Mayor Roberto D’Aubuisson. Al que los medios latinoamericanos hicieron cargar con el sambenito de instigador de la muerte del arzobispo. Sin pruebas. Y al que el papa argentino declarando mártir –en odio a la fe (sic)- a Romero, hunde más aún en el oprobio y en entredicho. Y sin embargo, para un amplios sector de salvadoreños –y de la opinión publica del otro lado del Atlántico- fue un héroe que salvo a su país de una dictadura a la cubana. ¿Paz y concordia la que irradia el Vaticano bajo el papa argentino? ¡Discordia más bien y guerra civilismo a manos llenas!El papa argentino que levantó una polvareda de reacciones a escala del planea con sus comentario sobre los atentados de Charlie-Hebdo las va a levantar ahora quizás otra vez con su decisión de beatificar al arzobispo Romero. La declaración pontifica deja sentado que el controvertido arzobispo murió mártir, léase, “por odio a la fe” Quiénes lo mataron, el papa no lo dice, estaría bueno, pero otros ya se encargan por él de dar nombres en los medios –y sin duda también en las propias actas de su causa de beatificación- apuntado (unánimes) con el dedo al chivo expiatorio de todo este asunto, el coronel Roberto D’Aubuisson –ya fallecido-, enemigo declarado de la guerrilla salvadoreña, jefe de los servicios secretos durante la guerra civil de su país –que eso es lo que fue- y que acabó fundando el partido Arena, formación del mayor protagonismo en la vida salvadoreña desde entonces.
Así, beatificando al obispo Romero que en vísperas de su muerte, declaró desligados (sic) del juramento de obediencia los militares y miembro de los cuerpos armados de su país –en el marco de una ofensiva de gran envergadura de la guerrilla (marxista)-, el papa argentino –de etiqueta peronista (sic) entre sus compatriotas- se deja arrastrar ahora y cómo en el litigio que envuelve la memoria de aquel eclesiástico, y toma partido asi (retrospectivamente) en la guerra civil americana –al Sur del Rio del Grande- que duro grosso modo toda la década de los setenta y de la que el salvador y las de (prácticamente) todos los demás países del América central fueron capítulos apenas, sin duda cruentos y sangriento en extremo como los otros.
Viví del otro lado del Atlántico, en Argentina bajo las juntas militares –la primera y la segunda- en el marco de la Fraternidad de Monseñor Lefebvre como aquí ya lo tengo (repetidamente) declarado, quiero decir qu no hablo de oídas y que aunque tras mi marcha entonces nunca más volví a poner el pie en suelo americano no oculto que me siento aún hoy emocionalmente ligado a aquel pasado turbulento, sin duda aun en ascuas como no dejara de ilustrarlo las reacciones opuestas y enconadas que el anuncio de la beatificación controvertida suscitará a no dudar dentro y fuera de las fronteras salvadoreñas.
Eduardo Sancho Castañeda, “Sancho” como le llamábamos en el colegio madrileño de los Escolapios de San Fernando, donde coincidimos en primero y segundo de bachillerato. Más conocido como el comandante Fernán Cienfuegos, uno de los jefes del Frente de Liberación Farabundo Martí, conglomerado de grupos guerrilleros salvadoreños. Cuando leí tantos años después -y lo reconocí- su verdadero nombre en el semanario Times me quedé de piedra. Todo un símbolo, ese muchacho de buena familia, católicos y a todas luces franquistas o pro franquistas –¡residiendo voluntariamente en la España de principios de los sesenta! (…)- convertido en cabecilla de un grupo armado en una guerra de ricos contra pobres y de indígenas y mestizos contra descendientes de españoles (y de europeos) Esa fue la versión (marxista) latino/ché de la lucha de clases que llevaba por nombre opción preferencial por los pobres, tal y como se practicó en Latino/américa en la década de los sesenta (y setenta) Y eso es lo que reivindica ahora –a toro pasado- el papa (jesuita) argentino beatificando a un obispo –de memoria y trayectoria funestas- que tomó claramente partido en la guerra civil que dividía a los salvadoreñosHasta tal punto me vi emocionalmente envuelto en todo aquello que no se puede honradamente hacer abstracción de ello a la hora de explicar el contexto político e histórico de la época aquella y por vía de consecuencia del estado de espíritu que era el mío el tiempo que inmediatamente precedió a gesto de Fátima. En enero del 79 durante mi estancia en Argentina tuvo lugar la revolución sandinista en Nicaragua futo de una insurrección en la que el protagonismo eclesiástico –de la iglesia católica de Nicaragua en su conjunto- fe considerable, algo que no puede desligarse de la tremenda conmoción que produjo justo unos meses antes las predicas –incendiarias (no se les puede calificar de otra forma)- contra la pobreza y en favor de la justicia social- del nuevo papa Jun Pablo II que acaba de ser elegido semanas anes, en la Conferencia de Puebla.
Lo declaré ante los jueces portugueses que me juzgaban y continué manteniéndolo desde entonces en sucesivas entradas de este blog y del que mantuve activo en la blogosfera de Periodista Digital anteriormente: el papa polaco predicaba –clericalmente (sin dar la cara)- la insurrección en América del Sur y en América central en nombre de la justicia social y de la lucha contra la pobreza, y en cambio en su propio país donde se declaraba por aquel entonces una insurrección generalizada –por medios pacíficos- contra el régimen comunista se hacia el abogado de la real politiek y de la distensión entre os bloques. Y fe mía que si hubiera sido al revés, su mensaje y su actitud hubieran sido mucho más creíbles, y desde luego que mi estado de ánimo a su respecto hubiera sido muy distinto.
Se me dirá que en su viaje posterior aquel país –cuatro años después- tuvo un lenguaje muy distinto, pero eso era ya agua pasada –puro teatro o paripé como la escena con el cura Cardenal, miembro entonces del gobierno sandinista-, el régimen estaba consolidado y lo que se trataba para el pontificia, en aquella nueva fase de su pontificado, que marcó a no dudar un punto crítico en la de evolución del mismo, era de salvar o de restaurar su imagen en la opinión pública internacional y entre los fieles del mundo entero, o en un amplio sector al menos de su grey a escala del planeta, léase de lavarla la imagen “insurreccional” que con sus gestos y palabras había dado de sí mismo, y que la prensa global se encargaba de amplificar y de propagar a las cuatro esquinas del planeta.
E incluso cuando la famosa audiencia que concedió en Roma al obispo Romero –en mayo del 80- pocos días antes de la muerte del salvadoreño, trascurrido ya más de un año del triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua- –que del decir de muchos se topó con un muro de incomprensión y desconfianza delante del pontifica- las tornas habían cambiado a nivel del subcontinente sudamericano. Es un hecho innegable que papa Wojtyla mantuvo durante sus larguísimo pontificado un problema complejo de amor y de odio con la teología de la liberación, condenada a algunos de sus exponentes más radicales o descarados, pero en su mensaje en público e incluso en sus gestos no dejaba de transpirar –por todos los poros de su piel como quien dice- esa opción preferencial por los pobres hasta el final e sus días. Y eso nos da la clave con creces de algunos aspectos de lo más polémicos hasta el fecha del pontificado del papa argentino, el primer papa jesuita nota bene de la historia.
Los jesuitas, bajo la firme batuta del papa/negro –el general de la Orden- Pedro Arrupe vasco anti-franquista (y nacionalista) erigieron en dogma –por escrito incluso a través de la reforma de algunos artículos de sus constituciones- la opción preferencial por los pobres, una versión edulcorada –al pan y al vino vino- del principio de la lucha de clases (en un enfoque marxista) Con lo que la iglesia de posconcilio venía a abrazar ese mismo principio que la iglesia de antes del concilio había negado (olímpicamente) asumiéndolo pues, haciéndolo suyo en grave detrimento de los pilares y fundamentos mismos de la civilización y del Orden político que la teología de la liberación venía a atacar en sus mismos fundamentos.
Una anécdota de los años de mi infancia se me ocurre que viene aquí como anillo al dedo, mAs elocuente que todos los abundamientos, del tipo que sean. Y era que en mis primeros años de bachiller –en el colegio madrileño de los escolapios de San Fernando calle de Donoso Cortés- tuve un compañero de nacionalidad salvadoreña que debía encontrarse con su familia en Madrid de forma pasajera en España –por razón de compromisos de orden profesional sin duda- porque hacia tercero de bachiller dejo el colegio y también el domicilio donde vivían justo al lado en donde recuerdo haber estado en alguna ocasión, e incluso guardo vagos recuerdos en mi memoria de sus padres. Se llamaba Eduardo Sancho Castañeda y cual sería mi reacción de sorpresa –me quede literalmente de piedra-leyendo en un ejemplar de la revista Times que llegaba gratis a algunos reclusos en la cárcel portuguesa y que acabo llegándome a mi –e incluso llegué a identificarlo en las fotos que cayeron ante mi vista después-, que se trataba nada menos que uno de los jefes del Frente de Liberación (salvadoreño) Farabundo Martí, el principal movimiento guerrillero de los que protagonizaron la guerra civil en aquel país.
UM muchacho de buena/familia, de educación católica –y sin duda de comunión/diaria- Eduardo Sancho Castañeda, que acabó en la guerrilla (marxista) sin duda porque estaba escrito en los astros, en la medida que la teología (pro marxista) de la liberación se convirtió en una especie de segunda natura aquellos años para muchos caóticos educados de la forma más rigurosa y tradicional en su infancia y adolescencia tan solo unos años antes. Las guerras (de guerrilla) latino/americana de los sesenta y de los senta fueron a la vez luchas de clase –de ricos contra pobres- y guerras de razas aunque esto (algo tan evidente) se vea rodeado de los mayores tabúes tantos años ya transcurridos.
El arzobispo Romero era de ascendencia indígena como lo era -un indio puro- el obispo mejicano (de cuyo nombre no quiero acordarme) que firmo por iniciativa del Vaticano y de los Estados Unidos los Arreglos con el gobierno mejicano que llevaron al aplastamiento de la rebelión cristera y a final trágico –salvajemente ejecutados- de sus principales dirigentes. El que cuelga en cambio con el sambenito –sin pruebas establecidas en tribunal hasta hoy (solo a base de chismes e infundios periodísticos de los medios de todo el continente americano, en particular argentinos)—, el mayor Roberto d’Aubuisson, era de ascendencia francesa, de una familia legitimista que huyó de Francia cunado la Revolución.
Y la ascendencia europea –blanca (al pan y alvino vino)- de los principales dirigentes de su partido ARENA era algo por demás evidente. Una reanudación de la rebelión mestiza que echó de América a los españoles, las guerras de los sesenta y de los setenta, que como sucedió en la guerra civil española acabaron perdiendo –en el terreno de la política y de la guerra de propaganda- los que la ganaron con las armas y en el campo de batalla (…)
Y lo sentiría si me lee todo esto José Manuel Vidal, devoto confeso del obispo salvadoreño, o digamos que sentiría que se pueda doler porque la verdad es que me siento mucho más libre de poder exponer –y someter eventualmente a su juicio y a los de otros- mi postgura sin tapujos sobre este tema tan polémico y controvertido, tras un silencio o el comedimiento que me pesaba quintales y que fue el que me sentí obligado a guardar los años que colaboré en su diario. San Romero de los indígenas y de los guerrilleros. Como diría Don Ramón del Valle Inclán ¡Válgame un santo de palo!
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