miércoles, mayo 13, 2015

GENERAL GONZÁLEZ-GALLARZA, PODEMOS Y EL ODIO DE CLASE

Semblante triste y melancólico del general Emilio Esteban Infante, el último jefe de la División Azul. La tristeza de la derrota. Umbral acertó en su fórmula del coloso triste (el Ejército), pero obvió (flagrantemente) la clave histórica de esa tristeza (melancólica) La guerra civil española fue la primera batalla de la II Guerra Mundial como viene a reafirmarlo ahora –a nuestra gran sorpresa- Fidel Castro (fuera de toda sospecha) Y la derrota del Eje no dejó de ser una derrota española, de España y en particular de su ejército, que había vibrado y soñado al unísono –salvo excepciones- con la victoria. Y tras el 45, la guerra del 36 continuaría, una guerra interminable -la Guerra de los Ochenta y Tantos Años- “de un ejército contra un pueblo” como así la estampilló la guerra de propaganda (enemiga), y de la que el ultimo capitulo –como lo explico en mi último libro- lo sería la erupción del movimiento indignado (y de su epígono, Podemos) Y el recoger el guante de ese desafío –de odio de clase (y de lucha de clases)- devolverá la alegría y el optimismo a la institución castrense y con ella, a España entera y al conjunto de los españoles
Francisco Umbral llamó al ejercito el coloso triste, en una de sus fórmulas rezumantes de genio (¿y también de profecía?) Una formula o expresión que como otras muchas en Umbral, quería decirlo todo y a la vez nada de nada, según como se mirase y -como quiera que sea-, de la clave histórica de esa expresión sin duda justa y certera no nos dijo Umbral –ya cerca de la tumba cuando escribió aquello (en el último de sus libros, salvedad hecha de los publicados a título póstumo)- prácticamente nada aún en vida. ¿Por qué es triste el ejército, por qué son tristes –que lo son, que no es que lo estén (sólo) como la princesa del poema- los militares y en particular los militares españoles, en la imagen que consiguió dar de ellos al menos alguien tan influente y tan escuchado como sin duda Umbral lo llego a ser?

Se pueden aventurar muchas explicaciones de orden filosófico, cultural como Umbral lo hace en el capítulo (entero) que dedica al tema en “Amado siglo XX”, pero está claro que Umbral –fundamentalmente extraño (y refractario) a la institución castrense a lo largo de su vida y de su trayectoria (que por no hacer no hizo ni el servicio militar)- obvió la más obvia o evidente de todas ellas. Y es que el ejército español, heredero del ejército de Franco, de la Victoria del Primero de Abril del 39, era un ejército derrotado en la Segunda Guerra Mundial de la que la guerra civil del 36 fue la primera de las batallas, como acaba de reafirmarlo –a mi gran sorpresa- en unas declaraciones que suenan a canto del cisne (o de la palinodia) el cubano (oriundo) Fidel Castro fuera de toda sospecha.
En el 41, hasta el 42 –hasta Stalingrado- el ejército español era un ejército victorioso al que el porvenir sonreía de una sonrisa pícara, cómplice y al final falaz, engañosa. La derrota de Alemania –y de las tropas del Eje- con la que el ejército español se había comprometido a fondo enviando la División Azul fue también española como aquí ya lo tengo explicado en detalle en numerosas entradas. Lo ilustra que mejor no cabe un detalle anecdótico que leí hace algún tiempo de la biografía del general Emilio Esteban Infantes que relevó a Muñoz Grandes en el mando de la División Azul, a la que mandaba en la (sangrienta y heroica) batalla de Krasni-Bor, que a su vuelta a España por ferrocarril (diciembre del 43), al llegar a Madrid por la estación del Norte vio que no le estaba esperando nadie, absolutamente nadie.Y se  fue (solo) a su casa sin más trámite.
Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, en plena luna de miel de la revolución cubana. El hijo de anarquistas asturianos –de los de la revolución de octubre del 34- y el hijo de un rojo gallego emigrante en Cuba, que reivindica ahora, a esta alturas del partido el derecho (sic) a seguir siendo marxista-leninista, simbolizaban juntos y por separado lo que siempre se cubrió de un tupido velo y de mil tabúes, a saber que la revolución cubana no fue más que un capítulo o episodio más o menos colateral de la guerra civil española. El derecho a seguir siendo marxista-leninista, o en otros términos, a seguir perpetuando la guerra del 36 interminable. Eso es lo que reivindica Fidel a estas alturas, y a sus ancas, su joven adepto español (el de la coleta)
Signo (triste) de los tristes tiempos que se avecinaban. A lo de triste habría que añadir también lo de mudo, que se aplica generalmente ("la grande muette") a los ejércitos sin distinción en la era contemporánea. Aunque como acabo de leer en la red, en los últimos tiempos los militares dejaron progresivamente de ser mudos por todas partes para ponerse a soltar in crescendo peroratas políticamente correctas. En España, en las últimas décadas, el ejército se mantuvo mudo por lo general con la notable excepción del célebre grito “¡Se callen! que soltó el entonces teniente coronel Antonio Tejero en el Congreso. Y de unos años a esta parte militares significados –generalmente ya en la reserva o en retiro- habrán venido rompiendo el silencio de forma intermitente, a medida que la situación política –en diferentes planos y los más diversos asuntos (Cataluña, el orden público, la "corrupción")- se iba deteriorando al socaire de la crisis mundial (financiera)

Y ahora, el general en la reserva González-Gallarza, hijo del que fue ministro del Aire en tiempos del régimen anterior y uno de los pioneros (ilustres) de la aviación militar española, rompe de nuevo el silencio con unas declaraciones retumbantes en las que –cargado de razones- arremete contra Podemos, que a su juicio debería haber sido ilegalizado, lo que también pensaos muchos como él, y por motivos en parte iguales o análogos a los suyos. El general en la reserva acabado de mencionar acusa de inconstitucionales a los de Podemos y se me antoja que sea una acusación, a la par que fundada, un tanto coja en la medida que la constitución actual es a todas luces para muchos de sus guardianes o custodios una especie de paraguas de lo más ancho donde cabe todo y caben todos, hasta prueba de lo contrario.

Y esa prueba, se demostró con creces hasta ahora lo difícil que resulta a veces, como lo probó la controversia desatada en los últimos años por cuenta del resurgir en el espacio público –al socaire de la irrupción del movimiento indignado (15-M)- de la bandera tricolor republicana, y también el detalle todo menos trivial que los defensores de la constitucionalidad de aquella se agarraran como clavo ardiendo en socorro de su postura a decisiones de instancias judiciales de hacía apenas una década.

La bandera tricolor –el trapo, lo llamó en Méjico en una ocasión célebre Manolete- es “más” que inconstitucional, mucho más, es guerra civilista por esencia –ligada a la memoria de los vencidos de la guerra civil- y el esgrimirla y reivindicarla en público de forma sistemática como se habrá puesto en práctica estos últimos años desde la irrupción del 15-M¨en el 2011 es (gravemente) atentatorio a la paz ciudadana y al orden público, y cobra fatalmente el mismo carácter insurreccional que revestiría desde sus inicios el movimiento indignado, y que siguen revistiendo esos (tristes) epígonos suyos que son los de Podemos. El general González-Gallarza lleva pues toda la razón en lo que dice.

¿Imprudente, inoportuno? Se admiten apuestas, pero está claro que en las formas de guerra asimétrica en las que la guerra civil del 36 se vería prolongada o continuada hasta nuestros días –tal y como le dejo sentado y explicado en mi reciente libro “Guerra del 36 e Indignación Callejera”- cobraría un protagonismo de lo mas letal y mortífero la fórmula acusatoria como una consigna o un clisé de guerra de propaganda, de un ejército en contra de un pueblo. En la operación de Toma del Congreso, del 25-S (25 de septiembre del 2012) estaba previsto sin duda por los cerebros y mentores de aquello un escenario –caso de haber logrado sus objetivos, a saber la entrada de la muchedumbre en el Congreso- “a la egipcia” o (en menor medida) a “la portuguesa” en el que la consigna de guerra psicológica aquella -el ejército contra el pueblo- debía ejercer efectos paralizantes sobre el conjunto dela institución castrense y sobre todos y cada uno de los uniformados como sucedió en la revolución portuguesa de los claveles, y más recientemente en las protestas en masa de la plaza Tahrir del Cairo que llevaron al derrocamiento de Hosni Mubarak (febrero del 2011)

Al final, lo peor no se produjo –léase, el derrocamiento del “régimen del 78” y la vuelta atrás por el túnel del tiempo hasta una situación insurreccional o pre-insurreccional como la del 14 de abril del 31- pero algunos (muchos, pocos) le vimos las orejas al lobo allí y entonces, precisamente, y se me antoja que el general González Gallarza esté entre los que entonces se pusieron también en estado de alerta.

Decía José Antonio Primo de Rivera (fuera de toda sospecha) en uno de sus últimos escritos –recogidos entre sus “papeles póstumos”-, “Germanos y Bereberes”, que en la historia española de los dos últimos siglos la palabra “pueblo” –pueblo/español- se revistió fatalmente, de forma invariable –al contrario que en los demás países e idiomas europeos-, de un carácter sectario, encismante, beligerante, de un espíritu de odio de clase en definitiva, al hilo de lo que él llamaba la "constante berebere" –léase la tradición liberal, y de izquierdas- y que acierta a datar remontándola a los orígenes del liberalismo español, y a la que asocia (significativamente) al nombre de Mariano José de Larra.

Y en mi libro reciente denuncio con pelos y señales ese espíritu clasista, beligerante –de barrio bajos, de bajos fondos, de odio de clase en definitiva- que anima a los de Podemos y a sus líder, el de la coleta (quinquillera) Los pueblos que no aprenden de la historia están llamados a repetirla, y la historia del siglo XX nos demostró con creces a los españoles que si hay una institucion sola capaz de poner dique a nuevas erupciones de odio clasista –de clase- no es otra que el ejército.

Y está claro para el que esto escribe que en la medida que el ejército recogerá el guante de ese desafío que encarna principalmente a no dudar, en las horas que corren el partido de Podemos, se desquitarían con creces de su misión histórica y en esa misma medida dejarán de ser tristes, y recobrarán la alegría de vivir y el optimismo y el triunfalismo y la fe en sí mismos y en su destino, ellos, y con ellos, el conjunto de los españoles.

¿El ejército contra el pueblo? Perdónales porque no saben lo que dicen. A España la hizo su ejército. La ver-te-bró, dijera lo que dijera ese pedante de Ortega. y volverá rehacerla, a hacerla revivir, a despertarla. Que así sea

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