jueves, septiembre 17, 2020

PÉTAIN Y LA DEVOTIO IBÉRICA

 

 


Pierre Laval. Chivo expiatorio de muchos, tanto en Francia como en España. El régimen de Franco le entregó a sus verdugos accediendo así –injustificadamente- a los pedidos de su extradición. ¡Vergüenza patria! En los escritos suyos (confidenciales) –de archivo- que se recogen en la biografía de Pétain que aquí nos ocupa, se autorretrata como un político fino y sagaz, y de brillante e inteligente pluma, y como un perseguido. Más que un simple oportunista. Y en algunas fuentes –según León Degrelle entre otros- se alude a su origen gitano ("de ojos de carbón") (…) Y sin embargo, fue exponente del ala más incondicionalmente pro-alemana del régimen de Vichy. Y favorito entre todos del Fuhrer. Misterios de la Historia

Ya está. Unas zancadas –de lectura- finales me habrá permitido finalizar –al cabo de una carrera maratónica- la obra (magna) de carácter biográfico sobre el Mariscal Pétain que ya anuncié y presenté en estas entradas. Y no me habrá a fe mía decepcionado. Sobre todo en su fase final sobre el proceso al Mariscal –que le condenó primero a la pena de muerte, y al final tras concederle el indulto (por los pelos, un voto de diferencia)- a la pena de “la indignidad nacional”, una novedad de la III República. Y por el juicio histórico que en los párrafos finales se recoge, el que le merece (fuera de toda sospecha) al autor de esta biografía. Confirmándome así en la intuición que desde hace tiempo arrastraba –desde que vi hace meses (de lo que ya hablé en mi blog en francés) el film sobre el general De Gaulle- del vencedor de Verdún, alto dirigente (supremo) y director de orquesta de la Colaboración a la cabeza del régimen de Vichy en los años de ocupación alemana. Un mariscal ("de Francia"), invicto y vencedor que se sacrificó por su patria, asumiendo como suya una derrota que no lo era, tal y como le amonestó Franco (en tono amable y protector) al anunciarle su marcha, desde su puesto (al final de nuestra guerra civil) de embajador francés en España. Una caja de sorpresas para mi humildemente lo confieso, la lectura de esta obra, sobre todo la crónica judicial que en esas páginas se contienen sobre el proceso al mariscal, acusado del crimen de alta traición –equivalente republicano del crimen de lesa majestad de antes de la Revolución-, y que acabaría sustanciándosee -dejando así de lado todos los cargos infames (aquel y otros muchos) que arrastra la leyenda negra que circula desde entonces en Francia como en España por su cuenta- en un cargo relativamente inocuo y benigno y trivial, el de la firma del armisticio con la Alemania vencedora. Un armisticio que salvaguardó la integridad territorial de una parte de la nación, y de su soberanía, con lo que entendía preparar así el terreno a un restablecimiento de la anterior situación, y al funcionamiento del Estado francés y de su instituciones por provisional o rudimentario que ello fuera, fundando su empeño como la bóveda del edificio en su propia y autoridad y prestigio, y en el “don a Francia –como el decía- de su propia persona”. En el horizonte todo ello –amplio tal y como se presentaba entonces por lo menos- de la Colaboración y del programa ambicioso de la Revolución Nacional –que resuena (sin remedio) familiar en extremo a oídos españoles (...)- y con el precedente histórico a modo de invencible coartada que fue el de Prusia un siglo antes, tras la derrota frente a Napoleón,  que supo transformar su derrota en fuente de regeneración y de renovación que se verían plasmadas en el florecimiento en todos los ordenes que experimentó años después la nación alemana. Exonerándole así -aunque historiadores y propagandistas fingieran no enterarse- de otros cargos que más ensombrecen y ensucian en la hora actual su memoria, como lo es todo lo referente al capítulo de la persecución de judíos, y de las medidas de represión de la Resistencia o de la creación y reclutamiento –bajo uniforme  alemán (…)- de la LVFB, División (SS) Carlomagno más tarde (Legión de Voluntarios franceses contra el bolchevismo). U otros menos divulgados en el extranjero pero no menos graves como lo es la acusación de complot contra la República. Y de todas ellas saldría airoso Pétain tal y como se desprende de los escritos y declaraciones de la defensa, donde se le muestra tranquilo y seguro de sí, tal y como lo mostraría entregándose él mismo –desde su refugio en Suiza- a las nuevas autoridades francesas y permitiendo así un proceso del que no se puede poner en duda la legalidad, por muy sectaria que se mostrase la acusación y por muy crispado y encrespado que se viese el clima –convenientemente atizado por los medios- de la opinión puertas afuera del tribunal en contra suya: algo que no consiguió – porque no se lo concedieron o por culpa suya- el líder rexista Leon Degrelle, de las autoridades belgas, pese a sus insistentes suplicas. Tranquilo, seguro, el mariscal Pétain, y cargado de argumentos, como el que le ofrecía la declaración de guerra (irresponsable) de Francia, tras la invasión de Polonia, cuando nadie les había pedido tanto, como así lo juzgaron sus aliados -Churchill inclusive- en Inglaterra, que no movieron (ellos) un dedo antes, en la tesitura aquella (…)  Y como habían sabido ponerlo de manifiesto en el consejo (de guerra) que el régimen de Vichy organizó y llevó adelante –proceso de Riom- contra los principales personajes del régimen republicano, Daladier, Paul Reynaud, Georges Mandel y Leon Blum, acusados de haber metido a Francia en la guerra -sin preparación previa (...)-, al precio de hacer "casus belli" de la anexion alemana del puerto (franco) de Danzig (1 septiembre 1939), contencioso secular germano/polaco, y no en cambio de la anexión un año antes (1 octubre 1939) -tras la firm del pacto germano/soviético (23 de agosto 1939), y de la conferencia de Munich (30 de agosto 1939)- de la villa de Teschen, que Polonia arrebató -hasta hoy- a Checoeslovaquia (...), todo ello en el marco de una acusación mas general de orden estrictamente político contra el régimen de la Tercera República al que el régimen de Vichy rendía responsable de la derrota militar, especialmente por la falta de preparación a la que había expuesto al ejercito francés de resultas de su política –criminal e irresponsable (o por la falta de la misma)- en el terreno armamentista. Y la obra se concluye en fin a modo de balance histórico con un repaso de las dos leyendas –rosa y negra- que acompañan en el día de hoy a la memoria del Mariscal Pétain a sol y a sombra. A través de los jalones mas cruciales de la historia del país vecino en la posguerra como lo fueron  Mayo del 68 y antes aún, la guerra de Argelia. El conflicto argelino en su ultima fase sobre todo hizo cristalizar un sentimiento anti-De Gaulle en extensos sectores franceses del estamento castrense, que hizo erupción con la OAS, y antes aún en el putsch de Argel  (21 de abril 1961), a base de unas quejas y agravios y reproches que sustancialmente coincidían –tal y como se pone de relieve en esta obra- con los que el régimen de Vichy pronunciaría en contra suya. Algo así en el Mayo francés también, donde los estudiantes enrabiados (“enragés”) –de extrema izquierda- ponían en cuestión los fundamentos mismos del régimen de la Quinta Republica, en una clara alusión a la investidura como presidente de la Republica del general De Gaulle tras los sucesos de Argel (mayo del 58), a saber, creación de un comité de Salud publica, y ello ante la oposición declarada de Francois Mitterrand, sospechoso de pasado colaboracionista y de adhesión al régimen de Vichy, algo objeto de consenso en Francia, en su más reciente historiografía-  (….) 


Almirante Platon. Una de las figuras de la Colaboración y del régimen de Vichy (donde llegó a ocupar el cargo de Ministro del Interior), de las más destacadas y polémicas. Por la imagen que arrastra en la leyenda, de un fanatismo ingenuo (innocent) La de un extremista (sin sentido político alguno) Era apodado no obstante el héroe de Dunkerke por el papel destacado que tuvo en la evacuacion de miles de soldados britanicos allí atrapados, lo que los subditos de su Graciosa Majestad no supieron o no quisieron tenerle en cuenta (...) De ascendencia familiar protestante, veía o creía ver masones por todas partes. Lo pagó con la vida como quiera que fuera: según un rumor tenaz, fue muerto –asesinado a manos de miembros de la Resistencia- a base de descuartizamiento (entre camiones del ejército) (sin bromas) Oí hablar de él –con elogio- en el seminario (tradicionalista) de Ecône por vez primera (…) 

Pero como lo dije al principio, lo que más impacto me produjo de la lectura de esta obra fue la semblanza en el plano personal que en ella se traza –en extremo humana- de la figura del Mariscal, de su su perfil mujeriego (“il aimait les femmes”), y, de su fe (optimista) en el futuro a través de sus momentos de mayor prueba. Y sobre todo por la faceta militar que más prestigio y popularidad le crearía entre sus compatriotas, y era la de la empatía y de la proximidad de las que siempre supo dar muestras hacia sus subordinados, en detalles puntualmente recogidos en esta biografía, como su especial atención a los permisos, y a lo que los perturbaba –como las esperas interminables en las estaciones ferroviarias- o vaciaba de contenido, o a los relevos de los soldados del frente en primera línea. Algo que no habrán dejado de subrayar sus mas destacados partidarios y panegiristas, como Pierre Sidos (q.e.p-d) al que habrá dedicado una de mis últimas entrada. Contraponiéndole fatalmente así a otras figuras rivales del estamento castrense francés –glorias de la Gran Guerra como él (p.ej. el Mariscal Foch)- que achacaban a derrotismo sus opciones estratégicas –como lo mostraría en Verdún- de carácter primordialmente defensivo. 

Pero es sobre todo su espíritu de sacrificio –por la Patria- que recoge la obra que nos ocupa en sus conclusiones a modo de colofón, lo que anima la figura del Mariscal Pétain a lo largo de su trayectoria. Actos de “devotio” –romana o galo/romana- (Dominique Venner díxit) y no otra cosa, tanto su firma del Armisticio y de ofrecerse garante supremo del mismo, como en su entrega voluntaria a las autoridades francesas al final de la guerra. Y es lo que trasluce en la mayor parte de sus alocuciones y discursos recogidos en esta obra sobre todo en los de carácter pesimista, como en su oposición –calcada a la de su rival De Gaulle- a los atentados individuales (de la Resistencia) contra miembros de las fuerzas de ocupación,  O en su célebre mensaje de los “malos vientos” (Vent Mauvais) (12 de agosto 1941) a causa  del arreciar de la Resistencia  a seguir al lanzamiento de la Operación Barbarroja (22 de junio 1941) contra la Unión Soviética. Y es en su alusión final a nuestra guerra civil y al abismo (sic) que amenazaba a Francia y de la que España se habría salvado “gracias a la fe, a su juventud, y al espíritu de sacrificio”. Y de “devotio” (ibérica) Como la de Franco que fue su aliado, y fiel amigo


 

Cardenal Liénart, arzobispo de Lille. Ogro mayor (“bete noire”) en el seminario de Ecône. Figura destacada del ala progre en el Concilio. Leí una vez que se debió a él una especie de golpe de mano en el aula de aquella magna asamblea, que fue lo que desató la revolución conciliar, y fue que en una de las primeras sesiones tomó él la palabra, pese a la oposición expresa del Cardenal Ottaviani que le mandaba callar, figura igualmente emblemática del ala tradicionalista o conservadora, y puntal vaticano, no se olvide, de la partitocracia (DCI) en la Italia de la posguerra(….) Lo que nunca leí en cambio ni nunca oí en el seminario de Ecône, era que Liénart fue partidario destacado de la Colaboración y del régimen de Vichy. Ni mucho menos en la prensa española (….) Defendió publicamente incluso el envío -én el marco del servicio alemán STO- de mano de obra francesa en Alemania durante la guerra (...)  Como dice Alain Soral, “una convalidación teológica” –el Concilio Vaticano Segundo- “de la nueva correlación de fuerzas” en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial, y en suma de la derrota de la Iglesia. “Politique d’abord” (¿y que opina de ello Pío Moa?)

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