domingo, noviembre 03, 2013

Himno a las Almas Ardientes (poesía en domingo)

Se habían quedado en Madrid
por decisión de sus padres,
sin veraneo (¿de ricos?)
de castigo, "con deberes"
el verano aquél (¡del treinta y seis!)
sin saber qué otro castigo
les esperaba aún ¡Los pobres!
Pagando por sus mayores
y por la España de entonces.
¡Misterios del alma infantil!
O adolescente (o entre las dos)
Del sufrimiento inocente
que evocó en francés Albert Camus
(¿coartada u hondo lamento?)
en una página célébre,
como un eco del silencio
del espacio (el que me envuelve)
Silencio del mundo o de dios
la pregunta que llevaba
a cuestas, sí, desde siempre
de niño, de adolescente
como me lo hizo observar
-¡que homenaje en el pozo aquél!-
el funcionario aquél (portugués)
encargado de observarme
(y de velar por mi suerte)
Telón de fondo ambiental
el Silencio Fundamental
en la historia de los hombres
a los sones del "vals triste"
de tanta existencia inocente.
Silencio en mi alma y en mi mente
esperando una llamada
-¡te esperamos mil años, dios!-
que despejase interrogantes
¡Y nos dijera adelante!
Del Gran Silencio que ahonda
el fragor sordo en la noche,
del despertar de mil duendes
danzando en torno a la hoguera
que encienden almas ardientes.
Experiencia inenarrable
la del que oyó el Gran Silencio
que le deparó la suerte
y le dejó todo oídos
siempre después a la escucha
en lo hondo de la noche
(Custos, custos, quid de nocte?)
Esperando una voz ¡Qué voz!
¿De donde la voz? ¿De lo alto,
de la corte, de otros líderes?
No ¿De la calle? No. De los patios
del pueblo llano, del vecindario.
¡Dios que equivocado anduve!
Esperando una voz dis-tin-ta
hasta que en medio del fragor
-el de un silencio de muerte-
empezó a alzarse, a hacerse oír
un rugido sordo de gente,
pero no de las masas informes,
manipuladas e inertes,
sino de los que se irguieron
al oído de tu voz, profeta,
y se levantaron de golpe.
Y mientras me veo sólo
suspendido en el vacío
o alzado sobre "el pavés", sí,
del rugido de esas voces,
buscando vencer el vértigo
y guardar el equilibrio,
grito y grito y grito fuerte
¡Arriba las Viejas Naciones!
¡Arriba los Pueblos de Europa!
¡Y arriba las Almas Ardientes!


Sales rauda, derecha,
puntual, a tu hora fija
como siempre, esa es tu vida.
Te veo pasar en el café,
muy segura, muy mujer,
seria, muy tú y muy tuya
y el rosa de tu semblante
tan bello y digno y solemne
como el de una efigie antigua
y la blancura de tu tez
y tu misterio (el de tu clase)
me embargan de melancolía
que a seguir trato de ahogar
o de esconder entre estas líneas
como si al calor de la lumbre,
del fuego de un alma ardiente,
tu frialdad se (re) encendiese
y te fundieses conmigo
en la llama de mi poesía
(Poesía que destruye y promete)

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