martes, junio 07, 2016
"Krohn, el Cura Papicida"
Está ya en la calle mi nuevo libro. Es una obra del género ensayo autobiográfico a la que doy inicio explicando el titulo que a algunos puede que parezca sensacionalista por demás, como si su autor buscase el golpe de efecto sensacionalista a toda costa ¿Por qué papicida? ¿Una figura criminológica? No, no lo veo así, sino una evocación histórica -polémica y no otra cosa- de la pugna secular entre la Iglesia y el Imperio, el papa de Roma y el Emperador de romanos (romano/germánico) que presidió la historia de la civilización europea. Me puso en la pista el verme calificado así -sin duda sin mala intención- en un acto en publico celebrado no hce mucho de lo que se puede denominar medios patriotas.
Papicidas españoles del Renacimiento. Saco de Roma (por las tropas de Carlos V) De ahí me vino la idea, sí, lo confieso. Harto ya de verme condenado a vagar por así decir en una zona llena de sombras tanto en el plano de la memoria como de la historiografía, y poblada de fantasmas más o menos imposibles de asumir, de curas arrepentidos, de curas guerrilleros -como Santa Cruz-, de curas homicidas -como el cura Merino (¿cual de ellos porque la historia biográfica tampoco lo tiene claro a su respecto)-, y otros (que prefiero no nombrar aquí) a cual más impresentables
Un cura papicida, sí, en la medida que rompí públicamente entonces -por mi gesto de Fátima- con un papado, con una iglesia papal en la que dejé de creer, entre otras cosas porque perdió mayormente la credibilidad que aún le quedaba entre una gran mayoría de fieles en el concilio vaticano segundo. Y porque no dejó de presidir de su autoridad espiritual y de su poder político (disminuido) -desde el final de las guerras de religión- la decadencia española, esa pirámide egipcia (Ramiro Ledesma díxit) de nuestros fracasos y nuestras derrotas.
Y en esa obra explico -en detalle, con la mayor sinceridad (aunque a veces no me sienta obligado a confesarme mas que “a medias”) el itinerario mental y espiritual (e ideológico) que habrá sido el mío desde mi gesto de Fátima. Y concluyo la obra por una galería de personajes femeninos que van desfilando -cimbreándose entre la fabula y el relato más verídico- en el epilogo (“amoroso”) de la obra en lo que pretendo ser un homenaje sincero al sexo femenino, y una clara reivindicación de la sexualidad humana profanada y calumniada en la tradición judeo/cristiana.
Una confesión sincera de mi admiración sin reserva y de mi atracción total por el sexo débil y no una condena -bajo máscara de conversión o de retractación, o de “confesión” (agustiniana)- del cuerpo de la mujer, merecedor -por encima de otras devociones cualquieras- de auténtica devoción religiosa más que otra cosa. Y que se piense de mí lo que se quiera
Papicidas españoles del Renacimiento. Saco de Roma (por las tropas de Carlos V) De ahí me vino la idea, sí, lo confieso. Harto ya de verme condenado a vagar por así decir en una zona llena de sombras tanto en el plano de la memoria como de la historiografía, y poblada de fantasmas más o menos imposibles de asumir, de curas arrepentidos, de curas guerrilleros -como Santa Cruz-, de curas homicidas -como el cura Merino (¿cual de ellos porque la historia biográfica tampoco lo tiene claro a su respecto)-, y otros (que prefiero no nombrar aquí) a cual más impresentables
Un cura papicida, sí, en la medida que rompí públicamente entonces -por mi gesto de Fátima- con un papado, con una iglesia papal en la que dejé de creer, entre otras cosas porque perdió mayormente la credibilidad que aún le quedaba entre una gran mayoría de fieles en el concilio vaticano segundo. Y porque no dejó de presidir de su autoridad espiritual y de su poder político (disminuido) -desde el final de las guerras de religión- la decadencia española, esa pirámide egipcia (Ramiro Ledesma díxit) de nuestros fracasos y nuestras derrotas.
Y en esa obra explico -en detalle, con la mayor sinceridad (aunque a veces no me sienta obligado a confesarme mas que “a medias”) el itinerario mental y espiritual (e ideológico) que habrá sido el mío desde mi gesto de Fátima. Y concluyo la obra por una galería de personajes femeninos que van desfilando -cimbreándose entre la fabula y el relato más verídico- en el epilogo (“amoroso”) de la obra en lo que pretendo ser un homenaje sincero al sexo femenino, y una clara reivindicación de la sexualidad humana profanada y calumniada en la tradición judeo/cristiana.
Una confesión sincera de mi admiración sin reserva y de mi atracción total por el sexo débil y no una condena -bajo máscara de conversión o de retractación, o de “confesión” (agustiniana)- del cuerpo de la mujer, merecedor -por encima de otras devociones cualquieras- de auténtica devoción religiosa más que otra cosa. Y que se piense de mí lo que se quiera
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