En la foto, VIOLETA FRIEDMAN, judía de nacionalidad húngara (de Marghita, en Transilvania, Rumanía) que se personó en la acusación contra LEON DEGRELLE ante los tribunales españoles, por antisemitismo y negación del Holocausto, lo que fue zanjado -tras sentencias contrarias del Tribunal Supremo, de la Audiencia Territorial y del Juzgado de Primera Instancia (de Madrid)-, por el Tribunal Constitucional en recurso de amparo (1985)- reconociendo a la demandante un derecho al honor, e igualmente, su condición de "víctima indirecta" (*) lesionada en su dignidad y en su honor por las declaraciones de Degrelle sobre la Segunda Guerra Mundial y cuestiones anexas y relacionadas, a una revista española que tomó la iniciativa de entrevistarle (...). El político belga fue condenado a una multa apenas (...) Y en otra sentencia del TC (2007) -sobre la librería Europa- se concluyó que no se podía tachar de inconstitucional la negación del Holocausto. Por otra parte la sentencia del TC en el caso Friedman dio lugar a la reforma del Código penal, que tipifica un delito de odio y discriminación (art.510), sin mayores abundamientos
(*): Cabe añadir que la señora FRIEDMAN no presentó nunca pruebas de la persecución y de todos los horrores de los que habían sido víctimas ella y su familia, a lo que aludía en su acusación contra DEGRELLE
El Tribunal Constitucional está en crisis, hasta el punto que su legitimidad (sic) se ve desde diversos ángulos puesta en entredicho. Pero de eso no tiene en absoluto la culpa Leon DEGRELLE. Ni se trata tampoco en esta entrada de culparles en bloque a ellos, el conjunto de magistrados del augusto Tribunal, entre los que figuraba Jesús LEGUINA que vuelvo a encontrar a mi gran sorpresa ahora (en la Red, mientras preparo este articulo), tras perdernos recíprocamente de vista desde aquellos años, ya un tanto remotos y para mi un tanto sombríos (en el recuerdo) cuando seguí atenta y, puntualmente y sin falta, sus clases de Derecho Administrativo en la Facultad de Derecho de la Universitaria, en la Complutense.
Y del que me quedó la imagen de un profesor brillante, de impecable atuendo e irreprochable presentación, excelente comunicador, de voz sosegada y y de exposición -en el silencio y embeleso de su joven auditorio- detallada y precisa, navegando no obstante a velas desplegadas, discretamente y sin perder los papeles ni la compostura -ni su puesto docente, eso sí que no!-, tras los vientos de la historia, que corrían un tanto furiosos por aquellos claustros, aulas y pasillos, en aquellos años turbios y decisivos. Vientos de guerra civil para ser exactos. de guerra guerra sí, por muy hibrida y asimétrica -ay dolor! que ella fuera, y el tiempo que todo lo disuelve -en la Memoria- me habrá acabado dando la razón, de mi puesta en guardia de entonces y de mi aguante y mi paciencia soportando impertérrito el boicot (discreto y a la vez ingrato) "más solo que la una". Como me espetó allí en la Facultad, delante de muchos otros, un amigo de una peseta, como diría Francisco Umbral, de esos que llevan (cobardemente) la veleta y la rosa de los vientos no en el pecho sino en la cabeza.
Y al frente del augusto tribunal figuraba Francisco TOMÁS Y VALIENTE, el del trágico final que le reservaba el destino, y al que asocio inseparablemente en mi memoria por algo que en visión retrospectiva se me antoja premonitorio de la trágica suerte que le estaba reservada, y fue por encontrarse justo antes de aquello en el centro o en el ojo de la mas grave crisis diplomática tal vez, nunca (abiertamente) registrada, entre España y Bélgica -estaban allí entonces en la hora vasca entre belgas-, y fue por culpa del mandato de caza y captura y de extradición que aquél mismo dictó en contra de una pareja de etarras refugiados en Bélgica y gozando hoy plácidamente, ya pasado todo aquello, de la doble nacionalidad, por grave negligencia de las autoridades y representantes del Estado español aquí, pero eso ya es otra historia.
Y sirva todo lo que precede de indispensable preámbulo al abordaje del tema que nos ocupa, a saber la condena en España de Leon DEGRELLE por un pretendido crimen o delito de expresión, convenientemente aireado en Bélgica donde yo me encontraba. El caso es que después de aquello, la voz oracular de uno de los últimos voceros y testigos de la Memoria de los vencidos de la II Guerra Mundial enmudeció -o esa fue al menos la impresión que a mí me dio-. como en un vaticinio de su muerte que vendría pocos años después (31 de marzo de 1994)
Y es que debo rendirme a la evidencia que la estrella DEGRELLE me habrá guiado sin yo saberlo ni sospecharlo, y habrá presidido el ultimo tramo de mi trayectoria de los tiempos difíciles en su tierra y país de origen y me habrá guiado en la misma dirección que él siguió de regreso a España, mi patria (madre) de nacimiento: al socaire o eso creo del viento/bueno que siento correr entre los jóvenes de mi país, Que les invita al heroísmo, les infla de esperanza y les infunde una misma Fe en la Victoria. Sieg Heil! Hoy como ayer.
(2): Cabe destacar, en parte de mi propia memoria, que TOMAS Y VALIENTE fue asesinado -por la ETA-, en el mismo momento que hablaba desde su despacho con Elías DÍAZ -quien oyó los disparos- de sitio preponderante, él también (Elías Díaz) en mi memoria, y fue a través de la obra de éste último, "Estado de derecho y sociedad democrática", best-seller en aquel año (1966) de mi entrada en la Universidad, que me leí y releí (entusiasta) como tantos jóvenes de entonces universitarios, sin caer en la cuenta de la conclusión o de la glosa mayor que retengo hoy: y es que el ESTADO DE DERECHO (sic), que aquel librito pretendía rebatir, y por cuenta del cual, el autor de la obra, ya entonces cripto/socialista o militante (semiclandestino) del PSOE, cuestionaba en un tiro por elevación contra el régimen (franquista) de entonces, todo su Derecho Público (Leyes Fundamentales) o "Derecho político", no era más que una formula acuñada en un pensamiento jurídico europeo (alemán y no sólo) subyacente en la ideología nazi -Karl SCHMITT, HEIDEGGER, el romanticismo jurídico alemán, y su Escuela histórica, entre ellos Frederich VON SAVIGNY, y los españoles, Manuel GARCÍA PELAYO primer presidente del Tribunal Constitucional, (1980-1986) y Francisco Javier CONDE, director del Instituto de Estudios Políticos
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