martes, mayo 05, 2015

¿MUERTO POLÍTICAMENTE JEAN MARIE LE PEN? NO LO CREO

El obispo Guerra Campos era ya un hombre políticamente muerto –en el sentido de política eclesiástica o política religiosa (en el sentido que se dio a la formula en la década de los treinta del pasado siglo)- cuando el autor de estas líneas le visitó en el palacio episcopal de Cuenca –diócesis de la que fue obispo titular hasta el final de sus días (tras verse despojado de su cargos de obispo auxiliar de Madrid-Alcalá y de secretario de la conferencia episcopal)- en la segunda mitad de la década de los setenta (vistiendo yo hábitos del seminario de Ecône) Se lo jugó a todo a una carta (vaticana) contra el (muy) progre cardenal Tarancón, que jugaba con cartas marcadas, las que le daba la protección de la que gozaba de parte del papa Pablo VI enemigo jurado del régimen de Franco y a la vez alto comisionado para su (auto) demolición –o desfalangistización (o desnazificación) del mismo- por encargo de las grandes potencias vencedoras en el 45. De Jean Marie le Pen en cambio, al que la prensa global en lengua francesa está presentando las horas que corren como alguien políticamente muerto, no se puede decir que arrastre esas ataduras (y anteojeras) (…)
Consumatum est. La ruptura al interior del mayor partido a la derecha de la derecha (para entendernos) –en número de votos- de Europa occidental deja huérfanos a muchos en Francia y fuera de ella que habian puesto todas o casi todas sus esperanzas en una formación que era un caso único de crecimiento y de éxitos fulgurantes desde hacía décadas. ¿Tengo que hablar (también) en primera persona? Si y no, si en la medida que el Frente Nacional formo parte de cerca o a distancia del mobiliario ideogico de un universo en el que habrá gravitado de una manera u otra toda mi vida, y no, en la medida que nunca me comprometí ni poco ni mucho con ellos ni con sus amigos ni con los amigos de sus amigos, como no me seria difícil de demostrarlo, ni en España ni fuera de ella.

Sigo pues con los cinco sentidos como todos aquí ya lo habrán notado (como si fuera un Dallas en versión francesa) la saga de las desavenencias domésticas en la familia Le Pen que habrán llevado a la ruptura que estamos presenciando, de testigos o de terceros en parte y en parte también de parientes más o menos próximo (ideológicamente hablando) Jean Marie le Pen se resiste a verse englobado o asimilado –y en eso habrá sin duda estribado uno de los principales puntos de divergencia con su propia hija- dentro del campo “republicano” Una vieja historia o leyenda o contencioso de la política francesa, de una derecha o (extrême/droite) que forma parte de la república, del orden republicano lo quiera o no lo quiera, porque no tiene más remedio, sin creer en aquella o sin creer en ella demasiado, desde los tiempos de la revolución francesa y de la consolidación del régimen republicano por cima de los Pirineos.
Una situación inconfortable, incomoda, inestable y de prestado que hace pensar a la CEDA durante la Segunda República española. E ilustra lo que aquí decir pretendo la presencia en su seno de siempre -desde su fundación- de una corriente monárquica entre las diferentes componentes del Frente Nacional, y lo archi demuestran ahora si necesidad había esos aires de querella dinástica de los que habrá venido revistiéndose a grandes zancadas las disensiones al interior del Frente Nacional, entre padre e hija, y ahora también por lo que se ve, entre el abuelo y su nieta preferida. Marion Le Pen que se desmarcó ya convenientemente de su abuelo cuando saltó a la luz la riña entre la actual presidenta del partido y su fundador, acaba de reaccionar a los recientes acontecimientos en su partido, anunciando que se toma un periodo de reflexión (sic) antes de aceptar (definitivamente) su candidatura a la presidencia de la región Provenza-Alpes-Costa/Azul (Paca), un puesto que a todas luces le viene grande a la (joven) heredera, y una candidatura que se ve seriamente comprometida tras la reacción de Jean Marie Le Pen, escogiendo la vía de la ruptura o al decir de algunos, de la tierra quemada, caiga quien caiga.

La nieta predilecta había apostado por su tía Marine a todas luces, sin sospecharse la reacción del patriarca. Y esta claro que sin el apoyo o la caución más o menos implícita –de la que la nieta puede con toda seguridad despedirse a partir de ahora- sus posibilidades de alzarse con el santo y la limosna en las próximas elecciones regionales francesas se ven reducidas a la porción congrua, por no decir que se quedan (prácticamente) en nada. ¿Un cero en política un contra-valor Jean Marie Le Pen a partir de ahora? ¿Como tantos otros casos de políticos que quemaron sus últimos cartuchos –como fuegos de artificio- al final de una larga singladura? ¿Quemado ya y “socarrado” –como decía Umbral de Dionisio Ridruejo- Jean Marie Le Pen, tras los últimos acontecimientos al interior de su partido, en la política francesa? No me atrevería a asegurarlo.

El Frente Nacional en su nueva moldura arrastraba nuevos simpatizantes y electores, pero también se iba dejando no pocos decepcionados y frustrados en la cuenta. Y toda esa legión de desengañados se verán tentados ahora de enarbolar la bandera –usada pero aún intacta- del viejo patriarca. Y así, mientras ultimo este articulo salen a la luz las últimas declaraciones de Jean Marie Le Pen al semanario francés “Le Point” en las que niega terminantemente haber cometido un suicido político, después de que se consumara la ruptura con su hija. El suicido o el pegarse un tiro en el pie, es por lo demás algo muy frecuente en ciertas familias políticas españolas, y también religiosas (…)

Suicidio fue el del dinámico y mediático –siempre en la pequeña pantalla entonces- secretario de la conferencia episcopal española Monseñor Guerra Campos en el tardofranquismo cuando se echó un pulso con el cardenal (progre) Tarancón que pensó poder ganar con la ayuda de cierto dicasterios vaticanos (de etiqueta Opus Dei), sin darse cuenta que las mayores bazas estaban de parte de su rival, que era a todas luces el eclesiástico de confianza del vaticano -y amigo (intimo) además del papa Pablo VI- a la cabeza de una iglesia española que se había desmarcado oportunamente de su sostén al régimen de Franco. Se equivocó de noche, Guerra Campos, como dicen los belgas, como la paloma aquella que creyó que el rio era el mar, y la noche, la mañana en la célebre canción progre (argentino/ché) tan en boga los años aquellos.

Y de ello puede dar testimonio fiel el autor de estas líneas que le visitó después de todos aquellos fregados, en su retiro -cómo llamarlo de otra forma- del palacio episcopal de Cuenca a donde acabaría “confinado” –de obispo de la diócesis la menos relevante de todas las diócesis españolas por aquel papa en el que tento creía o profesaba creer. Sepultado en vida –o recluido en un sarcófago-, así me lo pareció, en la imagen que de él me quedó grabada (aún fija en mi retina) , como emparedado dentro de aquellos muros tan adustos y tan vetustos –y tan lúgubres y sombríos (y mal iluminados)- después de haber estado acostumbrado a verle años antes, él aún en plena forma en aquellos programa televisivos que él protagonizaba del Octavo Día.

¿Algo asi o parecido lo que acaba de cometer o consumar Jean Marie le Pen bastante mayor de lo que lo era entonces el célebre obispo (pro) franquista, como lo está queriendo vender la prensa global en lengua francesa estas últimas horas? Las semanas y meses venideros nos lo dirán, pero apuesto a que no. Guerra Campos y todos los eclesiásticos del ala tradicional o conservadora –o franquistas o de derechas- se veían obligados en aquellos años del posconcilio y del tardo franquismo a jugar por así decir contra las cartas marcadas que les imponía el Vaticano, encarnación de una iglesia que como lo declaré sin ambages ni escrúpulos de ninguna clase en la presentación de mi último libro en Madrid hace unos días, traiciona fatalmente desde hace doscientos años como si fuera en ella una segunda natura.

Y de Gil Robes, en un período histórico anterior,  podía decirse –en un plano mas e estrictamente político -pese a sus cuño de político clerical inmarcesible- tres cuartas de los mismo. Se veían obligado a jugar un póker tramposo (“menteur”) por partida doble, tramposo por parte del Vaticano –bajo el pontificado del papa Pío XI un papa que creía (a pie juntillas) en la democracia- y por parte también de las instituciones republicanas en España y de una de sus máximos exponentes, el presidente de la república, Manuel Azaña, y a sus ancas, toda la clase política de la II Republica, que acusaban al partido derechista de doble juego, de republicanismo de boquilla, y de acatar solo de labios para afuera el régimen republicano.

Y pruebas se las ofrecían a espuertas el propio partido demócrata cristiano y sus mentores del Debate y de la Acción Católica –y de la Nunciatura- con sus alambicadas teorías, y su célebre distingo -de la tesis (de derecho público cristiano) y de la hipótesis (el hecho consumado de la proclamación de la II República)- con lo que pretendían suministrar una justificación que ni pintada en el plano de la conciencia a los católicos –como lo era (sin excepción) los políticos de la CEDA- que participaban en la vida política de la Segunda República y que en consecuencia se veín obligados a aceptar o acatar el régimen republicano.

Jean Marie Le Pen en cambio al que esto escribe acostumbrado a presenciar compromisos y componendas en el mno de la política, le ofrece todos los visos de un hombre libre, franco tirador si se quiere, pero perfectamente dueño de su libertad de movimientos y de decir lo que quiera por supuesto. Es un reto mayor desde luego el que planeta en la política francesa la línea de des diabolización de la derecha (de la derecha) en Francia perseguida obstinadamente (y obsesivamente) por Marine Le Pen, y el aceptar el guante del desafío como lo acaba de h hacer ahora su progenitor, no nos parece abocado de entrada a la derrota o al fracaso. ¡Vivir para ver fantasmas míos!

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