domingo, mayo 03, 2015

Blanco Nácar de Mujer (poesía en domingo)

(Paisaje de devastación)
 Entre llamas y escombros
te vi pasar silbando, Juan
¿Por qué?-. No lo sé, créeme, no

Que no sabría decirte
lo que me empuja bajo el sol
escurridizo entre nubes.
Sol rojo de la persecución
que me hizo cínico y sagaz,
sol rojo de la expatriación
que me hizo mirarme al espejo
buscando quién soy (y me templó),
sol blanco de los vencidos
apuñalados a traición,
soles negros de la guerra,
sol de justos, de hombres de honor
que vio en mí morir el mito
¿Y nacer otro igual? ¡Mayor!-
Al fuego de la actualidad,
y al cabo de la prueba atroz.
cuando me vi aún más solo
de lo que ya lo estaba ¡Dios!
Cuando me quedé sin dormir
(casi) esas tres noches de horror
por las escenas aquellas
pegado al (mini) ordenador,
cuando las tornas cambiaron
y el gran misterio se cumplió:
el que unos paguen por otros,
el justo por el pecador,
ley de bronce de la Historia.
Y todo en torno a mí cambió:
mi mente amaneció metal,
(firme en mi resolución)
y mi alma, piel curtida
en el horno aquel abrasador.

“Si el grano no muere”, ya sabes,
alma inquieta, tú, sí, lector.
verdad astral, ley de vida
tras el dogma y la religión.
Y estaba en el cielo escrito
que el mito muriera (d’abord)
antes que renaciera en mí
la luz de una nueva visión
y lo viese todo al revés
e igual a la vez, de color.
Y vi blanca a la mujer blanca
amenazada de extinción,
blanca como Beatrice Martin,
estrella de la canción,
la criatura del show business
que tanto –¿por qué?- me inspiró
del otro lado del charco.
¡Misterio (boreal) de blancor!

¡Parabola y profecía
el nácar de tu piel, Amor!


Posada con lumbre y fonda
lo que echamos tan de menos
las gentes de esta época,
refugio, sitio de encuentro,
parador (camino o ronda)
por el cruce (o encrucijada)
de mil rutas milenarias
rumbo al espacio sideral,
al vacío, a la nada,
por los caminos del Adiós
en vísperas de batalla

Instante del despedirse
-¿hasta siempre, hasta mañana?-
eterno, inolvidable
(en nimia y trivial jornada)
que se fija en algún sitio
de la ciudad/solitaria
de sus paisajes, sus muros,
como una aldea encantada

Como aquella Ciudad Muerta
de sirenas y campanas
del Norte gris y lluvioso
que me robó un poco el alma.

Un poco sólo, no toda,
-¡no seas celosa, niñaza!-
que no tengo más refugio,
más hostal ni más posada
que tus brazos, junto a tí,
mujer celosa, niña mimada,
a la sombra de tu cuerpo
y al calor de tu mirada

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