miércoles, abril 13, 2016

FUMÉ MARIHUANA (OTRA ÉPOCA)

Instantánea de uno de los nuevos diputados de Podemos en la entrada parlamentaria (tras las elecciones del 20-D) la indignación callejera marca “15-M” -de la que los de Podemos se reivindican- trajo consigo un talante, y sobre todo, un olor. No digo un olor a sucio (¡dios me libre!), sí en cambio a porros, a marihuana. Y ahora que se intenta repetir la asamblea de la Puerta del Sol en el centro de París, voces de todos los cuadrantes en la política y en la sociedad francesas se alzan, haciendo un llamamiento a preservar a los jóvenes y la infancia y la adolescencia de los peligros y amenazas -para la salud física y espiritual y mental (y cerebral, doy fé de ello)- de las llamadas drogas blandas, antesala del infierno de las drogas duras, se diga lo que se quiera
La prensa francesa de hoy no dedica instantánea gráfica alguna -al contrario de lo que venía sucediendo los últimos días- a las concentraciones de indignados (jóvenes y menos jóvenes) en la Plaza de la República en el centro de la capital francesa, que sufrió nota bene una avería de electricidad ayer noche que la dejó completamente a oscuras. Le Figaro (de derechas) en cambio y en menor medida Libération (de izquierda anti-sistema) dedican amplios reportajes en sus ediciones de hoy al debate que acaba de reabrir una de las personalidades del partido socialista francés sobre la conveniencia de la despenalización del cannabis y de las drogas “blandas”

Y Le Figaro no deja de preguntarse sobre la oportunidad de esta toma de posición -que no es nueva- en algunos socialistas franceses, habida cuenta del contexto de radicalización de un sector juvenil (indignado) al que las concentraciones de la Plaza de la República viene sirviendo de polo de atracción y de banderín de enganche al mismo tiempo.

Y el comentario del editorial de Le Figaro nos parece pertinente en extremo, habida cuenta de ese dato irrefragable y no menos rodeado de tabúes desde que hizo eclosión el 15-M en España y ya antes desde el estallido de las primaveras árabes, de los lazos estrechos por no decir el nexo causal entre consumo de drogas -en public, a la vista en la vía pública- y la indignación callejera.

Y confieso que un fenómeno psicológico (un tanto inconsciente o subconsciente) operaba en mi a modo de rémora a la hora de ponerme a tratar a calzón “quitao”, sin rodeos ni tapujos de este tema. Yo también fumé marihuana. Aunque me apresuro a decir en mi descargo y en de tantos otros que eran otros tiempos, otra época.
Najat Vallaud-Belkacem, nacida a cinco kilómetros de Melilla, casada a un francés y de abuelos españoles, y ministro de educación y peso pesado del actual gobierno socialista francés, que se habrá destacado por su protagonismo de cara al 15-M francés y por su declaraciones contundentes -en defensa de la infancia y de la juventud- contra la despenalización del cannabis y sobre la necesidad de interdictos (sic) en una sociedad, cerrando así un debate abierto por su propio partido al socaire de la erupción del movimiento de indignación callejera
Fue en 1986 recién salido yo unos meses antes de la cárcel portuguesa cuando de vuelta a Madrid al cabo de un errar varios meses por encima de los Pirineos me vi confinado a una situación de aislamiento dramático -puertas cerradas por todas partes y la amenaza de un reanudarse el linchamiento de los medios en contra mía (por cuenta del papa polaco y de mi gesto de Fátima) suspendida como espada de Damocles encima de mi cabeza- escurriéndome casi por la calle al pasar (“raser les murs” le dicen los franceses), que no se me notase, que no me reconociese nadie (para evitar problemas) lo que me condujo a buscar refugio en ciertos ambientes donde se me aceptase -sin tener que esconder nada de mí mismo ni de mi pasado y sin que se me hicieran reproches o preguntas tampoco.

La movida madrileña que tanto furor causó en sus años cenitales en España y en el extranjero- había sido uno de los fenómenos emblemáticos de la transición y en aquellos momentos daba ya sus últimos coletazos, pero estaba viva todavía.

Y uno de sus escenarios favoritos lo fue sin duda el barrio de Malasaña donde algunos de sus establecimientos (mayormente bares de gente joven) por motivos de índole personal -léase por razón de personas conocidas de mi entorno próximo- me sirvieron por paradójico que parecer pueda de refugio o remanso de paz, los meses que pasé en España entonces antes de expatriarme en Bélgica.

Y entonces, sintiéndome libre como los pájaros, sí me permití algo en lo que no había consentido en todo el tiempo que pasé preso en las cárceles portuguesas, en aquellos ambientes carcelarios (por dentro de las barrotes) que segregaban una cultura que me diga una subcultura de la que las drogas eran un elemento indisociable como formando parte del mobiliario por así decir, por dentro de los muros aquellos.

Me resisti y no probé ni un “joint” siquiera el tiempo que pasé allí dentro ya digo, a modo de garantía de mi integridad personal -física y psíquica- y a pesar de la enorme presión ambiental que tenia que soportar (incomprensión, desconfianzas, miradas atravesadas, de amenaza encubierta, malas caras), como si me viera puesto aparte cada vez que me tocaba decir no en las situaciones aquellas.

Como una línea roja a no sobrepasar -y que no sobrpasé- que separaba al mundo aquel (cerrado y hermético e incomprensible) de presos comunes, del de presos de conciencia o políticos o como se les quisiera llamar al que me sentía pertenecer -por mas que mi caso fuera prácticamente único (y en extremo atípico) allí dentro-, irreductiblemente ajeno a los submundos aquellos con los que me veía forzosamente obligado a cohabitar -y de los que me sentía por así decir en el umbral (...)- de delincuencia (habitual) y de crimen organizado.

Fuera de allí, ya digo que me sentí libre, y me dejé un poco llevar (confiteor) del ambiente que se respiraba en la sociedad española -en algunos barrios madrileños más que en otros eso es cierto, donde te lo ofrecían por así decir cada tres metros- y fumé marihuana si, por poco tiempo (a la cocaína, entre paréntesis, no llegué, estuve a pinto, confiteor pero no llegué, y no me arrepiento)

Y fue sin sentirme cómplice de quien fuera o de lo que fuera, de preferencia yo sólo a solas, aunque alguna vez me sucedió también de hacerlo a la vista de todos, en ciertos establecimientos (bares o club nocturnos de gente joven) Eran otros tiempos, otra época y digo. Y en eso, aún con retraso -todos aquí me lo reconocerán- no dejé de mostrarse un hijo de mi tiempo.

Y hoy tantos años después, aún bajo el signo de la indignación callejera que hizo eclosión (violenta) hace cinco años con el 15-M y del reto magno que arrojaron al rostro a la sociedad toda entera y en particular a sus sectores mas jóvenes, está claro que el consumo de drogas se reviste de un signo mucho mas transgresor -subversivo y claramente insurreccional- que no tenia hace treinta años, y plantea un reto (global) a la sociedad entera de una gravedad extrema, lo que no era el caso entonces.

Más irreversible y de mayor gravedad aún: y es que hoy el consumo de drogas viene a mostrar una faceta -de choque de culturas de civilizaciones- que no había mostrado nunca tan a las claras como hoy.

Y me refiero al nexo fatal drogas islamismo radical o en otros terminus, el carácter letal para la civilización occidental y europea que lleva en germen el consumo (en público) de drogas, ya sean blandas ya sean duras. Lo que veo de lo más claro ahora

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