Escena del No-Do del 11 de enero de 1965. Durante una de las visitas de Franco a la provincia de Jaén. En la foto, con el entonces alcalde de Mancha Real, Francisco Carrillo Sánchez-Puerta -Paco Carrillo, como así siempre le oí nombrar a mi alrededor-, al que asocio inevitablemente con mis veraneos (inolvidables) de niño y adolescente en aquella localidad jiennense de la que procedo por la vía paterna. Escenario y y balcón de observación privilegiado como lo fue para el que esto escribe de la paz social que reinó innegablemente aquellos años en la España del Sur, tan castigada en la guerra civil. Y a la vez, de un proceso de reconciliación innegable entre vencidos y vencedores y sus descendientes. Lo que no se cimentaba menos en la derrota histórica de una clase obrera (y campesina) en armas que fue lo que selló el desenlace de la contienda. Y ese clima social vendría a enrarecerse fatalmente con el rearme de la clase/obrera -y campesina- que traduciría el sindicalismo guerracivilista y beligerante de las últimas décadas. Y que en la medida que la guerra civil española del 36 fue en gran parte guerra de clases, venia fatalmente a ilustrar el re-encenderse de una guerra que ochenta y un años después dura todavíaAniversario del Dieciocho de Julio. Ochenta y un años después, la guerra continúa. Como lo prueban los titulares y artículos beligerantes en sus ediciones de hoy de algunos medios, y también, la propuesta de la alcaldesa izquierdista de Madrid de ponerle placas a los milicianos que se enzarzaron en toda clase de desmanes tras el fracaso del alzamiento en la capital de España, en la jornada del 19 de julio de 1936. Y ademas, el de proponer hacerlo precisamente en dos barrios de clase obrera -Tetuán y San Blas-, el uno situado dentro del antiguo casco urbano en el momento de estallar la guerra civil y el otro de gestación posterior, en la posguerra, aunque su núcleo original se situaba entonces en ele extrarradio urbano y principalmente en Canillejas, un municipio entonces como otro cualquiera y que en cuanto tal vendría a desparecer tras la guerra civil.
Con lo que se viene a ilustrar el carácter de lucha de clases que tuvo la guerra civil española en su eclosión como en su curso posterior, tal y como lo vengo defendiendo desde hace ya rato en estas entradas. ¿Por qué si no, no propone la alcaldesa Carmena poner placas en otros barrios madrileños que fueron igualmente teatro del estallido de la guerra civil y del fracaso de del Alzamiento en la capital de España? En Arguelles por ejemplo en cuyas inmediaciones se encontraba el Cuartel de la Montaña, escenario, tanto el acuartelamiento propiamente hablando como las calles que adyacentes que hacia él confluían, de escenas de -desmanes y de salvajismo- inmortalizadas en unas instantáneas gráficas difundidas a las cuatro esquinas del planeta en las planas de los medios (españoles y extranjeros) desde los primeros momentos tras el asalto al edificio.
Obvio es que no hay ambiente, o clima social -ni político- para una iniciativa así hoy por hoy. Que amenazaría con re-encender las guerra del callejero madrileño que lleva despidiendo llamaradas desde que el equipo actual se adueñó de los puestos de mando de la alcaldia madrileña. Los pueblos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Supresión (sic) de la lucha de clases , eso es lo que proponía Franco en una entrevista inédita que el ABC de Sevilla no publicó al final durante la guerra civil y que exhuma ahora un diario de la derecha religiosa. Algo así como el defender la supresión del sistema métrico decimal dicho sea con todos los respetos. O como el proponer la supresión (sic) de la guerra civil interminable. Algo utópico por lo inútil y vano e ilusorio.
Y es en la medida que la única forma de poner fin es asumirla de una vez por todas. Y con la lucha de clases que izo explosión de la forma aquella al estallar nuestra guerra civil, vendría a pasar algo parecido. Es cierto que el enfrentamiento del tipo clasista o en el plano social no adquiere de nuestros día la agudeza y virulencia que alcanzó en los tiempos que precedieron al la guerra civil y que alcanzaría grados de paroxismo con el estallido del conflicto. No es menos cierto no obstante que el guerracivilismo de nuevo cuño al que -presas de sorda irritación- asistimos los últimos años sigue arrastrando una connotación social innegable, y en lo que la capital de España se refiere es algo que se ve doblando de un marcado sello local -de geografía urbana madrileña- como ya lo denuncié y expliqué debidamente en mi libro “Guerra del 36 e Indignación callejera”
Un guerracivilismo de barrios bajos -y por supuesto de bajos fondos a la vez- del que el caso de Tetuán situado en la parte septentrional del casco urbano madrileño -y entonces al borde del extrarradio- no vendría a ser más que la confirmación de la regla. Entre paréntesis, por qué no decide Manuela Carmena de poner ese tipo de placas en Vallecas por ejemplo o incluso en zonas del distrito Centro, que le fueron adictas en recientes citas electorales, en Lavapiés o Embajadores por ejemplo, de protagonismo (en uno y otro caso) del primer orden en el momento de estallar la guerra civil. Tan sangriento y tan incendiario poro cierto. Y es que está claro que hoy ya incluso para muchos habitantes de esos barrios -perfectamente dignos y honorables- que no han perdido todavía la memoria, la cosa sonaría a provocación burda y crasa en extremo. La clase/obrera en armas fue parte beligerante en la guerra civil y como tal forma parte inseparablemente de la memoria del bando de los vencidos.
Y la paz social de décadas de posguerra y la reconciliación innegable que con aquella correría pareja -y en la España del Sur doy fe de ello de mi testimonio infantil y de adolescente propio e intransferible- se cimentó sobre aquella derrota histórica del obrerismo en la sociedad española, y en cambio, el enrarecimiento del clima social tanto en el ámbito rural como en el ciudadano correría parejo con el rearme progresivo de una clase obrera vencida en la guerra civil que atravesaría diversas fases en el plano organizativo y que se vería plasmado en el resurgir de un sindicalismo de signo guerracivlista que se había visto muerto y enterrado al terminar la guerra. Esa es la pura verdad histórica piensen algunos -joseantonianos puros o no, auténticos o no auténticos- lo que quieran. Los nuevos guerracivilistas, jóvenes en su gran mayoría ¿siguen siendo acaso “de clase obrera”?
Sociológicamente está claro que no, por múltiples razones a cual más evidente, aunque solo sea de por lo bien que viven (a todas luces) y lo bien situados muchos de ellos y lo preparados y desenvueltos que se muestran para la vida/moderna, pero siguen siendo de clase/obrera innegablemente por razón de esa memoria histórica de vencidos de la guerra civil a la que siguen unidos como el cordón umbilical que les impide alcanzar una existencia propia, tanto individual como colectiva. Y de ahí el apego y los lazos emocionales tan sintomático -y un tanto discriminatorio (y ultrajante) dicho sea de pasada- de los que dan muestras sin duda por razón de procedencia, con ciertas zonas de la geografía urbana madrileña
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