¿Esta cambiando acaso la dirección de los vientos en la política belga? Hay signos que no engañan y están pasando aquí cosas nunca vistas ni oídas el tiempo –veintiocho años ya- que llevo viviendo en Bélgica. El nuevo gobierno belga habrá incorporado a las tareas gubernamentales, por primera vez en la historia de esa formación, a un partido (explícitamente) nacionalista flamenco que a todas luces habrá decidido tirar de la manta de una vez en el plano de la memoria histórica sobre la guerra mundial y la ocupación alemana en Bélgica. Cuatrocientos cincuenta mil archivos (individuales) de represión sobra aquel periodo duermen desde hace ya (casi) setenta años el sueño de los justos, bajo la custodia atenta y vigilante de los tribunales belgas (civiles y militares)
Un dato y una cifra que ya había oído alguna vez de pasada el tiempo que llevo aquí pero de la que solo ahora caigo en la cuenta cabal de su verdadero alcance y significado, tras la aparición de un reportaje por cuenta de este tema en la revista “L’Express-Le Vif” de la familia de “L’Express” Y de aquellos que sólo porcentaje insignificante habrán sido hasta ahora accesible a los propios interesados y a sus descendientes. En el citado reportaje se recogen declaraciones de historiadores de ambos lados de la frontera lingüística y una entrevista bomba con el ex - ministro y ex-vice primer ministro Philippe Moureaux, un peso pesado del socialismo belga durante décadas, y alcalde (burgomaestre) incombustible –hasta hoy- de la “comuna” de Molenbeek dentro de la aglomeración de Bruselas, de fuerte proporción de inmigrantes confesión musulmana –que se trajo él en el bolsillo del otro lado del Estrecho según las malas lenguas- que son unas confesiones agustinianas -mea culpa incluido- donde el antiguo ministro socialista reconoce haber regulado en secreto expedientes de represión pero en el más absoluto de los secretos dando instrucciones estrictas a sus colaboradores de que no lo supiera nadie, algo en lo que ahora reconoce haberse equivocado. Y leyendo sus declaraciones y el reportaje no se me escapaba la ironía sangrienta de este asunto. Durante años décadas, dese que aquí llegué prácticamente me persiguió el fantasma de la memoria de los vencidos de la guerra civil española que se vería invariablemente aventado y azuzado particularmente en lengua francesa y tal vez más que en Francia desde aquí, desde Bélgica donde los llamados niños de la guerra – a los que se seguía llamando así a pesar del paso de los años- llegaron a representar un lobby influente y poderoso en la política belga del que se dejó de hablar como por ensalmo en los inicios del Milenio, por puro viejos carcamales o por lo que fuera. Y ahora se destapa de pronto el pastel del problema de esa memoria enterrada que arrastran los belgas y en el que sin exageración pude verse el factor principal en la amenaza de disgregación que pesa sobre Bélgica y su unidad nacional los días que corren.
O compromiso histórico de memorias antagónicas, o partición del país, esa es la alternativa que ya apunté en anterior entrada que se les presenta a los belgas, más acuciante e inminente que nuca las horas que corren. Y es algo que se ve corroborado en el reportaje al que aludo. Uno de los interrogados Bruno De Wever -el hermano del actual alcalde de Amberes y hombre fuerte del partido nacionalista flamenco que acaba de entrar en el nuevo gobierno belga-, autor de libros de historia sobre aquel periodo pone ahora sobre el tapete un dato histórico innegable que se ve rodeado de tabúes en la historiografía y en la memoria colectiva de los belgas y son los niveles in crescendo de la colaboración en la zona francófona del país durante la Segunda Guerra Mundial, que se hacía extensiva a partir de 1942 a las clase más populares de extracción obrera, a los sectores marginales de la sociedad- en ciertas zonas rurales y mineras e industriales valonas, rompiendo así el estereotipo siempre en vigor aquí de una minoría (estricta) de traidores –de extracción católica y conservadora dicho sea de paso, con Degrelle a la cabeza- en flagrante contraste con la mayoría (que la historiografía políticamente correcta aquí presenta siempre con tintes abrumadores) con la que contó la colaboración en la zona flamenca. Y aquí me permito apuntar a una hipótesis y es que en la medida que el régimen nazi se radicalizaba en una Alemania en fase de poniente durante una fase tardía de la guerra, esa radicalización se extendería al resto de los países ocupados como también –un fenómeno verificado en muchos otros países europeos- el grado de adhesión y de compromiso con la Colaboración de la población de esos países ocupados. “La guerra total” –la consigna lanzada por el doctor Goebbels en su discurso del Palacio de los Deportes de Berlín tras la debacle de Stalingrado-, se traduciría en una incorporación masiva al esfuerzo de guerra de la población en la retaguardia y eso ocurriría en mayor o menor medida en todos los países situados en la órbita del Orden Nuevo y en Bélgica se daría igualmente, en mayor medida en la zona flamenca pero no dejo de darse igualmente en zona francófona en unas regiones más que en otras.
Y que fue una incorporación no fruto del terror ni por obra y gracia de deportaciones masivas o de levas o requisas forzadas sino que puede por el contrario ser considerada como uno de los grandes logros de la guerra de Propaganda que llevo a cabo –bajo la egida del ministro de Propaganda del Reich- el bando que acabaría siendo vencido, es algo que tal vez hoy puede ya empezarse a decir en Bélgica y a fortiori entre españoles. Lo más parecido a una revolución total también, más radical aun en ciertos aspectos que la revolución bolchevique (…) Un revolución total hija de la guerra total y de la derrota total (…) Lo que suelto aquí de hueso duro de roer a la atención de algunos estoicos (del genero “patriota”) Y esa incorporación al esfuerzo de guerra y político e ideológico del régimen nazi de muchos belgas francófonos rodeada de pesados tabúes en la posguerra y que en Bélgica francófona se asumiría mucho menos que la colaboración del lado belga flamenco, es sin duda –como lo apunta el historiador Bruno de Wever más arriba mencionado- en el reportaje la causa principal sin duda de esa amnesia casi total sobre ese periodo histórico que sigue reinando –y doy fe de ello- en Bélgica francófona. Otro aspecto mas crucial y sensible aun si cabe del debate que parece haberse abierto en los sucesivo en Bélgica habrá sido puesto de relieve por otro de los historiadores intervinientes en el debate, joven historiador de expresión francófona. Y fue lo que él denomina la teoría o el postulado de la doble pena (sic) , que le parecía asomar la oreja tras las protestas encendidas en el Parlamento belga de los últimos días a raíz de las declaraciones de algunos miembros (flamencos) del nuevo y flamante ejecutivo belga, porque según él, de las reacciones de protesta de algunos parlamentarios francófonos parecía traducirse una mentalidad conforme a la cual se vería como la cosa más normal del mundo que la pena (cumplida) que infligieron los jueces –civiles y militares- a los colaboradores tras la segunda guerra mundial no se viera satisfecha con el cumplimento de aquella sino que una sanción moral (sic) debería perseguirles también hasta el final de sus existencias terrenas (e incluso después de ellas)
Y al llegar a esta altura del partido no puede menos –como aquí algunos ya habrán adivinado- que darme por aludido. La pena de infamia característica del Antiguo régimen no existe por definición en democracia. El sambenito no obstante que llevan los vencidos de la segunda guerra mundial por cima de los Pirineos –y no en cambio a grandes criminales o reos de derecho común- es infinitamente mas infamante y pesado que el que pudieron haber soportado (ya hace mucho además) los vencidos de la guerra civil española, no dejaría de perseguirles a sol y a sombra hasta hoy aun después de haber satisfecho (integralmente) sus condenas Y no menos pesado lo seria –como lo denuncié ya repetidas veces dentro y fuera de est blog y en particular en mi libro de reciente aparición- el ferrete de infamia que arrastré tras mi gesto de Fátima. Fachas –y asimilados- infames in saecula saeculorum. En España como en Bélgica
BELGISTÁN Y LOS ORIUNDOS ESPAÑOLES
¿Bruselas, capital de la UE o del Belgistán? Cabe legítimamente preguntárselo al paso que van las cosas. En las últimas elecciones generales del pasado mes de mayo se confirmó el tirón de los candidatos surgidos de la emigración musulmana –turca y magrebí- en algunas comunas municipales de la capital de Europa.
El predominio musulmán en algunas de ellas –Molenbeek (marroquíes) Saint-Josse et Schaerbeek (turcos en su mayoría)- es un fenómeno que viene ya de antiguo. En el centro de la aglomeración –Bruxelles Ville- el fenómeno llama la atención en cambio por lo novedoso. Y pone también al destape la penetración (erosionante) de esas corrientes emigratorias en el seno del partido socialista (francófono) donde una mayoría de los concejales son en lo sucesivo de confesión musulmana. Y por eso las próximas elecciones internas de esas formación política llaman la atención a algunos de pronto por la personalidad de los candidatos en liza, tres de ellos oriundos magrebíes y de ellos uno –el más joven- que huele a chamusquina por no decir a desierto y a camello muerto y a chilaba y guerra santa y a gumía. Un joven de la comunidad inmigrante marroquí que se señaló hace dos años en los incidentes que tuvieron lugar en Molenbeek cuando la policía detuvo en la calle a una mujer cubierta del velo integral islámico.
El cuarto de los nombres de candidatos corresponde a la hija del antiguo alcalde de Molenbeek (durante décadas), Philippe Moureaux del que hablo en el otro artículo de esta entrada. Catherine Moureaux –la esperanza blanca de los belgas autóctonos de ese municipio- es, detalle todo menos trivial, la esposa de un oriundo español, Carlos Crespo (García), de 37 años, "ciudadano del mundo e internacionalista", “hijo de obreros (emigrantes)”, como se le presenta, actual presidente del MRAX –horresco referens!- de notorios posiciones “a la izquierda de la izquierda” Y si se tiene en cuenta que el organismo que preside es feudo de antiguo –a favor de la presión migratoria musulmana- de la emigración magrebí en Bélgica cabe el hacerse preguntas. ¿Converso del Islam este belgo/español (como ellos mismos dicen) a tenor de su trayectoria…y de su fisonomía? No sería el primero desde luego –ay dolor!- entre los oriundos españoles en Bélgica
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