jueves, agosto 06, 2015

EN SUIZA TREINTA AÑOS DESPUÉS


Detalle particularmente interesante– que tomé hoy al pasar- de la Iglesia (católica) de Saint François en el centro (de la vida social y comercial) de Lausannne. Lausanne –bella y fría la definí en su día (mas bella hoy si cabe y no tan fría)-, es una ciudad de pasado protestante y de fuerte inmigración católica en los dos últimos siglos que trata de olvidar por todos los medios esa división religiosa. Por eso tal vez no haya cuajado en ella la inmigración española –mucho más numerosa en la zona germánica de Suiza- que afluyó allí en masa en la década de los sesenta y que se empeña –también sus descendientes- en no querer olvidar las divisiones que llevaron a la guerra civil entre españoles
De vuelta en Suiza -por unas cortas vacaciones- (casi) treinta años después. No había vuelto a poner en Suiza los pies desde mi salida de la cárcel portuguesa en los meses que anduve errante por cima de los Pirineos. ¿Suiza cambió en todo este tiempo o acaso el que cambió fui yo en la percepción del país y de sus habitantes? Es cierto que ahora llego en pleno verano caluroso, continental, por tierras del lago Leman, el invierno aquel en cambio –enero febrero, marzo del 86- fue particularmente frio no sé si tanto para los suizos pero sí desdeluego para el que esto escribe desde tantos puntos de vista.

El caso es que paseándome hoy por la ciudad de Calvino como sus propios habitantes llaman a la ciudad tan emblemática de Ginebra, esa imagen que tenia de gente fría, un tanto extraña e inhóspita habrá fundido al sol como quien dice. ¡Que espectáculo de serviabilidad de todos, chicos, grandes, hombres y mujeres con los que me crucé y a los que me fue dado el tener que abordar durante el día! Y en Lausanne, unas horas mas tarde, una impresión igual o parecida. ¿Una reacción de apertura inevitable, del hecho de sentirse un tanto aisladas por la geografía y también por su particularidad histórica? Es posible.

Un pequeño paraíso en la tierra como sea, esta Suiza alpina francófona –la Romandía- germánica y latina al mismo tiempo, si no fuera (¡ay dolor!) por la presencia –menos ubicua que hace treinta años, pero siempre perceptible- de la emigración española (aunque mucho menos que en la otra Suiza de lengua alemana) Por su sello inconfundible de inhóspito (y no solo en las apariencias) y de guerra civilista. Las cosas claras y el chocolate espeso. ¿Más lejano de los suizos calvinistas –o medio protestantizados- de Lausanne y de Ginebra, que de esos españoles oriundos que no cejan de querer acabar ganando la guerra civil al cabo de los años y de los diluvios? Por cierto que no y que se piense de mí lo que se quiera.

Lo cual no me impidió hoy desde luego un cruce del rio del Tiempo de lo más logrado, revisitando y pateándome (sic) otra vez como entonces calles y plazas que me pateé tanto entonces –luchando contra el hielo y la nieve y contra aquel viento helado que venía de las montañas, del Mont Blanc del otro lado del lago (y se iba a zambullir en él) (...)- con el furor y la determinación que da el sentirse perseguido.

Peregrinó mi corazón y trajo de la sagrada selva la armonía, cantó Rubén Darío. Y peregrinando (por dentro) ahora por cima de los Pirineos, por tierras de mi antiguo peregrinar, me encuentro a mí mismo entre extranjeros como nunca me ocurrió entre algunos de mis compatriotas. ¿Qué misterio es ese? No otro (se me antoja) que el de la civilización europea

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