lunes, julio 13, 2015
¿POR QUÉ NO HUBO REACCIÓN AL CONCILIO EN ESPAÑA?
Me permito publicar aqui en atención a todos mis lectores la (extensa) respuesta que acabo de colgar en una de mi antiguas entradas -con cierto retraso, lo confieso- a la pregunta de uno de mis lectores de por qué el concilio vaticano segundo no encontró (prácticamente) resistencia en España como sí la encontró en cambio en otros paises. Un tema que se reviste de la más rabiosa actualidad tras los gestos y declaraciones y posicionamientos (polémicos o propiamente escandalosos) del papa argentino
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Con retraso (involuntario) paso a responderte con mucho gusto, aunque ya lo hice indirectamente en una de las ultimas entradas de mi blog, en respuesta a un artículo de Pío Moa y en el que comenté un capítulo de su último libro Los Mitos del Franquismo, dedicado a la actitud de la iglesia en los últimos tiempos del régimen de Franco. Mi respuesta viene al hilo de un análisis histórico e ideológico del pasado español en todas las décadas que siguieron a la guerra civil que vengo explorando desde hace algún tiempo, y me sirvo para ello de categorías y términos y enfoques que tengo expuestos y explicados en mi último libro “Guerra del 36 e Indignación callejera”, al que puse (muy intencionadamente) el subtítulo de “La Guerra de los Ochenta y Tantos Años”, a saber la guerra del 36 que entre tormentas y bonazas y tras una sucesión (interminable) de episodios de guerra asimétrica –en lenguaje de los tratadistas militares- se prosigue todavía. Los españoles perdimos la guerra en el 45, igual que los holandeses perdieron la guerra del 14 –con la salvedad no obstante de una guerra civil como la nuestra que lo holandeses no tuvieron-, por culpa ellos como nosotros de una neutralidad pactada a favor del bando de los vencidos, de la que el régimen de Franco no se desasió propiamente hablando hasta el final del conflicto en el 45.
Con la diferencia irreductible además que esa situación de España al final de la Segunda Guerra Mundial, humanamente hablando no tenía otra salida más que la rendición o el holocausto nuclear -como sucedió en el Japón- en caso de que Franco y su régimen hubieran optado por la resistencia a los dictados de los vencedores, en su lugar optaron por una rendición pactada a través del Vaticano, del que en aquellos momentos caóticos del final de la Segunda Guerra Mundial el hombre fuerte (un tanto en la sombra) lo era el obispo Montini -futuro papa Pablo VI-, sustituto a la secretaria de estado y mal visto bajo el régimen fascista por su filiación demócrata/cristiana –la suya y la de su familia- y por la circunstancia que un hermano suyo cayera, alistado en las Brigadas Internacionales, durante la guerra civil española lo que da una clave de explicación más que suficiente de la carrera tan fulgurante que le esperaba al terminar la guerra. A partir del 45 pues, España se convirtió en la práctica en un estado vasallo del Vaticano y ese sería a su vez el principal hilo conductor en la historia de la evolución del régimen de Franco en la posguerra.
Y es lo que explica también –y ahí es a donde quiero venir a parar- la anomalía (propiamente hablando) que España fuera prácticamente el único país católico donde no hubo la menor reacción contra el concilio vaticano segundo. Y si bien se mira, no pudo ser de otra manera. El catolicismo español al convocarse el concilio –a principios de la década de los sesenta- estaba a bajo el doble corsé de sumisión que le imponían la autoridad eclesiástica –y los lazos de obediencia canónica que le ligaban a ella- por un lado, y por el otro, los vínculos de la jurisdicción civil en la que directa o indirectamente la autoridad eclesiástica (y vaticana) se hacía llegar y sentir también, en virtud del principio de la confesionalidad del estado, habida cuenta que España era (prácticamente) el único país del mundo aun entonces donde aquel principio seguía vigente* Cuando las cosas empezaron a salirse de madre en el terreno del orden público –en el país vasco por ejemplo- hubo cierta reacción a nivel del pueblo llano, pero aún en ese dominio, la autoridad civil –y militar- lo acaba sofocando todo en aras del orden establecido que era un orden tanto civil como religioso o eclesiástico.
Y me viene a la mente un ejemplo, de un incidente que llegó a mis oídos por amigos de la obra de Monseñor Lefebvre -de San Sebastián- que me contaron la escena, y fue en noviembre del 75, durante los funerales por Franco en la catedral, que presidió Monseñor Setién –horresco referens!-, en el momento que este quiso tomar la palabra, cuando se produjo un movimiento de rechazo unánime y espontaneo en la asistencia al interior del templo, de lo que salió al paso el gobernador civil –de camisa azul (y corbata negra) por cierto- irrumpiendo a toda prisa en el púlpito y mandando callar a gritos a la asistencia y sin duda también –me figuro la escena- con ayuda de aquella retorica tan florida (y tan hueca y tan vacía ya en aquellos tiempos) y en aquellos tonos tan melodramáticos y solemnes y aquella teatralidad de tanta fuerza de impacto –heredada de los tiempos heroicos- que tan bien se les daba a los jerarcas de entonces, “¡en el nombre de la memoria del Caudillo que aquí nos reúne a todos y de la sangre de todos nuestros caídos por Dios y por España!” (o algo así quiero recordar de lo que llego a mis oídos) Y a fe mía –por lo que deduje de lo que me contaban mis amigos (que no dejaban de evocar la actitud del gobernador en términos elogiosos)- que les convenció a todos, y sólo así por cierto pudo hacerse dueño de la situación, y Setién no sé si pudo seguir pontificando desde el púlpito, pero sí presidiendo desde luego hasta el final la ceremonia.
Otro ejemplo. Para poder dar una conferencia sobre la obra de Monseñor Lefebvre ya entonces en dificultades con el Vaticano, el verano del 75 en Cádiz –unos meses antes de la muerte de Franco- , tuvimos que ir hablar nada menos que con el secretario provincial del Movimiento a su despacho que naturalmente nos convenció –¡ingenuo de mí!- cargadísimo de razones (de pretextos que me diga) de no darla. Fíjate si hubiéramos querido abrir una capilla –al margen de la disciplina eclesiástica en vigor- como las abrían sin la menor cortapisa en tantos otros países, en Francia sin ir más lejos. Hubiéramos acabado en manos de la Guardia Civil, con las esposas puestas, fíjate lo que te digo. ¿Culpables los jerarcas franquistas tanto como los obispos progres? Ahí no llego. Presos más bien –se me antoja- de una fatalidad histórica en la que España y los españoles se vieron inmersos de resultas del desenlace de la Segunda Guerra Mundial en el 45, ya digo.
Ese es no obstante un factor de la primera importancia que se enmarca en un plano llamémoste institucional, pero no es el único. Hay otros más sin duda dignos de enfoque en un fenómeno de tanta complejidad y transcendencia como el que aquí estoy abordando, y cabe mencionar sobre todo lo que convine en llamar en este blog y en otros sitios digitales, la mutación cultural (profunda) (sic) que se produjo en la sociedad española y en particular en sus élites dirigentes y en sus instancias culturales y en particular en sus estamentos académicos y universitarios –tanto nivel de la masa estudiante como del cuerpo docente- en la segunda mitad de la década de los sesenta.
Cuando los socialistas del PSOE ganaron las elecciones generales en octubre del 82 –que me pilló ya a mí en la cárcel portuguesa-, Alfonso Guerra tuvo aquella frase tan ruidosa, que iban a darle una pasada a España (sic) que no la iba a reconocer (sic) ni la madre que la parió. En realidad, diciendo aquello se hacía reo –consciente o no- de craso anacronismo, y era en la medida que ese cambiazo del que el autor de estas líneas fue testigo en el observatorio privilegiado que me daba la Universitaria madrileña y en particular la Facultad de Económicas, se había producido ya –digamos que en germen al menos- una década antes, en la segunda mitad de la década de sesenta cuando yo por allí transité en mis años universitarios.
De resultas en gran parte del concilio vaticano segundo. Y digamos (otra vez) que si bien se mira, tampoco podía haber sido de otra forma. El concilio vaticano segundo afectó y conmocionó (revolucionariamente) al orbe católico en todos los planos posibles e imaginables, y el plano político –o de política religiosa- no podía ser menos. Fue una revolución de signo primordialmente eclesiástico o religioso pero que en lo que a España y a los españoles se refiere se vio innegablemente doblada a la vez de una revolución de signo político –o político/religioso- por culpa de ciertas particularidades históricas que he venido ya aquí mencionando, y en particular por culpa de esa guerra civil (del 36) interminable –de los Ochenta Años-, que la revolución conciliar vendría a reencender fatalmente de una manera u otra, como ya lo apunté en mi reciente libro.
Y por eso prendió el concilio tanto entre españoles sin duda como en ningún otro país -si se exceptúan los Países Bajos (un caso atípico)- y por eso en cambio, la reacción integrista fue prácticamente inexistente entre nosotros, aunque luego a la larga –con el tiempo y una caña- se viera importada, mayormente desde Francia. Y una ilustración de ese reencenderse de la guerra civil interminable lo fue sin duda la teología de la Liberación, un producto (o subproducto) del concilio, marca jesuita, y que encarnaron y protagonizaron mayormente misioneros españoles -tributarios en la mayoría de los casos por la vía familiar de la memoria de los vencedores del 39 (por paradójico que parezca)- en los países (ex) hispanos del otro lado del atlántico, y que tanta leña al fuego echarían en los conflictos que estallaron en los países al Sur del Río Grande la década de los sesenta y de los setenta entre regímenes militares y guerrillas marxistas, en las que se pueden propiamente ver chispazos colaterales de la guerra civil del 36 interminable. Yo lo veo así desde luego.
No sé si me explico, si no resulto somero y esquemático y conciso por demás en mi abordaje de un fenómeno tan crucial y tan trascendente como lo fue el concilio vaticano segundo (y sus secuelas), en lo que mis enfoques tienen sin duda (soy consciente de ello) de inéditos o poco divulgado. Gracias de todas formas por tu mensaje, y recibe un cordial saludo
*: Una ilustracion elocuente de lo que aqui decir pretendo, de esa obediencia "cadavérica" (typcal spanish) -tanto en eclesiásticos como en seglares- a todo lo que venía del Vaticano, reinante en el catolicismo español en el período que inmediatamente precedió al concilio, lo era un chascarillo de comentaristas religiosos de la gran prensa internacional durante el concilio vaticano segundo, que circulaba en el seminario de Ecône los años que alli pasé. "Los obispos de Centroeuropa fueron al concilio a dar lecciones, los españoles, a recibirlas"
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Con retraso (involuntario) paso a responderte con mucho gusto, aunque ya lo hice indirectamente en una de las ultimas entradas de mi blog, en respuesta a un artículo de Pío Moa y en el que comenté un capítulo de su último libro Los Mitos del Franquismo, dedicado a la actitud de la iglesia en los últimos tiempos del régimen de Franco. Mi respuesta viene al hilo de un análisis histórico e ideológico del pasado español en todas las décadas que siguieron a la guerra civil que vengo explorando desde hace algún tiempo, y me sirvo para ello de categorías y términos y enfoques que tengo expuestos y explicados en mi último libro “Guerra del 36 e Indignación callejera”, al que puse (muy intencionadamente) el subtítulo de “La Guerra de los Ochenta y Tantos Años”, a saber la guerra del 36 que entre tormentas y bonazas y tras una sucesión (interminable) de episodios de guerra asimétrica –en lenguaje de los tratadistas militares- se prosigue todavía. Los españoles perdimos la guerra en el 45, igual que los holandeses perdieron la guerra del 14 –con la salvedad no obstante de una guerra civil como la nuestra que lo holandeses no tuvieron-, por culpa ellos como nosotros de una neutralidad pactada a favor del bando de los vencidos, de la que el régimen de Franco no se desasió propiamente hablando hasta el final del conflicto en el 45.
Con la diferencia irreductible además que esa situación de España al final de la Segunda Guerra Mundial, humanamente hablando no tenía otra salida más que la rendición o el holocausto nuclear -como sucedió en el Japón- en caso de que Franco y su régimen hubieran optado por la resistencia a los dictados de los vencedores, en su lugar optaron por una rendición pactada a través del Vaticano, del que en aquellos momentos caóticos del final de la Segunda Guerra Mundial el hombre fuerte (un tanto en la sombra) lo era el obispo Montini -futuro papa Pablo VI-, sustituto a la secretaria de estado y mal visto bajo el régimen fascista por su filiación demócrata/cristiana –la suya y la de su familia- y por la circunstancia que un hermano suyo cayera, alistado en las Brigadas Internacionales, durante la guerra civil española lo que da una clave de explicación más que suficiente de la carrera tan fulgurante que le esperaba al terminar la guerra. A partir del 45 pues, España se convirtió en la práctica en un estado vasallo del Vaticano y ese sería a su vez el principal hilo conductor en la historia de la evolución del régimen de Franco en la posguerra.
Y es lo que explica también –y ahí es a donde quiero venir a parar- la anomalía (propiamente hablando) que España fuera prácticamente el único país católico donde no hubo la menor reacción contra el concilio vaticano segundo. Y si bien se mira, no pudo ser de otra manera. El catolicismo español al convocarse el concilio –a principios de la década de los sesenta- estaba a bajo el doble corsé de sumisión que le imponían la autoridad eclesiástica –y los lazos de obediencia canónica que le ligaban a ella- por un lado, y por el otro, los vínculos de la jurisdicción civil en la que directa o indirectamente la autoridad eclesiástica (y vaticana) se hacía llegar y sentir también, en virtud del principio de la confesionalidad del estado, habida cuenta que España era (prácticamente) el único país del mundo aun entonces donde aquel principio seguía vigente* Cuando las cosas empezaron a salirse de madre en el terreno del orden público –en el país vasco por ejemplo- hubo cierta reacción a nivel del pueblo llano, pero aún en ese dominio, la autoridad civil –y militar- lo acaba sofocando todo en aras del orden establecido que era un orden tanto civil como religioso o eclesiástico.
Y me viene a la mente un ejemplo, de un incidente que llegó a mis oídos por amigos de la obra de Monseñor Lefebvre -de San Sebastián- que me contaron la escena, y fue en noviembre del 75, durante los funerales por Franco en la catedral, que presidió Monseñor Setién –horresco referens!-, en el momento que este quiso tomar la palabra, cuando se produjo un movimiento de rechazo unánime y espontaneo en la asistencia al interior del templo, de lo que salió al paso el gobernador civil –de camisa azul (y corbata negra) por cierto- irrumpiendo a toda prisa en el púlpito y mandando callar a gritos a la asistencia y sin duda también –me figuro la escena- con ayuda de aquella retorica tan florida (y tan hueca y tan vacía ya en aquellos tiempos) y en aquellos tonos tan melodramáticos y solemnes y aquella teatralidad de tanta fuerza de impacto –heredada de los tiempos heroicos- que tan bien se les daba a los jerarcas de entonces, “¡en el nombre de la memoria del Caudillo que aquí nos reúne a todos y de la sangre de todos nuestros caídos por Dios y por España!” (o algo así quiero recordar de lo que llego a mis oídos) Y a fe mía –por lo que deduje de lo que me contaban mis amigos (que no dejaban de evocar la actitud del gobernador en términos elogiosos)- que les convenció a todos, y sólo así por cierto pudo hacerse dueño de la situación, y Setién no sé si pudo seguir pontificando desde el púlpito, pero sí presidiendo desde luego hasta el final la ceremonia.
Otro ejemplo. Para poder dar una conferencia sobre la obra de Monseñor Lefebvre ya entonces en dificultades con el Vaticano, el verano del 75 en Cádiz –unos meses antes de la muerte de Franco- , tuvimos que ir hablar nada menos que con el secretario provincial del Movimiento a su despacho que naturalmente nos convenció –¡ingenuo de mí!- cargadísimo de razones (de pretextos que me diga) de no darla. Fíjate si hubiéramos querido abrir una capilla –al margen de la disciplina eclesiástica en vigor- como las abrían sin la menor cortapisa en tantos otros países, en Francia sin ir más lejos. Hubiéramos acabado en manos de la Guardia Civil, con las esposas puestas, fíjate lo que te digo. ¿Culpables los jerarcas franquistas tanto como los obispos progres? Ahí no llego. Presos más bien –se me antoja- de una fatalidad histórica en la que España y los españoles se vieron inmersos de resultas del desenlace de la Segunda Guerra Mundial en el 45, ya digo.
Ese es no obstante un factor de la primera importancia que se enmarca en un plano llamémoste institucional, pero no es el único. Hay otros más sin duda dignos de enfoque en un fenómeno de tanta complejidad y transcendencia como el que aquí estoy abordando, y cabe mencionar sobre todo lo que convine en llamar en este blog y en otros sitios digitales, la mutación cultural (profunda) (sic) que se produjo en la sociedad española y en particular en sus élites dirigentes y en sus instancias culturales y en particular en sus estamentos académicos y universitarios –tanto nivel de la masa estudiante como del cuerpo docente- en la segunda mitad de la década de los sesenta.
Cuando los socialistas del PSOE ganaron las elecciones generales en octubre del 82 –que me pilló ya a mí en la cárcel portuguesa-, Alfonso Guerra tuvo aquella frase tan ruidosa, que iban a darle una pasada a España (sic) que no la iba a reconocer (sic) ni la madre que la parió. En realidad, diciendo aquello se hacía reo –consciente o no- de craso anacronismo, y era en la medida que ese cambiazo del que el autor de estas líneas fue testigo en el observatorio privilegiado que me daba la Universitaria madrileña y en particular la Facultad de Económicas, se había producido ya –digamos que en germen al menos- una década antes, en la segunda mitad de la década de sesenta cuando yo por allí transité en mis años universitarios.
De resultas en gran parte del concilio vaticano segundo. Y digamos (otra vez) que si bien se mira, tampoco podía haber sido de otra forma. El concilio vaticano segundo afectó y conmocionó (revolucionariamente) al orbe católico en todos los planos posibles e imaginables, y el plano político –o de política religiosa- no podía ser menos. Fue una revolución de signo primordialmente eclesiástico o religioso pero que en lo que a España y a los españoles se refiere se vio innegablemente doblada a la vez de una revolución de signo político –o político/religioso- por culpa de ciertas particularidades históricas que he venido ya aquí mencionando, y en particular por culpa de esa guerra civil (del 36) interminable –de los Ochenta Años-, que la revolución conciliar vendría a reencender fatalmente de una manera u otra, como ya lo apunté en mi reciente libro.
Y por eso prendió el concilio tanto entre españoles sin duda como en ningún otro país -si se exceptúan los Países Bajos (un caso atípico)- y por eso en cambio, la reacción integrista fue prácticamente inexistente entre nosotros, aunque luego a la larga –con el tiempo y una caña- se viera importada, mayormente desde Francia. Y una ilustración de ese reencenderse de la guerra civil interminable lo fue sin duda la teología de la Liberación, un producto (o subproducto) del concilio, marca jesuita, y que encarnaron y protagonizaron mayormente misioneros españoles -tributarios en la mayoría de los casos por la vía familiar de la memoria de los vencedores del 39 (por paradójico que parezca)- en los países (ex) hispanos del otro lado del atlántico, y que tanta leña al fuego echarían en los conflictos que estallaron en los países al Sur del Río Grande la década de los sesenta y de los setenta entre regímenes militares y guerrillas marxistas, en las que se pueden propiamente ver chispazos colaterales de la guerra civil del 36 interminable. Yo lo veo así desde luego.
No sé si me explico, si no resulto somero y esquemático y conciso por demás en mi abordaje de un fenómeno tan crucial y tan trascendente como lo fue el concilio vaticano segundo (y sus secuelas), en lo que mis enfoques tienen sin duda (soy consciente de ello) de inéditos o poco divulgado. Gracias de todas formas por tu mensaje, y recibe un cordial saludo
*: Una ilustracion elocuente de lo que aqui decir pretendo, de esa obediencia "cadavérica" (typcal spanish) -tanto en eclesiásticos como en seglares- a todo lo que venía del Vaticano, reinante en el catolicismo español en el período que inmediatamente precedió al concilio, lo era un chascarillo de comentaristas religiosos de la gran prensa internacional durante el concilio vaticano segundo, que circulaba en el seminario de Ecône los años que alli pasé. "Los obispos de Centroeuropa fueron al concilio a dar lecciones, los españoles, a recibirlas"
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1 comentario:
Muchas gracias por su respuesta. Un saludo.
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