viernes, marzo 13, 2020

GUERRA MUNDIAL Y CONCILIO VATICANO II

Leon Degrelle, en su época de estudiante –de Arqueología (Filosofía y Letras)- de la Universidad Católica de Lovaina, y de miembro y dirigente de la ACJB (Juventudes belgas de Acción Católica). Figura emblemática en extremo , el futuro líder del movimiento belga pro nazi REX –del que el Führer dijo que quería “haber tenido un hijo como él”-, y detonante directo –por su maurrasianismo descarado e ingenuo a la vez  (el suyo y el de sus jóvenes seguidores, francófonos todos ellos)- de la condena pontificia de la Acción Francesa (y de Charles Maurras, lider de aquella)-, y fue de lo que la Segunda Guerra Mundial tuvo de guerra de religión (sic), y su desenlace, de derrota –en provecho del protestantismo (nota bene)- del catolicismo y de los católicos. Y reliquia no menos emblemática a la vez, Leon Degrelle, del sello católico e hispano de Bélgica, estado retoño y heredero de los Países Bajos (católicos) del Sur, desgajados de la Holanda protestante. Como lo prueba e ilustra el que escogiera la España de Franco de su último refugio, al contrario que los nacionalistas flamencos, católico él como los otros, pero sin los prejuicios anti-españoles de aquellos
“Una vez más en su historia Francia se veía rasgada por la guerra civil. Una guerra franco/francesa por usar la expresión de Stanley Hoffmann, pero el relieve de la cual era tanto mas violento como que venia a formar parte de una guerra civil y mundial con todas las trazas de una inexpiable guerra de religión. Porque esa guerra civil no puso solamente en conflicto dos concepciones opuestas del sentido del deber, sino que enfrentó a dos visiones del mundo totalmente antagónicas, ideas de la vida y de la sociedad irreconciliables…/…La filosofía salía así de los libros para bajar a la calle, haciendo saltar por los aires todos los interdictos que suelen contener a los hombres y que no den rienda suelta a la fiera que llevan dentro” (Dominique Venner, “HISTOIRE DE LA COLLABORATION”. “Une guerre fratricide”, “Deux légitimités irréductibles”, pp. 334-335)

El encabezamiento que lleva esta entrada me pareció de rigor, hasta el punto que dispersas esas cuartillas entre mis papeles, las perdí hace algún tiempo de vista y no habré dejado de remover Roma con Santiago (un decir) –tras búsquedas infructuosas en la obra y en el texto de origen-, hasta volver a encontrarlas otra vez. Y es que confieso no haber visto nunca expuesta con mayor claridad -no exenta de cierta desnudez de estilo (típicamente francés, para un gusto español), y no menos deslumbrante y no menos cartesiana a la vez- lo que la Segunda Guerra Mundial -entre otras causas (dispares) de su génesis profunda- tuvo de guerra de religión. Y cómo no enlazarla o asociarla pues desde esa perspectiva, con la ultima guerra de religión que conoció (oficialmente) el continente europeo, a saber la guerra de los Treinta Años en la que España –la España católica e imperial- tuvo un tan destacado protagonismo, que no le impidió no obstante morder el polvo de la derrota. “España riñe en Europa la batalla de la unidad, la riñe y al final la pierde” (“España, germanos y bereberes", de José Antonio Primo de Rivera)

Y así, también desde esa óptica no se puede menos de enfocar el Concilio Vaticano Segundo como lo que en realidad fue, a la vez que una operación, de los más altos vuelos –como ya lo dejé sentado en otros sitios-, de desestabilización del régimen español surgido de la guerra civil española del 36 -último estado confesional (católico) que quedaba en Europa de entonces y en el mundo-: y fue un acta de capitulación (sic) del catolicismo derrotado tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, en el 45. Con los protestantes del lado de los vencedores, y los católicos del de los vencidos. Lo que descifra sobradamente y descripta –entre otros aspectos suyos escandalosamente desconcertantes (incluso para mentes profanas y alejadas de la Iglesia)- lo que aquella augusta/asamblea tuvo (innegablemente) de progre y de cripto/marxista. Y con lo que el gesto supremo del escritor francés mas arriba citado (“nationaliste”, y católico de bautismo)–el de su suicidio en el altar mayor de Notre Dame- adquiere todo su significado y su pleno simbolismo. Un acto de “devotio”, de heroísmo supremo y un gesto supremo a la vez de protesta –de impacto mundial- contra el Concilio Vaticano Segundo (.../....)

(----/----) Todo eso es política. Ya estoy oyendo a los guardianes del Santo Sepulcro, atronándome de nuevo las orejas, y blindando así sus conciencias y evitando una vez mas el rendirse a la evidencia. Pero me curo en salud de inmediato: ni quiero llevarme a nadie –conmigo- al desierto (sic) –como me amonestaba de mayor o menor amabilidad y buena fe un converso protestante/fundamentalista holandés (antiguo misionero católico de los de antes del concilio), de los de la Biblia y nada mas que la Biblia (…)-, ni quiero moverle el piso a  algunos, léase a sus buenas conciencias y al orden -y estabilidad- y bienestar social y familiar en el que consiguieron hasta hoy vivir (enhorabuena) –como tantos católicos españoles, sinceros, de buena fe- a lo largo de varias décadas, tapándose así –como el avestruz- los ojos y los oídos ante la evidencia aplastante y clamorosa de una derrota mundial (Salvador Borrego díxit) que ofrece todos los visos –como aquí vengo sosteniendo, de una derrota católica. Católica y española (y que me perdonen una vez más Stanley Payne y Pío Moa)
Carta al Papa (Juan Pablo II) de Leon Degrelle , sobre las cámaras de gas –20 de mayo de 1979 y solamente difundida varios años después- con ocasión de la primera visita –en un clima de expectación mesiánica, fomentado y alimentado por los medios- del papa polaco, con escala (obligada) en Auschwitz-, a su tierra (entonces bajo régimen comunista) A pesar de su tono apaciguador y respetuoso y de estar llena de argumentos razonables y sensatos (del más puro sentido común), la pagó caro su autor –con una multa no obstante tan siquiera- en los tribunales españoles, y no mereció respuesta del papa alguna. Aunque papólatras hispanos empescinados –de esos medios (patriotas)- se esforzaran y empeñaran en escudriñar visos y vestigios -en forma de alusiones o de indirectas- de la respuesta papal en un pontífice tan ducho y tan hábil en ambigüedades y en rodeos (pontificios)-en francés “langue de bois”-. Por supuesto que no hubo tal. Y sin embargo, si hubiera habido respuesta papal cualquiera a la misiva de Degrelle que precedió de (casi) tres años mi gesto de Fátima –fuera del signo que fuera-, y hubiera yo sabido de ella ¿habría influido ello en algo mi conducta entonces? Ni lo niego ni lo afirmo

.../...No quiero -¡no y mil veces no!-, nada de aquello para los míos, ni para el resto de mis compatriotas. A condición no obstante de mi sobrevivencia, y también de la salvaguarda de mi propia honra. Y de mi integridad física (que esa es otra) (…) Porque no tengo nada claro que no sea precisamente eso lo que se me está pidiendo y exigiendo de telón de fondo del debate (siempre álgido) sobre el Concilio Vaticano Segundo, y que lejos de ser un mero debate teológico, no sea más que un reto existencial del fuero interno e íntimo, en el que nos jugamos nuestra vida –o supervivencia- y nuestro honor y nuestra honra, como se me ha hecho ver claro al hilo de los acontecimientos y de mis vicisitudes personales en el transcurso de los últimos días, de las ultimas horas. ¿Política por detrás y por delante y por encima del concilio vaticano segundo, asamblea (augusta) doctrinal –ya sea dogmática o pastoral-, y evento o acontecimiento de orden o natura (exclusivamente) religiosa?

Sí, por supuesto, con una precisión no obstante o un distingo. El de la política, pero de una clase o especie –muy especial- de ella, a saber la política religiosa (sic), una categoría de innegable marchamo maurrasiano que seria borrada como por ensalmo o golpe de varita mágica –el de la condena o excomunión (canónica), como un oximorón o contradicción “in terminis” rayana en la blasfemia- del horizonte menal y del lenguaje de los católicos tras la condena de la Acción Francesa. Y la reconciliación canónica de ésta –como por un efecto de inercia o rutina clerical- no vendría a reparar, a subsanar o a arreglar las cosas. Y es lo que salía a  relucir como por casualidad en el subtitulo del libro “prohibido”- por la Santa Sede- “Iglesia-Estado. Encuentros con el Capuchino. La política religiosa” de Rafael Sánchez Mazas, el jerarca más doctrinario mas intelectual, y también –por razón de su extracción sociológica y familiar conservadora, monárquica (alfonsina) y clerical- el mas católico de todos los camisas/viejas –e intimo de José Antonio-, y de la vieja guardia, de Falange española (y la mas vieja). ¿Nada de política o de político pues en el concilio pastoral mas político de toda la Historia de la Iglesia? Sin bromas.

Y en prenda de seriedad –del ser serio (Nietzsche dixit) en las cosas serias-, me siento en el deber de aportar aquí un testimonio fuera de toda sospecha. Y es el de Martín Descalzo, el cura periodista presente en el concilio y comentador vedette o estrella de la página religiosa del ABC (¡ay dolor!) en la España de los sesenta y de los setenta. Y es que tras suya o de la mano de él venimos a dar con Francisco Umbral que le dedicó un articulo galardonado con el premio Mariano de Cavia (“Martín Descalzo) Y en el que evocaba también al recientemente fallecido –premio Cervantes también como Umbral- José Jiménez Lozano, con el que confesaba aquel –tal y como lo recojo en el libro que dediqué a Umbral (y a su padre falangista)- el haberse cocinado (sic) –los tres- “la nueva teología que iba a triunfar en el concilio” en una cafetería de moda de Valladolid, en la década de los cincuenta- ¿Apolítico Umbral, apolítico el cura periodista de ABC? Lo dicho, sin bromas.

El Concilio Vaticano II, secuela principal o principalísima del desenlace de la Segunda Guerra Mundial, amén (como lo recojo en uno de mis libros) de “fatalidad española” Y es y lo fue por la intencionalidad española –anti-española que me diga- fuera de discusión y duda, en la recepción de los textos y de las reformas conciliares, si no en el texto y el pie de la letra de los mismos y de las mismas. Y emplazo aquí cualquiera de mis lectores a contradecirme, con ayuda o sin ayuda de la prensa española y extranjera de la época. No importa, dirá aquí un abogado del diablo (replicándome de inmediato), porque es la Fe lo que cuenta. Y lo que aquí cuenta (según él) es la acogida y recepción unánime, entusiasta, calurosa del Concilio en la sociedad y en la opinión publica españolas que acogieron –con fe ciega, devota y fervorosa- el Concilio como una bendición divina, como en ningún otro país del mundo, si no de Europa. Y no digamos en los llamados medios patriotas, estrictamente conforme a aquello tan familiar –al socaire o a favor de los regateos y ambigüedades de los padres/conciliares- de “ni izquierdas ni derechas” (…) (….)

Y con ello llegamos a la pregunta sin respuesta, que no creo a fe mía haber respondido plenamente todavía a la cuestión que me plantearon en este blog hace algún tiempo lectores benévolos y amigos, del por qué (sic) en España no había habido (prácticamente) reacción contra el Concilio Vaticano Segundo. Y la respuesta cabal plena y completa –como aquí lo estamos viendo- viene dada única y exclusivamente en términos o en clave de política/religiosa. Del acta de capitulación (sic) que decidieron firmar en la cupula vaticana tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial en el 45. Como una ratificación, tres siglos después, de la Paz de Westfalia, “tumba del Imperio” como lo escribió Eugenio Montes. Y de la España católica.

Lo que evitó no obstante a los españoles –el que esté libre de pecado que tire la primera piedra- la tragedia y la hecatombe que reservo el destino a la Alemania vencida. Y legó en cambio a las generaciones más jóvenes una pesada –rayana en lo insoportable- hipoteca, negándoles a la vez el más mínimamente claro horizonte de futuro. Dentro de España y por los suelos de Europa

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