sábado, enero 05, 2019
EMILIO CARRÈRE, IN MEMORIAM
Caricatura de Emilio Carrère, a diario en las páginas del diario Madrid, que acompañó fielmente mi infancia y mi adolescencia, finales de los cincuenta, principios de los sesenta. Un Madrid de “media tarde” (Umbral díxit) para unos, y rompiendo en cambio albores para otros, a los que hizo nacer y crecer (como el que esto escribe) Al que aquél –por todo eso-, fatalmente asocio Con piedad y agradecimiento. Y Umbral (una vez más) que me perdone
Bohemia heroica, de luces y de sombras las de una Memoria procelosa, la de un Madrid del que viene en línea directa el autor de estas líneas, “Madriles”, de mi nombre o de mi apodo como me llamaban en señal de admiración -y distancia y de respeto- y no sólo de sorna (andaluza) en aquel pueblo jiennense de los veraneos inolvidables de mi infancia y de mi adolescencia. Y de aquel madriles de los cincuenta emerge ahora de pronto un nombre que enlaza aquel a su vez con aquella época no poco heroica –pese a la leyenda- de la bohemia madrileña. Y me refiero a Emilio Carrère, es decir Car-re-re como siempre oí pronunciar en casa a la española, como si fuera de casa es cierto, en abierto contraste con el silencio del que habrá sido objeto en la historia oficial de la literatura española durante décadas. Y es que caí el otro día de pura casualidad con uno de sus poema –“La Musa del Arroyo”- el mas emblemático tal vez de todos los suyos, sin duda el que más le dio a conocer y mas hizo reír a sus contemporáneos en el Madrid y en la España de entonces. “Lloraba un violín distante con tanta melancolía como nuestra vida errante ¡reina mía!”. “Y en la encrucijada umbría –continua aún- de la suerte impenetrable, la Miseria, la implacable, se reía se reía”.
Y era como si me estuviese mirando al espejo leyendo estas primeras estrofas ¿qué quieren que les diga? ¡Como me reía!, es verdad, tal y como me reía no hace mucho -¿pura casualidad?- en un reunión de antiguos alumnos, de compañeros de colegio de hace mucho oyendo recitar mis poemas por boca uno de los asistentes a la comida, amistoso y benévolo, lo que contagió a todos la risa. Como se la contagiaba Carrère a los lectores de su época, que no hacían más que repetir como obsesos su estribillo, “se reía, se reía”. Como un sello de unción literaria –la auto irrisión- que las Musas, cual beso u ósculo poético en los pómulos o en la frente, dejan plantado hoy como ayer –dulce y suavemente- en todo autentico poeta, y entre ellos más si cabe los que cultivan uno de sus géneros más excelsos, el amatorio se entiende (…)
Emilio Carrère, escritor y popular como lo hubo pocos en nuestra historia literaria, pese a su actual ostracismo y olvido en la Memoria. “A Juan Ramón, a Don Antonio Machado a Don Miguel de Unamuno –escribió el critico literario madrileño Federico Carlos Sáinz de Robles- les leían unos selectos, ¡a Carrere se le rifaban todas las clases sociales!”
Y es que leyendo a este autor olvidado y ninguneado y casi “maldito” –como el francés Verlaine al que aquel tanto aficionaba- me habré sentido a fe mía más poeta casi que nunca. Olvidado Carrère. Y recuperado a un precio –el del ninguneo, y de la crítica inmisericorde- como lo practica Umbral, a base de esas prosopografías geniales en las que él era maestro consumado, en un arte que él supo resucitar en línea recta, de lo más granado de nuestro Siglo de Oro como me lo recordaba no ha mucho uno de mis lectores con pertinencia y agudeza. Como las que les dedica al poeta –y rey o príncipe de una “Corte de poetas”- de la bohemia madrileña, aquél, Francisco Umbral en sus galerías, o en sus columnas literarias, muy antiguas casi imposibles de encontrar alguna de ellas.
Y en las que no sabe uno a que quedarse, si con los elogios –agudos y sinceros- que le dedica, o con las puyas venenosas que le lanza o la amalgama (odiosa) que aquel le inspira y es con los poetas o escritores de entonces, léase del contubernio” (léase de la inmediata posguerra) "Colaboró" (Carrère) a diario –y a fe mía que su nombre era omnipresente en aquellas páginas, que todavía lo recuerdo-, en las paginas del diario “Madrid”, del "Madrid", no el de Calvo Serer –del Opus y sefardí- sino en el de (Don) Juan Pujol, al que seguía ya de antes -en "Informaciones"-, y que arrastra hasta hoy una leyenda negra -de espía de los nazis-, propiamente impresentable. Y más grave e irreparable e imperdonable aún, escribió sendos artículos laudatorios en las páginas de todos los primeros de Abril, día de la Victoria en la prensa oficial –incluso del diario Arriba. Los pecados –contra el Espíritu, o como si lo fueran- que nunca se perdonan, y que condenan al limbo –o al infierno- del ostracismo y del olvido hasta nuestros días a la figura más inconformista, más independiente y más interesante tal vez de la bohemia de nuestras letras. Juan Manuel de Prada -¿influencia e impronta umbraliana obliga?- le carga también en esa dirección, en una de sus obras sobre el tema de la bohemia, en la que su figura se diría que gravita de cerca y revoltea en muchas de sus paginas. Y acercándonos un poco a su obra, a algunos de los títulos mas significativos de la misma se explica y comprende mejor los tramos mas oscuros mas polémicos y más denigrados de su trayectoria, como lo es “La Ciudad de los Siete puñales”, que De Prada evoca y cita literalmente a base de extensos pasajes de la misma-, sobre su experiencia propiamente alucinante en el Madrid en zona roja.
Lo que Umbral por imposibilidad moral o razón de fuerza mayor –en el plano de la Memoria ya me expliqué sobradamente en otros sitios al respecto- no podía reconocer, ni apreciar o evaluar en su justa medida (….) Escapó al infierno de la zona roja como salió vivo e indemne de los años de bohemia y qué de extrañar pues que se instalase placida –y merecidamente- en aquella España y en aquel Madrid de la posguerra inmediata hasta pasar a “formar parte de su mobiliario” –como los franceses dicen- que es lo que Umbral, sin negarle sus meritos ni su valor literarios, tan acerbamente le reprochaba. “Solución Carrère” se le escapa a Umbral en la semblanza que le dedicó en su aniversario –y en el de otro gran poeta, ¡coetáneos los dos!, a saber Juan Ramón Jiménez (…)
¿Y cómo escapar a la tentación de las comparaciones, por odiosas que ellas sean? Y es con el “problema Ortega” o el “problema Unamuno”, que Umbral también menciona, y que a todas luces tanto el uno como el otro le planteaba. Frente a ellos, disonantes uno y otro, cada uno a su manera, Emilio Carrère, figura emblemática de la otra España –modernista afrancesada y a la vez castiza-, que igual que Gómez de la Serna introdujo las vanguardias, introdujo él –desde su “corte” del café Varela-, el modernismo en España por su cuenta (lo que Umbral parece que le niega)
Supo así brindar una solución (sic), la suya, de alternativa poética y en cierto modo apolítica, al “problema” –o a los “problemas”- que aquellos autores/fetiches representaban, perpetuando así la tradición más genuina en la España de la inmediata posguerra, de la bohemia heroica y de aquel Madrid de principios de siglo (pasado) que todos los madrileños llevamos hondamente anidado en la memoria. Pese a la expatriación, pese al afrancesamiento, o tal vez gracias a ello. ¡Lo que son las cosas!
Bohemia heroica, de luces y de sombras las de una Memoria procelosa, la de un Madrid del que viene en línea directa el autor de estas líneas, “Madriles”, de mi nombre o de mi apodo como me llamaban en señal de admiración -y distancia y de respeto- y no sólo de sorna (andaluza) en aquel pueblo jiennense de los veraneos inolvidables de mi infancia y de mi adolescencia. Y de aquel madriles de los cincuenta emerge ahora de pronto un nombre que enlaza aquel a su vez con aquella época no poco heroica –pese a la leyenda- de la bohemia madrileña. Y me refiero a Emilio Carrère, es decir Car-re-re como siempre oí pronunciar en casa a la española, como si fuera de casa es cierto, en abierto contraste con el silencio del que habrá sido objeto en la historia oficial de la literatura española durante décadas. Y es que caí el otro día de pura casualidad con uno de sus poema –“La Musa del Arroyo”- el mas emblemático tal vez de todos los suyos, sin duda el que más le dio a conocer y mas hizo reír a sus contemporáneos en el Madrid y en la España de entonces. “Lloraba un violín distante con tanta melancolía como nuestra vida errante ¡reina mía!”. “Y en la encrucijada umbría –continua aún- de la suerte impenetrable, la Miseria, la implacable, se reía se reía”.
Y era como si me estuviese mirando al espejo leyendo estas primeras estrofas ¿qué quieren que les diga? ¡Como me reía!, es verdad, tal y como me reía no hace mucho -¿pura casualidad?- en un reunión de antiguos alumnos, de compañeros de colegio de hace mucho oyendo recitar mis poemas por boca uno de los asistentes a la comida, amistoso y benévolo, lo que contagió a todos la risa. Como se la contagiaba Carrère a los lectores de su época, que no hacían más que repetir como obsesos su estribillo, “se reía, se reía”. Como un sello de unción literaria –la auto irrisión- que las Musas, cual beso u ósculo poético en los pómulos o en la frente, dejan plantado hoy como ayer –dulce y suavemente- en todo autentico poeta, y entre ellos más si cabe los que cultivan uno de sus géneros más excelsos, el amatorio se entiende (…)
Emilio Carrère, escritor y popular como lo hubo pocos en nuestra historia literaria, pese a su actual ostracismo y olvido en la Memoria. “A Juan Ramón, a Don Antonio Machado a Don Miguel de Unamuno –escribió el critico literario madrileño Federico Carlos Sáinz de Robles- les leían unos selectos, ¡a Carrere se le rifaban todas las clases sociales!”
Y es que leyendo a este autor olvidado y ninguneado y casi “maldito” –como el francés Verlaine al que aquel tanto aficionaba- me habré sentido a fe mía más poeta casi que nunca. Olvidado Carrère. Y recuperado a un precio –el del ninguneo, y de la crítica inmisericorde- como lo practica Umbral, a base de esas prosopografías geniales en las que él era maestro consumado, en un arte que él supo resucitar en línea recta, de lo más granado de nuestro Siglo de Oro como me lo recordaba no ha mucho uno de mis lectores con pertinencia y agudeza. Como las que les dedica al poeta –y rey o príncipe de una “Corte de poetas”- de la bohemia madrileña, aquél, Francisco Umbral en sus galerías, o en sus columnas literarias, muy antiguas casi imposibles de encontrar alguna de ellas.
Y en las que no sabe uno a que quedarse, si con los elogios –agudos y sinceros- que le dedica, o con las puyas venenosas que le lanza o la amalgama (odiosa) que aquel le inspira y es con los poetas o escritores de entonces, léase del contubernio” (léase de la inmediata posguerra) "Colaboró" (Carrère) a diario –y a fe mía que su nombre era omnipresente en aquellas páginas, que todavía lo recuerdo-, en las paginas del diario “Madrid”, del "Madrid", no el de Calvo Serer –del Opus y sefardí- sino en el de (Don) Juan Pujol, al que seguía ya de antes -en "Informaciones"-, y que arrastra hasta hoy una leyenda negra -de espía de los nazis-, propiamente impresentable. Y más grave e irreparable e imperdonable aún, escribió sendos artículos laudatorios en las páginas de todos los primeros de Abril, día de la Victoria en la prensa oficial –incluso del diario Arriba. Los pecados –contra el Espíritu, o como si lo fueran- que nunca se perdonan, y que condenan al limbo –o al infierno- del ostracismo y del olvido hasta nuestros días a la figura más inconformista, más independiente y más interesante tal vez de la bohemia de nuestras letras. Juan Manuel de Prada -¿influencia e impronta umbraliana obliga?- le carga también en esa dirección, en una de sus obras sobre el tema de la bohemia, en la que su figura se diría que gravita de cerca y revoltea en muchas de sus paginas. Y acercándonos un poco a su obra, a algunos de los títulos mas significativos de la misma se explica y comprende mejor los tramos mas oscuros mas polémicos y más denigrados de su trayectoria, como lo es “La Ciudad de los Siete puñales”, que De Prada evoca y cita literalmente a base de extensos pasajes de la misma-, sobre su experiencia propiamente alucinante en el Madrid en zona roja.
Lo que Umbral por imposibilidad moral o razón de fuerza mayor –en el plano de la Memoria ya me expliqué sobradamente en otros sitios al respecto- no podía reconocer, ni apreciar o evaluar en su justa medida (….) Escapó al infierno de la zona roja como salió vivo e indemne de los años de bohemia y qué de extrañar pues que se instalase placida –y merecidamente- en aquella España y en aquel Madrid de la posguerra inmediata hasta pasar a “formar parte de su mobiliario” –como los franceses dicen- que es lo que Umbral, sin negarle sus meritos ni su valor literarios, tan acerbamente le reprochaba. “Solución Carrère” se le escapa a Umbral en la semblanza que le dedicó en su aniversario –y en el de otro gran poeta, ¡coetáneos los dos!, a saber Juan Ramón Jiménez (…)
¿Y cómo escapar a la tentación de las comparaciones, por odiosas que ellas sean? Y es con el “problema Ortega” o el “problema Unamuno”, que Umbral también menciona, y que a todas luces tanto el uno como el otro le planteaba. Frente a ellos, disonantes uno y otro, cada uno a su manera, Emilio Carrère, figura emblemática de la otra España –modernista afrancesada y a la vez castiza-, que igual que Gómez de la Serna introdujo las vanguardias, introdujo él –desde su “corte” del café Varela-, el modernismo en España por su cuenta (lo que Umbral parece que le niega)
Supo así brindar una solución (sic), la suya, de alternativa poética y en cierto modo apolítica, al “problema” –o a los “problemas”- que aquellos autores/fetiches representaban, perpetuando así la tradición más genuina en la España de la inmediata posguerra, de la bohemia heroica y de aquel Madrid de principios de siglo (pasado) que todos los madrileños llevamos hondamente anidado en la memoria. Pese a la expatriación, pese al afrancesamiento, o tal vez gracias a ello. ¡Lo que son las cosas!
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