Estatua de la catedral Notre Dame en Paris representando al rey Borbón Luis XIII en el momento de consagrar a la Virgen María el reino de Francia (1637), en pleno conflicto bélico contra España durante la guerra (de religión) de los Treinta Años. París bien valía una misa –como declaró su progenitor (y fundador de la dinastía)- y Cataluña –sin duda ya bien fija en la mente y en los planes de aquel rey borbón (lampando por un sucesor)- se merecia (¡y como!) una consagración mariana en toda pompa y esplendor. Algo que en mis años del seminario (francés) de Ecône –donde aquel rey borbon iba volando ya a todo volar camino de los (divinos) altares y seguido de una legión de favoritos (mignons)- ni se me ocurrió pensar, y que a fe mía hubiera arrojado de mi mente como malos pesamientos o como una tentación diabólica. ¡Vivir para ver fantasmas míos !José Javier Esparza al que conozco personalmente –de un encuentro fortuito con él en la madrileña Feria del Libro hace dos años, en donde firmaba sus obras-, acaba de publicar un resonante artículo sobre el discurso del Rey en el Parlamento Europeo que no puede dejar indiferente por las cosas tan sensatas que dice, lo bien que las dice y expone y el coraje del que da muestras sacando a la luz cosas que tantos dicen sólo en voz baja sin atreverse a levantar la voz y que tantos otros piensan para sus adentros y en lo mas hondo de sus conciencias.
Y tal vez lo más digno de aplauso de su articulo lo sea el tono ponderado del mismo, de respeto, de gravedad y de serenidad al mismo tiempo como si emanase de una cabeza proporcionalmente tan fria como caliente parece serlo la emoción patriótica –y de memoria historica- con la que esas líneas se ven escritas.
Aqui dediqué hace cosa de un año una serie de artículos polémicos, de réplica, a José Javier Esparza en materia de religión o más exactamente de política religiosa -aunque reconozco que me metía también bastante en honduras (de conciencia)- con motivo de un trabajo suyo que me hicieron llegar almas caritativas sobre el movimiento francés de la Nueva Derecha (Nouvelle Droite), que me valieron incompresiones de alguno como si me encarnizase un tanto con mi contrincante (dialéctico) –al que por cierto no le merecí la menor respuesta (que tampoco me esperaba por cierto)- o le tratase con una intransigencia y un fanatismo y un sectarismo dignos de mejor causa, y no menores desde luego de los que a lo ojos de aquél (y no exento completamente de razón) personfiqué yo mismo en su momento, algo de lo que a fe mía me distancié hace mucho y de lo que en verdad hoy abomino, sin renegar de mi pasado tampoco en lo más minimo (y aquí ya todos me entienden o casi o todos)
Hay un punto no obstante que merece a mi juicio ser resaltado sobre todos los otros del artículo de José Javier Esparza y es cuando dice que la historia de España no empieza con Felipe V de Anjou, padre fundador de la actual dinastía, que me diga de la rama dinástica (borbónica) de la que procede el actual monarca. Punto. Una evidencia o diría aún más, una verdad de Perogrullo de la que, como hace observar José Javier Esparza, hay razones más que sobradas que nos llevan a hacer pensar que el actual monarca Felipe V -como su predecesor (y progenitor), Juan Carlos Primero- asi piensa o que actúa como si efectivamente así pensara.
Aqui ya hice observar en una entrada reciente –« ¡Cuidado Majestad ! »-, creo que sin extralimitarme ni ultrapasar ninguna linea roja, el probema irresoluble en el plano de la Memoria (histórica) que nos plantea la dinastía borbónica a los españoles en la medida que el problema catalán que nos vemos obligados a afrontar con tanta urgencia y premura las horas que corren y que se habrá perfilado como el problema mayor del nuevo monarca desde su ascenso al trono tuvo una genealogía histórica- en el tiempo- en la que cupo el mayor protagonismo (y responsabilidad) a la monarquia francesa, en la persona, primo, del Cardenal De Richelieu, regente del reino en un principio y valido de un rey Borbon, que declaró la guerra a España, y, secundo, en la persona de éste mismo, Luis XIII, -un rey rodeado de favoritos (en francés, « mignons ») y hoy, creo, camino de los altares(…)- hijo del fundador de la dinastia borbónica y ya llegado a la mayoría de edad cuando se produjo la rebelión catalana y se consumó -sólo un poco más tarde- la derrota española en la Guerra de los Treinta Años, jalón primero, cuna o matriz, en los orígenes mismos de la pérdida de nuestra hegemonia en el plano internacional y de nuestra decadencia, ininterrumpda hasta nuestros días.
¡Madre de todas nuestras batallas en la Edad Moderna, la Guerra de los Treinta Años, de todas nuestras guerras y de todas nuestras derrotas! La historia es la que es (como me dice a menudo un buen amigo, historiador de vocacion)
Y en el plano de la Memoria que es algo distinto –aunque no irreductiblemente extraño- a la Historia, y que esconde siempre algo de personal e intransferible, está claro que la memoria dinástica del actual monarca entra fatalmente -llegada a un determinado punto de su discurrir historico- en un conflicto irresoluble con la memoria histórica de la Nación Española que se remonta a los Reyes Católicos, a la Reconquista y a Don Pelayo y más lejos aún, a la España visigoda, enemiga histórica del pueblo franco del que procede (nota bene) la dinastia borbónica.
Y el discurso del rey en el parlamento europeo que tan bien diseca y analiza José Javier Esparza en su articulo, lleva fatalmente -por aquello de que los silencios son a veces más elocuentes que las palabras, y las omisiones más graves que las afirmaciones propiamente dichas-, a confirmarnos en nuestras (peores) sospechas y resquemores.
Una Europa super nación –léase la UE actual o en fase de gestación- en la que cabría una España/confederada, nación de naciones o digamos mas bien, una nacion amputada de otra nacion (catalana) en germen, de las cuales, léase del cordon umbilical que aún las uniese como en un supuesto de encarnizamiento terapeútico tan actual las horas que corren -la una plena de vitalidad y cargada de promesas de futuro, y la otra vieja y amputada y moribunda en cambio-, quedaría garante, como los gerentes del hospital de la niña Andrea, el solo rey Borbón, ante la UE y ante la Historia. Para un viaje así querido Sancho, no necesitábamos alforjas.
En mi anterior artículo mencionado más arriba me defendí de querer poner en discusión o en entredicho la legitimidad (de ejercicio) del actual monarca, Felipe VI, no sin dejar de observar que tanto él como la dinastía que representa arrastran una asignatura pendiente –enre otras sin duda menos urgentes- que se llama Cataluña.
Una dinastía irredenta, los Borbones españoles, lo dije y lo reitero. Y su redención pasa forzosamente por un conjuro eficaz –y en extremo urgente- de los fantasmas de separatismo (criminal) que planean sobre Cataluña y sobre el resto de España y de los españoles
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