domingo, mayo 24, 2015

EN VÍSPERAS DE UN BATACAZO

Palmira al atardecer. Símbolo (de una belleza deslumbrante) de la grandiosidad de unas ruinas, y también de la perennidad de los Imperios (y de sus dioses) para el ateísmo racionalista (y moderado) del Siglo de las Luces. Su toma por los islamistas del EI marca un punto final a las primaveras árabes, y también, a modo de rebote, a la protesta callejera de los indignados (y de sus epígonos de Podemos)

Tras el fracaso –después de dos tentativas (ayer noche y hoy al atardecer)- de la concentración del 15-M en Sol como un presagio (feliz) del descalabro que espera mañana (hoy ya) en las urnas al reto tardío de la indignación política y me refiero a Podemos, no se me Ocurre mejor glosa dese fracaso estrepitoso que un comentario a ese punto final, igual de simbólico, a las primaveras árabes que viene a traer consigo la toma por el movimiento islamista EI (Estado Islámico) de las ruinas de Palmira en pleno desierto sirio.

Antiguo cruce estratégico en la rutas de la seda y punto de paso obligado de las caravanas del desierto, Palmira fue la capital de un Imperio efímero –de cuatro años de duración- con el que pretendió mantenerse independiente del Imperio romano y del de los persas sasánidas, para caer rápidamente otra vez en la órbita de Roma, hasta su desaparición, reducido en ruinas, que la inmortalizarían. Y en los tiempos modernos su recuerdo se vería resucitado en la obra -de difusión enorme desde el momento su aparición- de un orientalista francés, Volney, asesor de Napoleón que viajo por el Oriente Próximo unos años antes de la Revolución Francesa.

En mis años de cautividad (en la cárcel portuguesa) recuerdo una ocasión cuando uno de mis compañeros de cohabitación forzosa, un recluso de un nivel intelectual sensiblemente superior al de la mayoría allí dentro me mostro, medio cordial medio desafiante un ejemplar de “Las ruinas de Palmira” (en traducción portuguesa) en realidad una sinécdoque del título original de la obra de Volney “Las ruinas, o meditación sobre las revoluciones de los Imperios” en la que evoca sitios celebres arqueológicos del Oriente –entre ellos Palmira- que tuvo ocasión de visitar durante su estancia por aquellas tierras. Se trata de un ejemplo de lo más elocuente de una obra emblemática del Siglo de las Luces donde su autor defendía un ateísmo moderado –hijo de su tiempo- que era sin duda por donde me quería retar (una forma de h hablar) mi compañero recluso, alguien de notorias convicciones izquierdistas y creo recordar que miembro o simpatizante del partido comunista portugués entonces.

Treinta y tantos años después de aquello, qué desfasado y anacrónico me parecen no los planteamientos de aquel filosofo de las luces sino el contencioso que gravitaba de cerca entre el izquierdista portugués aquel y el que esto escribe que representaba sin duda a sus ojos una forma (extrema) de oscurantismo religioso. Qué habría dicho ahora de la toma de Palmira por el Ejército Islámico (EI), una forma extrema a fe mía de oscurantismo religioso, que por aquel entonces no hacía más que asomar la cabeza. ¿Habría sabido reconocer ese choque de culturas y civilizaciones que traduce la emergencia de ese movimiento islamista fanático -y tan salvaje en sus métodos- en unas regiones geográficas que fueron cuna del cristianismo y de su expansión primitiva? Un conflicto más hondo más primordial e irreductible que el de la lucha de clases que preconizaron os marxistas.

¿Qué opinión le merece a los de Podemos y a su líder Pablo Iglesias Obviamente no nos lo van a decir y menos en vísperas electorales, pero está claro que en la medida que indignados e islamistas islámicos son formas diversas de pos marxismo tienen algo en común que les une, como lo ilustra la simultaneidad de su irrupción hace cuatro años y el que el ocaso ahora de unos –los indignados españoles (y sus epígonos de Podemos)- venga a coincidir con ese invierno de las primaveras árabes que anuncia el auge –¿hasta cuándo?- de los otros. En vísperas de un batacazo (…)

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