Felipe VI habla bien el inglés. Me atrevería a decir que mejor que el español y es por ese deje un tanto particular de su dicción -de las eses por ejemplo- que cabe sin duda poner por cuenta del acento familiar -egregio- al que sin duda tiene todo el derecho. Presenta bien. Y no sentimos mejor representados por él que por algunos personajes públicos -y no digo nombres- en los treinta años que llevo viviendo en Bélgica. Por supuesto, los aplausos y vítores que le habrán dedicado los parlamentarios británicos los damos por recibidos nosotros también. Y un pero a penas, y es el de su mención honorífica de los hispanistas ingleses. No todo es trigo limpio entre ellos. Me refiero en particular a Paul Preston del que se diría que sigue haciendo la guerra civil española por su cuenta, por cima de los Pirineos¿Tenía acaso que haber hablado en español y no en inglés Felipe VI en su mensaje al Parlamento Británico? Esa es la queja que aflora principalmente en los comentarios al respecto en la prensa digital y en las redes sociales. Para comenzar, vaya dicho que lo habla bien. El inglés es la lengua franca del mundo occidental hoy por hoy. Como lo fue el latín hasta las guerras de religión y como lo fue el francés hasta la revolución. Habla bien el inglés el monarca, y presenta bien. Yo me siento representado por lo menos lo que no fue siempre el caso lo confieso, con otros personajes públicos españoles -y no digo nombres- en los treinta años que llevo viviendo en Bélgica.
Y por supuesto esos vivas a España de los parlamentarios ingleses con el lienzo de la batalla de Trafalgar de telón de fondo, con todo lo surrealista que pueda parecer, es algo que nos suena (agradablemente) a nuevas -y conmueve incluso- a muchos españoles entre los que me encuentro. El pasado es el pasado. Y hay un pasado que pasó como aquella batalla célebre y otro pasado que no pasa -ni a tiros- como lo es la guerra civil española interminable, algo en lo que los ingleses no tiene culpa alguna. Aunque puestos a rizar el rizo -y puntualizo así de inmediato- algún guerracivlista me recordaría el innegable protagonismo británico entre bastidores de la sublevación militar que desembocó en en el Alzamiento del 18 de julio. ¿Pura especulación bursátil de la City -como así la siguen viendo algunos- que apostaba por un holocausto español?
Como una aventura romántica -y heroica- mas bien la vivieron sus directos protagonistas, a saber los tripulantes y viajeros -y viajeras- del Dragon Rapide fletado en Londres -con los buenos auspicios de los servicios secretos de Scotland Yard- que llevó a Franco de Canarias a Tetuán, el 18 de julio de 1936. Y doy fe de ello de lo que la historia nos ensena y de mi propia memoria familiar, tal como me la transmitió mi difunto padre que fue encargado de restaurar el célebre aeroplano en la maestranza de la base aérea de Cuatro Vientos en donde estaba destinado de oficial de aviación, en la década de los sesenta. Y a fe mía que no creo que se le pudiera pedir mucho mas.
Gibraltar, el pasado que no pasa o puesto en hibernación (si se prefiere) desde hace trescientos años. La asignatura pendiente de las relaciones hispano/británicas que no podía faltar en el examen/oral (un decir) del monarca español ante el parlamento británico. No faltó -por escueta y fugaz que fuera la mención-, y no se hundió el mundo. Como tampoco faltaron las alusiones al Bréxit y al destino de los cientos veinte mil españoles que residen en Inglaterra, aunque algunos tenemos claro que no van por ahí los tiros. Y la acogida caluroso de Donald Trump en Varsovia hace unos días nos ratifica en nuestra impresión, y a buen entendedor pocas palabras bastan. Obras son amores y no buenas razones,reza otro refrán castellano.
Y el mandatario de la principal potencia del planeta tendrá que esperar hasta el año que viene para rendir visita a los británicos, Felipe VI de Borbón es en cambio el primer jefe de estado extranjero que viaja a Londres tras las elecciones legislativas británicas y la formación del nuevo gobierno de Teresa May. De Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, cabe decir -sin querer enjuiciar su papel histórico en estas lineas de manera alguna- dejó a los españoles una imagen por lo menos distante. La que dicen que quiere seguir sus pasos, deja en cambio para la posteridad unas imágenes gráficas de su acogida al monarca español que sorprenden por lo risueñas y lo cordiales rompiendo así estruendosamente ese clisé de frialdad que arrastramos los españoles del pueblo inglés. La pérfida Albión como decía Matías Prats (padre)
Eran otros tiempos. Un pasado que ya pasó. Al que no se ve en cambio en las fotos es al ministro de Exteriores Boris Johnson, aunque no cabe creer que no se encontrase entre bastidores -del lado británico- de la visita egregia. El realce de la amistad hispano/británica e hispano norteamericana que le habrá merecido también al monarca algunos párrafos de su discurso, es lo que a algunos no les entra (tampoco) Hay que comprenderles. España y yo somos así señora, decía el capitán de Flandes en la celebre pieza teatral de Eduardo Marquina.
A modo de disculpa galante y de gesto a la vez de bizarría. Soy afrancesado sin dejar de sentirme ni un ápice español y consciente que es una actitud mas bien atípica entre españoles. De mi anglofilia -más reciente que mi afrancesamiento- cabe decir lo mismo. Comprendo -y disculpo- la pasión gibraltareña de muchos españoles pero no la comparto, o digamos que dejé de compartirla, como aquí ya lo tengo explicado.
Por razón sobre todo de esa voz de la sangre que nos liga a los destinos de Europa, un continente amenazado las horas que corren. Por el desafío global, el choque de culturas y la invasión silenciosa. Rule Britannia, Britannia rule the waves! ¡Y Arriba España! (“manque pierda”)
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