Mariscal alemán Von Rundstedt, gran protagonista de la Batalla de Arnhem (del 17 al 25 de septiembre de 1944) Principal artífice de la que fue una gran derrota aliada -en el frente Oeste- del final de la Segunda Guerra Mundial. Tropas alemanas compuestas especialmente de dos divisiones Waffen SS integradas por voluntarios holandeses en su mayoría consiguieron repeler tras furiosos combates y en manifiesta inferioridad de condiciones a varios ejércitos aliados -mayormente tropas aerotransportadas británicas y también norteamericanas, canadienses y polacas- mandados por generales tan celebres como Patton y Montgomery, en sus tentativas desesperadas de toma del puente sobre el Rin en aquella localidad holandesa -en las inmediaciones de la cual residió el autor de estas líneas (en Velp, a dos quilómetros de Arnhem) a mi salida de la cárcel portuguesa) La Segunda Guerra Mundial fue escenario de un choque de memorias antagonistas en la generalidad de los países europeos que se remontaba a las guerras de religión y en particular a la Guerra de los Treinta Años (a la que puso fin la Paz de Westfalia) Y en el caso holandés, está claro que la Colaboración –marcada de un signo anti-Orange innegable- traía fatalmente consigo una reconciliación con el pasado español en los Países Bajos. Un dato incuestionable rodeado de tabúes, y que fingió ignorar siempre la historiografía en lengua españolaEl nuevo representante de la Generalitat catalana cerca de la UE me pilla un poco de cerca aunque tal vez no nos hayamos cruzad nunca y a pesar de que sólo haya empezado saber de él y a toparme con su nombre ahora mismo por culpa de la agitación permanente en los medios españoles y extranjeros –en concreto belgas- poro culpa de la agitación permanente que entretiene el presidente de la Generalitat empecinado -pese al fracaso de su referéndum del pasado año- en sus apuesta separatista.
El embajador/catalán en la UE es un periodista de cuarenta y un años que ha vivido varios años en Bruselas –cerca de la Comisión Europea, y anteriormente en su condición de corresponsal del ABC lo que le endosa así de entrada una etiqueta Opus Dei a tenor de de lo que ocurrió con algunos de sus predecesores, como el que ocupaba ese puesto a principios de los años dos mil de cuyo nombre ni puedo ni quiero acordarme que lucía en permanencia en su despacho junto la sede de la Comisión Europea –del palacio Berlaymont- en el centro de Bruselas, una foto de san José/María encima de su mesa de trabajo como un estandarte o una bandera. Por ahí nos vienen los tiros, mucho me temo.
Y me refiero a la que se está cocinando en Cataluña a tenor de la expectación creciente que tienen despertada en los medios extranjeros, en particular en la prensa francófona –tanto belga como francesa- de hoy que dedica sendos artículos a la firma por parte del presidente de la Generalitat del decreto por el que convoca a las elecciones del próximo 27 de septiembre en la encrucijada de todos los peligros y amenazas aunque desde el gobierno de la nación se opte por quitarle hierro a la cosa.
Así, el diario Le Figaro en su edición de hoy da la palabra al embajador de Mas en la UE, Amadeo (alias Amadeu) Altafaj, que se sube por las paredes en unas declaraciones descaradamente secesionígena. Y en la reseña biográfica de este cachorro emergente del catalanismo separatista leo ahora que está casado con una holandesa y que domina el francés y el neerlandés lo que a fe mía que no es muy frecuente, por lo que al neerlandés –holandés o flamenco neerlandés- se refiere quiero decir, y es precisamente por donde me llega más de cerca el desafío que su perfil de joven periodista brillante y catalán y separatista además me plantea.
Aquí ya comenté en alguna ocasión el incidente en el que me vi envuelto hace ya varios años durante una visita (en grupo) la Casa de Erasmo de Anderlecht, en Bruselas, done fuimos recibidos por la entonces responsable del centro, una mujer de nacionalidad holandesa, que se expresaba en francés correctamente pero no sin el acento (inconfundible) que le confería su origen.
En un momento dado de la visita dicha persona se permitió –en tono abiertamente de desafío en sus palabras (y en la mirada) y en atención tal vez a los dos españoles que figurábamos en el grupo- un comentario perfectamente improcedente y fuera de lugar cuando salió a relucir en las palabras que dirigía a todo el grupo de visitantes –participantes todos ellos por aquellos días a un congreso de traducción iterara en Bruselas- mención de la palabra de catalán o de catalanes tras lo que añadió raudo a modo de coletilla, digo bien catalanes (sic) y no españoles, lo que provocó una reacción inmediata de mi parte y otra reacción -visiblemente contrariada, fulminándome con la mirada- de otro de los visitantes, un profesor francés de una universidad del Sur de Francia de apellido López (y si duda, por las trazas, con toda retahíla de apellidos españoles a sus espaldas)
Me la volví a cruzar en alguna otra ocasión, en lugar y en situaciones completamente diferentes y por las miradas de recelo y desconfianza que me dirigió me dio claramente a entender que no había olvidado el incidente. Los catalanes separatistas se sublevaron contra el Estado Español en el marco de la guerra de los Treinta Años que no fue más como ya lo deje sentado en mi último libro que la prolongación de las guerras de Flandes. La república protestante de los Países bajos –de las Provincias Unidas- en ciernes entonces –a pocos años del Tratado de Westfalia que vendría a otorgarle un reconocimiento internacional definitivo era pues aliada y compañera de viaje inevitables de aquellos segadores catalanes separatistas tan salvajes que acabaron mordiendo el polvo de la derrota.
No todo se perdió en Westfalia, se preservo la unidad territorial al interior de la Península, salvedad hecha de Portugal que recuperó su independencia gracias a la sublevación de Cataluña. Se salvó Cataluña y se salvo Flandes, a saber los países bajos católicos del sur (católicos) y ese es el contencioso de memorias que dividió siempre a españoles y holandeses y que seduce fatalmente en cambio a separatistas como el que nos ocupa. Se me antoja no obstante que Holanda, tanto su diplomacia como el conjunto de su población se encuentra hoy muy lejos de ese estado de espíritu del que se ven contagiados tan febrilmente algunos catalanes.
Y confirma en mi impresión el recuerdo en mi mente de pronto mientras escribo estas líneas- de un congreso de hispanistas en la ciudad de Utrecht organizado por los institutos Cervantes en la primavera del 97 al que asistí y en el que intervine y me hice notar tomando la palabra –con ayuda de un micrófono- en el transcurso de una de las sesiones. La asistencia se veía compuesta en su mayoría de holandeses amigos de España a la que solían viajar con frecuencia de vacaciones y lo que sin duda más me impactó fue el sentimiento generalizado anti-Orange que noté en la mayoría de ellos.
Botón de muestra (uno de mas) de algo que se ve de antiguo rodeado de tabúes y sobre lo que la historiografía española un sepulcral silencio y lo es el acercamiento que la Colaboración durante la Segunda Guerra Mundial trajo consigo en la mayor parte de los países europeos, entre las dos memorias antagónicas heredadas de las guerras de religión y de a Guerra de los Treinta Años. Y en lo que a la memoria de os holandeses se refiere ello llevaba fatalmente consigo a una reconciliación con el pasado español de los Países Bajos. Como lo ilustraría la afluencia de holandeses –mas comprablemente que los belgas- del bando de los vencidos en el 45 que buscaron y encontraron en España refugio y asilo político en la posguerra.
El embajador de Mas en la UE casado con un holandesa tal vez apuesta a esa memoria de leyenda negra antiespañola, a una Holanda que sin duda no existe y a mas que en leyenda aquella y en las mentes de sus devotos. Y por eso y por todas las razones que acabo de exponer, es muy posible que el tiro le salga por la culata
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