viernes, mayo 08, 2015

DESFILE EN MOSCÚ SIN PABLO IGLESIAS

17 de enero del 45. Las tropas soviéticas entran en Varsovia, aclamadas por los transeúntes (a la vista del lector), después de haber dejado aplastar meses atrás la insurrección del Ejército polaco del Interior (A.K.) por las tropas alemanas. ¿Qué celebran hoy los polacos (ocho de mayo)? ¿La victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial? ¿La ocupacion de su país durante cuarenta y cinco años?  ¿La entrada con las tropas soviéticas del comité de Lublin –judíos comunistas en su (casi) totalidad- que practicaron una política de exterminio en las zonas bajo su control contra el clero polaco –hasta setecientas víctimas- salvando de la quema en cambio al futuro papa Juan Pablo II por las razones que fuera?
Ocho de Mayo, día del armisticio, del final de la segunda guerra mundial, de la victoria del Ejército Rojo y del desfile de Moscu, de la Victoria. El pasado que no pasa. Ni de este lado ni del de más allá de los Pirineos. Aquí ya me pronuncié claramente y sin ambages ni rodeos sobre el conflicto ucraniano, y confieso que en mi toma de postura gravitó el posicionamiento pro ruso al respecto del Frente Nacional francés tanto de su actual presidenta como de su fundador. Padre e hija se ven ahora envueltos, que me diga alejados –para siempre tal vez- por culpa de un conflicto que habrá desembocado en ruptura irremediable en el que se enfrentaban de nuevo dos fantasmas del pasado que continúan a dividir a los franceses, y me refiero al Mariscal Pétain, y al General De Gaulle.

Ya hice observar en estas páginas que en la memoria colectiva (de franceses) que reivindica el fundador del Frente Nacional se deja percibir de antiguo un innegable espíritu de reconciliación o de concordia por cuenta dos figuras de la historia francesa contemporánea que la Segunda Guerra Mundial enfrentó de forma irremediable, el Mariscal Pétain del lado de la Colaboración y el General De Gaulle del lado de la Resistencia. En mi reciente libro “Guerra del 36” e Indignación Callejera" sostuve que nuestra guerra civil fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial y que aquella se continuo o prolongo –hasta hoy- después del 45.

Omití o pasé por alto no obstante un fenómeno emblemático de esas guerra de los Ochenta y Tantos Años que todavía dura, que viene a ser un factor arquetípico en el desenlace de los grandes conflictos en la historia de la Humanidad y en particular del Occidente europeo. Y me refiero a lo que en el campo de las relaciones internacionales se denomina “cambio de alianzas” Hasta el último minuto del desenlace de la Segunda Guerra Mundial, la plana dirigente del régimen nazi –y el diario del doctor Goebbels atestigua lo que aquí vengo a querer dejar sentado- estuvo esperando como un milagro el cambio de alianzas salvador del lado de las potencias occidentales (anglosajonas) como el que salvó in extremis a Prusia bajo Federico II en la guerra de los Siete Años –por su paz por separado y por sorpresa con la Rusia de los Zares tras la muerte de la zarina Elisabeht- y son altamente significativas las repetidas evocaciones de aquella efemérides histórica a medida que se acercaba el desenlace fina en las páginas del diario del número dos del régimen nazi, al que más arriba aludo.

El milagro no se produjo, el III Reich se hundió, Alemania se vio vencida e invadida y ocupada, y los aliados de Yalta se dieron la mano sobre sus escombros y sus ruinas y sus cadáveres. En España, el régimen de Franco en cambio sobrevivió un tanto milagrosamente hay que reconocerlo, al precio de una rendición pactada con el Vaticano que preveía un plan (por etapas) de desfascistización o desnazificación –léase desfalangistización- del régimen, que dio tiempo a un cambio brusco de situación como el que la guerra fría trajo consigo, por donde vendría a concretarse ese cambio de alianzas tan ansiado por la Alemania nazi que llegaba tarde para los alemanes, pero no para los españoles (…) La historia del Imperio Romano recoge figuras nimbadas de cierta oscuridad pero no menos honradas y veneradas en la Antigüedad como la de Fabio Quinto Máximo, el Cunctator (conciliador) que durante las Guerras Púnicas firmo una paz –provisoria- con Cartago.

En épocas recientes algunos re exhumaron su recuerdo a la hora de justificar el pacto (innegable) que firmo la iglesia católica polaca con el régimen comunista en la posguerra (el 14 de abril del 51, para ser exactos. Después de todo, si la Iglesia había rendido al Estado en España, por qué no podía la Iglesia rendirse al Estado en Polonia, al final todo quedaba en manos de los nuevos amos del mundo, ya fueran la Unión Soviética o las (dos) potencias anglosajonas que tenían bajo su férula al Vaticano -y a sus pontífices- desde el periodo de entreguerras. La guerra fría no obstante –tras el 45- vino a separar a unos y otros, a una iglesia católica polaca que escogía el camino de la neutralidad en esa guerra fría en ciernes, de una iglesia y de un estado españoles que no tenían más opción para sobrevivir que el echarse se en manos de las potencias occidentales vencedoras en el 45, frente a la Unión Soviética.

La guerra fría no obstante terminó, o digamos que se terminó oficiosamente –con la caída del Muro- pero que no se firmó paz ninguna y las hostilidades continuarían grossso modo hasta hoy. Como lo habrá denunciado el presidente ruso Putin (con razón) Pari passu, se continuaría la guerra civil (del 36)  entre españoles, pero en esa guerra interminable ya no estaba la Unión Soviética, y la Rusia de Putin se muestra perfectamente ajena a esa guerra civil siempre en curso entre españoles, como lo ilustra si necesidad había la suerte efímera del grupo de jóvenes antifascistas españoles que se marcharon voluntarios al Dombás en septiembre del año pasado y que pasados seis meses ya estaban de vuelta, no que se volvieron, sino que a todas luces les “volvieron”, a no dudar por orden directa del Kremlin. Su guerra –la del 36- no era ni tenía ya nada que ver con la que se riñe entre treguas y rupturas en Ucrania las horas que corren. Se equivocaron de noche, como dicen los belgas.

Mañana se conmemora en Moscú el desfile de la Victoria sobre la Alemania nazi. Cifras que habrán circulando en la red en las últimas horas dan cuenta de sesenta millones de muertos en los diferentes frentes de guerra entre los cuales el más mortífero sin duda lo fue el frente del Este y tanto rusos como alemanes surtieron en cifras absolutas y relativas el mayor número de bajas. Comparativamente, la guerra civil española –entre el 18 de julio del 36 y el Primero de Abril del 39- con su millón de muertos trajo un lote de víctimas proporcionalmente equivalente. Y es obvio que es difícil pasar página de uno y otro conflicto.

Como para recordarlo o ilustrarlo, las festividades del final del Setenta Aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial no contarán este año, al contrario que hace diez años, en el sesenta aniversario, con participación de dirigente alguno de los países occidentales. Los polacos –que arrastran, no poca responsabilidad histórico en el desencadenamiento de aquel conflicto- organizan por su lado unas solemnidades aparte, por cuenta de una historia no poco revisada en lo que les atañe –que todo hay que decir- y de una memoria colectiva no poco acomodada -como en una especie de fatalidad histórica- con la que se vienen a ilustrar las metamorfosis, ineluctables con el paso del tiempo, de la memoria colectiva.

¿Qué celebran hoy (o mañana) los polacos? ¿El triunfo de las tropas soviéticas? ¿Cuarenta y cinco años de ocupación de su país hasta la caída del Muro? ¿La creación de la republica (soviética) de Lublin, que practicó una política de exterminio con el clero –de centenas de victimas (hasta setecientas)- y salvó de la quema en cambio (por las razones que fuera) al futuro papa Juan Pablo II? Entre rusos y polacos a la greña de nuevo (y eslavos uno y otros), los españoles no tenemos nada que ver, ni pintamos nada, a la hora de posicionarnos por unos o por otros, me refiero. Ni por razón de un deber cualquiera de memoria, ni por la ruptura con la que amenaza esa falla omnipresente –entre rusos y polacos, y más en general entre eslavos católicos y greco/ortodoxos- para el futuro de la civilización europea.

Tenemos que entendernos con los rusos a toda costa para la defensa de nuestra civilización amaneada, Jean Marie Le Pen tenía razón en sus declaraciones por las que vino el escandalo (y la ruptura) Y ese es sin duda el sentido o la justificación de la postura pro-rusa del Frente Nacional –que venía a extrañamente a coincidir –con las opciones geo estratégicas que fueron las del general De Gaulle, y que fue la del Frente Nacional (hasta ahora) Y de la del autor de estas líneas.

Es obvio que sobre el desfile de Moscú anunciado para mañana planean fantasmas o espectros incómodos, e del comunismo español beligerante en la guerra civil y aliado de la URSS. La URSS no obstante oficialmente ya no existe, y esos fantasmas sin duda omnipresentes están llamados –como los de los héroes (rojo/españoles) de la Unión Soviética (uno solo) o las tres medallas de Lenin españolas  (tres)- a desaparecer en el futuro a más o menos corto plazo.

¿O acaso ya desaparecieron? El griego Tsipras figura invitado al gran desfile de mañana en la Plaza Roja ¿Por qué no figuran españoles en cambio? Ni siquiera el amigo y aliado español, Pablo Iglesias, al que tanto se le llena la boca en los foros europeos con la victoria aliada del 45 (que no fue suya sino de otros)

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