lunes, enero 01, 2018

LA MUERTE EN FRANCISCO UMBRAL

En esta obra -que le valió el premio Cervantes 2000-, acorde con el diseño surrealista, en clara evocación del pintor belga René Magritte y en compañía del cual circula en la Red-, se revela Umbral un gran filósofo existencialista de nuestra época. En clave de lirismo o de poesía en prosa y en castellano y que me perdonen los guardianes del sepulcro de la enseñanza universitario por cima de los Pirineos, de Literatura y de Filosofía, que se diría que se la tienen jurada. A él y pari passu a la lengua española. Filósofo del Tiempo -que no existe o que es "una energía” la nuestra (“el Tiempo somos nosotros”)-, y de la Muerte, un tema en el que Umbral da muestra de un radical pesimismo filosófico –la Muerte como un fatal alejamiento (“la enfermedad es un carta que nos manda la Muerte desde lejos”, escribió una vez), o de la cual ve en el más nimio dolor del cuerpo, simple heraldo o mensajero) comparado al cual, el pesimismo de Nietzsche, el de Heidegger o el de esa corriente de la filosofía alemana suenan a cuento de hadas. Un nihilismo radical –y anti-heroico y rayano en lo tétrico, y anti-cristiano (para dejarnos de eufemismos)- que no se puede materialmente disociar de la circunstancia vital más determinante de su vida, la de ser hijo de un padre (oficialmente) desconocido, que le opuso tenazmente una denegación de paternidad (hasta su muerte) Pese a todo (eso), uno de los (más) grandes autores de la España contemporánea, Francisco Umbral. Ni olvidado ni definitivamente enterrado (¡ni mucho menos!)

He pasado, como todos los años, unas breves y fugaces navidades madrileñas que habré empleado sobre todo en un reencuentro –en el (amplio y majestuoso) salón general de lecturas de la Biblioteca Nacional (de Madrid) - con Francisco Umbral, léase con su obra escrita y más en concreto con esa parte inédita (hasta su muerte) o mal conocida de la misma aún en vida y en todo el tiempo ya transcurrido desde su muerte en agosto del 2007 a la edad (relativamente temprana) de setenta y cinco años. Y me refiero en particular a sus obras póstumas, "Diario de un Noctámbulo", "El Tiempo irreversible", "Obra Poética", y sobre todo al título –una obra en prosa- , que le valió el Premio Cervantes (2000), “Un ser de lejanías” que vendría a desatar -dentro del gremio o estamento de críticos y escritores- el vendaval más recio en contra suya lo que se vería plasmado en la biografía "no autorizada" -de Ana Caballé- por cuenta suya, y sobre todo en los descubrimientos que aquella saca a la luz a cerca de su (oculta) genealogía y en especial de la circunstancia de ser hijo de padre (oficialmente) desconocido, léase victima de una denegación (tenaz) de paternidad hasta el final de su vida, lo que sin duda es un dato todo menos trivial o anecdótico y al contrario, revelador en extremo de su obra y de su trayectoria, y yo diría, sobre todo –erigiéndome así contra la opinión manifiesta de los más autorizados críticos de su propia obra escrita-


Miguel García Posada por ejemplo, prologuista de los poemas inéditos de Umbral, disiente explícitamente en ese extremo, confesándose escéptico en todo lo biográfico en Umbral, a menudo formidable inventor (sic) de su biografía: ocurre que esa biografía no/autorizada y esos sensacionales descubrimientos fastidiaron (lo menos que se puede decir) esos inventos (y fantasías y crasas mentiras y fingimientos) de Umbral y pienso sinceramente que es en esa luz, la que aquellos arrojan, hasta hoy por nadie –y menos aún por el propio interesado que respondió las revelaciones con un silencio sepulcral, enigmático y no menos revelador (por aquello sin duda de quien calla otorga)- y en modo alguno contradichos o desautorizados, donde se debe leer a Umbral tratando de descifrarle, de comprenderle con vistas a absolverle y a no condenarle (de un primer impulso, y cargados de motivos) (…) Ya me tengo manifestado ampliamente sobre el teme en el trabajo que le dediqué lo que me exime de mayor abundamiento explicito en la materia. Y trataré pues en esta nueva semblanza umbraliana de hacer abstracción de todo aquello –a lo biográfico me refiero- aunque cabe decir que en un autor de tan marcado egocentrismo (digamos literario) la empresa parezca condenada fatalmente al fracaso de antemano. No importa. Umbral, hijo de un falangista –significado en extremo- escribe en su obra premiada desde “las lejanías”, léase dese el distanciamiento asumido de su lazo paterno y en general de su propio entorno familiar (y sociológico).

Y así tenemos que encararlo y abordar la lectura de esa obra. Problema serio el que me plantea de siempre Francisco Umbral como ya lo tengo confesado. Él y todos y cada uno de sus escritos. Y no son la excepción esta obra “Un ser de lejanías” que es comprable por muchos conceptos a "Mortal y Rosa" la que algunos –sobre todo personas (nota bene) del sexo femenino- conideran la mejor obra suya y que como ella, me dejó de entrada en extremo frío e indiferente `por no decir que este libro –como aquél- se me cae de las manos desde sus primeras páginas. Por lo prosaico a primera vista, hasta que adentrándome en esas páginas me doy cabal cuenta de pronto de estar delante de uno de lo más grandes poemas en prosa de la literatura española contemporánea. Un poema/filosófico en perfecta sintonía con la referencias o resonancias- heideggerianas- que surcan -a comenzar por el título- esas paginas tan líricas. Y el botón de muestra más cegador y deslumbrante lo ofrece sin lugar a dudas uno de sus últimos capítulos donde Umbral se revela sin discusión de una hondura filosófica que no desmerece en absoluto de los nombres más ilustres de la filosofía existencialista contemporánea.. Y valga lo que sigue a modo de botón de muestra apenas: De la superstición del tiempo le viene al hombre todas sus zozobras. Pero el tiempo no existe o el tiempo somos nosotros. Yo me inclino por esta segunda fabula. Y un poco más lejos en el mismo capítulo: El tiempo deja de ser un equipaje o una angustia cuando comprendemos que el tiempo somos nosotros, que el tiempo es una energía, la nuestra. A diferencia no obstante del maestro alemán y de lo que trata de explicar en páginas y más paginas de su denso (y macizo) ensayo, lo vierte Umbral a su estilo, concisa y certeramente y no con prosa teutónica y reseca, sino en el lirismo y en la poesía (en prosa).

En castellano, es cierto, sin las credenciales filosóficas de la lengua alemana. No importa, bien al contrario, el lirismo (sin parangón) umbraliano acentúa la profundidad y lo certero de sus asertos. Y que me perdonen los guardianes del santo sepulcro, léase los titulares (y titulados) a cargo de la enseñanza filosófica universitaria (en todos y cada uno de los países occidentales) Umbral fue y quiso ser antes que nada un escritor profesional lo que a fe mía consiguió, y lo ilustra la circunstancia de su propia muerte –de un fallo cardíaco (y respiratorio)- que le pilló redactando a su mujer su última columna en el diario el Mundo, de las mejor pagadas en el periodismo español de entonces, como el propio interesado de ello sin el menor complejo o rebozo se jactaba. Y esa circunstancia o dato biográfico esencial explica lo prosaico de sus escritos y de esta obra en particular y al mismo tiempo confiere un extraordinario interés a su persona y a su obra. Umbral, un hombre hecho o “debido a si mismo” consiguió vivir de su pluma lo que destapa ese tufo de desprecio del amateurismo de muchos, tal y como se deja traslucir en la intervención tan ruidosa (y memorable) que él tuvo ante las cámaras de televisión española en el programa de Mercedes Milá con aquello de "yo he venido a hablar de mi libro”. “A mí me pagan (por venir aquí), ¿lo oyes?”, espetó él a la presentadora, lleno de un orgullo de escritor (profesional)  y doliéndose de verse tratado como uno de esos autores amateurs -o promesas en ciernes- más o menos jóvenes a los que su interlocutora estaba sin duda más o menos acostumbrada a entrevistar (“Que os creéis muy listas”)

Y ese es precisamente -su acrisolado profesionalismo- el lado prosaico de su lirismo y ello explica que ese sea el género donde Umbral se encentra o reconoce más a gusto, más en su sitio, el del poema o poesía en prosa. Umbral, alguien que pretendió -y lo consiguió- como digo vivir de su pluma, con el arma o el estilete a la vez por así decir de su prosa y de su poesía o de su poesia en prosa. Hasta su muerte. Y eso es lo que reviste de actualidad su figura como su obra, la que –digan lo que digan algunos agoreros (interesados)- no está enterrado ni olvidado (ni mucho menos) y que sus escritos estén surcados de promesas y de horizontes de futuro para las nuevas generaciones. Pese al boicot (escandaloso) del que se ve objeto en el extranjero, del otro lado del charco o por cima de los Pirineos (por ejemplo, en la FNAC de Bruselas) Un filósofo de la Muerte existencialista y anti-heroico a la vez (y a mil años luz también del libro de la buena/muerte) Y desmoralizador a primera vista, de una primera impresión. No se le podia pedir más. Por culpa de la denegación –tenaz- de paternidad de la que fue víctima (hasta su muerte)

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