jueves, noviembre 28, 2013

CONFESIONES DE UN DIVORCIADO (COMO VLADIMIR PUTIN)

Eva Braun. Era una joven normal como tantas otras cuando Hitler la conoció, de una familia católica de Münich, de clase media. Vivió maritalmente con el Fuhrer sin estar casados, le fue fiel y sólo se casaron al final a petición propia. El nacionalsocialismo como los fascismos en general quiso encarnar otra modernidad -distinta de la que representaron las democracias- en todos los terrenos, en ideología, en arte y literatura, en religión y por supuesto en materia de moral y de buenas costumbres
"Travail, Famille, Patrie", proclamaba el eslogan de la revolución nacional en Francia puesta en marcha por el Mariscal Petain. "Tradiçao, familia e propiedade", rezaba a su vez -en portugués ¿y en espíritu de rivalidad o de emulación con lo anterior?- el nombre del movimiento integrista brasileño (cronológicamente posterior) de la TFP, que es como mayormente se les conocería.

Como si de un movimiento a otro, de la tradición eclesiástica más rancia que estos últimos representaban, a la otra/modernidad -distinta de las de las Luces y de la Revolución francesa y no menos emancipada, y moderna (y transgresora)- que el fascismo encarnó a todas luces, no hubiera forma de escapar al corsé de la familia monógama y (¡ay dolor!) a la ley inderogable del matrimonio indisoluble.

Un profesor (librepensador) -de izquierdas- de la Universidad Libre de Bruselas, un tanto sui generis, en la medida por ejemplo que me confesó una vez haber dado conferencias en la Universidad de Barcelona en los últimos tiempos del tardo/franquismo tardío en virtud -asi me lo explico él- de la preferencia que las instancias de gobierno de aquella universidad catalana, ante el pandemonio de subversión allí reinantes en la resaca de mayo 68 (y del concilio), mostraban por exponentes de la tendencia librepensadora laica (y anti-clerical implícitamente al menos), frente a las fiebres (de indignación) y a las veleidades subversivas que emanaban del sector confesional (católico) del estamento docente en aquellos años de posconcilio inmediato, se divertía en sus clases (como digo) a chocar y escandalizar a sus alumnos -a aquellos al menos de extracción familiar católica que no dejaban de frecuentar aquella universidad de una etiqueta (masónica) tan proverbial e incluso oficialmente reconocida- con el aserto aquél (calculo que de su propia cosecha porque nunca se lo oí ni se lo leí a nadie más que él) que repetía con cierto tono (afectado) de solemnidad teatral y un retintín irónico y de guasa bien visibles, que en realidad, en realidad, "la única aportación (novedosa) del cristianismo al acervo de la moral antigua ("antique") lo había sido el principio de la indisolubilidad del matrimonio", lo que era invariablemente recibido con una mezcla cacofónica de risas y de protestas o comentarios de sorpresa en el auditorio.

Curiosamente y por paradójico que parezca, su caso de lo que le conocí, era arquetípico en extremo de esa fidelidad monógama tan cercana o parecida a la castidad predicada por la iglesia, en extremo frecuente entre la gente de izquierdas, españoles o belgas, de antes o de después de la segunda guerra mundial (o de la guerra civil española) que me llevó a escribir en mi blog anterior (de Periodista Digital) sobre "el puritanismo de la izquierda española"
Joé Antonio Girón de Velasco, solterón oficial del Régimen. "Yo no le pido a nadie que se la coja con papel de fumar", le dijo Franco, consolándole de los ataques de los nacionalcatólicos que le acusaban de vida licenciosa y de apartarse en suma del patrón en vigor de casto marido amantísimo y fidelísimo que se impuso entre los jerarcas del Régimen tras el 45. Umbral a su manera -a base de "rosa" y de látigo"- rindió homenaje de pleitesía a la grandeza del personaje en sus novelas guerracivilistas e incluso en la necrológica que le dedicó -él que le conoció bien ya desde su infancia vallisoletana (...)- en su columna del Mundo, donde le retrababa al final de su vida tirado cuan largo en su playa de Fuengirola invocando a "los dioses del fascismo" (en los que creía) Fue uno de los grandes vencidos de la II Guerra Mundial aunque no participó (directamente) en ella. Esa fue su gran tragedia
Y me habrá venido a la mente ahora ante el proyecto de ley que prepara el partido socialista belga francófono para que, de las inscripciones del registro civil que figuran en el documento de nacional identidad (belga), desaparezcan la menciones de soltero o de divorciado, por los inconvenientes que acarrean (...) Soy divorciado hace ya muchos años.

Me casé por lo civil nada más llegar a Bélgica, y me divorcié unos años más tarde, y confieso que ese detalle o circunstancia no me habrá pesado en lo que sea, o así lo creí siempre al menos hasta ahora. No más desde luego que mi condición de sacerdote/secularizado (por mi propia voluntad, léase por las buenas) Lo que no sabría decir es si podría haber dicho lo mismo en el caso de que mi vida hubiera discurrido todos estos años en España en vez de hacerlo en Bélgica.

El fascismo (o el nazi/fascismo) intentó otra/modernidad, inclusive en el plano de la moral y de las buenas costumbres, y ese dato tan evidente e irrefutable no se ve en modo alguno invalidado por el caso español tan atípico, y me estoy refiriendo a las normas y pautas de conducta vigentes en materia de moral y de buenas costumbres durante el régimen de Franco.

A la modernidad (innegable) de una Falange descabezada, sucedió tras el 45 y el derrumbe de los nazi/fascismos una reacción en el terreno de la moralidad de un sello clerical sofocante y opresivo por demás que acabaría dando lo que daría, y me refiero en particular al movimiento de trasgresión generalizado en la juventud universitaria de mi época y a ese otro fenómeno similar y un poco mas tardío del destape y de la movida de los años de la transición política. ¿Y Franco en todo aquello?
¿Por qué le odian tanto? En el declive (aparente) de la carrera política de Sivio Berlusconi al que asistimos, la censura de la que se ve blanco y víctima de la iglesia católica italiana y del Vaticano por su vida privada -y en particular por su divorcio- carga a no dudar con gran parte de la culpa
¿Lavándose las manos "como Pilatos en el credo" -en la expresión (divertida, no me digan) que prestaba Umbral al Fuhrer hablando de aquél en su Leyenda del César Visionario? Como sea, una anécdota ilustrativa y reveladora en extremo que leí en la prensa con motivo del fallecimiento de José Antonio Girón contaba que ante las críticas de vida licenciosa que llovían al longevo ministro del trabajo (falangista) desde los sectores clericales del régimen anterior, no vio más alternativa que pedir una audiencia al jefe de estado y que éste le escuchó de lo mas comprensivo sus quejas" "Yo no le pido a nadie que se la coja con papel de fumar", le respondió Franco de lo más caústico.

El divorcio como la interrupción del embarazo (dentro un orden) son sin dudas signos (mayores) de los tiempos que vivimos, de esos que la iglesia prescribió escrutar a la masa de los fieles en el concilio vaticano segundo, aunque con aquello no se entendiera o quisiese entenderse más que el signo/magno numero uno de la época aquella y del mundo de entonces, a saber la hegemonía cultural del marxismo entonces reinante (prácticamente) "urbi et orbe"

Y ese mensaje de largueza y tolerancia generosa en materia de moral y de buenas costumbres -y de sinceridad y autenticidad- es precisamente lo que me parece más vigente de la obra y de la figura de Francisco Umbral, ser de lejanías tal vez (como él mismo se definió) y lleno a la vez de contradicciones, en sus escritos como en su biografía.

Quien en el tema (en ascuas) del aborto por ejemplo -él siempre tan irreverente y transgresor- se mostró siempre de lo más prudente

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