lunes, diciembre 22, 2014

CASTRO, EL JUEZ REPUBLICANO, Y LA INFANTA CENICIENTA

Isabel Pantoja, ante el tribunal. No hubiera entrado al trapo del escándalo que la envuelve si no lo hubiera politizado ella misma previamente con sus comparaciones (odiosas) A mí me dieron lecciones –mordaces y cómo- de españolismo y de patriotismo los quinquis españoles en la cárcel portuguesa, por cuenta de la fiesta/nacional y del cante flamenco. Y yo no lo puedo remediar si siento (y de lejos) el tufo –a echar para atrás- de la delincuencia y de la criminalidad quinqui organizada (o asimilable) en los fregados judiciales en los que se habrá visto envuelta la célebre tonadillera, que no es más española que yo, ni más castiza que yo, eso desde luego, pese a mi apellido (europeo) Ni ella ni los que la jalean
El juez Castro que acaba de imputar a la infanta Cristina, antes de ser juez –hasta 1976- fue funcionario de prisiones. En el tardofranquismo pues. Y tal vez antes. Un detalle todo menos trivial de su curriculum. El funcionario de prisiones es una especie aparte, profesionalmente y también políticamente hablando. Y en el plano psicológico sobre todo. Son como los confesores de las cloacas del estado, esos “bajos fondos” que quiso limpiar (sin conseguirlo del todo) el generalísimo Franco.

Guardianes de los secretos más inviolables e inconfesables de una sociedad y de su ordenamiento institucional en un momento dado, por su poder de abrir de un santiamén la caja de los truenos y de los relámpagos, y de barrenar los propios cimientos del orden establecido –y de paso los puentes de la convivencia- como a todas luces está ocurriendo en el caso que nos ocupa. ¿Todos iguales ante la ley? Secundum quid, como dirían los escolásticos. Porque en pura lógica igualitaria siempre se acaban dando el caso de unos ciudadanos más iguales que otros.

El delito fiscal -como si fuera un crime o un delito de sangre (y más grave aún)- es la panacea de la izquierda que les permite en un momento dado poner contra las cuerdas a sus enemigos políticos en nombre de la razón de estado, y de la hacienda pública, un monstruo sin nombre como el de la opinión pública (en la edad moderna) Y un caso flagrante botón de muestra inmejorable de lo que aquí decir pretendo se habrá visto en Bélgica en el escandalo (financiero) en el que se vio envuelta por iniciativa y por culpa de la izquierda socialista francesa, Fabiola, reina de los belgas, lo que a la muerte de la reina española, hace unos días se habrá visto de forma tan flagrante desinflado, reducido a nada, a una maquinación política izquierdista que me diga, del anterior jefe de gobierno belga, socialista (francófono) –de ascendencia emigrante italiana y homosexual confeso (nota bene)
“La familia de Pascual Duarte”, best-seller de la posguerra inmediata, era según Umbral una alegoría de la guerra civil del 36 sobreentendido de la violencia de las derechas y del bando de los vencedores en la óptica asimétrica y complicada –y acomplejada- del autor en relación con la guerra civil. En realidad, la novela de Camilo José Cela encierra en clave narrativa un botón de muestra –uno entre mil- del desbordamiento de violencia anárquica y de delincuencia y de crimen los primeros meses de la guerra en zona roja, de un criminal en serie que a fuerza de asesinatos y de desmanes los primeros meses de guerra -enrtre ellos el asesinato alevoso del "señorito" de su pueblo-, acaba asesinando a su propia madre. Y su inspiración se la brindó a todas luces uno de esos expedientes criminales que desbordaban los registros y atestados y sumarios de los servicios penitenciarios y judiciales de la posguerra inmediata, con los que a todas luces Cela colaboraría, y que se fue fraguando y preparando en el clima de violencia y de anarquía reinante durante la II República. Un dato histórico irrefragable (…)
¿Gobierno de los jueces en puertas? ¿O la vuelta a la ley del silencio de los bajos fondos (y de la venganza y de los ajustes de cuentas) de los tiempos de la II Républica? Una de las sombras como un fantasma sombrío que me persiguió a sol y a sombra tras mis experiencias carcelarias en el pasado -de notoriedad pública –en Portugal y Bélgica dos países irreprochablemente democráticos- lo fue siempre la sospecha (anclada en mi desde entonces, en lo más hondo) de colusión o connivencia de los servicios de prisiones en el régimen democrático -a ciertos niveles del mismo por lo menos-, con ese mundo –desconocido hermético e insondable por propia definición- de la delincuencia y del crimen organizados.

En una de mis entradas recientes evoqué una de las andanadas –de una tensión emocional extrema- que viene lanzando el periodista (político) Enrique De Diego contra el partido del gobierno, el PP, en la que  se hacía (gratuitamente) eco de rumores o infundios por cuenta de la estancia en prisión del que fue presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Fabra, all que hacia objeto de befa y escarnio, aludía –en un tono en cambio de admiración y respeto (inconfesable)- a las códigos de honor (sic) que reinarían (según él) al interior de las cárceles españolas.

Lo que (sobreentendido) debía parecerle perfectamente admisible (y democrático) La izquierda –y sus compañeros de viaje- juega con ventaja en materia judicial o de Justicia a secas. Lo dije y lo repito.

Lo que se traduce en ese chantaje que denunció el filósofo francés (de izquierdas) Michel Foucault –él que había sido él también funcionario (re-educador) en las prisiones francesas-, que el sistema carcelario en los tiempos modernos ejerce sobre el conjunto de la sociedad y de la inmensa mayoría de sus ciudadanos gente de orden por definición y en cierto sentido pues catalogables en principio “de derechas”

La cosa viene sin duda de la revolución/francesa, pero es un hecho que en la masa de delincuentes y asociales (y criminales) de toda laya, la izquierda tuvo siempre sin falta, –en los tiempos modernos o la época clásica como la llamó el filósofo francés-, un aliado objetivo o compañero de viaje frente al estado de derecho.
Melquiades Álvarez, republicano de derechas, que asumió la defensa de José Antonio hasta el estallido de la guerra civil. La foto se vería recogida en la Causa General contra la República. El ensañamiento y la profanación y la mutilación de cadáveres –sin la menor sombra de autopsia alguna- fue la regla los primeros meses de la guerra en zona roja. Como ocurrió con José Antonio en la cárcel de Alicante
El crimen organizado, la delincuencia como fenomeno socioogico -de minorías delicuentes y criminógenas- no existen por definición en el ideario moderno (democrático) No existe (para él) más que la ley -y su aplicación-, y todo lo que en torno a ella gira. Una ficción que como todas las ficciones pude degenerar en aberraciones y monstruosidades inhumanas y anti-naturales. La cabeza del rey (borbón, o “capeto” (heredero de una dinastía milenaria) era el chivo expiatorio de predilección destinado a pagar por justos y pecadores, por delincuentes y criminales como por el conjunto de los ciudadanos normales. Como ocurrió durante el Terror una de las épocas de violencia asocial más sangrientas de toda la historia de la civilización europea. La cabeza del rey y más aún, la de la reina. María Antonieta y Cristina de Borbón, comparaciones odiosas.

A María Antonieta no la perdonaron su fuerte personalidad algunos de sus contemporáneos, y se puede ver en esa inquina que la persiguió a sol y sombra hasta su muerte el hilo conductor que nos da la clave de explicación de toda la génesis de la revolución francesa y de sus peores excesos. No fui un reaccionario –en el sentido monárquico del término-, mi primer amor en política si se puede hablar así lo fue la Falange joseantoniana como aquí ya saben, una quimera que respondía no obstante a un fantasma histórico no poco estremecedor, el de una Falange descabezada al comienzo de la guerra civil. Sigo sin definirme ni sentirme monárquico en la acepción usual al menos del termino.

En la fase “integrista” (religiosa) no obstante de mi trayectoria, a mi paso en particular por el seminario de Ecône, entré en contacto con una crítica de la revolución francesa que alimentó toda una corriente de pensamiento europeo -moderna y anti-moderna a la vez, o si se prefiere exponente de la otra/modernidad, alternativa ideológica e intelectual a la declaración de los derechos del hombre (y del ciudadano)-, que había asimilado la experiencia de la revolución (con mayúsculas) y se habían aprendido la lección –a sus propias expensas- en definitiva.

Los pueblos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla, de la propia como de la ajena, y está claro que la historia de la Revolución Francesa es una asignatura aún pendiente entre españoles, en la medida que esa corriente esencialmente europea contrarrevolucionaria –o revolucionaria a la vez y conservadora (socialista y tradicionalista a la vez si se prefiere, en coordenadas ma accesibles tal vez a mis lectores) brilló salvo honrosas (y modestas) excepciones por su ausencia entre españoles. Por culpa de la guerra de la Independencia y de todo lo que se seguiría (...)
El caso del collar (“l’affaire du collier”) –del cortesano que confundió a una mujer publica con la reina delos franceses- que comprometió gravemente el buen nombre de la reina María Antonieta y cavó la tumba de la monarquía francesa. La historiografía actual se inclina netamente en favor de la inocencia de la reina. Los tribunales condenarían al intruso pero el tribunal de la opinión pública condenó claramente en cambio a María Antonieta. De todos los integrantes de la Corte literaria de José Antonio fue sin duda Eugenio Montes –que durante la segunda guerra mundial que inclinó claramente nota bene hacia el bando de las potencias del Eje (como fue la regla entre los demás falangistas)- el que dio muestras de una cultura historiográfica mas vasta y de una memoria histórica sin concesiones –a lo política e históricamente correcto- de la Revolución Francesa, y de la tragedia de María Antonieta, en uns textos de carácter histórico y no poco proféticos recogidos en su obra (de posguerra) “El viajero y su sombra”
La Historia se repite. Y se diría que el caso Nóos está poco a poco convirtiendo–por culpa de la campaña orquestada en ciertos medios de la prensa global y de la actitud claramente partidista y beligerante del juez republicano- en una nueva versión dos siglos (y medio) después del “caso del collar” (en francés “l’affaire du collier”) que comprometió gravemente la reputación de la reina de Francia y tanto contribuiría a cavar la tumba de la monarquía en el país vecino.

¿Se pude ser culpable democráticamente –léase “fiscalmente” hablando- e inocente a secas, sin adjetivos? Se puede ser pari passu inocente –y en olor de multitud- a los ojos de un sector de la opinión pública, y sospechosa al mismo tiempo de pertenencia a una banda de malhechores y de colusión con el crimen organizado? Es lo que algunos sentimos de instinto en el caso de la infanta ahora puesta en la picota de nuevo a su debido/tiempo se diría en vísperas navideñas (…) y en la comparación odiosa que se esgrime en contra suya, en la mente de todos. Isabel Pantoja.

Y está claro que algunos –muchos pocos- quieren acabar viendo a la infanta -en el bn quillo y tras los barrotes- como a la célebre tonadillera. Por razones de simple morbo o claramente políticas. Julio Iglesias, Pablo Iglesias que me diga –en qué estaría yo pensando- acaba de calificar en Cataluña, en una demostración perfecta de doble juego y jerga izquierdosa (en francés “langue de bois”) de alta traición (sic) el tener cuentas en Suiza, un país irreprochablemente democrático dicho se de paso (y fuera de toda sospecha hasta hoy al menos)

¿Y el coquetear como él lo esta haciendo con los sueños independistas y bailarle el agua al auténticos traidores como él lo está haciendo buscando abrirse un hueco en Cataluña, no lo es acaso? Vivir para ver fantasmas míos. “La casta ha ofendido -dice ahora el mesías, me supongo que aplaudido a rabiar- a Cataluña” en su mitin de ayer en Barcelona. ¿Y la casta catalanista acaso no ha ofendido y provocado –una y mil veces a España y a todos los españoles?

Lo dicho. Muerto el rey ¡Viva el Rey! Y si Paris bien valía una misa lo vale aún más la cabeza –puesta injustamente en la picota por los medios- de una infanta descendiente de una reina inocente –de memoria calumniada-, María Antonieta. Obras son mayores y no buenas razones, reza el refrán, y el juez Castro amenaza con pasar a la historia como el juez más republicano de toda la historia de la magistratura española. Más aún que los jueces (inicuos) que condenaron a muerte a José Antonio Primo de Rivera

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