miércoles, abril 06, 2016

JOSÉ CALVO SOTELO Y "EL CAMINO AL DIEZ Y OCHO DE JULIO"

Instantáneas del cadáver de Calvo Sotelo arrojado a la entrada del cementerio de la Almudena en la madrugada del 13 de julio del 36. Calvo Sotelo fue tan poeta en vida como José Antonio, y el que no supieran entenderse -y no por culpa del primero de los nombrados- fue sin duda una de las fatalidades que condujeron a la guerra civil. El Destino, como sea, le evitó la muerte inhumana (léase un suplicio a todas luces) que fue la de José Antonio. Ni le faltaron tampoco -como sí a éste- la autopsia y certificado de defunción y el reconocimiento del cadáver. Ni el homenaje en el entierro de la Falange madrileña (en pleno) ¿Justicia poética? Les dejo el veredicto a otros
El ultimo libro que acaba de ver la luz del historiador e hispanista norteamericano, Stanley Payne -”El Camino al 18 de Julio”- trata por lo que él mismo viene a anunciar en una entrevista al diario ABC en su edición de hoy, del periodo histórico correspondiente a los meses que precedieron al estallido de la guerra civil.

Comienza pues una cuenta atrás impaciente hasta que podamos procurárnoslo que a no dudar será de lectura apasionante como otros que ya leímos de él. Dos figuras –a tenor de las declaraciones de hoy del propio autor- se destacan de todas las demás de la República y de la guerra civil en este nuevo libro de Stanley Payne.

La primera, es la de Niceto Alcala Zamora con el que -al decir del entrevistador- Payne se muestra muy critico en su obra y al que no ahorra las criticas en esta entrevista. “Quiso controlar el centro y mantener a raya a la derecha, pero eso en democracia no se puede hacer” Y me temo que al llegar ahí un dialogo de sordos y una barrera o fosa semántica infranqueable -por cuenta del concepto y del término mismo de democracia- se erigen entre el celebre historiador y algunos de sus lectores.

En una obrita ("Christian Manifesto") que me leí a punto de salir de la cárcel portuguesa -en noviembre del 85-, que me fue enviada por adeptos suyos desde Suiza, su autor, el pastor protestante y propagandista norteamericano Francis Schaeffer -misionero en el país helvético tras la segunda guerra mundial donde había fundado una comunidad misionera (en el cantón de Vaud) hasta llegar a convertirse en uno de los intelectuales de mayor relumbre de la Moral Majority en la América de Ronald Reagan- desarrollaba unos conceptos que apuesto que no hayan conocido una suerte muy próspera en la ciencia política y en la politología en vigor hasta hoy en el mundo occidental, en las décadas que se siguieron a su aparición, de democracia del "tipo Abel" y de democracia del "tipo Caín" (sic) en referencia (biblica) a la democracia americana y a la declaración de Independencia de los Estados Unidos, la primera, y la segunda al sistema de democracia representativa impuesta por la Asamblea nacional en Francia tras la Revolución Francesa.

Y así, buscando ambientarme recientemente un poco en la lectura de la última novela negra del autor norteamericano James Ellroy sobre la época -y el ambiente que se vivía en aquellos momentos en Norteamérica- que fue la que precedió inmediatamente a Pearl Harbor y a la entrada de los Estados Unidos en guerra en contra de Alemania, vine a dar con documentos gráficos de manifestaciones anti-guerra pro-nazis o germanófilas por el centro de Nueva York, entre rascacielos, en las que se invocaba la figura del propio presidente Georges Washington -uno de los padres/fundadores de la Nación Americana- y el rechazo que habría sido el suyo de la democracia (como sistema) Un dialogo de sordos ya digo, que llevaría a eternizarnos en el tema sin poder salir de él por los siglos de los siglos.

Está claro como sea que a un demócrata fuera de todo sospecha “a la americana”, como Stanley Payne lo es sin ningún genero de dudas, acabaron escandalizándole -a fuerza de estudiar y profundizar en nuestra historia- la II República española y el tipo o el ideal de democracia que le habría servido de motivo de inspiración. Y de fundamento.

En España no hubo demócratas a la americana, los firmantes del pacto de San Sebastián, Lerroux, Azaña y Alcalá Zamora a la cabeza, eran todos ellos discípulos (modelo) de la vieja escuela jacobina -o a lo sumo del puritanismo igualitario y protestante inglés violento y exterminacionista- y partidarios del modelo de democracia a la francesa que daría entre españoles lo que ya se sabe. Y es lo que explica que cuando estalló el 18 de julio, Giral, jefe de gobierno acabado de nombrar, mandase raudo un pedido de ayuda militar urgente -en armamento (pesado) y en aviación- al gobierno francés de Leon Blum (de Frente Popular)

De la obra de Payne sale engrandecida igualmente -en una tendencia por lo demás invariable en la historiografía sobre la guerra civil española de las ultimas décadas- la figura de Calvo Sotelo, “un general sin tropas” como lo define agudamente Payne. Porque José Antonio (nota bene) no quiso darle parte en el mando de las suyas.

Con él dentro del movimiento sin embargo, la Falange hubiera podido sin duda capear mucho mejor el temporal en los meses de aquella primavera abrasadora del 36 que precedieron al estallido de la guerra civil fratricida y el encarcelamiento de José Antonio y todo lo que se serguiría.

Su muerte como fuera -y el resaltarlo sea tal vez el principal mérito y acierto de esta ultima obra de Stanley Payne- produjo el efecto fulminante de catarsis -tanto entre militares como en el resto de la población- que hizo posible (justo a seguir) el Alzamiento. Apartando en suma los ultimos obstáculos y barreras -dudas, escrúpulos y reticencias de muchos- en "el camino al 18 de julio" Y ese sea sin duda el aura de grandeza que Calvo Sotelo arrastra en el recuerdo, ante la Historia.

No fue tal vez un orador y un poeta -en su prosa o en su oratoria- de la talla que lo fue (con el verbo y con la prosa) el fundador de la Falange pero el Destino le evitó la suerte -de un suplicio inhumano- que a todas luces le deparó a José Antonio. Con autopsia, certificado de defunción y reconocimiento del cadáver. Lo que no tuvo el líder falangista.

Y tuvo al final también, en su entierro -con la Falange madrileña en pleno (por su cuenta y riesgo, sin órdenes del mando supremo) y en cabeza, su Primera Linea- esas tropas que injustamente se le habían negado en vida. Antes de seguirle casi todos en la Muerte justo a seguir, en las fosas de Paracuellos.

Calvo Sotelo, entre la Verdad histórica y la Justicia poética. Arropado por la una y por la otra

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