Juan Velarde Fuertes fue profesor mío en la asignatura de Estructura Económica de España en tercero de Económicas, aún en “Galerías Castañeda” Un año antes de la separación de Políticas y Económicas y un año antes que saliéramos (disparados) para Somosaguas donde acabaría arribando la otra facultad también y donde acabaría impartiendo docencia Pablo Iglesias (comparaciones odiosas) Al profesor Velarde la verdad es que no le tuve en clase en persona porque fue la época que fue nombrado decano y con aquellas funciones y responsabilidades ya debía tener bastante en el pandemónium aquel, campo de batalla más que una facultad universitaria como yo la recuerdo. Guardé de él no obstante –de un solo encuentro que con él tuve- la impresión de un hombre ecuánime además de profesor competente y de un economista brillante además de escritor, que no se hubiera permitido (ni de broma!) las conductas que ahora reprochan en publico a Pablo IglesiasAcabo de leer unas declaraciones que me habrán hecho dar botes en el asiento, no por lo inédito o inesperado sino por lo contrario, por lo mucho que vienen a confirmar mis aprensiones tal y como que las vengo regularmente exponiendo por cuenta de Podemos y de su líder. Se trata de las declaraciones de una antigua alumna de Pablo Iglesias en Políticas de Somosaguas –hoy alcaldesa del PP de un pueblo de la provincia de Madrid (al Norte de la capital)- que desvela una faceta del personaje por no decir su verdadero rostro que no dejará de plantear a algunos adoradores del personaje serios interrogantes. Los indignados de mayo del 68 español tenían, como principal leitmotiv en los inicios de su movimiento –“apolítico”, de reivindicaciones puramente estudiantiles (que parece que todavía les estoy oyendo- la abolición de las cátedras vitalicias y de las clases magistrales y de los exámenes y sus corolarios de aprobados y suspensos que acabarían poniendo en práctica de la forma más expeditiva a través de jornadas de huelga salvajes, que me diga, “criticas” como ellos las llamaban, que acababan traduciéndose en expulsiones, escraches en realidad aunque así no se llamaban entonces, de aquellos catedráticos del régimen tan denostados.
Y una de las pruebas más enojosas e insoportables a mi vuelta a la universidad tantos años después –hablo de Bélgica pero a fe mía que podría aplicarse a un sector considerable del estamento español universitario en la actualidad- lo era el tener que soportar la arbitrariedad, injusticia y arrogancia de profesores que a todas luces –por la edad incluso- eran herederos de una manera u otra de aquel espíritu rebelde contestatario de mayo del sesenta y ocho que se extendería –por la vía del contagio intelectual (y espiritual)- a la mayor parte de las universidades europeas. Y por lo que esta joven víctima del líder de Podemos ahora viene a destapar, Pablo Iglesias puede ser -quien lo duda- un descendiente ideológico de aquella generación de indignados pero en sus forma de actuar y comportarse no parece diferir mucho de la imagen calumniosa que sus antecesores ideológicos consiguieron difundir entonces con tanto éxito entrE la masa del alumnado universitario (que fueron os de mi generación, por cierto) Un individuo injusto –hasta prueba de lo contrario- como lo muestra el suspender tres veces a una de sus alumnas con la que se había manifestado critico (y displicente) en público por motivos extra académicos (por su forma de vestir, por su atuendo y por su aspecto físico en definitiva) “You must not only be fair, you must also seem to be fair” -en román paladino, no solo ser justo sino parecerlo-, reza un adagio del derecho anglosajón que él tanto admirar aparenta.
En otros países por cima de los Pirineos, una conducta así no hubiera quedado así, de eso que no le quepa la menor duda. Tuvo suerte de ser profesor de una Complutense en estado de siniestro total que es la impresión que da hoy desde fuera a los que frecuentamos sus aulas entonces, paseándonos por su campus mientras miramos alicaídos, deprimidos, los muros de la patria mía, en el estado en que se encuentran (…) Él, como no vivió aquella época –y ve la película como se la han contado- no puede comparar, el que esto escribe no obstante, sí, y un profesor de la Complutense de entonces no se hubiera permitido ni en broma –por mucho que las miasmas del mayo francés se fueran a apoderando insensiblemente de tantos espíritus en aquellas aulas, en aquel campus- la conducta que ahora le reprocha su antigua alumna en su denuncia (publica)
Negrín -o el doctor Negrín (en el centro de la foto durante la guerra- fue prototipo de los académicos en la órbita de la Institución Libre de Enseñanza a lo que por el simple detalle de pertenecer a ella se diría que les había tocado ya el gordo, a saber curriculum brillantes (de veras o de prestado) y sobre todo becas de lo ms jugosas de estudios en el extranjero –de la Junta de Ampliación de Estudios controlada de antiguo por la Institución –(como una Inquisición laica)-, que tuvo siempre de idea motriz o leitmotiv la obsesión de modernizar España conforme a patrones y baremos extranjeros e influidos de cerca o de lejos por la Leyenda Negra anti-española. Estuvo pues estudiando en Alemania en Estados Unidos, en Inglaterra -¡en aquellos años veinte (y antes)!, debían ser diez como él en toda España- y cuando volvió del extranjero lógicamente le dieron “previo examen de oposición” –léase por unanimidad (y por aclamación)- una cátedra en la facultad de Medicina de la Central (hoy Complutense) en la que arrastró siempre una (negra) reputación de absentismo, de arbitrariedad y de mal profesor. Y de chanchullos por cierto. Un hombre muy preparado (sí, señor) Juan Negrín para la vida moderna. Y exponente sobre todo de una casta universitaria de piel dura y longeva que resucita ahora –¡ay dolor!- con los “intelectuales” (ágrafos) de Podemos. Con las mismas ideas (grosso modo) y los mismos procedimientos (…)Y hablo con el corazón en la mano de cómo me fueron a mí las cosas entonces, porque en todos los años de carrera no me sentí víctima de trato injusto y discriminatorio –hablo del estamento docente- salvo en una ocasión –ya en el campus de Somosaguas (como por casualidad) en el último año de carrera y cuando ya las cosas habían llegado a un punto de desmadre (subversivo) que tampoco cabe tenerlo muy en cuenta, me penalizaron (un poco) por mis ideas que no escondía, también es cierto. En el caso de su antigua alumna que nos ocupa en cambio, la discriminación parece que se trataba más bien por las ideas ("fachas") que acorde a su modo de vestir o simplemente por su cara le endosó el profesor indignado, y eso en la interpretación más favorable y menos gravosa para el interesado.
Viejos hábitos de la casta. Una casta (sic) universitaria que vio nacer el que esto escribe como quien dice, como aquí tan a menudo ya lo tengo evocado. O renacer, si se prefiere. Yo no alcancé a conocer –por razón de edad, de otra generación- a la Institución Libre de Enseñanza, aquí en Bélgica no obstante en la Universidad Libre de Bruselas se siente –muy de cerca- el influjo que sigue ejerciendo en la evocación y en el recuerdo, recíprocos sin duda alguna en la medida que la Institución nació tal vez en Alemania, pero pasó (forzosamente) en su itinerario fundacional por Bélgica y por esa universidad –fundada en 1836 (décadas antes del nacimiento de su homónima española-) caso atípico y emblemático a la vez en el ámbito académico y universitario de los países europeos de universidad “librepensadora” (de “la libre pensé”)
La Institución Libre de Enseñanza murió, saltó más exactamente en añicos con el estallido de la guerra civil, o más exactamente, se partió en dos, por la mitad, cuando los institucionistas –o por institucionistas- más emblemáticos se dispersaron en cada uno delos dos bandos beligerantes, unos con los nacionales –Unamuno, Ortega, Marañón, García Morente- y otros del lado de los rojo republicanos –Fernando de los Ríos, Negrín, Álvarez del Vayo- o escogieron el exilio. Hasta entonces sin embargo durante más de cincuenta años la Institución Libre de Enseñanza había sido como el aire que se respira en el ámbito de las universidades estatales españolas –como la Universidad Central en Madrid- que acabaría monopolizando la enseñanza universitaria en toda España.
Entre los universitarios que gravitaron en la órbita de la Institución Libre de Enseñanza, figuraría -por extraño o paradójico que pueda parecer- Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS y estampillado para la posteridad de “padre del fascismo español” Fue amigo y discípulo de Ortega y Gasset –declarado institucionista (lo que no fue en cambio su rival, Eugenio D’Ors)- que le rindió, desde Francia, un resonante homenaje cuando le asesinaron. Y en uno de los artículos filosóficos de Ramiro, se recogían juicios elogiosos hacia el que fue fundador de la Institución, Julián Sanz del Río. Y para colmo de la paradoja, Ramiro Ledesma murió (asesinado) en compañía de Ramiro de Maeztu, otro antiguo institucionista (fuera de toda sospecha) alejados de esas órbitas (uno y otro) hacía mucho. Tal vez por eso les asesinaronEl hispanista (oriundo) de expresión francesa, Michel del Castillo describía en una novela de fondo autobiográfico –“Les etoiles froides”- la enconada lucha (sic) por el control de las conciencias, que reñían en su Granada natal de las primeras décadas del siglo XX y finales del siglo anterior -y en un medio sociológico y familiar que era también el de la familia de García Lorca- la Iglesia y la masonería, lo que a nivel universitario se traducía por un enfrentamiento permanente entre los académicos y profesores de la Institución (también llamados “krausistas”)
Una lucha desigual –a la medida del estado de postración y de repliegue (y de puesta en entredicho incluso) en el que se encontraría la iglesia católica y por vía de consecuencia, la enseñanza eclesiástica o de tipo confesional en la mayor parte de los países europeos, durante la era contemporánea- y era sin duda en la medida que los unos contaban con unos apoyos y contactos en el extranjero, en las universidades de más allá de los Pirineos, de la que los otros –los “neocatólicos” (o neo tomistas) como se les llamó mucho tiempo andaban patéticamente en falta (…)
Y la palanca más decisiva en esa lucha de influencias –a favor de los unos y en detrimento de los otros- la ejercía sin duda la llamada Junta de Ampliación de Estudios, -en un aversión de los programas Erasmo con (casi) un siglo de adelanto, sobre todo las de los años del PSOE (…)- que daba las (jugosas y codiciadas) becas de estudios en el extranjero, en otros términos que les abría las puertas del futuro a sus ahijados y protegidos en los ámbitos académicos y universitarios, en una España atrasada –en relación con el resto de los países europeos- y replegada sobre sí misma como la de entonces.
Fue el caso de Federico García Lorca becada de la Junta (por recomendación de Fernando de los Ríos que fue su protector y padrino) y de un caso aún más emblemático o flagrante que me diga, el de Juan Negrín, prototipo del intelectual institucionista que curso estudios desde muy joven –con ayuda paterna- en Alemania y luego gracias a una beca de la Junta, en los estados Unidos, tras lo que se vería adjudicada una cátedra en la madrileña facultad de Medicina que detento hasta estallar la guerra civil y que se convertirá en símbolo de toda un época (negra) en la historia de la Universidad española, por lo arbitrario y autoritario –violento incluso en sus modos y maneras, e ideológicamente sectario- del personaje, que sabía servirse de la cátedra para uso personal, como un pozo sin fondo donde encontraban refugio todo tipo de corruptelas.
Con el tardo franquismo y al socaire del mayo del sesenta y ocho, la herencia de la desaparecida institución libre de enseñanza la asumiría la izquierda española en sus diversas corrientes, y la politización progresiva que conocería las universidades en España a partir de entonces –y en particular al Complutense- se vería ya pre anunciada en la agitación universitaria de aquellos años en los que empezó a practicarse (otra vez) la depuración ideológica por las buenas o a las bravas, como lo ilustra un caso del que fui directamente testigo, entre otros -ya en Somosaguas (…)-, del profesor Huberto Villar Sarraillet, catedrático de Teoría Económica (IV) que aún lo era en los inicios del curso de 1970-1971 cuando se vio apartado de ella por un golpe de mano que perpetró el que fue después ministro de Economía de Felipe González, Solchaga, con ayuda de todo el rojerío de la facultad que ejercían un a hegemonía absoluta allí dentro por aquel entonces.
Todo un símbolo el profesor Huerto Villar, artífice del Plan de Estabilización del 59, como lo recordaba en su fallecimiento hace tres años un (brillante) articulo necrológica en ABC -con aires de desagravio, bajo el titulo "Un gran servidor de España"-, del que fue profesor mío también en aquella Facultad, Juan Velarde Fuertes. Hoy, doy por seguro, completamente olvidados uno y otro en el campus de Somsaguas (...)
Una raza que me diga, una casta de depuradores y defenestradores (por motivos ideológicos) la de lso antepasados de Pablo Iglesia. Ellos y por ende, sus retoños indignados. De tal palo tal astilla. Sectario –e injustos- los de entonces como los de ahora
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