jueves, junio 22, 2017
¿MONÁRQUICO YO?
La Reina de Inglaterra -Isabel II- es tal vez la figura aún activa en la política internacional de nuestro tiempo que mas problemas históricos y más alergia en suma y mas reflejos condicionados -y no menos espontáneos irreflexivos-, crea entre españoles. Me pilló preso en la cárcel portuguesa de Vale de Judeus su visita a Portugal en 1984 y recuerdo que los días antes de la llegada de la reina con ocasión de un visita a aquel establecimiento penitenciario de una delegación de parlamentarios portugueses, tuve ocasión de hablar con ellos, al cruzármelos allí dentro no recuerdo bien por qué motivo ni en qué circunstancias exactas -tal vez por estar haciendo cola en la puerta de la enfermería-, mientras hacían el recorrido del establecimiento, haciéndome eco con ellos del clamor unánime de los reclusos allí presos en favor de una amnistía con ocasión de la visita egregia, y es que vine a decirles que nadie allí dentro (sic) comprendería que se aquella súplica unánime no se viera atendida.
Viniendo así a refrendar -más o menos involuntariamente- a mi manera la importancia y transcendencia que para los portugueses en su conjunto revestía la visita de la reina de Inglaterra, con la que les unía (sic) la mas vieja alianza del mundo, formula habitual en los medios y en el conjunto la sociedad en el país vecino a la hora referirse -con ese énfasis tan proverbial que les caracteriza- a esa constante histórica -anglofilia y atlantista- de la diplomacia lusa desde la Guerra de los Cien Años. Isabel II es descendiente por los lazos históricos y sin duda también por la vía de la ascendencia biológica, de Isabel Tudor, demonio encarnando de nuestra historia española en la versión católico romana hondo arraigada y sin duda indesarraigable hoy por hoy en la memoria colectiva de los españoles.
Vista de cerca no obstante, cobra todos los visos de una reliquia histórica, sin duda venerable -bajo muchos aspectos-, como todas las reliquias. Rodeado como tal de la propia liturgia o para liturgia del protocolo que la rodea. Que no es tan riguroso como lo parece así a primera vista. Así, la inclinación de cabeza -y la genuflexión incluso para algunos- que prescribe el protocolo al paso de la soberana, en ciertos solemnidades públicas, se habrá visto ahora infringida por el líder laborista ante la reacción escandalizada de algunos. No fue él solo no obstante, Otra figura del cuadrante opuesto en del espectro político del Reino Unido, a saber Boris Johnson (ver foto) tampoco la observó, fuera de toda sospecha cabria decir ademas.
Por tratarse de alguien ligado por tradición familiar de forma particularmente estrecha a la monarquía británica y a sus monarcas, y es en la medida de tratarse del descendiente -en línea directa- de un ministro del Imperio otomano, asesinado en el ejercicio de sus funciones y cuya familia busco refugio en pleno en la Gran Bretaña en las postrimerías de la primera guerra mundial. El protocolo egregio es algo que choca particularmente a las mentalidades del mundo de hoy. Algunos de sus exigencias mas que otras desde luego. Así, al que esto escribe le chocó -sinceramente lo confieso- la genuflexión que el protocolo de la Zarzuela parecía exigir, y que vi a rajatabla -en los medios- cumplir hace ya bastantes años a Esperanza Aguirre.
¿Nada que ver con su titulo aristocrático (consorte)? En alguna ocasión oí decir que el soberano anterior, el rey Juan Carlos, trataba con mas rigor y distancia a los miembros de la aristocracia (nobiliaria) que al resto de los ciudadanos. No era la única diferencia no obstante que él hacía, como lo ilustra el caso -sin duda una singularidad excepcional en extremo- de Santiago Carrillo al que el monarca anterior trató siempre de usted, sin duda tras haber legado a sus oídos, la advertencia del político comunista ante el primer encuentro oficial con el monarca de que “si le trataba de tú -como aquél lo hacía con todo el mundo- el le haría lo mismo” En lo que venía ser un anomalía, un caso atípico, o un caso (a secas) (...)
Porque si algo caracterizó la idiosincrasia española de antiguo lo fue el dicho aquél que recogen algunas obras de nuestros clásicos -en Lope de Vega sin ir más lejos-, que “del rey para abajo todos iguales” Algo que venía sin duda de lejos en nuestra historia, desde el rey Don Pedro I -el Cruel o el Justiciero según las versiones de la leyenda que arrastra su figura- que al decir de alguien como Claudio Sánchez Albornoz, republicano recalcitrante fuera de toda sospecha, fue “el último soberano de nuestra historia al que el pueblo llano siguió (sic) con rabia y entusiasmo” (en contra de la nobleza)
El monarca actual por el contrario -tal vez se mejor así- no parece despertar pasiones (contrarias), ni la reina de Inglaterra tampoco. Como un signo de los tiempos. ¿Monárquico yo? No más -ni menos- que lo fue José Antonio Primo de Rivera
Viniendo así a refrendar -más o menos involuntariamente- a mi manera la importancia y transcendencia que para los portugueses en su conjunto revestía la visita de la reina de Inglaterra, con la que les unía (sic) la mas vieja alianza del mundo, formula habitual en los medios y en el conjunto la sociedad en el país vecino a la hora referirse -con ese énfasis tan proverbial que les caracteriza- a esa constante histórica -anglofilia y atlantista- de la diplomacia lusa desde la Guerra de los Cien Años. Isabel II es descendiente por los lazos históricos y sin duda también por la vía de la ascendencia biológica, de Isabel Tudor, demonio encarnando de nuestra historia española en la versión católico romana hondo arraigada y sin duda indesarraigable hoy por hoy en la memoria colectiva de los españoles.
Vista de cerca no obstante, cobra todos los visos de una reliquia histórica, sin duda venerable -bajo muchos aspectos-, como todas las reliquias. Rodeado como tal de la propia liturgia o para liturgia del protocolo que la rodea. Que no es tan riguroso como lo parece así a primera vista. Así, la inclinación de cabeza -y la genuflexión incluso para algunos- que prescribe el protocolo al paso de la soberana, en ciertos solemnidades públicas, se habrá visto ahora infringida por el líder laborista ante la reacción escandalizada de algunos. No fue él solo no obstante, Otra figura del cuadrante opuesto en del espectro político del Reino Unido, a saber Boris Johnson (ver foto) tampoco la observó, fuera de toda sospecha cabria decir ademas.
Por tratarse de alguien ligado por tradición familiar de forma particularmente estrecha a la monarquía británica y a sus monarcas, y es en la medida de tratarse del descendiente -en línea directa- de un ministro del Imperio otomano, asesinado en el ejercicio de sus funciones y cuya familia busco refugio en pleno en la Gran Bretaña en las postrimerías de la primera guerra mundial. El protocolo egregio es algo que choca particularmente a las mentalidades del mundo de hoy. Algunos de sus exigencias mas que otras desde luego. Así, al que esto escribe le chocó -sinceramente lo confieso- la genuflexión que el protocolo de la Zarzuela parecía exigir, y que vi a rajatabla -en los medios- cumplir hace ya bastantes años a Esperanza Aguirre.
¿Nada que ver con su titulo aristocrático (consorte)? En alguna ocasión oí decir que el soberano anterior, el rey Juan Carlos, trataba con mas rigor y distancia a los miembros de la aristocracia (nobiliaria) que al resto de los ciudadanos. No era la única diferencia no obstante que él hacía, como lo ilustra el caso -sin duda una singularidad excepcional en extremo- de Santiago Carrillo al que el monarca anterior trató siempre de usted, sin duda tras haber legado a sus oídos, la advertencia del político comunista ante el primer encuentro oficial con el monarca de que “si le trataba de tú -como aquél lo hacía con todo el mundo- el le haría lo mismo” En lo que venía ser un anomalía, un caso atípico, o un caso (a secas) (...)
Porque si algo caracterizó la idiosincrasia española de antiguo lo fue el dicho aquél que recogen algunas obras de nuestros clásicos -en Lope de Vega sin ir más lejos-, que “del rey para abajo todos iguales” Algo que venía sin duda de lejos en nuestra historia, desde el rey Don Pedro I -el Cruel o el Justiciero según las versiones de la leyenda que arrastra su figura- que al decir de alguien como Claudio Sánchez Albornoz, republicano recalcitrante fuera de toda sospecha, fue “el último soberano de nuestra historia al que el pueblo llano siguió (sic) con rabia y entusiasmo” (en contra de la nobleza)
El monarca actual por el contrario -tal vez se mejor así- no parece despertar pasiones (contrarias), ni la reina de Inglaterra tampoco. Como un signo de los tiempos. ¿Monárquico yo? No más -ni menos- que lo fue José Antonio Primo de Rivera
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