“Dejad que los niños se acerquen a mí” Esa frase evangélica –de los evangelios canónicos- viene fatalmente a la mente leyendo la entrevista publicada anteayer a toda página y en primera plana del diario ABC con un misionero agustino recoleto, expatriado hace ya décadas y con diez años de estancia ya en Sierra Leona donde reside, y es sobre todo por la foto que acompaña a la entrevista donde se le ve risueño y animoso rodeado de un montón de negritos en una imagen emblemática de la tradición misionera, si se exceptúa su atuendo y en particular la gorra que luce, completamente secularizado.
Me he estado leyendo detenidamente las declaraciones de ese misionero español que me inspira personalmente el mayor respeto del mundo él lo mismo que sus declaraciones de las que no puedo remediar no obstante verlas surcadas de lo más negros y trágicos de los presagios. “Me he pasado un monto de años diciendo la gente que se acerque a mí, y ahora no voy a cambiar” “No quiero vivir encerrado” “Los misioneros no queremos crear polémica” Y la entrevista se concluye con un frase enigmática en extremo “Hay que vivir tratando que el otro nos duela”
¿Masoquismo? Dejémoslo en espíritu de sacrificio rectamente/entendido. Sin duda conforme a aquello del Kempis (¡aparte de mí ese cáliz!) “cuando llegaras a tanto –y cito de memoria de mis años jóvenes (…)- que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor a Cristo piensa entonces que te va bien porque hallaste el paraíso en la tierra” Perdónales dios de las batallas (y de las epidemias) porque no sabían lo que decían, o lo que escribían, ni de lo que hablaban. El Kempis es no obstante una autoridad (espiritual) de segundo orden, la frase que se cita al principio de estas líneas es en cambio palabra de evangelio. Nietzsche en su “Anticristo” arremetía directamente contra un serie de versículos evangélicos (canónicos) que no dejaba de enumerar y glosar uno por uno, todos de una actualidad enigmática hoy como hace veinte siglos, y tan desconcertantes y ambiguos y cargadas de interrogantes como hace siglo y medio cuando Nietzsche escribió esa obra. Entre ellos no figuraba no obstante el versículo por el que viene ahora el escándalo –me refiero al Ébola y la polvareda de escándalo y de polémica que habrá suscitado en la opinión pública española. “Dejad que los niño se acerquen a mí” Desde nuestra más tierna infancia bañada en una educación rigurosamente católica tanto en el ámbito familiar como en el de los centros de enseñanza por donde mi vida y la de muchos de mi generación transcurrió desde párvulos, tuve que soportar –y tantos otros de mis compañeros de generación- las bromas más o menos pesadas por cuenta de ese versículo bíblico, que en lo que me concierne confieso que no me hicieron nunca mella, y así mi infancia trascurrió jalonada de acciones y gestos (“supererogatorios”, en lenguaje antiguo) de respeto hacia la religión y sus ministros como cuando andábamos jugando por los parques y jardines de la Universitaria –donde transcurrieron mis años niños- y era ver un eclesiástico y salir a su encuentro todos pitando para besarle la mano o el crucifijo que nos tendía, y a lo que el susodicho solía responder haciendo obsequio de una estampa o a veces de objetos más sustanciales, chocolatinas o caramelos. Los tiempos y lo vientos cambiaron. El concilio puso en solfa y se llevó de calle todos aquellos viejos hábitos (seculares) que aun sobrevivían en España en un caso atípico y prácticamente único ya por entonces en el mundo enero. No sólo eso, la oleada de escándalos en materia de abusos sexuales –que se declararía (sin interrupción desde entonces) en los inicios del Milenio –en la fase final del pontificado (interminable) de Juan pablo III- pondrían en entredicho la reputación y la imagen de la institución y de sus ministros, y traería consigo fatalmente a la vez un cuestionamiento (de raíz) del mismo mensaje evangélicos en sus puntos o aspectos mas neurálgicos e intocables (y sagrados)
Y así ese versículo del evangelio relativo a la infancia se ve hoy puesto en la picota al calor de la formidable sacudida originada en la opinión pública por culpa del virus Ébola. De forma tácita, o explícita como en el caso que nos ocupa de las declaraciones de este misionero navarro. Un mandamiento evangélico que como otros se ve sometido una puesta en duda o en tela de juicio, por razón de la epidemia de Ébola y de esa otra no menos temible de tipo no físico o material sino estrictamente espiritual de los abusos sexuales de menores a manos de eclesiásticos. Y ni el misionero interrogado ni los autores y difusores de la entrevista pueden honestamente obviar o hacer abstracción el contexto en que fatalmente esas declaraciones se ven situadas. Hay otro aspecto en la presentación tan propagandística de esta entrevista que se merece aquí mi glosa, y ese el cuestionamiento en paralelo que la crisis por la que atravesamos trae (fatalmente) consigo del ideal misionero, y más allá, del concepto o de la noción –que Miguel de Unamuno acusaba de ser responsables de “grandes tragedias existenciales”- de la vocación religiosa. Aparte de mí (de nuevo) ese cáliz. Y me inspiran estas líneas ciertos comentarios leídos a cuento de este tema que me hacen dar literalmente botes en el asiento. Perdónales, sí, porque no saben lo que dicen ni de lo que hablan. Esos que tienes esas palabras -de sacrificio y de servicio- en la boca (como los que tienen la de Hispanidad sin haber puesto un pie en su vida del otro lado del charco) recuerdan demasiado a fe mía la oración del fariseo traducida en términos posmoderno como sigue: te doy las gracias señor de no haberme dado la vocación religiosa (como a todos esos pobres infelices que se ven condenados –como reses que llevan al matadero- a una situaciones humanamente -o “existencialmente”- imposibles, sin salida en el mundo fatalmente secularizado que vivimos) Todos esos que condenan ahora a la hoguera (de las penas del infierno) a media España por egoísmo (insolidario), por hedonismo y no sé cuántos otros clichés omnipresente en la prédica del papa polaco que a lo que se ve tanta mella hizo entre españoles ¿saben acaso de lo que hablan. ¿Saben acaso lo que es una experiencia misionera en sentido estricto (eclesiástico me refiero), si no es de oídas? El que esto escribe, sí desde luego, todos aquí ya lo saben. Hablan como quien ve lost oros desde la barrera, si son tan católicos, tan falangista/católicos o católico/falangistas (todo junto) ¿por qué no dan ni dieron ejemplo en su vida en ese punto, abrazando ese estado religioso/eclesiástico que ensalzan como lo más perfecto bajo la capa de la tierra. No me hace falta su respuesta porque ya me la conozco: “no tenían vocación”, léase “les gustaban las mujeres” (…) –y querían casarse obviamente y tener hijos-, léase no podían soportar la disciplina (insoportable) del celibato, con lo que en vez de cuestionar directamente, valientemente –y a las claras- esta última, acababan haciendo (hipócritamente) de los “otros” –de los “elegidos”- seres anormales o seres aparte, de una perfección que no es de este mundo, tan perfectos tan perfectos que les veían ya (en la práctica) enterrados en vida de una forma u otra. Y con los que había que contar de todas formas –como eso, como unos muertos en vida- solamente a modo de coartada moral (e ideológica y religiosa), léase de asesores o capellanes, porque sin ellos el entramado intelectual y mental en el que viven todos esos hijos/fieles de la iglesia/madre se les derrumbaría de pronto estrepitosamente. ¿Una caricatura? Que se lo pregunten a sí mismos. Muy cercana a la realidad, como quiera que sea.
No condeno al misionero de más arriba, le compadezco simplemente, como lo que es, una pobre víctima del judeo cristianismo que arrastramos los católicos y en particular los católicos españoles como una de las grandes fatalidades sino la mayor de nuestra historia. Pero no tiene derecho en modo alguno a poner en peligro a la sociedad por su ideal o sus ideas. ¿Quiere morir con los suyos como los toros (“que van a morir las tablas”)? Que se vuelva ya antes de que sea demasiado tarde. Que en la vida del hombre lo que cuenta es saber lo que se quiere. Y algunos –a tenor de sus propias declaraciones- no estamos convencidos que eso lo tenga claro este misionero pamplonica. ¿Dejad que los niños se acerquen a mí? ¡Lagarto, lagarto! (como decía García Lorca)
DOCE, Y TRECE DE OCTUBRE EN BARCELONA
La Plaza de Cataluña digan lo que digan no estaba ayer domingo completamente llena, no estaba siquiera tan llena como hace dos años en la primera de esta serie de concentraciones por la unidad a la que asistí, desde la tribuna de prensa (como periodista) En Montjuich en cambio había a tenor de las cifras que avanzan los medios más del doble de los asistentes a la marcha del año pasado a la que sí asistí (igualmente). Un éxito de convocatoria, sobre los despojos –se diría- de "la España en marcha", que parece haber dejado en lo sucesivo de ser plataforma electoral para reducirse a un mero eslogan o lema de convocatoria.
Lo que explica sin duda la presencia en la concentración de Montjuich de ayer de Democracia Nacional una de las formaciones iniciales que habían acabo desertando la plataforma en la campaña electoral del pasado mes de mayo. Y ese espíritu de unidad que siga animando a los grupos que se cobijan bajo esa divisa de España se vio bien ilustrado por la intervención del presidente de DN que cerro precisamente el acto. Pese a mis reservas –de todos aquí conocidas- mi más sincera enhorabuena, y todos mi plácemes y parabienes de cara al movimiento de unificación que entre esos grupos parece estar diseñándose. No se llenó la Plaza de Cataluña pero no importa. Misión cumplida porque conforme ultimo estas líneas la radio belga anuncia la decisión del “govern” de renunciar a su insensata consulta secesionista. ¡Arriba España y su lengua madre hoy más que nunca en Cataluña!
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