Duprat gravitó más cerca de mi trayectoria aquellos años lejanos de mi paso por la universidad de lo que me imaginé hasta hoy. La revista “L’Elite européennee” de un espíritu resueltamente anti-enrabiado (“anti-enragé” o “anti-soixante-huitard”) que me llegaba a mi domicilio en Madrid en plena resaca del 68 español cuando me quede más solo que la una en mi facultad de la Complutense, sería mi compañera fiel en el proceso de enroque psicológico (e ideológico en parte) que inicié precisamente entonces en reacción aquel ambiente (artificialmente) hostil, en aquellos años que fueron los de la “izquierda violenta” (Pio Moa) Y sólo ahora vengo saber, a caer en la cuenta, que Duprat era uno de sus redactores. Aquellos contactos míos franceses –tan idealistas y desinteresados- me pesarían lo mío no obstante en algunos medios sin yo llegar a sospecharlo. Así, muchos años después con ocasión de mis fregados judiciales en Bélgica vino a mi conocimiento una ficha política –junta a mi expediente judicial, que les enviaron desde España, por comisión rogatoria, un respeto (…)- de los tiempos del tardofranquismo (?!) en la que se daba cuenta de mis gestiones (sic) con vistas a la fundación de un círculo José Antonio en la capital francesa (algo que yo ni recordaba)Jean Marie Le Pen hizo hace unos días unas declaraciones al diario ruso (sensacionalista) Kommosolskaia Pravda que habrán armado mucho revuelo y le habrán llevado a un nuevo rifirrafe interno al interior de su partido –esta vez con el numero dos (oficial) del Frente Nacional, Philippot- y fue cuando insinuó –no entono afirmativo- que el atentado de Hebdo Charlie pudiera llevar la firma de los servicios secretos. Conspiranoia, nueva versión de la teoría del complot como cuando los atentados del 11 de septiembre etcétera, etcétera, es lo que habrán respondido inmediatamente algunos poniendo el grito en el cielo. Servicios secretos. Un fantasma invisible y omnipresente. Aquí ya evoqué en mi última entrada el caso de François Duprat.
No le conocí personalmente, aunque oí hablar mucho de él en Ecône donde me encontraba aun cuando se produjo el atentado que pondría fin a su vida, aunque sí me llegaron entonces testimonios directos de personas amigas que sí que le conocieron y fueron amigos suyos y camaradas. Era a todas luces una figura brillante y como tal condenado a una trayectoria errática –como otros (…)- en la medida que de una forma u otra arrastraba una memoria propia marcada por la derrota en la segunda guerra mundial, en el 45.
Tras su muerte fue acusado un tanto impúdicamente por sus posturas negacionistas dando a entender (hipócritamente) sus detractores que aquellas fueran el motivo real de su muerte que ellos no condenaban por cierto lo que sí hizo en cambio una figura fuera de todas sospecha, el presidente entonces de la todopoderosa LICRA –Liga contra el Racismo y el Anti-semitismo-, y un sombre espesa subsistió hasta hoy sobre el atentado lo que no impidió otras hipótesis hacerse oír, como la que lo atribuía a los servicios secretos (sic) conforme a la cual Duprat habría colaborado para los dichos servicios desde los acontecimientos de mayo del 68, cuando una parte de la extrema derecha se habría visto forzada a colaborar con las fuerzas del orden ante la deserción –o inhibición- de muchos de sus camaradas.
Jean Marie Le Pen custodiando el féretro de François Duprat durante la ceremonia de sus funerales en la iglesia (ocupada por los tradicionalistas) de Saint-Nicholas-de Chardonnet en Paris. Su muerte (asesinado) me pilló aun en el seminario de Ecône y sólo mucho más tarde caería en la cuenta de la importancia y significación de su figura y de la transcendencia del atentado. No fue el jefe de una banda de activistas, ni el líder en la sombra o el hombre de paja de una organización terrorista (de derechas), fue un intelectual histórica y políticamente incorrecto para su época y sobre todo testigo, y centinela, de una noche espiritual –la de mayo del 68 y sus resacas y secuelas en Francia y fuera de ella- que se extendió sobre toda una generación juvenil (y universitaria) europea, y de la que yo como él me sentí un disidente, y superviviente también, como de un campo de concentración (“rescapé” le dicen los franceses)En Mayo haz lo que te plazca, reza un refrán francés (“en mai fais ce qu’il te plait”), que servía de glosa en una biografía sobre el fundador del Frente Nacional que leí hace ya mucho aquí en Bélgica, comentando la actitud (de inhibición) del futuro fundador del Frente Nacional entonces, por razón sin duda de anti-gaullismo- durante los acontecimientos del mayo francés que él habría seguido tranquilamente a través de la pequeña pantalla en compañía de su mujer y de sus tres hijas (…)
No fue el caso de Duprat que arrastraba un curriculum de militancia ya antiguo a pesar de su juventud, en África –en el marco de una misión de cooperante por cuenta de la Unesco- donde fue consejero (y ministro del Interior) de Moisés Tshombe durante la aventura de la independencia de Katanga, y luego en Francia donde coincidió nota bene con Dominique Venner en ciertas formaciones nacionalistas antes de fundar (con otros) el movimiento Occidente, que me fascinó –lo confieso- en mis años de Universidad (finales de los sesenta y principios de los setenta)
Occidente tuvo una existencia relativamente fugaz, y para algunos no pasaría de un grupo de provocadores que jugó un papel de detonador de la revuelta estudiantil, lo que parecería corroborar el hecho de su completo desvanecimiento a poco de declararse la revuelta en Nanterre y en la Sorbonne. Como sea, marcaron la memoria colectiva por la imagen juvenil inconformista y anti-comunista a la vez y por el nombre (de Occidente) que siguió rutilando como luces de candilejas en la mente de muchos jóvenes de entonces (entre los que se encontraba el autor de estas líneas)
Y también -¿para qué negarlo?- por su estilo (francés) inconfundible. Duprat para entonces había dado la espalda a Occidente, disuelto tras el desenlace de los acontecimientos de mayo del 68, y tras su paso por el grupo que le sucedió –l’Ordre Noveau- acabaría en el Frente Nacional encabezando una corriente propia (nacional/revolucionaria)
Mayo del 68 dividió a la extrema derecha francesa y también –en un innegable signo de afinidad, digan algunos lo que quieran- a los falangistas -y franquistas- españoles. Valga de botón de muestra inmejorable el artículo editorial y la presentación sensacionalista de la portada (a la izquierda en la foto facsímil) que publicó el diario SP de Rodrigo Royo –portavoz oficioso entonces (doy fe de ello) de la tendencia falange/auténtica o joseantoniana/pura-, el 30 de mayo del 68, efemérides clave en el desenlace de la crisis y en el desembocar de los acontecimientos. “La revolución universitaria que ha estallado en el mundo universitario es el testimonio de la vitalidad del Occidente” Así daba inicio el editorial –de la pluma de su director a todas luces- que sonaba a apuesta y a toma de partido (irrevocable) más que a otra cosa. De Gaulle estaba en paradero desconocido como lo deja a entender uno de los titulares de la portada, y la izquierda socialista y comunista a punto de tomar el poder. En pocas horas no obstante, ese mismo día, la situación en Francia daría un vuelco espectacular como aquí ya lo tengo evocado y rememorado en recientes entradas. Rodrigo Royo con su artículo editorial, “El nuevo fascismo” –que le valdría al día siguiente una carta abierta en el diario (a la derecha en la foto) del plantel entero de miembros de la redacción, hijos de su época y antifascistas de toda la vida (estaría bueno)- echaba un órdago a la grande a favor de la revuelta estudiantil y en contra del general De Gaulle que se saldaría por un fracaso estrepitoso, como vendría a ilustrarlo gráficamente ese malentendido tragicómico: lo que para él antiguo divisionario en Rusia (a saber los términos de fascismo y de fascistas) era un título de gloria, hacia rasgarse las vestiduras en cambio a sus muy escandalizados colaboradores (de una generación más joven muchos de ellos, que respiraban sin duda más que su director el ambiente que se respiraba en las facultades por aquel entonces)¿Quienes le asesinaron? La pregunta sin respuesta tantos años después, rodeada de insinuaciones y de pistas falsas por supuesto, o de callejones sin salida como el pretender que fue víctima del juego de violencia que él mismo practicaba, o el resituar su muerte en el marco de unos años –el septenio de Giscard d’Estaing- marcados por la violencia política, y los asesinatos de personajes públicos. Jean Marie le Pen, que le conoció de cerca, siguió fiel hasta hoy a su memoria que resurge del olvido en nuestros días, “pari passu” con el espectro de mayo del 68 que no habrá dejado de sobrevolar sobre (tristes) fenómenos del mayor relieve de estos últimos años como el de los indignados del 15-M y su epifenómeno al que asistimos, el auge de Podemos.
Y repasando de urgencia la biografía de François Duprat ates de ponerme a escribir estas líneas caía ante mi vista un nombre que resuena familiarmente a mis oídos ahora, el de la revista “L’Elite Euroépenne” fundada justo a seguir a los acontecimientos de mayo del 68, y tras la dilución del movimiento Occidente el mes de octubre de aquel año por decisión personal del General De Gaulle –que les había excluido de una primera medida de prohibiciones (de grupos de extrema izquierda) el mes de junio aquel (…)
“L’Elite Européenne” que me llegaba a mi domicilio a Madrid fue para mí como un balón de oxígeno y al mismo tiempo compañera fiel del proceso de enroque psicológico que dio comienzo en mi por aquel entonces, en lo que cabe llamara la resaca (española) de mayo del 68, cuando la represión (estatal) se acentuó contra el movimiento estudiantil (de izquierdas) y a modo de reacción una especie de epidemia silenciosa se extendió hasta en los mejores dejándome prácticamente aislado en mi medio ambiente de entonces de la Facultad de Políticas y Económicas de la Complutense en la Universitaria primero, y en la Facultad de Económicas ya independizada del campus de Somosaguas más tarde.
La revista "Défense de l’Occident" –de reconocido nivel intelectual-, fundada en 1952 por Maurice Bardèche figura destacada de la Colaboración en Francia contó a partir de 1962 entre sus colaboradores a François Duprat que acabaría convirtiéndose en el alma mater de la revista hasta su muerte. En Ecône donde se recibía regularmente el tiempo -cuatro años, del 74 al 78- que allí permanecí, pasé olímpicamente de ella, víctima (en parte) de prejuicios que hoy me parecen terriblemente injustos. Y lo que más alergia me producía era tal vez el halo de vencidos –del 45- que fatalmente se desprendía del nombre del director y de los de sus principales colaboradores. Duprat era la excepción, no era un vencido sino un combatiente que luchaba –en plena juventud- por abrir (y abrirse) brechas de futuro, viéndose forzado por las circunstancias a hacer la guerra por su cuenta. Por eso le asesinaronY guardé siempre en mi mente una instantánea gráfica e ilustrativa en extremo de aquel proceso de enroque que se incubó entonces en mí, cuando en una de aquellas asambleas –curso de 1970-1971, cuarto curso de económicas- en las que acababan degenerando fatalmente las clases en la Facultad por aquellos años tan convulsos y revueltos, decidí distanciarme de una vez por todas, y desde lo alto del anfiteatro en el que me encontraba en medio de la asamblea aquella bajé las escaleras yo sólo hasta la puerta de salida en medio de silencio sepulcral y de las miradas de toda la clase en mi clavadas. Fue la última vez, así en grupo –salvo tal vez en algún examen-, nunca volví a coincidir con mis compañeros de facultad (de curso quiero decir), para los que de golpe yo me había convertido en un extraño y ellos también un poco para mí.
Nunca volvía a ver a la mayor parte de ellos, tras aquel adiós, ya digo, pero ellos a mí por supuesto que sí (a través de los medios) Y no es de extrañar que en aquella situación de aislamiento -por no decir de apestamiento- en la que me veía inmerso en lo sucesivo, los grupos franceses nacionalistas (de “extrema derecha”) se convirtieran para mí en un potente faro de luz, ante el cerrilismo que se palpaba en torno a mí, en mis antiguo amigos y camaradas para los que la realidad de fuera de la fronteras de la península no tenía existencia alguna (en la práctica) Aquello duraría solo algún tiempo no obstante hasta que le di un nuevo golpe de tuerca a mi enroque y decidí que sólo la religión –y no la política- podría salvarnos.
Y hoy tantos año después evoco aquel pasado tan convulso con nostalgia y comprensión y ternura al mismo tiempo. Me equivocaba trágicamente –como la paloma aquella- en los postulados, pero en mi intuición había algo en lo que acertaba. Y es que la salvación –en todos los órdenes- es algo que llevamos dentro de nosotros mismos. Y no es mero azar desde luego el súbito interés que se habrá apoderado de mí de pronto por la figura de François Duprat, el ultraderechista francés anti-Mayo del 68 que figuraba –algo que no supe hasta hoy- en el consejo de redacción de aquella revista “L’Elite européenne” (que me llegaba por mano amiga, y de forma gratuita) y que buscó la salvación propia, la de los suyos y la de su patria por sus propios medios. François Duprat, camarada ¡Presente!
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