerte –el que sin duda más se habrá oido estos último días- habrá venido de un obispo católico hungaro que se insurge en unas declaraciones recogidas en el diario norteamericano « Washington Post » contra las propuestas recientes del papa Francisco –de que acojamos todos (sic) a una familia de refugiados en nuestras casas (sic)-, acusando al papa argentino de no estar al corriente de una situacion fuera de todo control (sic), y arremetiendo sin complejos contra la actitud de muchos de esos candidatos a refugiados que se comportan –en su mayoría- como en terreno conquistado, a gritos de allah akbar! en los trenes que les llevan en dirección de Alemania, cínicos y arrogantes (sic), exigiendo -cabe glosar- respeto (sic) a cada paso sin contrapartida por supuesto, una vieja canción que algunos ya nos conocemos de los años que venimos residiendo por cima de los Pirineos. Que no aceptan comida, que traen dinero, y que vienen a hacerse (sic) con el control.

« El papa se equivoca, estamos ante una invasion », concluye el obispo discolo haciéndose así eco sin duda del sentir generalizado entre sus compatriotas (y entre sus propios feligreses) Y de esa arrogancia –generalizada o no- que denuncia el obispo húngaro dan igualmente testimonio las recientes declaraciones del secretario de estado para los inmigrantes en Bélgica que se habrá quejado por las redes sociales que de las quinientas camas ofrecidas en un centro habilitado ad hoc y a título provisional para los refugiados en el centro de Bruselas, sólo se habian visto hasta ahora ocupadas en un porcentaje ínfimo (unas quince)

« Querrán que los llevemos a un hotel », habrá difundido en un tweet, provocando (faltaria) nuevos incendios en las redes sociales (calamitas calamitatis !) Europa ¡ay dolor! Nos duele ahora como nunca pudimos imaginarlo

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