You must not only be fair, you must also seem to be fair. No sólo hay que ser justo, sino parecerlo. Este principio sacrosanto del derecho anglosajón se habrá visto crasamente conculcado en el caso de nuestra compatriota María José Carrascosa presa durante nueve años (nueve) en Estados Unidos por un (simple) asunto de custodia infantil. Su caso habrá abierto un precedente y sentado una presunción de parcialidad e injusticia en el sistema penal norteamericano en detrimento y menoscabo del tratamiento de justicia y equidad que se merece todo ciudadano español –hombre o mujer- en aquel país. ¿Por culpa de la Leyenda Negra anti-española (en su versión anglosajona)?María José Carrascosa, libre tras nueve años (nueve) de detención en una cárcel de los Estados Unidos por un litigo de custodia infantil (que se dice pronto) No entro ex professo en el debate que acompaña a este caso de privación (tan escandalosa) de libertad, por cuenta del maltrato y de la polémica ligada a los asuntos de divorcio. Ya tomé posición en este tema en los tiempos de mi blog de Periodista Digital y me suscribo grosso modo en todo lo que dije entonces. Si María José Carrascosa no hubiera sido española, otro gallo le hubiera cantado en una corte penal de los Estados Unidos.
No niego que el contencioso de custodia infantil subyacente en este asunto sea harto complejo y que como tal admita variedad (y libertad) de opiniones, pero al que esto escribe el detalle todo menos nimio que le decidió a decantarse y a tomar partido en este asunto lo fueron las declaraciones –como si fuera un político en vez de un magistrado- del juez norteamericano que la condenó a pena de prisión, un individuo de apellido italiano (…), y lo fueron también las lecciones de moral (democrática) –tan inauditas- que se permitía en su sentencia.
Me erijo ya de antiguo en este blog en defensor del Orden (con mayúsculas) y a la vez de critico (sin contemplaciones) de gobiernos de jueces, en España o fuera de ella. Con motivo de este caso,, en sus inicios lo mismo que ahora tras la liberación de esta española, habrán aprovechado algunos para destapar la enorme carga de auto desprecio colectivo que les gobierna (a ellos como a otros españoles) y dar rienda suelta a una admiración beatifica por el sistema penal –y político- de los Estados Unidos, la mayor democracia de la tierra.
¿Democracia real o formal (apenas) los Estados Unidos de Norteamérica? La polémica está servida desde la irrupción del movimiento indignado hace cuatro años, y se ve reactivada por el auge de Podemos y de su líder, un admirador notorio (incondicional) del sistema democrático norteamericano, y los padres fundadores de la democracia americana. Le violencia en la génesis de la democracia USA, esa es una de las tesis tan explosiva como emblemática que explica y desarrolla (por lo que sé) el líder de Podemos a sus alumnos de la facultad de Políticas de Somosaguas. Y su mensaje subliminal o moraleja para uso y consumo de españoles no puede estar más claro. La democracia auténtica, la democracia real pasa forzosamente (entre españoles)- por el cambio de régimen con violencia física o verbal y gestual y dialéctica apenas, por mucho que se esconda y se disfrace de postulados y líneas programáticas de contenido pacifista.
El pacifismo degenera fatalmente más pronto o más temprano en violencia anti-institucional y subversiva, esa es una de las grandes lecciones que nos habrá legado el siglo XX en su segunda mitad tan dominado por el ideal pacifista y no menos surcado al menos tiempo de un reguero permanente de conflictos en llamas que hicieron de ese periodo de cronología histórica uno de los más violentos de la historia de nuestra civilización, pese a las apariencias. Violencia en las grandes agitaciones estudiantiles de finales de la década de los sesenta en campus y universidades de este y del otro lado del Atlántico. Violencia inaudita en la convención demócrata de Chicago –como lo ilustra James Ellroy en una de sus niveles- a cargo de grupos y movimientos pacifistas. Violencia (desestabilizadora) orquestada por la CIA en el Caribe a finales de la década de los cincuenta con su corolario o secuela de guerrillas subversivas, no menos desestabilizadoras. Anchas son mis espaldas decía Calvo Sotelo poco antes de su asesinato, y los muertos que cuelga la diosa/democracia a sus espadas no tienen limite, desde el triunfo del ideal democrático urbe et orbe al final de la Segunda Guerra Mundial en el 45.
Aquí ya dejé sentado mi convencimiento que en la problemática del maltrato y de la violencia de género que adquiere en España tan altos grado de virulencia, hasta niveles de paroxismo propiamente a veces, no se puede hacer a abstracción del fenómeno guerracivilista, a saber de la guerra civil (del 36) interminable. Y la fractura abierta en el seno del cuerpo social por el fenómeno guerra civilista –sin parangón o equivalente en ninguno de los países occidentales- es ya de por sí algo tan frustrante, tan perturbador que justifica de entrada hipótesis que a algunos les puedan parecer así a primera vista escandalosa, como el de admitir la existencia de pueblos distintos dentro de España y de sus actuales fronteras, que habría puesto de manifiesto el estallido de la guerra civil del 36, lo mismo mutatis mutandis que los conflictos étnicos que trajeron consigo las guerras de los Balcanes (en la década de los novena del siglo pasado)
Porque de confirmase la existencia de pueblos distintos coexistiendo mas o menos a la fuerza en el seno de un mismo modelo de coexistencia social o de convivencia daría cuenta de sobra de ese problema de vida en común que arrastramos los españoles desde las honduras del siglo XX (y del anterior) que traducen la guerra civil del 36 –y las que precedieron el siglo anterior- y fenómenos que haría irrupción las últimas décadas como ese déficit de paz social y de orden público que arrastra la sociedad española –que pondrían crudamente de manifiesto- la irrupción de la protesta indignada, como también esa problemática del maltrato y de la violencia de genero que –si querer entrar cuanto el fondo ni en un sentido ni en otro- reviste en España perfiles y ribetes que no admiten comparación alguna con los demás países europeos.
No creo no obstante que sea preciso admitir una hipótesis tan drástica y dan pesimista para dar cuenta de fenómenos contrarios a la paz social y a la convivencia, tan desazonante pero sí es ciergtgo que quien dé sobradamente cuenta de ellos sea la guerra civil interminable -del 36- que dura todavía (y lo que le queda) En el caso de María José Carrascosa, casada (en su momento) con un ciudadano norteamericano padre de su hija, y sin necesidad de prestar crédito a informes o retratos que cargan las tintas sobre su personalidad (y sus trayectoria), sí que cabe tener en cuenta en cambio el dato nudo de tratarse de alguien con antecedentes penales en su país de origen. Lo que añadido al detalle que un juez español había previamente dado la razón a nuestra compatriota, debería haber sido suficiente a la hora de inclinar la balanza a su favor de la justicia norteamericana.
La democracia, los principios democráticos abogan –se diría que por propia definición- en favor del llamado principio de la jurisdicción universal sin distinción de países ni de ningún hecho o elemento diferenciante (ya sea e color de la piel, la cultura, la religión, etcétera) El tratamiento dado no obstante al caso de nuestra compatriota sienta un precedente y abre paso a la hipótesis (de extrema gravedad) que el sistema penal norteamericano y su sistema político en general se vean fatalmente influenciados de una manera u otra por la Leyenda Negra –extendida en los países de cultura anglosajona más si cabe que en los demás países- que ennegrece el pasado español, y por vía de consecuencia la imagen de sus presente, y también de todos y cada uno de sus habitantes, lo que les sitúa en un particular estado de indefensión, de puertas afuera.
Y a fe mía que sé (un poco) de lo que hablo. De lo que no cabe duda como sea, es del peso y del papel y protagonismo de esa Leyenda Negra anti-española en la guerra de propaganda –dentro y fuera de España- que habrá invariablemente acompañado la guerra civil (del 36) interminable. María José Carrascosa y la Guerra de los Ochenta y Tantos Años: una perspectiva inédita que merece que se la tenga en cuenta en lo sucesivo. Por lo esclarecedora
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