viernes, mayo 01, 2015

¿ULTIMAS HORAS DE JOSE ANTONIO? ¡BASTA DE MITOS Y CUENTOS DE HADAS!

Una parábola/oriental (como las de la biblia), a la altura de la era de la revolución informática que vivimos: la muerte retransmitida en directo a las cuatro esquinas del planeta –con instantáneas como esta que vienen circulando en la red (verosímilmente censurada en un principio en la mayor parte de los países)- del coronel libio Gadafi. Una parábola retrospectiva de lo que fueron más que verosímilmente las escenas finales de la vida y de la muerte de José Antonio en la cárcel de Alicante
De la actualidad editorial madrileña de estos últimos días, a la que no dejo de tomar el pulso cada vez que vuelvo, se destaca un título que menciono en el índice bibliográfico de mi libro de reciente aparición –que me habrá traído de vuelta ahora a Madrid para presentarlo- y lo es “Las últimas horas de José Antonio” que va ya por la quinta edición, lo que es un dato nada trivial, tengo que reconocerlo. ¿El canto del cisne del mito joseantoniano que radiografío –y denuncio a la vez- en mi libro, “Guerra del 36 e Indignación Callejera”

Cabe así pensarlo desde luego porque una lectura pormenorizada y en detalle de eta obra –mitad histórica mitad novelística- se llega a la conclusión que los gérmenes de muerte –de la muere del mito me refiero- van ya contenidas en esas obra, como dispersos entre sus páginas. Y cuando hablo de mito joseantoniano me refiero por supuesto al mito erigido o nacido en torno a la figura del fundador de la Falange, y no a todo lo que tuvo de auténtico y ejemplar su figura, que es sin duda lo que hizo posible el mito y el destino sin par que conocería en la guerra civil y en décadas de posguerra.

Un mito erigido en base, no a la parte de luz en la evocación de la obra y de la vida y de la muerte de sus figura sino a la parte de sombra, de misterio que rodea fatalmente a las circunstancias que acompañaron la muerte de aquél así como sus últimas semanas preso en la cárcel de Alicante. A las que la obra que acabo de mencionar más arriba no aporta gran cosa por no decir poco o nada de esclarecedor, en relación por lo menos con una obra anterior del mismo autor. Juez y parte al mismo tiempo, esa es la regla –elemental- de imparcialidad de toda investigación judicial que en caso que nos ocupa no deja de verse acompañado –tantos años después- de una búsqueda de la verdad histórica, que se infringe claramente en el método seguido por el autor de esa obra.
¡Mitos fuera! Sobre las circunstancias que rodearon la muerte y las últimas semanas de jos Antonio en la cárcel de Alicante, y también sobre el papel (exacto) del estalinismo en la guerra civil española. El comunismo estaliniano pese a todo , vino a representar un principio de orden –de “reacción”- en zona roja frente a los desmanes y al salvajismo y al clima de caos y de anarquía incontrolable que hicieron reinar mayormente las bandas anarquistas –de manos dadas con los bajos fondos (de delincuencia y de crimen organizado) de la sociedad española de entonces- en las primeras semanas de la guerra civil española. Los amigos de Stalin –y sus comisarios presentes en la Península- se daban cuenta como no podía menos que con esas iban derechitos camino de la derrota. Fueron individuos bajo el manto (criminal) de la FAI los que torturaron salvajemente y asesinaron a José Antonio y se ensañaron con su cadáver. Piensen lo que piensen algunos azules y devotos/joseantonianos, ligados a la memoria anarquista de la guerra civil por lazos familiares (…)
Eso es desde luego lo que sugieren de entrada las deposiciones de todos los individuos de una manera u otra implicados en la muerte de José Antonio que van desfilando por las páginas de la novela. Que no vieron nada o lo vieron todo del revés, en los testimonios que ofrecerían ya presos ante los órganos jurisdiccionales del bando de lso vencedores en la inmediata posguerra, y que no dejan de contradecirse. Hubo orden de disparo o no lo hubo? Hubo tiro de gracia o no lo hubo? In dubio libertas. Que se pies lo que se quiera. Ni siquiera la composición del pelotón (por llamarlo de alguna forma) o de la banda de desalmados que cometieron aquel asesinato colectivo -¿anarquistas de la FAI, comunistas del Quinto Regimiento?- sale a la luz del todo al cabo de la lectura de una obra que se va por las ramas o por los cerro de Úbeda a cada párrafo, a cada página.

“Las últimas horas de José Antonio”, más que aclarar deja en pie, sin respuestas una nueve de interrogantes, y hace nacer incluso otros. Como lo de la tentativa de asesinato (sic) de José Antonio que habría impedido el director (nominal) de la cárcel de Alicante él solo sin grupo partido que le secundase enn l siguación de guerra aquella, ayudado de los miembros de su familia –¿su señora y su suegra también?- que habría evitado montando guardia toda un noche delante de la celda donde se encontraba detenido –y aislado e incomunicado- el líder de la Falange.

“Es de una fantasía sin límites la argumentación de estos traidores”, escribía el Duque de Alba en su correspondencia diplomática –exhumada hace años en Bélgica- por cuenta de los rebeldes protestantes. Y la fantasía de la que dan muestra algunos de los relatos de los individuos –a cual más oscuro y más siniestro- implicados en aquellos sucesos, que surcan esta obra pretendidamente definitiva sobre las últimas horas (y los últimos días) en la vida de José Antonio Primo de Rivera, no le van en modo alguno a la zaga.
Mitin de la Agrupación al Servicio de la República fundada por José Ortega y Gasset, en Segovia, 14 de febrero de 1931, al día siguiente caería el gobierno del general Berenguer y a los dos meses sería proclamada la república. La intelectualidad republicana –en la órbita de la Institución Libre de Enseñanza- arrastra una gran responsabilidad histórica en el derrumbe (injustificado) del régimen de la Restauración. Y una gran cuota de responsabilidad (histórica) endosaría en ello Ortega y Gasset, niño mimado de la institución, una auténtica casta (académico/universitaria) a la que él perteneció –y en la que trepó- desde muy joven. Curioso y significativo que el autor de “las últimas horas de José Antonio” esté emparentado a título póstumo, y por alianza con el autor de “La rebelión de las masas” ¿Un nuevo aliento al mito joseantoniano con la obra acabada de publicar, por cuenta de un movimiento indignado –fanáticamente republicano- ya casi muerto, en la última de sus agonías?
“Lo inexplicable” –hace decir Umbral a Serrano Suñer en la Leyenda del césar Visionario por cuenta de la muerte del general Mola- “tiene siempre la explicación más negra” Y está claro que las lagunas y contradicciones de las que se ve repleta esta obra polémica no hacen más que redundar en abono de la explicación negra –la más negra- que algunos venimos manteniendo como hipótesis más verosímil de la muerte de José Antonio en Alicante. Porque si es cierto –como se lo aseguró al autor de estas líneas un estudioso de la figura del Fundador de la Falange, Adriano Gómez Molina- que entrado el mes de agosto del 36 se produjo un golpe de mano de la FAI la cárcel alicantina de resultas de lo cual los que eran ya dueño y señores de la ciudad y su provincia se apoderaron de aquel establecimiento y a partir de entonces fueron también dueños y señores de la vida y destinos de todos los que se encontraban presos allí dentro, José Antonio –como así lo afirmo (sin la menor sombrea de duda)- pasó entonces de la condición de preso a la de secuestrado, víctima de lo que en terminología jurídicamente correcta –de los ordenamientos en vigor hoy día en los países occidentales, inspirados en al declaración/universal de los derechos del hombre- se da en llamar “tratamiento cruel, inhumano y degradante”

Y de esa hegemonía absoluta de los milicianos y pistoleros anarquistas de la FAI –dentro y fuera de la cárcel provincial de Alicante-, sin la menor garantía o control de quien fuera daría bien cuenta en algunos de sus despachos el propio Jay Allen, autor de la célebre entrevista –la última- a José Antonio, el tres de octubre del 36, mes y medio antes de su muerte. Y ante ese dato insoslayable ¿que valen deposiciones a toro pasado –de vencidos y de inculpados (que se verían todos ellos condenados en consejos de guerra)- como los que se aportan a profusión en esa obra, con ánimo se diría de entretener al lector más que de esclarecerle en lo que sea (sin cotejo de unos y otros, mínimo y sumario aunque fuera)

Hay además testimonios que abonan en la dirección de la explicación (más) negra como la agresión de la que José Antonio había sido realmente victima la primera decena de agosto en la cárcel de Alicante, tal y como lo recojo en mi lbro reciente. Un testimonio no obstante –disperso y revuelto entre los otros (…)- figura en la obra que aquí estoy comentando que se destaca de todos los otros por versar sobre el momento mismo de la ejecución de José Antonio y de su muerte, el del uruguayo Arboleya. Tentativa suprema (a la desesperada) –en la versión que nos viene vendiendo el autor de esa obra- de salvar el mito joseantoniano, así es como hay que ver y juzgar ese relato tan folletinesco y tan melodramático (igualmente a toro pasado), cuando el autor del testimonio ya se había puesto a buen recaudo –en su país de origen – de rojos y nacionales.
En “La últimas horas de José Antonio” se manejan piezas de archivo hasta ahora inéditas, que hacen del autor el libro un privilegiado, o alguien con libre acceso a ciertas fuentes, vedadas a otros autores, por lo que sea. En mi blog anterior de Periodista Digital ya denuncié el papel de ciertos servicios de documentación (histórica) en la génesis de la ley (funesta) de la Memoria. Y está claro que ahora nos encontramos ante una operación de altos vuelos gestada en ciertos servicios para dar un nuevo aliento al mito joseantoniano, que al cabo de una larga (larguísima) agonía de casi ochenta años todavía renquea. ¿Por cuenta de qué o al servicio de qué o de quién? ¿De la esposa del autor de la obra, descendiente de Ortega y Gasset y también -como nos lo aprende el propio autor- “joseantoniana en el alma” y así resucitar de paso el mito orteguiano, el de un autor que al decir de GC –en su obra “Genio de España”- daba los gritos en un lado y ponía los huevos en otro como la urraca? Un Ortega (republicano) del que a alguno sólo interesa un texto o un escrito, el de “Delenda est monarchia” Que fue mucho más indulgente con la Prusia imperial donde se formó –con becas de la Junta de Ampliación de Estudios controlada por la institución Libre de Enseñanza- que con el Directorio cívico-militar del General Primo de Rivera. Ortega o el síndrome de auto-desprecio de los españoles en el extranjero. Por mucho que lo adulasen de antiguo algunos joseantonianos
El mito de José Antonio volaba ya a todo volar en España y en los países hispánicos (y no sólo) y el relato de un José Antonio acribillado de balazos en las piernas -y en las partes “pudentes” (¡"a tres metro de distancia", ni en Indonesia!)- y guiando la consigna, más que verosímil, de no tirar a matar la intencion de los asesinos, con fuerza aún su víctima para gritar inteligiblemente ¡Viva España! ¡Arriba España! (o yo que sé), vendría a darle más alas todavía (…) Así como el vacío –aterrador- de informaciones verificables del que se verían (sobrecogedoramente) rodeados los instantes que siguieron al fusilamiento de José Antonio propiamente dicho, ahondado aun más si cabe por los datos no menos insoslayables que no hubo certificado de defunción siquiera, ni se hizo autopsia alguna del cadáver ¡El estado en que lo dejarían! (…)

El concilio vaticano buscó –en la confesión (loable) de sus mentores- aliviar a los creyentes de la carga o el fardo (propiamente insoportable en el mundo de hoy) de muchas creencias superfluas, “supererogatorias” Y de los celadores tan devotos del mito joseantoniano –todos ellos fieles devotos del concilio y de los papas del concilio- se diría en cambio que están queriendo ahora imponernos el creer en algo más difícil de lo que es el creer en la resurrección de los muertos, y es en esa imagen –edificante e iconográfica- que arrastramos desde niños generaciones y generaciones de españoles (y extranjeros) de la escena final de la vida de José Antonio (y de su muerte)

Lo dicho: una parábola en retrospectiva, la retrasmisión en directo a las cuatro esquinas del planeta, de la ejecución brutal salvaje y escandalosa del coronel Gadafi (por cuenta de a democracia) que hizo plausibles e imaginable la escena –verosímil hasta en los más mínimos y nimios de sus detalles- de lo que debió ser la muerte de José Antonio en Alicante. Lo dije y lo mantengo. Frente a la insidia (cobarde) de los troles y la reacción escandalizada de los devotos, víctimas de un síndrome incurable, endémico, hereditario

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