Firma del concordato con la Alemania nazi en Roma (julio de 1933) La Iglesia en Francia -más si cabe que en otros países europeos- dio muestras de gran ductilidad -lo meno que cabe decir- durante la segunda guerra mundial. Su principales figuras -Baudrillart, Suhard, Saliège, Lienart (….)- dieron muestras inequívocas de adhesión al régimen de Vichy y al Nuevo Orden. Y alguno de los nombrados -no se olvide- serían figuras estelares del concilio y del posconcilio. Y a medida que la guerra avanzaba y que iban cambiando las tornas, la actitud de la inmensa mayoría del clero francés cambiaría en consonancia. Como se deja traslucir certeramente y on agudeza en la Historia de la Colaboración, de Dominique Venner. Lo que traería consigo una innegable emancipación mental -inclusive en el plano sexual- de la tutela eclesiástica por parte de los últimos leales entre las quintas mas jóvenes de la Colaboración (de extracción católica la mayoría de ellos)En su apasionante obra “Historia de de la Colaboración”, dedica Dominique Venner unas paginas de crudo realismo -en guisa de conclusión del penúltimo capítulo de la misma titulado “La guerra civil”- a trazar la trayectoria arquetípica de uno de aquellos jóvenes franceses a los que el estallido de la Segunda Guerra Mundial pilló aún niños o púberes adolescentes y a los que el sol negro de la guerra -como reza el viejo adagio anónimo- acabaría haciendo hombres. Gracias a la guerra, y a la Colaboración a la que el adolescente del relato, con trece años de edad tan solo al principio, permanece fiel hasta el final. Y es que si hay algo que resalta mas fuertemente desde el principio lasta el fin de un testimonio tan sincero y tan crudo y tan palpitante a la vez lo es sin lugar a dudas la impresión de emancipación sexual que se desprende de la confesión recogida en esas paginas, algo que el nuevo orden nazi innegablemente traía consigo.
Y que se vería rodeado hasta hoy de los más espesos tabús, viniendo a resultar incluso -se me antoja- enigma mayor -aun irresuelto -para toda una historiografía contemporánea referida a la Segunda Guerra Mundial y la Alemania nazi. Esa misma impresión -de liberación sexual (sic) de toda una serie de interdictos heredados de una educación marcada al rojo por la moral heredada del judeocristianismo, se desprendía de la obra que ya evoqué a menudo en ests entradas, de “la Pena de Bélgica” con el telon de fondo de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana en Bélgica flamenca.
En aquella escena -inmejorable en el plano literario- de la chica de la que el protagonista adolescente estaba profundamente enamorado, que le confiesa -falsamente ingenua- que le quiere, sí, como un hermano, pero que ella ya se siente comprometida con otro joven, conocido también del protagonista un poco mayor que él y mas comprometido que él con los movimientos juveniles que gravitaban en la órbita de la Colaboración.
Y a la que se le ocurre contarle un chiste que le había contado el otro chico. Y era por cuenta del cura de un pueblo de los alrededores, que el marido de una de las feligresas, agricultor, se encuentra un día, de vuelta a casa de las faenas del campo, metido en la cama con ella. Ante lo que el marido engañado sale a la calle dando gritos: “venid, venid todos, que ya sé por que no consigo darle a mi mujer hijos, y es que cuando van a nacer viene el cura y se los come”. Y la chica terminaba su relato soltando la risotada. Ante lo que el joven protagonista concluía lúgubre y melancólico (y culpabilizante a la vez): “de aquellos labios que yo había creído puros y virginales se elevaba hasta el cielo la pestilencia sofocante de una p... de Babilonia”
Algo por lo demás que suena a perfectamente testimonial y autobiográfico como tantos relatos de las novelas de Francisco Umbral ambientadas directa o indirectamente en la guerra civil española. Y era del choque innegable en el plano moral -con el que se veía doblado el conflicto puramente ideológico- que venia a encarnar el nuevo/orden nazi por tierras de Flandes, una región de tan arraigada tradición católica, con su corolario fatal y era del férreo control de conciencias y comportamientos que una educación de sello clerical, eclesiástica- venia fatalmente a infligir al conjunto de sus habitantes. Lo que no venia en suma más que a ilustrar el conflicto irreductible entre “la doble moral” -de esclavos y de señores que expuso y explicó en su obra “Genealogía de la Moral” Federico Nietzsche.
Y esa misma impresión de emancipación sexual -de un sello nórdico o germánico- se desprende de uno de los relatos del articulo publicado en ABC durante la corresponsalía de Eugenio Montes en Alemania (años treinta) y recogido mas tarde en su libro de relatos “El viajero y su sombra” (“La vuelta del Duque de Alba”) donde relata sus impresiones visuales de una de las manifestaciones juveniles que inundaban a diario las calles bajo el régimen nazi.
Y ante lo que el escritor falangista impresionado por la belleza y el atractivo de aquellas rubias valquirias, tan libres -y tan desvestidas y tan emancipadas-, parece querer refugiarse a modo de conjuro o de exorcismo en una invocación a “las flores de María” (que madre nuestras es (o algo así), con la que termia el relato. Lo que acaso no fuera en aquél -viejo zorro de la literatura y de la política como acabaría demostrando ser- más que una curarse en salud, de la amenaza del tijeretazo, léase de la censura clerical invisible que reinaba omnipresente en uno de los dos bandos en los que España se hallaba ya fatalmente enfrentada (antes incluso de estallar la guerra) y en particular en el diario ABC en donde aquél publicaba sus artículos y reportajes.
Y de ese testimonio juvenil -de un joven de los años de la Segunda Guerra Mundial- que vierte Dominique Venner en su obra, se desprende otro rasgo dominante y lo es la impronta clerical innegable del régimen de Vichy y la extracción católica en el plano sociológico e los sectores que le prestaron su adhesión, sobre todo en el ámbito rural. Y es que salvo excepciones de individualidades de mayor o menor relevancia -más entre seglares que entre eclesiásticos- aquellos que integraron las organizaciones políticas y los movimientos de partidarios del Nuevo Orden en el seno de la sociedad francesa, venían mayormente a representar toda aquella franja de la población francesa -y sus descendientes (o antepasados)- que había escapado o resistido durante más de un siglo al proceso de secularización contenido ya en germen en la ideología de las Luces y que vendría a desencadenar la revolución francesa.
Y el protagonista el relato que aquí habré evocado no venía a ser la excepción por cierto: alumno del célebre colegio Stanislas (“Stan”), emblemático de enseñanza privada -y elitista- y de colegio católico de los más prestigiosos de Paris, fundado tras la revolución, y de la que el protagonista -a medida que la guerra avanza y se va perfilando en el horizonte la derrota de Alemania- acaba viéndose expulso, y refugiándoseasí entre “los suyos” y radicalizándose en reuniones de gente joven donde le emancipación sexual reinaba sin rival entre los chicos y chicas que en aquellos participaban.
Radicalización y enroque psicológico -y en el plano del comportamiento-, de paso previo a una franca emancipación. Los tres movimientos -como los pasos de un minué- de una trayectoria juvenil en la que se sentiría, leyendo, no poco retratado el autor de estas lineas. Hijo de una derrota o si se prefiere de la rendición del régimen de Franco a los aliados que solo vendría destaparse paso a paso, y en cuentagotas. Y a buen entendedor pocas palabras sobran
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