El protagonista de esta novela, Luys Forest, es a todas luces un trasunto –como lo confirmaba José Carlos Mainer en “La Corona hecha trizas”- de Luys (Gutiérrez) Santamarina, figura emblemática de la falange catalana al que perdonaron -durante la guerra (y después de asesinar vilmente a José Antonio)- la vida los anarquistas a los que se la perdonó él (y protegió) en la posguerra inmediata, por generosidad desinteresada o tal vez –no juzgo intenciones- buscando que se la perdonaran ellos a él, tras la derrota de Alemania y de los nazi fascismos en el 45. Como sea, su trayectoria posterior a la guerra civil –como la de Ridruejo- trasuda un tufo a fracaso y a derrotaLa Señora Nicolau (se está viendo) apuesta por la escalada, con la sarta de gestos –y de actos- simbólicos y no menos conflictivos que viene permitiéndose desde que agarró –a base de pactos y sin mayoría absoluta- el bastón del mando de la alcaldía de Barcelona. En Cataluña al contrario que en el país vasco, el separatismo es mas lingüístico y menos guerra civilista en sentido estricto del término, aunque no deja de serlo lato sensu, en sentido republicano me refiero.
Como lo ponen ahora de nuevo de manifiesto, con la retirada del busto del anterior monarca, por orden de la señora alcaldesa, lo que le merece una glosa republicana a su portavoz en el ayuntamiento defendiendo el gesto y calificando a la monarquía de anomalía (sic) y haciendo un llamamiento a la vez por la recuperación (sic) de los valores republicanos (de Barcelona y de Cataluña) ¡Bueno se está poniendo el patio, en este verano del 2015 -año ochenta y tantos (¿ochenta y cuatro?)- del inicio de la guerra civil española interminable)! ¡Con lo que llevamos ya de calor –como en julio del 36- y lo que aun nos queda!
El artículo 155 de la constitución -de suspensión de la autonomí secesionígena- asoma entretanto ineluctable al horizonte (próximo) se quiera o no se quiera, porque a estos demagogos e irresponsables que se han encaramado al poder ahora en Cataluña, en caso de resultados favorables para ellos en las próximas elecciones catalanas del 27 de septiembre no habrá ya quien los pare, me refiero en la escalada previsible de actos y gestos de desafío y de provocación al orden institucional y al conjunto de los españoles. Dice Pío Moa que la guerra civil empezó en el 34, y si su aserto es verídico históricamente hablando hay que concluir que la guerra empezó en simultáneo en Asturias y en Cataluña y en menor medida en Andalucía.
Aunque en el enfoque que vengo aplicando en estas entradas, de la guerra civil interminable, sea propiamente el 14 de abril fecha de la proclamación de la II República donde haya que situar el inicio de la guerra civil interminable. Y es en la medida que el 14 de abril cobro innegablemente en Madrid –lo mismo que un sinfín de ciudades y localidades españolas- carices insurreccionales y que en Barcelona, se vio doblado además de un sesgo separatista o secesionígena indiscutible.
La guerra civil propiamente hablando –donde los catalanistas pintaron tan poco (a comenzar por su icono máximo Companys convertido tras estallar la guerra en una especie de rehén de los anarquistas)- les interesa poco a la alcaldesa y sus partidarios, el 14 de abril mucho más en cambio, en lo que tuvo de ruptura con el pasado (español) y de asonada y de insurrección callejera en Barcelona y de chantaje separatista a las instituciones del Estado. El desenlace (primero) de la guerra civil –el Primero de Abril del 39- selló la derrota del catalanismo pero levantarían pronto cabeza. Generalmente se admite que ello fue ya al día siguiente de la victoria laida en el 45, pero yo diría que venía ya de antes, desde el regreso de Ridruejo de la División Azul las orejas gachas y cargando ya a sus espaldas con el peso de la derrota.
¡Español habla la lengua del Imperio! O témpora o mores! Por todas partes el eslogan triunfal aquel –que se atribuye al que fue brillante delegado de Prensa y Propaganda del régimen (primera época)- en las paredes de Barcelona y de pueblos y ciudades catalanas. Y volvió a reír la primavera en Cataluña aunque por poco tiempo. ¿Una derrota de Cataluña la victoria del Primero de Abril? No saben lo que dicen. Cataluña acogió triunfalmente, apoteósicamente a las vanguardias del ejército nacional, lo que Ricardo de la Cierva en su obra “Franco un siglo de historia” califico de homenaje callado de Cataluña. Y las acogió triunfalmente y apoteósicamente sobre todo Barcelona.
No lo digo yo, lo dice alguien fuera de toda sospecha que flirteó no poco con la izquierda a partir de un momento dado de su trayectoria y me refiero al celebra actor Adolfo Marsillach que en sus memorias relataban la entrada por la Diagonal de los nacionales –que él vio (sic) de sus propios ojos -, balcones y ventanas engalanadas y un público enfervorizado que llenaba los balcones y las ventanas y las aceras. Como llenaban a abarrotar la plaza de Cataluña a la llegada del General Yagüe.
Marsillach no era tampoco una figura trivial. Hijo del corresponsal de la revista (monárquica) Acción Española en Barcelona en los años de la república, al que la guerra atrapó en zona roja, que acabó poniendo su pluma –y su voz (radiofónica)- al servicio de los rojos (como les ocurrió a tantos) y se vería después represaliado –supongo, aunque no dispongo de datos- en la inmediata posguerra. Y en sus memorias cuenta Marsillach cómo los vecinos del piso de abajo –los antiguos porteros - les humillaban a él y a los suyos, de otro nivel social (superior) hasta el momento de estallar la guerra, bailando jotas y obligándolos a asistir a él y toda su familia, cada vez que los rojos ganaban una batalla o les llegaban buenas noticias (para los suyos) de los frentes de guerra. Pero el fracaso de la reconquista –espiritual- de Barcelona y de Cataluña lleva sin duda un nombre, el de Dionisio Ridruejo.
La historia de la revista Destino, portavoz del franquismo mas acrisolado en Cataluña en la inmediata posguerra fue la de una larga agonía que presidió el propio Ridruejo emigrado a Cataluña. Y ese tufo a fracaso –y a derrota- se le quedó también un poco pegado a Francisco Umbral que colaboró asiduamente en ella hasta los inicios de la transición. Lo que destapa sobre todo en sus enfoques memorísticos de la guerra civil y de la posguerra. Cuando evoca por ejemplo –en términos futuribles- la vida que le esperaba a Eugenio d’Ors –entonces refugiado en Burgos durante la guerra- en la España de la Victoria. La de un parásito de oro en Madrid (sic) y un traidor en Cataluña (op. cit. p. 126)
O eso otro –un poco más lejos- sobre los falangistas catalanes (Samuel Ros, Ignacio Agustí, Juan Ramón Masoliver, José Vergés) refugiados en Burgos. “Mientras Cataluña lucha por las dos libertades, la de España y de Cataluña, mientras Cataluña lucha en el frente anarquista con la canción y el cuchillo, mientras Cataluña lucha en el frente catalanista con la bandera y el fusil inglés…mientras todo eso, unos cuantos intelectuales catalanes, señoritos de profesión (al margen el individualismo histórico de D’Ors), han decidido esperar dulcemente en esta ciudad que Franco masacre Barcelona y toda la nación catalana” (op. Cit. p. 157)
El género de exabruptos literarios –sobre la guerra civil-, brillantes y no menos injustos (y mendaces), que hay que saber perdonarle a Umbral por cuenta del drama de sus orígenes. Otros en cambio no tienen perdón, y evitaré aquí el dar nombres, de alguien que me viene a la mente de inmediato con un pasado azul a cuestas como el de Umbral y presente y operante en el mercado editorial durante décadas como Umbral y con un protagonismo en cambio en los ámbitos académicos y universitarios que Umbral echaba en falta. Y ese mismo tufo a fracaso se desprende de la vida de otro falangista histórico, de la falange primera, y miembro igualmente –como Ridruejo- de la corte literaria de José Antonio, y catalán de adopción también como lo acabó siendo Ridruejo- y me refiero a Luys Santamarina –Luys y no Luis, como él firmó siempre (no en catalán sino en castellano arcaico)- que evoca en una novela que me leí de un tirón el escritor Juan Marsé –otro que tal baila, que paso por el Frente de Juventudes (como lo deja a entender tan a las claras en su obra escrita)- bajo el titulo “la muchacha de las bragas de oro”
A Luys Santamarina le perdonaron la vida los anarquistas durante la guerra –a pesar de las tres penas de muerte de las que se jactaría en la posguerra inmediata (cuando llegó a arbolar en la camisa azul tres calaveras)- y se sintió después –como les ocurrió a otros camisas viejas- en la obligación de perdonarles la vida en la posguerra, sinceramente, generosamente, o tal vez –no juzgo intenciones- en la esperanza secreta de que los anarcos acabaran perdonándosela a él tras la derrota de Alemania y de los nazi fascismos en el 45.
La señora alcaldesa de la Ciudad Condal -de su nombre Nicolau y de ascendencia aragonesa- arremete ahora contra todos los símbolos monárquicos de Barcelona con lo que consciente o no –preferimos pensar que no- está abriendo la caja de Pandora, de todos los truenos y relámpagos, y de todos los malos vientos, vientos de guerra civil por supuesto. La Monarquía sigue siendo hoy por hoy garante supremo de la unidad nacional y de la autoridad del estado en Cataluña.
Y cabe auspiciar que sus supremos representantes se hayan aprendido bien las lecciones de la historia, de la historia de España y de su propia dinastía, de aquellos borbones de la Restauración en Francia y de sus partidarios que como decía Talleyrand, nada aprendieron y nada olvidaron. Y es que son muchos los españoles que aún acatando sinceramente la autoridad del actual monarca y de la institución que representa, siguen sin comprender muchas cosas, en particular en lo referente a Cataluña, esa ley del embudo sobre todo de la que disfrutaron durante décadas los fautores de secesión en aquella región española.
Buscar el consenso (por sistema) es una cosa, sin duda loable y propia del ejercicio prudente de la autoridad, y negarse a reconocer la realidad –que me diga la evidencia- de la guerra civil interminable es otra. A saber, de ese capítulo de la misma –de guerra simétrica y mayormente de propaganda (hasta ahora)- que se está riñendo desde hace un rato en Cataluña en torno al habla catalana, coartada principalísima de los que buscan la secesión (bautizada de autodeterminación o de independencia)
Y es de esperar –y hacemos votos sinceros en ese sentido- que Felipe VI acabe percatándose o dé a entender inequívocamente (que me diga) que asumió el reto y recogió el guante del desafío que le viene echando al rostro el chantaje secesionígena. Como acaban de arrojárselo de nuevo ahora
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