Una foto que figura entre las armas -de chantaje- más temibles del arsenal utilizado en la guerra civil (del 36) interminable –la Guerra de los Ochenta y Tantos Años-, como me fue dado el comprobarlo de primera mano durante casi treinta años de estancia (ininterrumpida en Bélgica) Guerra asimétrica y guerra a su vez de propaganda (aunque no sólo) que se desata a la primeras de cambio –y en un abrir y cerrar de ojos- en tratándose de España y de los españoles por cima de los Pirineos. La conferencia de Hendaya entre Franco y Hitler (23 de octubre 1940) no le dejó al Fuhrer sólo dolor de muelas como reza la leyenda hagiográfica (y piadosa) que circuló décadas durante entre españoles, sino que se llevó también consigo (con todas las de la ley) un protocolo secreto en el bolsillo –con la firma del propio Franco- por el que el régimen español prestaba adhesión al Pacto Tripartito –más conocido como el Eje Berlín Roma Tokio- y se comprometía también a la entrada en guerra del lado de Alemania. Y en la creación de la División Azul, por acuerdo del consejo de ministros, al día siguiente –el 23 de junio del 41- del lanzamiento de la Operación Barbarroja en el frente del Este, cabe ver una aplicación de aquél sin duda alguna. El incumplimiento parcial no obstante de aquel acuerdo al más alto nivel de la política internacional de entonces no le impidió a España el figurar entre los vencidos del 45. Aunque no nos sentáramos en el banquillo en Nuremberg, gracias a la rendición pactada por medio del Vaticano. Pero nos privó en cambio de un acuerdo de paz o armisticio cualquiera que pusiese fin a la guerra civil interminable (o de los ochenta años) Como lo ilustra el homenaje el pasado domingo al teniente Castillo, y la presencia en él de militares (¿en activo?) de ideología republicana. Chantaje contra España que no cesa, aquel por cuenta del protocolo secreto -en manos de los vencedores del 45- de la Conferencia de HendayaHomenaje callejero de unos cuantos espontáneos -en presencia nota bene de militares (¿en activo?)- al teniente Castillo. Culebrón de verano la memoria histórica (de los vencidos del 36) Y cuanto más cálido el verano más folletinesco el culebrón y más lacrimógeno y sensiblero. El teniente Castillo –de los guardia de Asalto (cuerpo republicano), natural de Alcalá Real, provincia de Jaén (lo que yo ignoraba)- murió por aquello que el que a hierro mata a hierro muere (no lo digo yo sino que reza en la biblia canónica)
Recuerdo durante mi paso fugaz de unos meses en Madrid –escurriéndome por las calles como un fantasma (casi) tal como estaba el patio entonces (invierno del 86)- cuando salí de Portugal y antes de venirme a Bélgica, que fui a dar puramente de causalidad con el anuncio (en la misma entrada), en la pared, al lado de la iglesia de Jesús de Medinaceli por la carrera de San Jerónimo, de un acto de la izquierda –de un colectivo feminista- en homenaje al teniente Castillo.
Y en el que me metí por simple curiosidad y en el que intervino la que era o decía que era viuda del teniente Castillo, con la que contrajo matrimonio unos días ante de sus muerte apenas, y en una ceremonia que se vio ya surcada de negros presagios para el novio de la boda aquella y de la novia también que recibió la víspera misma amenazas de muerte destinada a su futuro marido (un ataúd en vida, le decían) Y confieso que le sorprendió un tanto el conocerla en persona porque la viuda aquella no respondía –es cierto- al consabido clisé tan fuertemente anclado en la memoria colectiva por cuenta de la milicianas rojas de la guerra pero sobre todo por el tono no poco ecuánime de su testimonio de como había salvado el pellejo los primeros días tras producirse el alzamiento que le pilló en zona nacional –por el lado de Extremadura- donde decía que fue a dar con guardias civiles “buenas personas”
Una viuda alegre (y optimista), la impresión tenaz que me quedo de aquella novia (eterna) a la que aguaron la fiesta de la luna de miel (falangistas o los que fueran) Y no sé si seguirá en vida treinta añoso después casi de haberla conocido pero a fe mía que me extrañaría mucho que apruebe o aprobase este resucitar de la memoria guerracivilista y de sus coletazos veraniegos interminables a los que venimos asistiendo desde hace años.
En la novela de Camilo José Cela, “San Camilo 1936” dedicada a los primeros instantes del Alzamiento en Madrid, el 18 de Julio (fiesta de San Camilo, día del santo patrón pues del autor de la novela) se relata los acontecimientos que aquel día abrasador y de los que inmediatamente le seguirían y le precederían, en forma de monólogo u odisea interior y dentro del estilo (y del género) del realismo mágico latino/ché –nada que ver con la variante española anterior de unas décadas que le serviría de modelo y de matriz- que hacía de su lectura algo indigesto y bastante penoso incluso, al menos para el que esto escribe. Y en el relato de Cela se acusaba, conforme al espíritu de la época de su aparición en 1969 –el tardo franquismo tardío- una profunda revisión –al gusto de la memoria de loso vencidos (como lo ilustra el prólogo a la primera edición, de Tuñón de Lara, historiador emblemático del bando de los que perdieron)- por cuenta de los acontecimientos aquellos, entre los que no se omitía como era lógico suponer la muerte del teniente Castillo del que Cela hace cargar con el muerto a un militante tradicionalista que habría huido de Madrid y encontrado refugio en un convento de frailes de provincia.
Lo del huevo y la gallina, de quien empezó primero la espiral aquella de violencia que llevaría a la muerte de Calvo Sotelo y al estallido de la guerra civil. Lo cierto es que como dice Pio Moa estábamos ya sumidos los españoles en una guerra civil que había empezado años antes y que como vengo probándolo e ilustrando desde hace un rato se prosigue todavía imperturbable. Puestos a recordar, el teniente Castillo se singularizó durante el entierro del alférez Reyes (de derechas), de la Guardia Civil, en abril del 36 que discurrió por las calles del centro de Madrid, y donde fue muerto un primo de José Antonio, Andrés Sáenz de Heredia, militante tradicionalista.
Puestos a recordar también y a corregir deformaciones “mágicas” de la novela de Cela cabe decir también que Paquita Rico la joven socialista muerta por falangistas (10 de junio del 34) no venía de la sierra (sic) cuando la mataron –como le endosaba sospechosamente Cela- sino del inmediaciones madrileñas, del Pardo donde asistió de testigo presencial (y según otros testigos oculares, de mucho más que eso) al asesinato macabro de Andrés Cuéllar, joven falangista (hijo de un funcionario de policía) Decía Umbral que pasados cincuenta años, la historia se convierte en literatura.
Pero Umbral se equivocaba. Porque en el caso español ocurrió a la inversa, que la historia y la literatura misma se convertirían en armas de guerra, de una guerra civil interminable. Lo que explica que actos de homenaje tan insólitos –de homenaje guerracivilista a una figura no poco oscura de los vencidos de una guerra civil- como el que evoco más arriba puede darse en España como en ningún otro país del mundo.
Se recordaba recientemente en la red –retuve el dato (crucial) pero no la fuente, sin duda mucho menos importante- que en la reunión que se decidió de la respuesta al asesinato de Juan Cuellar –primera represalia sangrenta de la Falange-, según testimonio del responsable del servicio de acción de FE de las JONS entonces, Juan Antonio Ansaldo, el visto bueno de los mandos –y del principal de ellos, José Antonio, inclusive- se recibió entre los falangistas allí presentes con alborozo, como algo que venía a devolver la esperanza (sic) y un sentimiento de dignidad y de legítimo orgullo (sic) a los jóvenes falangistas, camaradas del asesinado. La Falange tomó parte activa en la violencia de los años de la República, y no solo eso sino que sería protagonista del primer orden en la espiral (sangrienta) que llevaría a la guerra civil. Y es extraño que muchos que tanto hincapié hacen ahora en sus lealtades (azules) ochenta años trascurridos no sean capaces de asumir aquel dato histórico irrefutable.
Sin duda porque el reconocerlo les llevaría fatalmente a tener que reconocer la realidad insoslayable de la guerra civil interminable, de los ochenta y tantos años. Y con ella, su corolario principal tal vez, a saber que esa guerra que se perpetuaría hasta hoy, se vería prolongada (para comenzar) en la Segunda Guerra Mundial, de la que nuestra guerra civil fue el primer capítulo o episodio como lo dejo sentado en mi reciente libro “Guerra del 36 e Indignación Callejera” Han caído recientemente en mis manos las actas de un coloquio que se celebró a principios de la década de los ochenta en la ciudad suiza de Neuchatel sobre el tema genérico de los estados nuestros en la Segunda Guerra Mundial en la que se incluía un artículo –de un estudioso de nombre español sobre la neutralidad española, y en el que se evoca el protocolo secreto (sic) que fue firmado por el propio Franco en persona en la conferencia de Hendaya con el Fuhrer. Un protocolo que comprometía al régimen español a adherirse al pacto Tripartito, y a medio plazo, a la entrada en guerra.
¿Un acto de clarividencia política del jefe de estado español de entonces, conforme a una de las reglas de oro –o de bronce- de la política, la de no decir lo que se hace ni hacer lo que se dice, o un acto de (flagrante) deslealtad para con una nación aliada que tanto habían contribuido a la victoria del Primero de Abril. Como sea, está claro que el incumplimiento (en parte) del protocolo secreto de la conferencia de Hendaya no le evito a España y a su régimen la derrota del 45. Que daría apenas la señal de inicio de una larga serie de episodios de guerra asimétrica.
¿Una tesis (discutible) apenas la que aquí defiendo? Está claro como sea que el demostrar lo contario a saber la veracidad –léase la verdad histórica de mi aserto- es algo que pertenece al terreno de las utopías irrealizables a menos que nos decidamos a recoger el guante del desafío en su totalidad, me explico a reconocer ese estado de guerra interminable por el que los españoles de hoy seguimos transitando. Y en ese espíritu –beligerante- me decidí a comentar la noticia que evoco al comienzo de esta entrad, con lo que soy consciente de no estar rebuscando en el pasado, sino de asumir así la realidad de esa guerra interminable, tan actual como hace ochenta años. La única manera de preparar de vedad el futuro. El nuestro y el de los nuestros
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