sábado, julio 05, 2014

JOSÉ ANTONIO Y EL SOCIALISMO ¡APARTE DE MÍ ESE CÁLIZ!

José Antonio nunca reía (...) Y a fe mía que emplazo aquí a quien sea -¡una foto sólo una!- a contradecirme. A Ramiro, a Onésimo en cambio se les veía sonreir (en las fotos) a veces. Y ese halo de melancolía que se desprendía fatalmente de la figura del fundador de la Falange y de su fosonomía vino a sumarse sin duda a ese peso de quintales que me infligieron sus obras/completas -sus frases mas lapidarias, más sentenciosas- a partir de un momento dado de mi vida
“El socialismo fue justo en su nacimiento” ¿Correcto o no (es) correcto? Es lo que dan ganas de apostillar con aires de concurso televisivo como ese otro con el que me topo en mi medio familiar cada vez que vuelo a España de visita. A cuenta de esta célebre frase de las Obras Completas (joseantonianas) –del discurso fundacional del Teatro de la Comedia- más citada y repetida que surata coránica o que un proverbio bíblico durante décadas y décadas de posguerra.

Y al que esto escribe que la citó tanto o más que muchos otros, con celo de devoto, le acabó pesando quintales en su vida y en su ente, dicho sea aquí entre nosotros y sin ánimo de chocar o escandalizar o herir a nadie en sus convicciones más íntimas. ¿Un renegado de la Falange -o del falangismo joseantoniano en una fórmula que se popularizaría solamente en la posguerra entre neófitos del movimiento falangista que no habían conocido a su fundador- el autor de estas líneas?

No les debo nada a mis eventuales (o potenciales) detractores ni siquiera la verdad sobre mí mismo o sobre lo que sea, se la brindo no obstante a los que aquí me leen en premio de su lectura aunque solo sea, que reconozco que no debe ser fácil por veces, por la extensión de mis artículos, por el estilo barroco (o pesado) que se me reprocha a veces y también por un navegar a contracorriente o un clamar en el desierto que a algunos les pueda parecer más fuente de problemas que otra cosa, creándolos donde no los hay en vez de simplificarlos o resolverlos por la vía simple con vistas a facilitar el consenso y la concordia. Y lo que les quiero brindar aquí ahora a los que me leen es una mención breve de los principales jalones en mi itinerario mental o intelectual desde hace ya mucho, y puestos a precisar, desde los tiempos que precedieron de poco a mi gesto de Fátima.

Yo era socialista (ya) por aquel entonces, si, así como suena. Algo que entonces ni se me hubiera pasado por la cabeza y que tengo que acabar reconociendo no obstante en visión retrospectiva. Un socialista sui generis por supuesto, rara avis, de la variante franciscana y dentro de ella más sui generis todavía en la medida que franciscano o franciscanismo acabaría rimando con teología de la liberación -algo que yo aborrecía explícitamente (por marxistas o neo marxistas) por aquel entonces- como lo acabaría ilustrando y confirmando (a su manera) el papa actual, que me diga el nombre del papa actual (de Francisco Primero) que a tenor de declaraciones no precisamente parcas sobre el tema desde su nombramiento escogió su nombre (pontificio) –insólito e inédito anteriormente en, la historia de los papas- para acentuar su opción preferencial por los pobres, leitmotiv principalísimo y dominante de aquella corriente teológica que conocería sus más y sus menos en los pontificados que se sucederían en las últimas décadas y que se hoy diría que triunfan por la manera tranquila o a la chita callando.
Esta novela (llevada con éxito a la pantalla) que me leí de un tiron en la cárcel portuguesa tiene de telón de fondo la aventura (no poco trágica) de la corriente de franciscanos espirituales de la Baja Edad Media, partidarios hasta el fanatismo del ideal de pobreza evangélica. ¿Héroes o villanos (contaminados por una superstición judeo/cristiana)? ¿Martires del evangelio o precursores de perro flautas e indignados de toda laya? La polémica se vería servida desde entonces y resurgiría con fuerza tras la eclosión de la movida del 15-M. Un socialismo cristiano el de aquellos como el de José Antonio, del que acabaría desprendiéndose -deo gratias!- como escamas de los ojos el autor de estas líneas (...) Los simples no tienen los mismos derechos que los otros, dijera lo que dijera el Poverello: el monje ciego Pedro de Burgos llevaba razón aunque el autor (italiano) de la novela le presente como un asesino
Un socialista/franciscano de la vertiente “espiritual” además, lo que yo era entonces, como me seria fácil de demostrar en testimonios escritos de mi cosecha remontándose a aquellos años, después que me viniera mi conocimiento la odisea (espiritual) de los principales exponentes o representantes de aquella corriente franciscana por la que la orden o el movimiento iniciado por su fundador (el poverello de Asís) acabaría partiéndose en dos (como suena) tras la muerte de aquél, y que se caracterizaba por su hincapié hasta el fanatismo en la observación de la pobreza evangélica más absoluta.

Mi pobreza no obstante –¡ay dolor!- era una pobreza “espiritual” ¡La madre del cordero! De un perpetuo malentendido quiero decir, y la madre también de todas las batallas y disensiones intestinas y revoluciones que conocería la civilización occidental (y cristiana) y europea. Hoy hace siglos ya (una forma de hablar) tras décadas de haber vivido en la pobreza y en la exclusión social (más o menos rigurosa) y en la expatriación semi/forzosa y dignamente también –nobleza obliga- acabé tirando por la borda esa idolatría (supersticiosa) de la pobreza y de los pobres, de una raíz judeo/cristiana indiscutible (como diría Nietzsche)

Y lo que me había llevado a aquel socialismo/espiritual que fue el mío sin saberlo lo fue la figura (medieval) surcada de enigmas de Joaquín de Flore –que ningún teólogo solvente (apuesto lo que quiera) sabría decirme hoy si está aun o si fue alguna vez condenado por la iglesia- y dos obras fundamentales sobre el tema que leí de él aquellos años, una de autor católico (progre) –el jesuita De Lubac luminaria del concilio vaticano segundo- y la otra de un profesor de teología protestante, de la universidad de Ginebra.

Y anteriormente, justo antes, durante mi estancia en la Argentina, me había devorado una obra (en latín) –tal vez apócrifa- que cayó en mis manos en un convento franciscano de Buenos Aires editada en Italia -en 1934, durante la era fascista (...)- de una de las obras fundamentales que se atribuye al abate Joaquín, “Tractatus super quatuor evangelia”

A ese itinerario en el plano de la historia de la iglesia y de la teología –o por expresarlo en lengua o en jerga posconciliar “Historia de los dogmas”- que aquí acabo de exponer le acompañaría en paralelo un itinerario (de lectura y búsqueda e indagación) en el plano filosófico, a través de sus obras importantes, una (estando aun en el seminario de Ecône) de un jesuita italiano, Cornelio Fabro, asesor del concilio vaticano segundo, publicada –como tesis doctoral- también como por casualidad en la Italia de Mussolini (en 1939) sobre “la noción metafísica de participación” en la doctrina de Santo Tomas” donde se se sacan a relucir las raíces platónicas so neoplatónica-en el campo de la metafísica- de cierta corrientes del pensamiento medieval y bajo/medieval más o menos sospechosas de herejía todas ellas y centradas sobre todo en la figura del dominico alemán Maister Eckart.

Y la otra, más familiar par españoles, lo fue la obra monumental (en no sé cuántos volúmenes) en latín –editado en el posconcilio inmediato- por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que me leí estando en la Argentina (en el marco de la Fraternidad de Monseñor Lefebvre durante los años de régimen militar, Primera y Segunda Juntas) del dominico español Santiago Ramírez OP asesor del concilio vaticano segundo y del que algunos quisieron hacer en la España de los cincuenta y al socaire de la polémica sobre “el problema” de España (España “como problema o “sin problema”) y de la crisis interna del régimen en el 56- contrincante filosófico e ideológico de Ortega y Gasset y de sus partidarios.

Al bueno del Padre Ramírez, dicho sea entre paréntesis, todo aquel mundanal ruido de polémica debía contrariarle en extremo y después de decir amén (faltaría) a todo lo que en el concilio se dijo y firmó –mucho más liberal y heterodoxo de lo que le reprochaban él sus amigos al pobre Ortega- acabó sus días en el silencio del claustro (más absoluto) y con las bendiciones de su santidad el papa Pablo VI que sus protectores y bienhechores seglares –del Opus Dei algunos de ellos (primera época)- hubieran llevado a la hoguera (en efigie) solo unos años antes. Y en Fátima todo aquel entramado mental o conceptual salto hecho añicos en mi mente sin dañarla ni rozarla, como aquí ya lo tengo harto explicado.

Por eso, todas esas elucubraciones socialistas o filo/socialistas –o filo/bolcheviques o cristiano/bolcheviques (…)- de José Antonio en las Obras Completas se me caen hoy (ya hace mucho) de las manos. Y por eso me insurgí (a ciegas) contra la fiebre de los indignados. Y por eso hoy sigo pensando por mi cuenta sin conciencia alguna de haber renegado o traicionado ni a nada ni a nadie. Ni a mí mismo tampoco por supuesto

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